26 de diciembre de 2022

MADURAR HACIA LA INFANCIA



«Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego» 
Leon Tolstoi









No voy a mentir, no tengo que mentir. Ya sé la verdad. Me lo dijo mi mamá cuando estaba en segundo. Mi papá se enojó porque mi mamá me lo dijo poquitos días antes de Navidad. "¿Qué te costaba esperar unos días?" En la carta de segundo te pedí que ellos no peleen. Quiero dos muñecos, dos porfa. Uno bueno y uno malo. Si me traes uno solo me aburro. No hay lucha. Yo quiero que mis muñecos peleen. Mi mamá y mi papá no, como te pedí en segundo. Ah, ¡Estoy contento, ya no pelean!
En el boletín traje seis sobresalientes. La seño y la directora me felicitaron. Mi mamá y mi papá también. Mi papá escribe historias. Yo le pregunté si te escribió. Me dijo que sí. "Mi primera carta fue a Papa Noel". Te pidió un playmobil y el muñeco de Han Solo. ¿Se lo trajiste? ¡ja!

No sé qué más era… Ah, lo vi llorar en el cine. ¿Eso te lo puedo contar? Ya sé que no existís pero, bueno, serías como un amigo invisible. O no, mejor se lo cuento al padre José. Me confesé con el padre. En cuarto tomo la comunión. Mejor te lo cuento a vos. Sí. Mi papá lloró. Poquito, era una gotita nomás.

Él no me vio me parece, estaba con los lentes. Fuimos a ver "El Último Jedi". Estuvo buenísima. ¡La mejor película del mundo! Papá compró para 3D con un solo pochoclo. Comió más que yo. ¡Le iba a decir!... Lo del pochoclo no... Me explicó. Siempre me explica lo de la plata. No tenía para comprar dos. Le iba a decir lo de la gotita pero... sonrió también. Fue cuando Luke lo vio a Archu. Le pregunté cuando se secaba las manos en el coso que sale vientito... Faltaba poco para que termine la peli y me dieron ganas de lo segundo...

— ¿Pa, porque lloraste?
— No lloré...
— Sí. Vi la gotita...
— Ah, sí, eh... Cuando Luke lo miro a...

— ¿Te puso triste?
— No, hijo. Feliz, me puso feliz… Vamos que termina...

                                                                                ***

Luke volteó hacia su derecha y levantó la capucha de su túnica. Allí estaba Arturito. Firme, como los amigos que están en línea cuando tu mundo se derrumba. Procuré que Valentino no me viera, me tapé la cara pero no lo pude evitar. Fue como revivir un abrazo de Ortega Sánchez con Perazzo. Arturito no le regañó nada: Los años de ausencia, las distancias forzadas por la coyuntura galáctica, ni las contradicciones de la trama. ¡Claro! Además de ser un androide, es un amigo. 
Pude ver el centello en la expresión del segundo robot más entrañable de mi infancia (el primero es Mazinger Z) en la pantalla del Cinemark. Fue como un chisporroteo imperceptible en la luz de su proyector holográfico. La última vez que los vi juntos en una sala fue en 1983 en el ex cine Gran Lugano. Pasaron treinta y cuatro años, los mismos años que nuestro país conquistó la democracia. 
El domingo fui consciente que no estábamos viendo una película más. No eran los Minions, ni los Vengadores. Allí estábamos paralizados y atentos en nuestras butacas. Padre e hijo forjando nuestra historia. Una película en estado presente. Descubrí el trapicheo de mi percepción escena por escena. ¡Con lo que me cuesta armar un full!


                                                                                ***

Observaba a Kylo Ren, el hijo de Han Solo, malmirado por su performance en el episodio VII y repasé ¿cuántos años residí atravesado por el lado oscuro? ¿De la fuerza? ¡No!, de una pulsión hacia una melancolía que me inmovilizaba en el tiempo. Kylo Ren mató a Han Solo atravesándole su sable laser. Yo maté al hombre que fui. Kylo es un niño herido. Creció con odio y allí reside su aparente poderío. Quise abrazarlo. ¡Estuve tan lindante a su actitud! ¿Cómo no entenderlo? 
Me acomodé en mi asiento y deduje que hoy estoy más cerca del tío macanudo que empuja a su sobrino a tomar vino con soda, guiña un ojo y sonríe exponiendo todas sus caries, que del niño lacerado, que perpetúa un reclamo en una repartición desprovista de mesa de entradas. Los tíos macanudos, especie en extinción, son como jedis mundanos que se esfumaron con los vecinos que pedían hielo, los piropos y las canchas de paddle. A veces pienso que somos sobrinos huérfanos de tíos retirados de largas mesas y parloteos familiares que se apagaron poco a poco y se encienden en la luz del chat del flamante iPhone modelo guachoguaresneik.  

