14 de abril de 2024

GASPING

 

El flete atravesó una ciudad invisible que no miraba pero iba reconociendo cautelosamente por sus olores y sus pavimentos. El césped de la ruta 2 trasmutó en la conurbanesca Champagnat. Ingresamos a Mar del Plata por Constitución, la ex avenida de los boliches que deslumbraron en la década del noventa transformada en un derrotero de cafeterías y mueblerías high class. Llegamos a las playas del norte que enviaban en la lluvia sus aromas casi olvidados. Aspiré el olor de océano y entreabrí la ventanilla del acompañante. Estábamos entrando al barrio de mi casa materna en plena fase 2 con restricción de circulación.

Desde la esquina vi las calles de Stella Maris dormidas y mal iluminadas, mientras dejaba que la lluvia de la ciudad me diese en la cara. Por los cristales de la ventana se advertían las luces de una vigilia. Como siempre, el timbre del portero no sonaba. Con la trinchera calada por el bautismo del regreso, enjugándome el agua de los ojos, apelé al silbido que solo mi padre y yo conocíamos. 

En el rectángulo del cristal empañado, el rostro de mi madre reflejó sucesivamente la alarma, el reconocimiento, el estupor y la felicidad. Llovió todo el domingo, pero no importaba; yo no tenía que ir a ningún lado. Casi ningún pariente fue enterado de mi regreso. Después de mi llegada, el amanecer entró por las persianas entreabiertas. El mate cocido traído por mi madre se enfrió en la taza, sobre la mesa de luz. A mediodía ella vino a la habitación para almorzar conmigo, pero sin intervenir, limitándose a cambiar los platos casi intactos. Inmóvil, de costado hacia mí, que estaba sentado junto a la cama, mi padre escuchó en silencio mis historias de villas y asentamientos, de Congreso y desamores. De vez en cuando mi padre confirmó con un gesto, enarcado las cejas si necesitaba una aclaración, sonreía si estaba de acuerdo. Pero fui yo quien más habló. Sólo al principio, cuando separamos nuestras cabezas confundidas en el abrazo del encuentro, mi padre pronunció una pregunta y una afirmación, donde hubo un trazo de orgullo. — ¿Rechazaste un cargo por nosotros?

— Sí, papá — respondí.

Mis padres se quedaron escuchando la puesta al día de esos años robados, donde cabe además mi tratamiento por la depresión. Mi padre oyó sin soltar mi mano. Después, en silencio, la llevó a su mejilla y descansó la cabeza, sonriendo. La verdadera paz había empezado para los dos a partir de ese silencio: es la forma del perdón que fui a buscar.

—  Una mañana me levanté y supe que lo único que quería era volver a Mar del Plata.

Había dejado atrás los pasillos del Congreso, carpetas con dictámenes, borradores de proyectos de ley, pedidos de informe. Recuerdo muy bien la última reunión, saludé a Mondongo sin decirle nada y salí eyectado de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Cuando deserté del periodismo parlamentario sentí un gran alivio. Un revoltijo de discursos y tonadillas de provincia botaban en mi cabeza mientras me desplazaba por Riobamba. Había concluido otra etapa.

En esa transición un amigo de los hermanos Maristas me convocó para trabajar como asesor en los barrios de emergencia porteños. Me sumé al equipo de Arte en barrios donde se organizaban festivales, eventos, salidas, visitas guiadas y cine móvil. Al mismo tiempo, el gobierno nacional desembarcó con otro programa: El Estado en tu barrio. Con un compañero fuimos designados cómo el enlace de los referentes con el funcionarato. Un rol que tenía como fin garantizar la paz social en los bordes. Era muy difícil tropezar con un milagro en un lugar con tantas necesidades. A veces, el destino se ríe de las probabilidades.

A ella la conocí en esos días. Una mujer joven, guapa e inteligente. Trabajaba motivado por una sonrisa leve, por sus ojos tan alegres, y su cabello, blondo, osado. Trabajamos cada uno desde su área y coordinados. Todo salió muy bien. No hubo rebotes hacia arriba y eso era lo importante. Ambos programas tuvieron un cierre de año vitoreando el éxito de la gestión. En pandemia dejé de verla. Solo sabía de ella por las redes sociales. Una tarde, en una de sus stories de Instagram, publicó una foto de un libro quemándose en un vertedero de Fraga, Chacarita. Reconocí la esquina y la portada. Era un ejemplar de «Adiós a las armas» de Ernest Hemingway. Reaccioné a su historia y ella me respondió — no lo leí —, y yo le escribí — te lo voy a regalar. Antes de volver cumplí con mi palabra. Conseguí un ejemplar de la novela del escritor y periodista estadounidense y le pregunté dónde podía ubicarla. Nos encontramos una tarde radiante en el inicio de marzoMe reencontré con mi primer trabajo en Capital. Como en las fábulas circulares retorné al territorio donde emprendí mi periplo porteño. El mismo organismo donde me desempeñé como data entry de un censo de hoteles dónde se alojaban familias en situación de calle.

