Posteos desfilan como las huellas de las gaviotas en las playas. La reclusión nos transportó a indagar en baúles y pliegos, en sumas restas cartas que jamás enviamos, manuscritos, letras perpetuadas en borradores con espiral y hojas desenterradas de su umbral. Esta aventura tiene delicias y tristezas. Cuando el canal era un río, cuando el estanque era el mar escribíamos en diarios.
— ¿Juega
Raulito?
— ¿Quién era
Kary?
— El Erny,…
— ¿Qué le
dijiste?
— Que tenías
tarea, Ra.
—Gracias
Kary…
I
Así pasaban
las tardes de verano. Retirado. Prendido a los lápices y las historietas. La
calle aún era una amenaza. A la pelota jugaba solo en el patio. Ensayaba con la
pierna izquierda una y otra vez sobre una mancha de humedad. Después del
diluvio del 85 perdí la referencia de esa marca. ¿Será por eso que hice pocos
goles de zurda?
Mientras el
jarrito de aluminio avivaba la leche y los perros ladraban al caballo del
vendedor de pan casero, leía y dibujaba. No hacia otra cosa. Eran los ochenta.
Mi única salida: comprar velas. Velas, jugo y pan. El sábado cambiaba por
velas, coca y pan.
Vivíamos sin
luz. Los cortes de energía eran parte del paisaje. Después supe que el gobierno
decidió programar los cortes. Y con ellos, la vida se transformó
definitivamente. Cuando retornaba la luz oía en el noticioso: Central Hidro
eléctrica de Embalse Río lll, Central Nuclear de Atucha. Incendio en la red de
distribución de El Chocón. Atucha, El Chocón ¿Qué es eso? ¡Cuántos personajes
hermosos para dibujar! ¡Atuchaman vs el Chocón de acero!
Aquellos días
y noches sin luz propiciaron las horas de ocio. Leía todo lo que llegaba a mis
manos. Yo no arranqué con Rayuela. No fui un lector plus ultra. Leía como quien
cirujea en la cultura.
Cuando yo era
chico, aplaudía y entraba a las casas.
— Permiso,
Don Francisco.
— Pasá
Raulito, pasá.
Don Francisco
tenía historietas. Yo estaba fascinado con un pilón que empleaba para disimular
una abertura sin revocar. Me acuerdo de “Super Lopez”, “Felix el gato”,
“Casper”, “Meteoro”, “Daniel el travieso”, “El super Ratón”, “Magoo”,
“Periquita”, “El oso Yogui” y “Huckleberry hound”. “La pequeña Lulu”, “Benito
Boniato”, “El hombre bionico”, “Din Dan”, “Pepe Gotera y Otilio”, “Copito” y
“Archie”. Leía una por día.
II
De pibe me
gustaba hablar con la gente grande. Creo que al pibe que fui le gustaría hablar
conmigo. Porque yo ya soy gente grande.
Tenía una
admiración secreta por las personas que sabían hablar. ¿De dónde sacaban tantas
palabras? ¿Cómo se hace para hilvanar un pensamiento con otro sin caer en el
vacío? Leyendo — diría Don Francisco — leyendo todos los días.
III
Una tarde
emprendí la aventura de dibujar mis propios personajes. Ideaba un universo. Era
vivir en una especie de matrix. Me conectaba e iniciaba el viaje hacia el
primer boceto.
Rafeaba
dibujos sin ton ni son que brotaban uno tras otro. Primero una escena, un globo
y un texto escueto. En realidad un argumento forzado para justificar la
posición de los personajes que me habían salido. Todavía no había incorporado
la idea de perspectiva y el escorzo. Los dibujos estaban empotrados en el
papel. Esos párrafos se amoldaban a mis primeras ilustraciones. Cuando el
dibujo me convencía lo pasaba en limpio y luego lo coloreaba. Era el momento
del regocijo. Colorear un dibujo propio era como el “sí” de la chica que me
gustaba.
IV
Un profesor
de la Escuela Superior de Artes Visuales Martín Malharro numeraba que un diseño
gráfico funciona si puede prescindir del color. ¿Acaso nuestra existencia es un
diseño que relega el color para funcionar?
En la serie
Okupas, que hoy vuelve, Miguel, un ladrón entrenado le decía a Ricardo, un pibe
de chalet marrón que quería robar “cuando puedas caminar solo… vas a poder
caminar con alguien”. Quizás cobre alguna semejanza un dibujo en tinta y
caminar solo.
Recuerdo que
dibujaba imbuido más en los dibujos animados que en las historietas. Un bugs
bunny con un brazo de metal. Combinaba a Mazinger con Tom y Jerry. Meteoro con
Antifaz. La cabeza no tenía límites.
Faltaba
técnica pero sobraba corazón.