                                                                                ***

Salimos muy felices del cine. Valentino compuso al tun tun unas alocuciones de los más disparatadas mientras retornábamos a casa. Es muy gracioso escucharlo fantasear. Prefiere los personajes que no hablan, le gusta montar su propio guión y conjeturar que expresarían si el imaginara el argumento. A Valentino los coloquios de conflictos de poder le cansan, porque no los entiende. Como esa gente que no exige saber de buena tinta cómo está concebida la Coca Cola pero la saborea de todos modos. Valen se llevó los lentes negros. Simulando ser ciego, clavó una imitación de Yoda memorable. No sabía si retarlo por el robo o reírme por el acting.

                                                                               ***

Con la saga de Star Wars descubrí que el cine es genial para transportarse hasta otros universos. Lo mismo que lograron Jack London o Stevenson en el campo de la literatura. George Lucas, el hacedor de las guerras de las galaxias, trazó sus "veinte verdades" starwarianas. 
Luke, en el episodio VIII, aprovechó el cambio de conducción  y resolvió dejar de lado los dogmas. Se retiró a un templo Jedi emplazado en una isla en medio del océano. Una especie de puerta de hierro con vista al mar donde meditar, acertar con el sentido de la vida y esperar la muerte. Allí fue encontrado por Rey, una padawan con afán de redimir el tiempo perdido. Rey trató de convencerlo para que abandone la isla y vuelva al ruedo espadachín. Luke, en un arrojo de enajenación prendió fuego los libros sagrados. ¡Se pudrió el rancho! 

Mientras rasgueaba estas líneas recordé al Skywalker de "A New Hope", un granjero indeciso y considerado con su maestro Obi Wan tan disímil a este Luke, experimentado y decidido, que le reconoció a Yoda que en su puta vida leyó los libros de la Orden Jedi. Luke, en una alegoría maravillosa, pateó el tablero, desenvainó su espada laser para iluminar el pasado con la luz del presente y partió sin bombos y platillos. 

                                                                               ***

Por lo antes expuesto, en un arresto de monomanía, decidí cometer mi acto de indisciplina navideña e interferir la carta de mi hijo:

Estimado Papá Noel, creo que me he portado bien el último año. Usted dirá. 
Le solicito me consigne sólo una caja de fósforos y una cuota de audacia. Resolví cauterizar mis libros para poder asumir nuevas enseñanzas. Desaprender lo aprendido. Esquivar los agravios. Madurar hacia la infancia, como el título de las obras completas de Bruno Schulz. Mis libros reales no se asarán en la hoguera. Quédese tranquilo. Sólo arderán en la fogata las hojas residuales con mis cicatrices rancias para transmutar en una rosa de cobre. Es por ello, camarada Santa, y extendiendo el patrón del maestro Skywalker, espero que escuche mi recado y ansío acertar ésta medianoche con la cajita de fósforos y un fajo de bravura junto al árbol de Navidad. 
No sé qué más era… Ya sé que no existe, me lo dijo mi madre cuando estaba en tercer grado pero bueno... ver es creer, pero sentir es estar seguro.

                                                                            ***


— ¿Pa, me puedo poner los lentes?
— No, Valen. Te va a hacer mal a los ojos.
— ¿No se puede ver la calle 3D? — me dijo riéndose.
— No, no… Si, se puede – pensé.
— ¿Con los lentes?
— Con otros lentes. Son unos que se forman en el ojo.
— ¿Cómo?
— Claro, se desarrollan con los años. Cuando cumplas cuarenta vas a ver la vida en 3D.
— ¡Dale, Pa! Decime la verdad.
— La verdad es esa. A ver ¿Qué es ver en 3D?
— No sé, como en el cine, eso.
— Es cuando ves alto, ancho y profundidad — dije gesticulando con los brazos — Yo solo veía alto y ancho…
— ¿Y qué es la profundidad?
— La profundidad es… es ir como Luke hasta una isla, lejos de todo y descubrir cuál es tu misión en la vida.
— ¡Dale! ¿Eso es la profundidad?
— Sí, algo así. Esa experiencia te ayuda a ver en 3D sin los lentes.
— ¿Y vos, fuiste a una isla, pa?
—  Sí…
— ¡Ufa! Porque no me llevaste? ¡Qué malo!
— Estuve en un lugar, pero no como el de la peli. Cerré los ojos, así, concentrado y fui a una montaña… Me la imaginé…
— Cuidad… — alcanzó a decir Valen y me tropecé con una baldosa floja.
—  … y te vi a vos, me vi a mí y pensé: ¿cuánto hace que no miro una película…? Quiero decir que miro y pienso sólo en la película y... nada más.
— …
— La respuesta fue... Fue hace treinta y cuatro años.
— Pero pa, es un montón. ¡Con los minions te reíste!
— Sí, es verdad.
—  Yo cuando miro una peli... miro, como pochoclos, tomo coca...
— Por eso fui a esas montañas, para volver a mirar como a los nueve años.
—  No entiendo.