Al llegar me sorprendí por la ausencia de organizaciones sociales en la puerta principal ¿Dónde estaba el MOI, el movimiento de ocupante e inquilinos? ¿Dónde estaba el MTL, el movimiento territorial de liberación? Toqué el timbre y un empleado de seguridad me mostró el camino. La dependencia persistía inalterable. En una oficina del primer piso ella emergió como un río ilusorio cantando en un desierto y floreció la arena como si fuera cierto. Con su pelo recogido por encima del rostro su belleza fue aparición, no apariencia. Su vestido negro y estampado con un cincelado de flores rodeaba su figura. Ella se acercó. Yo, floté. Me saludó con un abrazo cordial y sentí su fragancia. Su perfume sigue siendo la forma más intensa de su recuerdo.

— Mucha suerte, Mauro — me dijo mirándome a los ojos.

— Gracias, tengo algo para vos —  le respondí.

Apoyé sobre la mesa de su oficina una bolsa de regalos con un ejemplar del libro de Hemingway. A diferencia de los operativos, donde nuestro trato era más prudente, pudimos entretejer una charla sin pecar de ignorancia que ya no nos vinculaba una relación laboral. Allí estábamos sentados, uno al lado del otro, sin horarios y con los celulares muteados. Lo que a priori sería un encuentro de unos minutos progresó en una tertulia de una hora y media. Rondamos por diferentes temas: escritores, poemas, canciones y la vocación de jugar en la trinchera. Mientras el sol descendía por los techos del edifico de AySA se consumó nuestro encuentro. ¿Por qué de esta manera, a través de ventanas y visillos? Le agradecí por su tiempo. Me respondió — gracias por el libro. Permanecer a su lado un minuto más podría ser más peligroso que piñata de vidrio para mi corazón. Tuve miedo de enamorarme, de errar, la inspirada sabiduría brota al estar enamorado y mi aliento ya se perfilaba con vista al mar.

— Al salir, te llamé, ma. ¿Recordás?

— Sí, Maurín — mi madre me decía Maurín. Me encantaba que me dijera así.


¿Cómo llegué hasta ahí? Porque ella realzó en una foto un libro que mutaba de la encuardenación a las cenizas. En esa hora y media me invitó a discurrir sobre Albert Camus, Cristina Peri Rossi e Idea Vilariño. Me envolvió en su candidez como esencia de poesía. ¿Lo hubiese vivido de no haber dejado atrás el saco y la corbata? Es contrafáctico. Solo sé que acerté en la gestión con una mujer encantadora que me rodeó la manzana envuelta en su pelo que ya no era rizado. Era una invitación sinuosa al olimpo. Esa rasguño de placidez personificó la previa de un nuevo ciclo en mi vida. Necesitaba ponerle palabras para que la evocación no se desvaneciera como las cenizas de un libro, el mismo que se disipó en la combustión de un basural de Fraga, Chacarita. El mismo barrio donde muchos imprescindibles duermen el sueño de los justos.

 


LA ULTIMA NOCHE

Ya casi no teníamos nada que decirnos que no sepamos para siempre. A medianoche, abriendo los ojos, mi padre susurró unas palabras y acerqué el oído para recibirlas. Mientras obedecía a su pedido, me sentí a la vez humilde, poderoso, protector, ser vivo admitido a la intimidad de esas horas finales que los moribundos casi nunca comparten.

Mi padre ya estaba demasiado débil y no podía valerse por sí mismo, pero estaba yo, que trabajé veinte años para ese momento. ¿Quién es el padre, quién el hijo? Levanté la sábana, busqué entre las ropas, arrimado el orinal. Sostuve en mi mano lo que puede ser una flor o un fruto, pero también pienso que, de algún modo mágico, sostuve mi origen.

Aquella mañana inexorable y fatal mi padre se alivió y volvió a su entresueño apacible, hasta que el clarear del día marcó la expiración de mi propio plazo. Entonces besé por última vez su frente, sin despertarlo. Estaba contemplándolo cuando oí a mi lado el sollozo reprimido de mi madre. Tomé su mano y salí del cuarto, cerrando sin ruido la puerta del hombre y la mujer que morirán esa mañana con dos horas de diferencia, sin mí… conmigo. Nos fuimos a dormir. Ellos en su cuarto y yo en un colchón sobre el parqué del living.

