Escribí muchas veces sobre ella,
muchas. Sobrio, triste, alegre… Totalmente en ebrio, con una letra
indescifrable. Borradores que vaya a saber dónde quedaron. Escribí sobre ella
siempre que pude.
No sé si es literatura, verdad o
ficción. Poco importa eso ahora. Me gustaría saber en qué anda. Me gustaría
saber cómo está su cutis, si ya aparecieron las primeras arrugas en el filo de
los ojos. Si los párpados bajaron dando ese atisbo maduro, sagaz. Me gustaría
saber cómo mira cuando ve algo que le agrada. ¿Cómo me hubiese gustado que me
mire ahora? ¿Le gustara ver lo que soy?
¿Seguirá desayunando Nesquik?
¿Le temblarán las piernas cuando ve
un tiburón? ¿Seguirá tan hermosa?
¿Olerá como olía? ¿Cómo tomó el nuevo milenio? ¿La tecnología la habrá deslumbrado?
Quiero un DeLorean al llamar al Uber
para volver a verla. Ahora sé que la quise, que la adoraba.
Yo no renuncio a no verla más. No,
no. Voy a volver a verla, a los ojos, frente a frente. Necesito saber qué ve.
Porque si lo que ve no le gusta, tendré que reformular todo. La puta madre,
¿Por qué carajo hacemos las cosas para que nos aprueben? ¿Quién sos? ¡Me sale
así! ¡No me cagues más a pedo! Cuánto talento desperdiciado por un reto a
destiempo. Una maldita corrección puede dejarnos sin grandes artistas. Vamos a
volver a empezar. ¿No será tarde? No, llegaremos a tiempo. No podemos renunciar
a nada; sólo permutamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en
realidad un sustituto. Cuando el adulto deja de jugar, sólo resigna la obsesión
en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea. Construimos castillos en el
aire, creamos sueños diurnos. La mayoría de nosotros creamos fantasías en
ciertas épocas de nuestra vida.
Yo que me vi trepando por el caballo gris despintado de la calesita de Sarmiento. Yo quería sacar la sortija, girar y girar. Maniobrar un Ford Gran Torino como Hutch, pitar un faso como el «El Rafa» y dejarme crecer el pelo. Me siento estafado. ¿Dónde se puede reclamar? ¡Señores de la Dirección General de Defensa al Consumidor quiero regresar a ser niño y fantasear con ser mayor! Los adultos parecían felices, che. Nunca volví a ser feliz como cuando tenía nueve años, esperaba los dibujitos de las cinco y escuchaba por la ventana "hay orégano, comino, ají molido, pimienta y pimentón... hay orégano, comino..."
La vida debería empezar al revés y dejar la niñez para el final. Quiero que reaparezca mi viejo por la puerta de “El Ideal”. Degustar una porción de muzzarella en La Roldana después de la práctica y caminar por Chilavert a tomar el 80. No interesaba cuanto haya que esperarlo si estaba con mi viejo. No quería ir en auto. Íbamos juntos, le contaba todo mi día en el colegio con lujo de detalles. ¡Me sentía tan cuidado, tan mimado! Nada me iba a pasar, nada. Papá estiraba la mano con el poder de Grayskull de un colorado corto y paraba el bondi. Esos quince minutos de viaje eran nuestros.
Vi una chica preciosa, me dió vergüenza cuando la morocha presintió que busqué pasar por delante de ella sin porqués. Recordé lo hermoso que es estar enamorado; cuando estuve aferrado por el hechizo de la sonrisa de una mujer pude olvidarme de la muerte. Solo cuando estuve enamorado mi vida se alejó de la cerrazón. Solo el amor pudo atajar el reloj y aproximarme al regocijo del querer. Cuando me enamoré, no quise volver a ser niño.
Ser niño y jugar. Ser adulto y
enamorarse. ¿Ser niño y enamorarse? ¿Ser adulto y jugar? ¡La puta madre! «No se
puede todo» me dice una voz con acento cordobés salida de un holograma simil
Obi-Wan Kenobi flotando en el parabrisas.
Mientras Valen dormía me castigué con un compilado de Cafrune. Debería escuchar música electrónica. ¡No te hace extrañar a nadie! Ví el cartel de Vivoratá y no logré angustiarme. ¿Por qué busco sentirme mal con una canción? Después de tres años de análisis, mi terapeuta me cerceno mi costado melancolizado y mi propensión al regodeo. Hizo magia con la angustia y la transformó en dolor. Ahora duele, pero no ahoga. «Así, aun cuando en la vida algún objeto de amor se pierda, podrá vivirse con la dignidad del dolor, pero sin el regodeo en el goce del sufrimiento». ¡Patapufete! En esa sesión memorable hubiese correspondió abonar los honorarios en euros más dos kilos de milanesa de peceto.
Escribí muchas veces sobre ella.
Abstemio, triste, alegre… Escribí sobre ella siempre que pude.
Me gustaría saber en que anda mi infancia. ¿Le gustara ver lo que soy? ¿Qué pensaría mi yo niño del adulto en el que me he convertido?
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