Paramos un taxi en Puerto Madero.

—  Buenas noches. Hasta San Juan y Entre Ríos, por favor.
—  Pa, no entendí – insistió Valen.
—  Cuando fui a esas montañas, sentí paz y entendí que para ver en 3D, primero tenía que vivir mucho, vivir cosas quiero decir. Llegar a los cuarenta, tranqui, y volver a mirar con los ojos del niño de nueve... que fui.

El taxista abrió los ojos y me miró por el espejo — ¿Tiene cambio, muchacho? — me preguntó con inquietud.

—  Sí, tengo — respondí
—  No entendí nada, pa. Te quedabas en los nueve y listo — comentó mi hijo y el taxista largó una carcajada — ¿tenés plata?, ¿me compras una coca? — pidió Valen mientras descendíamos del taxi y se calzaba sus lentes 3D.
— ¡Muchacho, muchacho!
— Si…
— ¿Ésta caja de fósforos es suya?


Tomé la caja, la observé dos segundos y le retribuí el gesto de gratitud con una guiñada de ojo al tiempo que le acomodaba la capucha a Valen. En ese instante, mientras el auto se retiraba, pensé que posiblemente los tíos macanudos no se extinguieron del todo. Ellos vagan por una galaxia cosmopolita montados en trineos albinegros con una proclama en su delantera que reza: Libre. Libre con letras blancas sobre un fondo rojo purpúreo.







9 de diciembre de 2022

8 de diciembre de 2022

PALABRAS QUE QUEMAN

 

1

Era muy difícil tropezar con un milagro en un lugar con tantas necesidades. A veces, el destino se ríe de las probabilidades. 

Después de varios años, dejé atrás los pasillos del Congreso, carpetas con dictámenes, borradores de proyectos de ley, pedidos de informe. Una mañana de febrero salí eyectado de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Cuando deserté del periodismo parlamentario sentí un gran alivio. Al salir por Riobamba, un revoltijo de discursos y tonadillas botaban en mi cabeza. Había concluido otra etapa.

 2

El volantazo me llevó a trabajar como asesor en los barrios de emergencia porteños. Luego me sumé al equipo de Arte en barrios donde se generában festivales, eventos, salidas, visitas guiadas y cine móvil como caballito de batalla.

Meses después, el gobierno nacional desembarcó con otro programa: El Estado en tu barrio. Con un compañero fuimos designados cómo el enlace de los referentes con el funcionarato. Un rol interesante que tenía como objetivo garantizar la paz social.

A ella la conocí en esos díasUna mujer guapa e inteligente. Disfrutaba de verla, conversar con ella y trabajar coordinados. En síntesis, todo salió muy bien. No hubo rebotes y eso era lo importante. Ambos programas tuvieron un cierre de año vitoreando el éxito de la gestión.

3

En pandemia dejé de verla. Solo sabía de ella por las redes sociales. Una tarde, en una de sus stories de Instagram, publicó una foto de un libro quemándose en un vertedero de Fraga, Chacarita. Reconocí la esquina y la portada. Era un ejemplar de «Adiós a las armas» de Ernest Hemingway. Reaccioné a su historia y ella me respondió — no lo leí —, y yo le escribí — te lo voy a regalar.

4

Luego de un año de aislamiento, se definió mi pase y cumplí con mi palabra. Conseguí un ejemplar de la novela del escritor y periodista estadounidense y le pregunté dónde podía ubicarla. Nos encontramos una tarde soleada en el comienzo de marzo. Me reencontré con mi primer trabajo en Capital. Como en los cuentos circulares regresé al lugar donde comenzó mi periplo. El mismo organismo donde me desempeñé como data entry de un censo de hoteles dónde se alojaban familias en situación de calle.

