15 de mayo de 2014

OH, CAROL







Hace unos días sintonicé Carol en Fm rqp en la versión original. Manejar y escuchar música sigue siendo una aventura de placer para mí. Me gusta que me sorprenda una canción en la radio. La canción del viejo Chuck me llevó inmediatamente a los noventa, a una noche en especial: La noche que Chuck Berry tocó en Obras Sanitarias. 
No recuerdo como aterricé a ese recital, pero sé que estuve ahí. Al menos es lo que dicen los testimonios de quienes no volcaron aquella noche. A los diecisiete años, recién llegado del viaje de egresados, mambeado y con el hígado a la miseria iba a donde me llevaban. 
A esa altura de la soiree, ya había escuchado gran parte de la discografía de Berry a través de las versiones de los Beatles y los Stones grabadas en sus primeros simples. Formé parte de un público que sólo escuchaba a rock, intolerante, fanático e irracional. Era capaz de ir a ver a cualquier banda o solista que haya tenido alguna influencia en los chicos malos de Dartford. Dos anécdotas cómo para ilustrar el grado absurda disciplina que reportaba ¡¿vaya a saber a quién?!:
A los quince compré un disco de los Livin Colour al leer una nota en Sí! de Clarín. Los tipos habían sido confirmados como teloneros de los Stones en su gira Steel Wheels/Urban Jungle Tour. Nunca escuché el disco entero del cuarteto, una sola canción. Otra vuelta grabé dos cassettes de los Stone Temple Pilots llevado por el nombre de la banda. ¡Qué cabeza! En realidad no sabía quién carajo eran.
En fin, luego de mi fallida experiencia en Obras y aquella postura kamizake de rocker-taliban, en abril de 2013 fuimos con compañero de ruta, Victor Benitez, a saldar mi deuda. Justo veinte años después. Esa noche de otoño, el músico que inspiró a Keith Richards a tocar la guitarra nos reveló que las agujas del reloj también viran para los rockers. 
A veces las emociones nos juegan una mala pasada. Muchos de nosotros esperamos sus riffs, su paso característico y nos fuimos con la cabeza agachas. El pasito no llegó, sólo turbadamente cuando se dirigió a las escaleras al final del show. Sin embargo, tengo la seguridad que quedará impregnado en mis oídos el sonido de la Gibson acoplando en la velada del Luna Park. 
El paso del pato dio lugar, como la vida misma, al paso del tiempo de manera inquebrantable. Chuck físicamente no puede permanecer vital por siempre pero sí su música y eso, eso es lo importante.