A la mañana siguiente sus rostros habían recuperado la serenidad. Venían lidiando desde hacía una semana contra fuertes dolores de espalda y disnea. Mi madre dormía. Le hablé, creo que me escuchó. Traté de despertarla pero no hubo caso. La cambié de cama al tiempo que llamé a la ambulancia por lo sucedido con mi padre que ya no espiraba. El médico al llegar advirtió a mi padre ya fallecido, asistió a mi madre y me reveló — Está en gasping — es el término utilizado para la respiración agónica. Unos minutos después ella dejó de jadear. Un acto de amor, al mismo tiempo confuso, irreal y devastador. Mientras observaba un rosario sin los misterios gozosos que colgaba de un portarretratos anticuado con una foto de mi primera comunión; se fueron juntos como huellas en la nieve. Quedé desolado ante semejante performance.

En ese momento pensé en la dicha de estar juntos, de no haber recibido un llamado telefónico a cuatrocientos kilómetros dándome la mala noticia. Estaba ahí, cómo un testigo bendecido por vaya saber qué Dios. Miré en torno a la habitación y observé los muebles, la ropa sin lavar y el pilón de papeles. Me pregunté ¿Por dónde empiezo? El niño que fui se despidió también. Algo de mí, murió ese día. Cuando vi partir a mi madre recordé cómo llegó a Mar del Plata.

 

LLEGADA

Mi madre arribó a la Feliz en el año 1993 y se hospedó en Avenida Colón y Santiago del Estero; en la cuadra del Automóvil Club Argentino, en casa de dos jubilados de los más macanudos, Dora y Juan. El matrimonio la albergó hasta que acertó con un empleo y alquiló un departamento de un ambiente en Sarmiento y Falucho. Yo vivía en Buenos Aires. Mi madre me envió una postal de la costa atlántica por correo que aún almaceno. Ella describía en el dorso cómo recorrió peluquería por peluquería hasta dar con un local a dos cuadras de la vieja terminal de ómnibus donde hoy se ubica uno de los shopping más importantes de la ciudad. Flora, una estilista experimentada, le dio su primera oportunidad. Mi madre en treinta años cimentó una red de amistades que de haber participado en el partido político “Acción marplatense” le hubiese disputado cabeza a cabeza la intendencia al ex jefe de la ciudad, Gustavo Pulti. Con mi madre hablábamos por teléfono casi todos los días. Le costaba la reclusión. Cuando se jubiló su columna fue a parar a boxes. Como los buenos jugadores, la rosca jamás la perdió. En su esplendor con dos o tres cortes de pelo allanaba la mala cosecha. Cocinaba albóndigas con fideo moño mientras yo limpiaba el patio de comidas del único shopping de entonces. Espalda con espalda le hicimos pito catalán a una ciudad que lideraba el ranking nacional de desocupación. Antes de volver a Mar del Plata le detallé que había encontrado una inmobiliaria de confianza para alquilar mi departamento porteño.

— Viruteé los pisos, dejé los picaportes brillosos y los zócalos parecen un espejo.

— Como en los Gallegos — me apuntó mi madre y dio un giro de ciento ochenta grados en la conversación — Vos sabes que salgo al balcón todos los días a las cinco...

— ¿Por qué?

— Una vecina toca el acordeón. Le pedimos una canción y la toca.


Pocho, mi segundo padre, compañero de mi madre durante más de dos décadas compartía con ella los pasatiempos y los gustos musicales. Él fue nuestro Ronnie Wood. El guitarrista de los Rolling Stones tras la salida del talentosísimo Mick Taylor. Wood no era un virtuoso pero aportó bajo sus cinco cuerdas la alegría que necesitaban sus majestades satánicas. Pocho ingresó y modificó la marcha de la familia para siempre.

Solíamos hablar por la noche pero ese día decidí llamarla por la tarde.

— ¿Cómo están?

— Bien, hijo. Ahora te llamo, vino canal 10.

— ¿Pasó algo?

— No, todo bien. Pasó algo lindo — mi madre tenía la capacidad de suavizar con su voz y su acento cualquier desdicha.

Ante una adversidad mi madre tenía las palabras justas para que la impaciencia no progrese. Su manera de enfrentar los inconvenientes era un respingo para mi ánimo en picada. Mi madre salió esa tarde al balcón y conversó con un periodista. Rodeada de sus geranios, petunias, cactus, bugambilia y gitanillas. Siempre escoltada por Pocho, su compañero.

— ¿Cómo se llama?— preguntó el movilero de Canal 10.

— Sabes que no sé. ¡¿Cómo te llamas?!— averiguó a los gritos mi madre a su vecina la acordeonista, como si estuviera en la popular de Aldosivi.

— ¿Qué toca siempre? — indagó el periodista.

— Lo que le pedimos.

