24 de diciembre de 2014

DESEO DE NAVIDAD





La historia se remoza cada año. La canción es la misma. La ciudad amanece en instagram y se apaga en el nuevo Samsung Galaxy. Y siempre están ellos, los sin techo, los outsiders del sistema, los que miran con ojos ensombrecidos de resignación.
Espero que hoy cuando levantemos nuestras copas celebrando la nochebuena, recordemos también que hay mucha infancia dispersa por la calle sin copa y sin esperanza. 
Que el 2015 traiga consigo una sociedad más equilibrada y más igual. Ese es mi deseo para éstas fiestas... ¡Salud!




Llegué al locutorio, el 4G en la ciudad funciona cada vez peor. Pedí una computadora para revisar el correo y salvo una, estaban todas ocupadas. Me ubiqué al lado de dos adolescentes, tendrían entre quince y dieciséis años, y mientras abría la página de yahoo, una de ellas dijo - Che Fla, esto no termina más, hace diez minutos que está descargando el programa.
Pensé “estas computadoras deben ser muy lentas, reviso los asuntos en los correos recibidos y si tarda mucho me voy”, pero la voz de esa chica rebotó en mi cabeza: ¡Diez Minutos! Giré y pude ver la impaciencia en sus rostros y mi necesidad de leer los mails quedó en un segundo plano. Recordé algunas esperas que tuve en mi vida, las que me contaron y las que leí.
Una seguidilla de anécdotas resurgió en mi mente. Como un tranvía descarrilado a toda velocidad me fui de las vías y llegué hasta Fabio, el flaco Fabio y su relato recurrente: cómo desde la ratonera en Malvinas esperaban alguna directiva de sus superiores, mientras escuchaban los estallidos de bombas y el vuelo rasante de los aviones ingleses. Si bien estuvo en las islas sesenta días, describía esos momentos como eternos. Irrumpe otro recuerdo: los ojos vidriosos de papá luego de la derrota de Italo Luder ante Alfonsín. Esa noche escuché por primera vez que tuvieron que tolerar dieciocho años para volver a nombrar a Perón. Hasta acá creí que lo peor que podía esperar era el 91 ramal Sarmiento. El mismo trip me condujo a la imagen de Luisito, que recién pudo conocer a su viejo a los seis años. Esperaba ese día con tantas ansias y yo no podía comprenderlo, creo que ninguno de los pibes de la cuadra entendía su sentimiento. Luisito lo idealizaba, siempre nos decía "Va a ver que cuando vuelva mi papá los va a caga´ a palo".
La última vez que lo vieron por el barrio, fue en los campeonatos Evita de fines de los setenta. Pancho, como le decían, era wing izquierdo, tenía una estilo muy personal. Una mezcla de loco Houseman por la insolencia en su juego y el gringo Scotta por la pegada fornida. Me contó el tío Juanqui que la final del torneo se jugó en La Noria, atrás de las piletas. Un partido chivo entre Las Achiras y Urquiza. Finalizó dos a dos. Luego de un alargue enredado (con el público dentro de la cancha) llegaron los penales. Pancho definió la serie picando la pelota por encima del arquero. Francisco volvió una tarde de Navidad. El mito ya no era aquel wing izquierdo. Era un tipo desairado y de aspecto abandonado. Apareció en un Dodge Polara. Nunca voy a olvidar la cara de ese pibe de seis años; era todo felicidad. Las dos amigas sentadas junto a mi box finalmente lograron descargar el bendito programa. La espera que fue motivo de tanto fastidio e impaciencia llegó a su fin. Pensé: “ellas pueden instalar o desinstalar cuando quieran, en cambio en la vida real no existe el CTRL+Z (Deshacer) y tampoco se puede resetear o reiniciar siempre, hay momentos que cuando se pierden ya no vuelven más”. Comprendí, en ese momento, la angustia de Favio por no recibir una directiva en la ratonera y el desaliento de mi viejo ante una derrota electoral. Pero sobre todo recordé el Dodge Polara con Luisito y su papá, en esa Navidad tan esperada. Ellos dos juntos otra vez. Quizás Pancho no sea el mejor ejemplo para un pibe, quizás no debió picar la pelota sobrando al rival, quizás no debió irse un día para no volver. Las viejas del barrio siempre cuentan muchas historias poco verosímiles alrededor del padre de mi amigo de la infancia. No lo sé. Lo que sí sé es que fue el mejor regalo para Luisito en la navidad de 1987.

 


SE VOS ( NO MÁS )












17 de diciembre de 2014

MARCAS INCIPIENTES




Julián no quiere a Joss Stone. Dice que es mi novia porque escucho sus discos. También escucho a Etta James, Mercedes Sosa y Janis Joplin. Pero el problema es con la buena de Stone. Joss es una verdadera soulera que rejuveneció el género más viejo del pop. Su album The Soul Sessions es uno de mis favoritos.
Un sábado a la mañana, mientras mi hijo jugaba con unos lápices, sonaba Joss Stone en el equipo de audio. Acomodaba acá y allá y me topé con la portada del CD arriba del lavarropas toda pintarrajeada con un garabato. Un deja vu me trajo el arte de tapa de un álbum de Julio Iglesias. El cantante personificaba para mis cortos cuatro años, un contendiente directo de mi papá. Era el hombre por el cual suspiraba mi mamá. Sus discos eran una amenaza para mí. Mamá tenía varios vinilos del madrileño y según lo que me cuentan, mis trazos iniciales quedaron inmortalizados sobre la carátula de su LP El amor.

De alguna manera, mis lápices eran como espadas y esas líneas que esgrimía sobre la portada eran el golpe infalible para alejarlo del combinado, de mi casa y sobre todo de mamá.
El día que mi hermana (que vivía aún en casa de mis viejos) preparaba su mudanza, pude reencontrarme con un montículo de discos amontonados en una mesa.
Mezclado entre los vinilos de Cafrune, Los Chalchaleros y Pimpinela, había uno de Julio Iglesias sin la tapa. Sin saberlo había cumplido mi objetivo. Su música seguía allí, su rostro con esa sonrisa de publicidad de dentífrico ya no estaba.

Hace unos días oí en la radio una versión de Iván Noble del tema "Me olvidé de vivir". Resignifiqué su música y agudicé el oído. La letra me llegó de otra manera y deduje que detrás de ese bosquejo irregular y anárquico de mis cuatro años no sólo había matizado mis incipientes trazos, se manifestó el niño a través del complejo de Edipo. Fue una expresión inaugural y comprendí que el cantautor que recibió el Guinness al artista latino que más vinilos y cassettes ha vendido en el mundo, no solo era una fotografía.
Concebí que una canción de Julio Iglesias condensa gran parte de lo que siento hoy, de lo que vivo hoy.
Aquel sábado por la mañana mientras observaba cómo el rostro de Joss Stone se desdibujaba entre los crayones y las fibras en manos de Julián sentí la necesidad de advertirle que eso "no se hace". Imponer autoridad, ser el padre correcto que pone los puntos para el aplauso de los mandatos. Sin embargo el pibe de cuatro años que fui pidió pista. Le alcanzó la tijera al de seis para comenzar a recortar, luego pegar y armar un collage. Nos reímos tirados en el piso mientras sonaba Joss y por la ventana se asomó un rayito de soul.





“De tanto fracasos, de tantos intentos. 
Por querer descubrir cada día algo nuevo…
Me olvidé de vivir”