22 de septiembre de 2022

THE CRYSTAL SHIP

 

Antonio Machado trazó en un línea “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” y aquel que recorrió años erráticos entre pensiones cuartos de hotel mirando Crónica TV sin volumen, apurando una cerveza tibia, podría entender al poeta oriundo de Sevilla.

Cuando trabajé como periodista parlamentario en el Congreso me decían: sultano reporta a mengano pero tiene "puerto" en perengano. Hoy, lejos de los pasillos del palacio, juzgo que un puerto es morada encantadora para un alma cansada de las luchas de la vida. 

Vuelvo al puerto de Mar del Plata, hace 100 años se encendía el motor de la ciudad. El movimiento de ascenso y descenso del nivel del mar continúa en marcha. Lo contrario al agua estancada. El agua del océano se agita, nos sacude, nos interpela en invierno, nos activa en verano. Por eso, cuándo nos quedamos solos, ante la quietud, ante un corazón que deja de latir, las olas se siguen allí, moviéndose. Por eso visito a los lobos marinos en su hábitat, un emblema que se mueve en oposición a los lobos solidificados de la Bristol. 

Mi madre me inclinó a regresar a la Feliz. Mientras acondicionaba mis enseres ella se tomó un buque sin boleto de regreso. Ella siempre volvía, ella siempre pegaba la vuelta. 

Tengo la esperanza que de tanto comerme con la vista el mar ella aflorará en el horizonte. “Estas en el borde del continente” me dice Camilo. Es cierto, el poeta siempre acuna una verdad.

Mi primer juguete fue un barco de papel. Un galeón que abordaba el cordón del pasaje Púan hasta disipar su travesía en el sumidero de la calle asfaltada. Me gustaría regresar embutido en la pluma de Melville al barco ballenero comandado por el capitán Ahab, atrapar a Moby Dick, sin importar la suerte que pueda correr mi pierna.



BARCOS INALCANZABLES

El barco pirata de los Playmobil fue el viaje a Disney de la primavera alfonsinista. Puerto se llamaba el boliche Chiclana y Pirovano dónde ella me miraba, yo la miraba y hasta que un día nos miramos al mismo tiempo.

A poco menos de un mes de la celebración de “Marea Puerto”, a 100 años del primer desembarcó en el Puerto de Mar del Plata, tiramos nuestras anclas para detenernos a pensar ¿Quién desembarcó primero? ¿Qué hecho fundó lo que somos?, ¿los linajes o los caídos?

Un barco encallado es un buque que no navega. Hoy, si me quitaran el aire no solo no podría respirar, si me quitan el micrófono permanecería zozobrando un nuevo feriado marcado en el almanaque. 

Vivimos en una era inalámbrica, los responsables de que tengamos Internet en casa siguen siendo más de 1.000 millones de metros de cable submarino. Sí, estamos hipercomunicados. Sin embargo, al pensar en tantos cables bajo el mar, cavilaba sobre la conversación entre tres tripulantes de la embarcación a mar abierto en la película Tiburón. Uno de los momentos más extraordinarios de la historia del cine. El peligro acechaba debajo de la barca y ellos discutían de chucherías.

La embarcación no era lo convenientemente fuerte. El personaje interpretado por Robert Shaw finalmente fue devorado por el tiburón. Esa escena custodió mis noches desde el año 1984 hasta estos días. El implacable cazador de tiburones Sam Quint acabó con el escualo que amenazaba las costas que terminó con su vida también. Sus compañeros de aventura, Martin Brody y Matt Hooper tenían una familia que los esperaba. Al navegante experimentado lo aguardaba la confusión, una cerveza tibia, el fulgor de un televisor sin volumen y un colchón sin frazadas. De esto se trata, que alguien nos espere. 

Anoche, mientras el sueño oponía resistencia repasaba pensamientos aleatorios y llegué a la conclusión que desembarcar y hundir los pies en la arena para perderme en la belleza del océano; eso es ser libre. Hace 100 años y ahora también.












11 de septiembre de 2022

PALABRAS HABITUALES


"Toda mi vida aspiré a inventar un género que tuviera algo de ensayo y algo de cuento, algo de poema y algo de confesión, más o menos breve y muy libre, en tono aparentemente melancólico pero envuelto en ligero humor, recurriendo a citas de conocidos y desconocidos que existieron en la realidad o no, con un estilo perfecto pero que no se note o que incluso parezca descuidado, como redactado por alguien que lo hiciera para cumplir un requisito que no puede eludir. Borges lo definió a su manera: "Preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas, intercalar en un relato rasgos circunstanciales, simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es, narrar los hechos como si no se los entendiera del todo, recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encargará de abolirlas"

 


     Una suerte de manifiesto de Augusto Monterroso citado por Juan Forn


4 de septiembre de 2022

EL LLANERO SOLITARIO




Hace 123 años nacía un niño que al crecer se amparó en los libros de la biblioteca de su padre como su verdadero hogar, su efectivo refugio. Un chico que se destacó en la escritura ante la admiración de Guillermo, su papá y Leonor, su mamá. 