Vi las imágenes del Canal 10 por YouTube y abrigué la idea de volver a atesorar una postal de la ciudad que eligió mi madre para residir. Una vez le preguntaron al escritor Jorge Luis Borges sobre la capital que adoptó para vivir: "París no ignora que es París, la decorosa Londres sabe que es Londres, pero Ginebra casi no sabe que es Ginebra". El paso de la infancia a la adolescencia de Valentino fue imperceptible para mis ojos. Como solíamos hacer, al cruzar la avenida trabé su mano con la mía y me miró inmóvil. Sus ojos coexistieron como dos perdigones fulminantes. Cruzó solo. Algo allí también se había marchito. Espaciosamente dejé de ser un plan para él, fue así como mis reflexiones vagaban de manera recurrente alrededor de volver a estar cerca de mi madre a través de mi regreso a Mar del Plata. Como el viejo Tobías (periodista que conocí cuando ingresé a la sección deportes del diario) todo lo relacionaba con la orquesta de Juan D´Arienzo. En un campeonato de truco que nos ganó en la final me reveló — ¡Qué dupla hacemos con el narigón! Somos una orquesta. Me voy a casa con la felicidad latiendo en el cuore; como escuchar a D´Arienzo. En otra ocasión me comentó — Escuchá ese grillo, Maurito. Parece el sonido de un violín.

 

MIRTA

Mirta brindaba su concierto todas las tardes desde las cinco y media de la tarde. Vivía en un edificio delante del piso de mi madre. Debajo funcionaba un local que despachaba pan y facturas. En el mismo lugar donde en 1993 relumbraba la peluquería de la extinta Flora. La peluquera del barrio fue la primera persona que le dio una oportunidad a madre en la ciudad más propicia a su felicidad. Mirta, la célebre acordeonista, tuvo sus quince minutos de fama. Tocó y habló por televisión.

Mientras embalaba mis cosas busqué la tarjeta que atesoré durante treinta años. La localicé pronto. Allí estaba la letra desteñida de mi madre donde en un párrafo me cuenta sobre sus primeros días en La Feliz. Me embargó un súbito ahogo leer un escrito de mi madre de puño y letra. La postal tembló en mi mano vacilante y medrosa, pero en mi corazón no florecieron los versos hasta hoy.


MANGA

La indemnización de la agencia publicitaria me ayudó para reunir una suma de dinero importante y de ese modo pude pagar el adelanto de un crédito hipotecario. En trece años podré presumir de mi casa propia. No está mal. De donde vengo y como viví nada haría pensar que sería propietario alguna vez. Valentino tendrá un hogar por dónde empezar. Este último año mi vida se limitó a dar talleres de escritura, clases en un Centro de Formación Profesional, conducir un programa de entrevistas y escribir algunos artículos periodísticos. Seguí el consejo de mi amigo Gusti e inicié la tarea de generar mis propios ingresos sin jefes ni aprietes. Diez años de sobriedad y la valla de volver a enamorarme me bautizó como un realizador y ejecutante de proyectos, asexuado, deslucido y opaco.

Al revisar mis cuadernos de los años sacudidos por mi adicción y la hipocondría siento que repaso la vida de otro hombre. Cambié. El cambio es la única cosa inmutable. Quizás me abracé al desánimo por demás. Ahora que tengo motivaciones serias para estar afligido, caigo en la cuenta de todos los pensamientos retorcidos que acarreé en mis espaldas. Durante la última década me dispuse a ordenar mi vida porteña y regresar al mar. Aspiré además a reformular mi relación con Valentino, bajé el dedo índice y lo dejé ser. Entiendo que lo logré. ¿Habré sacado lustre a mi matrícula de padre? ¿Acaso existe? Por otro lado, aletargué mi rol de hombre. Mi vuelta a la terapia me hizo ver que cuando mi yo padre y mi yo hombre alcanzamos cierta persistencia, mi yo hijo suplicó pista. Precisaba estar cerca de mis padres. Mi madre realmente lo esperaba tanto como yo. Ella siempre estuvo a mi lado durante mi tratamiento; fue mi salvamento y la artífice (por segunda vez) de situarme en la vida. Fue lecho, cauce y sedimento. Me brindó su regazo y su protección. Mi madre me escuchaba durante horas. Ella creía en mí y me apoyó en todo lo que decidía, y si no salía, me ayudaba a barrer las migas. Me socorrió a curar al niño que demandaba a través de su adicción. Durante años escuchó mi desilusión por la pérdida de Amparo. Me auxilió en mis laberintos, en mi confusión entre enamoramiento y obsesión.

Yo tuve la milagrosa fortuna de intuir que mi madre se iba a morir. Pensé ¿Qué cosas todavía no le dije? ¿Qué cosas no me quiero guardar? Ella me esperó con los brazos abiertos; conservaba su perspicacia y su lucidez, pero su cuerpo estaba muy dañado. Estaba sola al cuidado de Pocho que arañaba los noventa años. Una vez que definí mi situación habitacional,  emprendí el operativo retorno. Intenté por todos los medios hablar con Valen para explicarle mi decisión. Durante varios fines de semana se negaba a venir a casa ¿Cómo miras a la persona que amas y le dices que es hora de irte? La despedida con mi hijo no pudo ser presencial. Fue por videollamada. Al año siguiente, Valen tuvo que escribir para un ejercicio de literatura del colegio. Me lo envió. Al leer lo que había escrito, juzgué que mi decisión de volver a Mar del Plata no había sido tan equivocada.