V
Todos los
dibujos eran goles al ángulo para mi papá. El coleccionaba las hojas Rivadavia
en su carterita de cuero. En su velatorio me enteré por Luis, su compañero de
trabajo, que exponía los dibujos en el horario del almuerzo.
— ¿Qué decía
Luis, decía algo? — le pregunté para llenarme de sus palabras y montar sobre
escombros una historia que me sirva para no hundirme en el fango.
—No, no. Los
mostraba nada más… Con una alegría que no le entraba en el pecho. Este hombre —
dijo Luis sin perder de vista el ataúd — te quiso un montón, pibe.
VI
Del test
vocacional, se desprendió que debía estudiar en un secundario con orientación
plástica. Años después, en la Malharro regrese a los lápices, a la tinta, a las
historietas. Durante cinco años estudié ilustración y diseño gráfico. Retrocedí
al placer de hacer y fundirme en el tiempo presente.
¡Qué
necesarias fueran las devoluciones de los docentes para avanzar! En paralelo
asistí a talleres como el de Ariel Olivetti, que señaló algo bueno sobre mi
trazo. En la jornada “Haceme un dibujito” conocí a Carlos Nine, un monstruo de
la acuarela, la ambigüedad y la exageración. En ese marco, junto a Seba Mulero,
descubrimos los cursos de ilustración de Enrique Breccia, un talento increíble.
VII
Breccia
viajaba cada quince días a Mar del Plata. Vivía en Mar del Sud. Fue una
verdadera revelación. Nos enseñó una técnica mágica: El uso del enmascarador.
Enrique bocetaba en lápiz. Luego, con su plumín entintaba con ese líquido
acuoso. Tomaba los pinceles, las tintas y procedía a pintar, a diferencia del
maestro Nine que empleaba acuarela; Enrique explotaba la tinta china de color
sobre el soporte. Usaba los colores con desfachatez lejos de las leyes de
armonía, tonalidad y el buen uso de los colores primarios y secundarios. Un
personaje de Breccia podía tener una luz verde sobre el pómulo que se fusionaba
en una transparencia en violeta sobre la frente y darle carácter de colores
cálidos a una paleta de colores fríos.
Una vez
finiquitado el procedimiento de entintado, Enrique dejaba secar el papel
Fabriano LR. Recuerdo que en la primera clase levantó la mirada, y como un
hechizero comenzó a deslizar sus dedos sobre el papel. Levantó el enmascarador
sobre la zona donde había decidido ubicar la luz y poco a poco esa goma se
disipaba. La imagen tomaba tres dimensiones.
Fue
presenciar la ejecución de un grabado pero al revés. Sus pulgares fueron las
gubias sobre una madera ficticia.
VIII
Incorporé la
técnica y retome el dibujo con el arrojo de los años de los cortes de luz. No
paraba de dibujar y entintar. A los 24 años recibí el título de Ilustrador
profesional y nunca ejercí. Pasaron 121 años. Regalé todos mis pinceles, mis
rotring y mis acuarelas a mamá. Las tintas se secaron. El dibujo había perdido
el verosímil. Pensaba demasiado antes de empezar. Perdí al pibe y con él todo
el resto. El hecho creativo se desmoronó como una pila de naipes.
Sobraba
técnica pero faltaba corazón.
IX
En mi
infancia dibujaba porque las palabras no encontraban el repecho donde
deslizarse. Hablaba con imágenes y los diálogos en un globo. El único globo que
admití a pesar de ser cuervo.
En el
comienzo de mis treinta naufragaba entre laburos equivocados. Pensé que nunca
más acertaría con mi vocación. Tropecé, sin buscarlo, con la radio. — Vos vas a
hacer radio el día del arquero— me decía uno que es preferible olvidar.
Acá estamos.
Otra vez
X
Hoy golpearon
la puerta de la radio.
— Juega
Raulito — dijo el Erny
Alguien
abrió. Ya no está Kary para justificar mi reclusión.
Roberto
encendió luz roja. Las luces de las velas oscilaron como en la casa de Don
Francisco.
Cuando el
Erny pregunte — ¿Juega Raulito? Kary dirá con alegría: Si Erny, hoy… ¡hoy
juega! Y esta Claudia, Walter, Roberto, Marcelo y Camilo como un hilo
invisible del azar o del destino que va tejiendo alrededor volvimos juntos a
través de la ruta 2 a nuestra querida Mar del Plata.
Y los dibujos en la carterita de cuero de papá
tomarán vida con el enmascarador de Enrique Breccia y una voz familiar que
desde la hora del almuerzo dice y dirá junto a mama y Pancho:
Veo tus
colores reales, brillando a través de todo. Veo tus colores
reales, y por eso te quiero. Así que no tengas miedo. ¡Vamos! mostrá tus
colores verdaderos… Hermosos, hermosos como el arcoíris.
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