A partir de lo que leo en el timeline de facebook hay muchísima más gente que escribe que la que lee. En palabras de Alejandro Dolina, vivimos una era con más críticos de tango que bandoneonistas.

La vidriera virtual, a priori generosa, nos permite mostrar nuestros dones sin pagar peaje. Donde quebrantan los profesores con su voz firme “¡no, mira, esto no está bien”

Traigo en este pensamiento una mala noticia, no todos podemos pintar como Picasso o escribir como Borges. Aceptarlo también es una virtud. Lo vemos cada fin de semana: un estadio repleto con 60.000 personas mirando un deporte que juegan 22. No alcanza con el talento, hay que acompañarlo con trabajo y no alcanza con solo el trabajo, falta ese no sé qué, que es lo más importante.

Hoy quería poner el foco en el niño Jorge Luis Borges, en la relación con Leonor Acevedo, esa mujer que de alguna manera tuvo una vinculo simbiótico con Georgie (como ella le decía) que falleció cuando Borges tenía 76 años. La mujer que lo ayudó a escribir el final del cuento La intrusa. 

Hablando de finales, quizás no haya sido la ceguera lo que dejó aturdido a Borges sino la perdida de la mujer más importante de su vida. Basta leer el "Libro de Arena" de ese mismo año, 1975, para vislumbrar una prosa más accesible en cuentos como El otro o Ulrica.

Cuando Borges perdió a su madre sobrellevó una gran perdida y nosotros, como lectores, ganamos en la lectura de poesías que Borges escribió hasta su muerte. Poemas a corazón abierto como "El amenazado", "1964", "El enamorado", "Las causas", "Lo perdido" y "Ausencia". Georgie se mostró menos y se expuso más.

Si bien en la década del 40 Borges desplegó toda su potencia narrativa en cuentos como “El Jardín de los senderos que se bifurcan”, “El Aleph” o “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” hoy prefiero detenerme el Borges de la pérdida, el que se quedó en penumbras. Un oscurecer imperecedero y sin Leonor.

En definitiva, en su puesto de director en la Biblioteca Nacional por un lado o la humillación de haber sido Inspector de aves, conejos y huevos; el escritor que no ganó el premio Nobel. El que compartió un premio con Beckett y el Cervantes con un ignoto Gerardo Diego que se nutrió de las librerías de Avenida Corrientes y como un niño que se entretiene con la plastilina. 

Al final del camino nos confirió una frase como una flecha: He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.

Lejos de analizar su retórica, así como nosotros queríamos ser vaqueros, Borges quería ser un cuchillero de los arrabales porteños de fines del siglo XIX. No para lapidar a otros sino para sentirse fuerte y vigoroso. El cuchillo fue su pluma y en esa pluma encontró su estilo y su forma de ver el mundo.


CEGUERA

En el año 53 perdió la vista y devino en un conferencista de pequeños teatros, no cómo podría ser Darío Z o Gabriel Rolón. Un conferencista que recorría Pehuajó o Chivilcoy y hablaba para 10 o 15 personas sobre Chesterton, Byron o Schopenhauer.

Jorge Luis Borges nació hace 123 años y se adelantó un siglo. Adjetivó como nadie y nos engatusó como pocos. Borges nos inspiró a leer autores desconocidos y nos hizo sentir que no estábamos solos en esto de refugiarse en los libros ante la amenaza del mundo. 

Borges afincado en Buenos Aires, en la calle Maipú 994 6° B atendía el mismo el teléfono e invitaba a su casa a periodista prestigiosos y estudiantes de periodismo a quienes le daba una nota con el mismo trato, el mismo respeto.

Borges fue políticamente un conservador, un intelectual reaccionario pero poéticamente fue un revolucionario. Un niño de Buenos Aires que encontró en los libros su juguete que timó con maestría a los lectores desplegando historias apócrifas, como si tuviera accedo a google en 1940.

Borges vivió los últimos 40 años de su vida en la penumbra, en horas sin sombra y sin embargo iluminó a quienes lo leían, lo querían y lo envolvieron de ternura a través de la lectura de sus relatos.