Le iba a escribir a mi Papá pero no me animo. Me da vergüenza. Él me contó que hablarle al abuelo le daba como miedito y hablar con la abuela era lo más goood. La abu Beba era re copada. No parecía una abuela. Le iba a escribir a mi Papá pero lo voy a ver en Pascuas. Hay dos días que no hay clases. Antes sabía por qué, cuando iba a catequesis para la primera comunión. Tenía ganas de escribirle a mi Papá para decirle que lloré cuando murió la abuela y el abuelo, pero no me animé. Mi Papá se fue a vivir a Mar del Plata. Corte que llegó, al toque se enfermaron y se murieron doce días después. Mi Papá dice de memoria como si fuera para una prueba, “llegué el domingo 25 de abril y murieron el 7 de mayo”. Por suerte que estaba con ellos. Mi Papá no sé cómo hizo pero llamó a la ambulancia y estuvo ahí. Re pro, yo no hubiese sabido qué hacer. No sé, me pongo a gritar. Mi Papá parece fuerte pero yo lo vi llorar. Creo que mi Papá se va a acordar de la abuela Beba y el abuelo Pocho para siempre. Estoy seguro. Al principio no entendí que se vaya a Mar del Plata pero ahora lo entiendo. Mi Papá, la abuela Beba y el abuelo Pocho eran como una persona. No sé cómo explicarlo, hablaba uno por vez, como si hubiesen practicado antes. Le iba a escribir a mi Papá para decirle que sigo siendo de Chacarita pero me encanta Boca. Ahora me di cuenta que me gusta más, pero no dejé de ser de Chaca. Yo pensé que a mi Papá le gustaría que sea sólo de Chaca, pero me dijo que le encanta que comparta la pasión con mami. Mi Mamá es más fanática de Boca que mi Papá de Chacarita. Mi Mamá me llevó a la cancha a ver a Chaca contra San Martín de San Juan. Se puso una gorra que dice “Dale Funebre”. Yo sé que lo hace por mí. Creo que mi Mamá y mi Papá hablaron en el colegio para me cambien del A al B. Lo hicieron juntos. Ahora estoy con mis amigos en la misma división. Es re pro que Mami, que es una genia y Papi también hagan cosas juntos. Me gustaría que cómo fuera con la abuela y el abuelo, mi Mamá y mi Papá sean como una sola persona. Re cool. ¡Es como juntar las gemas para crear un Thanos bueno y re poderoso! Le iba a escribir a mi Papá pero me da un poco de vergüenza porque él es periodista. Pero también juega a la pelota y yo ahora juego en Deportivo Italiano. Mi Papá antes corría más, desde que el pelo se le empezó a poner gris clarito le cuesta. En el último viaje se puso más blanco. ¿Querrá tener el pelo como el abuelo? El no decide el color. Mi Papá tiene amigas y amigos. Mecha es su vecina. Era amiga de la abuela Beba. A mi quiere como un nieto y a Papá como un hijo. Mi Papá me habló de Mecha en el viaje a Mardel. Papá tiene como algo para contar, no sé. Me gustaría que sea el profesor de las materias aburridas. Papá me dice que fue a comprar y parece todo como un cuento. Mueve las manos y se re concentra. Mal. A mí me gustaría que en la radio sea más como es en casa. Mi Papá estudia como si fuera una prueba. Le gusta ir a la radio. Invita gente y siempre van. Nadie falta. Eso está re bueno porque cuando festeje su cumple y si van todos lo que fueron al programa sería una fiesta re godd. Me gustaría escribirle a mi Papá pero empecé un nuevo comic de “Somos Quintillizas”. Una serie de manga de Negi Haruba. Esta re bueno, muuuy goooddd. Yo entiendo lo que es perder a la mamá. Futarō Uesugi es el protagonista del manga y su mamá murió también. Le voy a contar a mi Papá sobre Ichika, Nino, Miku, Yotsuba e Itsuki. Como no me animo a escribirle, capaz con el manga le puedo decir de alguna forma que yo también extraño mucho al abuelo Pocho y a la abuela Beba.

En nuestros habituales encuentros en el horario de la merienda, entre té de durazno y filosofía para Dummies, le conté a Mecha que se cumplieron tres años de mi llegada. Ella me dijo — No sé si va ser tu lugar pero yo agradezco tu decisión. Cuando llegué lo primero que me llamó la atención fue mi mamá. Ella misma se había cambiado el color del pelo. Parecía la Beba de fin de siglo. Hay gente que calcula las épocas por mundiales, yo los mido por salida de discos. Mi mamá tenía esa tonalidad matizada por un color chocolate entre la salida «Narigón del siglo» y «Rey sol» de Páez. 

