-¡Qué linda pendeja!- me dijo Richard al salir de su
oficina–. Esta clienta no tiene un mango pero la atiendo igual. ¿Viste lo que
es?
- Sí, la verdad que es hermosa. ¿Sabés a quién me hace
acordar?.
-No, ni idea.
-A Selva, Richard. A Selva del Condon Clú.
-No podés... No podés acordarte de esa mina, Abelito.
-¡Cómo no me voy a acordar, doc! Si era un bombón.
-Dale, dale Abel. ¿Me esperás dos segundos que tengo
un cliente más y vamos, sí?
Selva era preciosa. Una noche de lluvia en la puerta
de la Federación de Box decidí encararla. En la charla, Selva me contó que vivía en una pensión. Se
había ido de la casa del padre cuando tenía catorce años. El viejo la cagaba a
palos. Me dijo que no le diera bola, que había fumado mucho.
-Mirá, yo pensé en pegarme un viaje... Lo pensé posta,
boludo... Y en un tiro escuché una canción en la radio ¿entendés?, ¡y ya loco!
me quise quedar un toque más, ¿entendés?, un toque – me dijo Selva como
deletreando sus palabras.
Tarareó la melodía del tema, afinaba muy bien. Me
sorprendí al escucharla.
Nos vimos dos veces en la semana. Un día lunes en el hotel de la calle Yerbal donde me hacían una rebaja y nuestro segundo encuentro, creo que fue un jueves, en su casa de Barracas. Tenía dos perritas. La más chiquita se había encariñado conmigo. Se llamaba Joni, como Joni Mitchell.
Nos vimos dos veces en la semana. Un día lunes en el hotel de la calle Yerbal donde me hacían una rebaja y nuestro segundo encuentro, creo que fue un jueves, en su casa de Barracas. Tenía dos perritas. La más chiquita se había encariñado conmigo. Se llamaba Joni, como Joni Mitchell.
Selva preparó la mesa y cenamos sin hablar. Pasamos al
living y la charla comenzó con total naturalidad. Me acuerdo que sus piernas
contrastaban con el sofá color ladrillo. Paseamos por muchos temas. La música
notoriamente, la política, la literatura... Cuando llegamos a la Revolución
Cubana surgió alguna que otra polémica. Teníamos dos o tres tópicos en los que
solíamos discrepar. Salteamos el postre y un café doble bajó los decibeles. La
púa del disco se detuvo y el silencio no estuvo nada mal. Busqué mirarla pero
no lo logré. Parpadeaba muy seguido al hablar, estaba tan sumergida en sus
pensamientos que ya no le interesaba el interlocutor. Cuando los párpados
recuperaban su ritmo natural, sus ojos se apesadumbraban. Pasamos la noche
juntos y quedamos en vernos el sábado siguiente en el Viejo Correo. Ella no
fue, nadie supo decirme dónde estaba o no quisieron decirme.
-¿Me aguantás un segundo, Abel? Atiendo a este pesado
y vamos a buscar a los nenes, ¿dale?
Richard es colega. Fanático de San Lorenzo como yo. Lo conozco de la adolescencia. Tiene
su propio estudio y le va muy bien. Además es el papá de Lautaro, el mejor
amigo de mi hijo Bernabé.
-Listo, Richard. Dale tranqui mientras reviso los
mails.
Me senté en uno de los sillones del estudio. Fingí
mirar mi celular pero no podía dejar de pensar en Selva. Me acuerdo que la mina paraba
con unos pibes de la hinchada de Huracán en un nudo del barrio Espora. Los
quemeros no veían con buenos ojos a los que les zarpaban minitas de su banda.
Yo era un pichón de burgués, jugando a ser rocker. De excursión por la vida
marginal de los sin jopo en el auge del uno a uno. Ella vivía de lunes a lunes
de gira, sin preocuparse por nada. Me contaron que una noche en la villa de
Cobo le tocó perder.
Busqué en mi iphone la canción, la que tarareó Selva
en la Federación de Box.
Me puse los auriculares y decidí dejarla un toque nomás... Sólo un toque como ella decía. El fraseo de Joni Mitchell me trasladó a esa noche de lluvia cuando la conocí. Entendí que ahí, en la calle, sentados en el cordón, mojados, sin sillas ni manteles, me sentía vivo, sin la necesidad de caerle bien a nadie. Era el que quería ser, tomando un vino con una mujer que escupía su verdad y me invitaba a patear tableros. Selva era de esas mujeres que se van sin despedirse y nos dejan rengos de buenos momentos entre tanta gente sin swing.
Me puse los auriculares y decidí dejarla un toque nomás... Sólo un toque como ella decía. El fraseo de Joni Mitchell me trasladó a esa noche de lluvia cuando la conocí. Entendí que ahí, en la calle, sentados en el cordón, mojados, sin sillas ni manteles, me sentía vivo, sin la necesidad de caerle bien a nadie. Era el que quería ser, tomando un vino con una mujer que escupía su verdad y me invitaba a patear tableros. Selva era de esas mujeres que se van sin despedirse y nos dejan rengos de buenos momentos entre tanta gente sin swing.
Richard salió de su oficina y mientras despedía a su
último cliente del día, miraba su celular con mucha ansiedad.
-Bueno señor, quédese tranquilo. Mi socio va a llevar
su caso, ¿eh?. Es lo mejor que tenemos en el estudio en materia de Derecho
Penal. Un jurista prestigioso, no se preocupe. Hasta luego.
- Vamos Richard, los chicos ya salieron del club– le
dije mientras cerraba su oficina.
- ¿Qué hora es? ¡Uh, no! Se me hizo tardísimo. ¿Te
puedo pedir un favor? ¿Podes ir vos por los chicos? Estoy hasta las manos.
-Pero, ¿por qué? ¿Qué te pasó?
-Me olvidé que tengo que ir a buscar a Yazmín.
- ¿Yaz qué?
- Yazmín. Es una pendeja de un juzgado que conocí ayer. ¡No sabés lo que es! Un caramelo.
- ¿Yaz qué?
- Yazmín. Es una pendeja de un juzgado que conocí ayer. ¡No sabés lo que es! Un caramelo.
-¿Y qué le digo a Silvia?- le pregunté.
-Sos mi amigo, ¿no? Inventate algo, que sé yo. Che, ¿sabés
qué estaba pensando…? Tenés razón, la clienta de hoy se parece mucho a Selva. Te
conté, ¿no?
-¿Qué cosa?
-Ah, ¿no te conté, Abelito?. Ella estaba enamorada de
mí. Cuando se fue a vivir a Córdoba me pidió que no te dijera nada. Hizo trascender
ese episodio de la villa y todo eso para que no la busques.
-Richard, la puta madre que te parió. Vos sabías y no
me dijiste nada. Yo la quería en serio.
-"La quería en seerio". Vamos, pasaron veinte años, Abel. Dale, dale. Dale que los
pibes se preocupan. La histérica de Silvia empieza a mandarme wassapp.
Solucioname este quilombo, por favor. ¿Puedo confiar en vos? Hoy por mí. Mañana
por ti ¿no?... Hola, ¿hola? ¡hola!, ¿Yazmín? Sí princesa…, sí, sí, tuve un quilombito... Estoy a cinco cuadras.
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