Es bravo, ahí donde la toques, la memoria duele. Pocho me esperaba con un platazo cocinado todo por él: osobuco, papas, batatas, calabaza y choclos. Él sabía que con mi llegada tendría un compañero para comentar a dúo: — otra vez perdió Chacarita — sin sentirse tan solo y tantear las peras maduras en la verdulería de la calle Las Heras para que mi mamá no lo haga ir dos veces. Pocho me decía  — ¡Lo horrible que es extrañar tu propia energía!  — Y continuaba —  Ves a River y no podes creer que Chacarita juegue al mismo deporte.

El descenso de Chaca era una posibilidad, los más pesimistas me decían “el descenso está al caer”. Al caer estaba yo. Perder a alguien que amas es alterar tu vida para siempre. Y no lo superas, porque es la persona que más querés. El sufrimiento acaba, llega gente nueva, pero la rendija nunca se cierra. Este cachetazo no me la esperaba. Los dos juntos y el mismo día. Es extraño, la disección no se ve pero se siente. El duelo no te cambia, te revela. Quedé rengueando y sostenido por un jenga de madera mojada. Si lo veo bien me pasaron más cosas buenas que malas. Sólo que a las malas le doy más importancia. Hace tres años salía hacia Mar del Plata con la ilusión de volver a empezar. Regresaba en búsqueda de la mejor compañía, de la poesía, del candor, de los pucheros, del mar, la radio y la magia, ¿valió la pena? Yo creo que sí. El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro. Perdí parte de mi vida. No es una metáfora, literalmente se llevaron recuerdos, nombres, secretos de familia, charlas, recetas, llamadas de teléfono sin motivos. En algún lugar de la voluntad se extienden los desiertos de la pérdida, de la adversidad efervescente; hace tres años conquistaba el barrio Stella Maris con la última expresión de pibe ingenuo que se esfumó como huellas en la nieve.






21 de agosto de 2023

LLAMEN A JOE






Lo primero que hicimos cuando se levantó el impedimento de contacto fue ir al cine. Una de las películas que más disfrutamos fue “Intensamente”. La historia se centra en Riley, una nena de 11 años. La verdadera historia tiene lugar en el interior de Riley y los protagonistas son sus emociones.

Bing Bong, es el personaje que más nos impactó del film. Un especie de Largirucho lisérgico proscripto de Sunny Side. Bing Bong corre el velo de un mundo onírico más próximo a una ciudad ingeniada por Onetti que a los Disney Animation Studios.

Visitaba a Valen en la casa de su mamá. Desplegaba con impericia una veta de animador que de haber vivido con él no hubiese desarrollado. Llevaba globos. Como para economizar resolví comprar una bolsa de cincuenta unidades. Al poco tiempo, como si nell'oscurità rastreara mi táctica, las visitas empezaron a suspenderse. Broncoespamos primero, otitis repetidas después, fraguaron lo acordado. Con treinta y pocos y una certeza de condenado, como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido. Escuché la voz de Acavallo apuntando a mis oídos: "No bajes los brazos, pendejo!" Una proclama alcanzó para arrancar y desarrollar destrezas inimaginables: Imitar voces, hacer títeres con las manos, inventar canciones, cosas que requerían de más imaginación que dinero. Valen, chocho.

El gordo Ozzy me dijo en un asado en la casa de Victor: "Vos a tu pibe lo tenes que ver sin la mirada de nadie. Llamá a Joe, hablá con él de parte mía" Lo llamé y cuando nombré al gordo Ozzy se me abrieron las puertas del estudio de punta a punta, nunca hablamos de plata. Allí comenzaba la historia, el rock estaba a punto de sacarme del fango.

Joe Stefanolo se convirtió en los años 90 en el letrado elegido por las estrellas del rock argentino para que los representara en algún litigio. Su estilo tan particular y su cabellera al viento, remitían más a un hombre de la música que un abogado penalista, su verdadera profesión. Los medios lo tomaron como un personaje digno de resaltar y y hoy es homenajeado en este documental como uno de los hombres más relevantes dentro de la justicia.

Luego de varios escritos, Joe logró que saltemos de un espacio abotonado, a un lugar abierto. Así fue que llegué al YMCA ¿Asociación Cristiana de Jóvenes? Tenía sesenta minutos para desplegar mi número y captar la atención de Valentino de tan solo un año y siete meses. Un bebé que solo miraba y sonreía. Miradas tan potentes como piadosas que consiguieron que la pesadilla sea más llevadera.


VOCES COMO ECOS

En una semana era la atracción de los más chiquitos mientras sus hermanos mayores realizaban sus actividades. Un grupo de tres nenes y una nena visitaban la escalera que utilizaba de escenario. De un martes para un jueves mi público se redujo. Al parecer, un padre me escuchó al ingresar cuando le decía al personal de seguridad que venía por un régimen de visita determinado por un juzgado civil. A partir de ese día podía ir solo a la cancha de once. Rafa Nadal diría "es una superficie difícil porque no juego muy a menudo en césped..."

Había un detalle al que no había reparado. Los globos explotaban al hocicar el pasto. Valen se asustaba y lloraba. Su mamá al escucharlo arribaba como un relámpago. Tenían una excusa inmejorable para decretar el fin de la visita.

En la parada del colectivo me crucé con el hombre de seguridad que salía del club luego de cumplir su turno. Un tipo curtido, cara indiada y mirada de haber visto más de lo podría contar. Al verme cabizbajo me brindó un dato:

— ¿Conoces los globos perlados?

— No.

— Son más duros y no se pinchan en el pasto.

¡Datazo!

Los busqué y camino a la parada di con una librería. Tenían globos perlados color verde musgo y rosa chicle. Eran caros. Tomaba dos los martes y dos los jueves. No sea cosa que comprara demás y las visitas también se picaran. El solo hecho de verlos desinflados sobre la mesa del comedor era suficiente para desplomarme.

 

Diez años después

 

El miércoles pasado, al finalizar la práctica, estábamos con Valen y algunos compañeros de fútbol en la playa de estacionamiento del club. Amparo, mamá de Iker, propuso reunirnos en su casa quinta y brindar por fin de año.

—Es una casa muy grande, tiene pileta.

—¡Qué bueno!— dijeron los nenes.

—Suele contarse la luz y hay poca señal de internet — dijo por lo bajo.

—¡Sin internet! ¡Sin luz!, ¿qué vamos a hacer? — dijo Valen.

— Jugamos a la pelota — agregó Iker.

— Mi papá… — comenzó Valentino.

—Tu papá ¿qué?— lo toreó Iker.

Valentino me buscó con la mirada. Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro. Bajé la cabeza como perro sin dueño. Juzgué que sus compañeros iban a desairar su acotación.

Efectivamente, al salir, Valen me reveló lo que yo imaginaba: Iba exponer que nosotros podemos divertirnos sin luz, inventar cuentos, imitar voces, jugar con globos.

— Mi papá… ¡Conoce... sabe de un lugar con wifi! ¿no, pa?

—Sí, sí — dije para no dejarlo expuesto y vislumbré como nuestro Bing Bong se fundía sobre la Platea Sur con vista a la 1.11.14.

13 de julio de 2023

ENVIDIA CON AUREOLA


Mariano de la Fuente fue jugador de fútbol profesional del ascenso. Es entrenador,  periodista e hincha de San Lorenzo de Almagro. Mariano fue invitado a «El Loco y el Cuerdo». El programa es emitido por YouTube y lo conduce el periodista partidario Flavio Azzaro y Andrés Ducatenzeiler ex presidente de Independiente. Ambos desarrollan entregas de hasta seis horas con una dinámica que muchos guionistas envidiarían en esta versión 2.0 de Borges y Álvarez. 

Lejos de analizar en detalle la charla con el protagonista me voy a detener en un dato: El padre de Ducatenzeiler era hincha de San Lorenzo. Es allí donde el ex presidente del rojo linkea con su propia infancia. Un registro de Duca tan personal y cercano que cuando lo tantea, conmueve. Ese clímax en muchas oportunidades es cercenado por su compañero de conducción. ¿El motivo? Trataré de develarlo.

 

EL CORÁN

Termino de ver la entrega número 73 de un programa deportivo donde predomina el análisis del fútbol local, donde la citas a San Lorenzo son contadas y esquivas. Es curioso cómo se soslaya la campaña del plantel dirigido por Darío "Gallego" Insua condicionado por lesiones y ventas de jugadores en pleno torneo. Cabe destacar que el equipo del Gallego escoltó al puntero durante gran parte del campeonato. “A San Lorenzo ni lo miro, me aburre” dice el conductor con una inflexión poco profesional.

Todas las semanas me llegan las notificaciones de las reacciones en su canal de YouTube. Los partidos que juega Racing Club de Avellaneda son su prioridad, es lógico, es su equipo. El partido San Lorenzo versus River no tuvo reacción, fue ignorado. En el Corán no hay camellos, decía Borges, haciendo alusión que lo obvio no se nombra. ¿Será este el caso?

Flavio es fanático de Racing Club y como tal quiere que Independiente, River y ¿Boca? pierdan. Sin embargo, percibo que hay algo de animosidad con San Lorenzo. En esta entrega que se emite los lunes y jueves, Azzaro no disimula sus celos por la pasión azulgrana. No lo veo encolerizarse así con otros colores.

 

LLORONES

“Son llorones y tienen culo” dice de San Lorenzo. Para el conductor de «El Loco y el Cuerdo» el Ciclón se reduce a un club que llora, pide, reclama y tiene culo. Una definición más cercana a un bebé recién nacido que a un club que se fundó hace 115 años. Una institución con una hinchada incomparable, un club desmantelado que renació de sus cenizas por sus hinchas, que lejos de llorar alentaron y acompañaron a los Matadores en la B como pocos equipos en la historia. Para algún distraído, San Lorenzo hace más de cuarenta años fue despojado de su casa; descendió y volvió con más ímpetu que nunca. Para San Lorenzo la B no fue una desgracia, fue un envión.


Donde hay rencor hay recuerdos. 

Más allá de lo deportivo entiendo que la sombra del gerenciamiento y los procesos políticos en el fútbol de Racing lo marcaron a fuego al ganador del nativo digital por su labor como periodista deportivo. Mi intención no es que Flavio hable de San Lorenzo, es evidente que el periodista albiceleste no reaccionará sobre la táctica o la performance del equipo de Insua así juegue como él deseé. Por otro lado, no estaría mal que le ceda a su compañero de ruta diez minutos para solazar sobre el recuerdo de su padre y su hermano fanáticos del Ciclón teniendo en cuenta que cada emisión promedia las seis horas largas. Entiendo que las palabras de Ducatenzeiler (último presidente campeón del club de Avellaneda) recordando a su familia azulgrana no le cambiará la ecuación ni desmonetizará el canal al comunicador que considera que el album Vodoo Lounge (1994) es el mejor disco de la carrera los Rolling Stones ignorando obras maestras como "Beggars Banquet" (1968), "Let it bleed" (1969), "Sticky Fingers" (1971) o "Exile on main strait" (1972). Es curioso, para el ex conductor de «Futbol al Horno» los discos se destacan uno sobre otros a partir de su propia línea de tiempo. Me cuesta creer que tenga un criterio diferente para con el futbol, el arte y la historia.

 

DAVOO

El pensamiento aleatorio de Flavio cada vez que se habla de San Lorenzo arroja frases inconscientes que traen más de lo que se dice: “a estos cuervos no lograron doblegarlos, a nosotros sí”. Pensaba en Davoo Xeneixe, uno de los streamers más reconocidos de la Argentina. Cuenta con más de 1.000.000 seguidores en sus perfiles. Es vehemente con quienes critican a  Juan Riquelme. Román es su Dios, sin embargo confesó que de no ser de Boca seria de San Lorenzo. Me pregunto ¿Le pasará lo mismo al ex “Polémica en el Bar” tan afín al último 10 del club de la Rivera? ¿Le hubiese gustado nacer en una familia cuerva?


NAPOLEON 

En estos tiempos de dictadura pragmatista, Mariano de la Fuente se plantó en una parada difícil como un fiel exponente del ciclón, del último bohemio de la poesía tablonera. El ex Director Técnico de J.J. Urquiza defendió su postura ante un showman diestro en la reyerta futbolera que tuvo la gentileza de invitarlo a su programa (a pesar del desaire). Qué triste es ver a alguien con tanta llegada con una actitud tan subjetiva e infantil. Como decía Napoleón (que nació y murió antes de Flavio Azzaro), la indignación moral no es más que envidia con aureola. ¡Aguante el Ciclón!










17 de junio de 2023

JUGAR CON EL CINCO


El teléfono sonó y me dieron la noticia, ¿Cómo olvidarlo? Lo arbitrario de las fechas es que recrudece el dolor en cada aniversario... ¡Se te extraña gordo!, se extraña tu presencia y tu esencia, tú calma y tú estar.

¡Qué no daría por verte con mi hijo en brazos! Tu abrazo es la brisa que se asoma por la ventana y acaricia sus mejillas tan suaves como el algodón. Sé que estás con él, sé que estás conmigo. Hay momentos del día que siento tu presencia, como un ángel guardián. Me enseñaste a ser perseverante y paciente, ¡el tiempo dirá! decías, ya lo creo. Me educaste a través de tus hechos y no de tus dichos. Hoy estoy rodeado de dichos y pocos hechos. Los de tu generación se van de a poco y a mi -como a muchos otros- nos queda sólo el testimonio de un pasado perfecto.

Gracias por la simpleza. Cada día trato de ser un poco mejor. Es difícil, muchas trabas, con pelota dominada te pegan de atrás. «Tocá de primera, jugá con el cinco, tocá y desmarcate» era el aliento desde el banco. Intento aplicarlo en mi vida, pero en el equipo cada vez quedan menos que juegan de primera y al mirar al banco veo el vacío que dejaste. Pregunto por vos y me dicen que te fuiste al vestuario, otros que miras el partido desde la tribuna. La versión que más me convence es que seguís el partido desde el cielo donde siempre estuviste a pesar de tu excursión por estos barrios.


Cuando me preguntan ¿Qué sos? Respondo: hijo. Yo soy lo soy porque me criaron mi viejo y mi vieja. Pelusa y Maru. Cada uno con su historia. Pero soy eso, soy hijo. En ese lugar me paro siempre.