5

Al llegar me sorprendí por la ausencia de organizaciones sociales en la puerta principal ¿Dónde estaba el MOI, el movimiento de ocupante e inquilinos? ¿Dónde estaba el MTL, el movimiento territorial de liberación? 

Toqué el timbre y un empleado de seguridad me mostró el camino. La dependencia persistía inalterable. En una oficina del primer piso floreció ella con su pelo recogido por encima del rostro. Su belleza fue aparición, no apariencia. Recuerdo su vestido negro estampado con un cincelado de flores que bordeaba su figura. Ella se acercó. Yo, floté.

6

Ella me saludó con un abrazo cordial y sentí su aroma. Su perfume sigue siendo la forma más intensa de su recuerdo.

— Mucha suerte, Raly — me dijo mirándome a los ojos. 

— Gracias, tengo algo para vos —  le respondí.

Apoyé sobre la mesa una bolsa de regalos con un ejemplar del libro de Hemingway. 

7

A diferencia de los operativos, donde el trato era más formal, pude abordar la charla sabiendo que ya no nos vinculaba una relación laboral. 

Ella resultó ser muy leída. Allí estábamos sentados, uno al lado del otro, sin horarios y con los teléfonos muteados. Lo que a priori sería un encuentro de unos minutos prosperó en una tertulia de una hora y media. Paseamos por diferentes temas: escritores, poemas, canciones y la vocación de jugar en la trinchera.

8

Mientras el sol descendía por los techos del edifico de AySA se consumó nuestro encuentro. Ella tenía cosas que hacer y yo le agradecí por su tiempo. Me retribuyó — gracias por el libro — mientras yo había desplegado todo lo que tenía. Permanecer un rato más podría ser resbaladizo. Estaba a cinco minutos de enamorarme y mí espíritu ya se perfilaba con vista al mar. 

Al salir, llamé al teléfono rojo. 

— Estuve en Desarrollo. Fui a verla, le llevé el libro. Ya sabe de mí cambio de destino. Me felicitó. Estaba hermosa, divina, ¿yo? Nervioso pero muy feliz. 

Esa sería una de las últimas charlas con mí madre.

9

¿Cómo llegué hasta ahí?  Porque ella inmortalizó en una foto un libro que mutaba de la encuardenación a las cenizas. En esa hora y media me invitó a discurrir sobre Albert Camus, Cristina Peri Rossi e Idea Vilariño. Me envolvió en su candidez como esencia de poesía. ¿Lo hubiese vivido de no haber dejado atrás el saco y la corbata? Es contrafáctico. Solo sé que acerté en la gestión con una mujer encantadora que me cercó la manzana envuelta en pelos rizados.

10

Ella me estimuló a la lectura del autor de «El viejo y el mar» y me aproximó a su obra a través de una historia de Instagram. Pasaron dos años (según me notifica la aplicación) Ayer terminé de releer un capítulo de «Adiós a las armas» y me dormí pensando en ella. Entre sueños representé su sonrisa a caballo de la resolana del atardecer otoñal que asomó por la Callao del Sur. 

Al despertar, decidí escribir sobre nuestro encuentro. No quise perder su imagen que personificó la previa de un nuevo ciclo en mi vida. Necesitaba ponerle palabras para que la evocación no se desvaneciera como las cenizas de un libro, el mismo que se disipó en la combustión de un basural de Fraga, Chacarita. El mismo barrio donde muchos imprescindibles duermen el sueño de los justos.

 




- ¿Le da usted valor a la vida? -Sí. -Yo también. Porque es todo lo que poseo y mi mayor deseo es poder ir celebrando mis aniversarios.

Adiós a las Armas



7 de noviembre de 2022

NO LO SOÑE

 

NO LO SOÑE

7 de noviembre de 1992

 

Había una vez una ciudad donde pocos se animaban a tocar rocanrol. Había una vez un país que bailaba al ritmo de Alcides, Pocho La Pantera y Technotronic. También había recitales, como los de Obras Sanitarias, que albergaba a los que transitábamos en el ostracismo de los sin jopo. Mucho antes de que los shows de rock fueran parte de una kermesse con cuatro escenarios con venta de pochoclos; hubo una noche de 1991 donde unos pibes de Villa Devoto homenajearon a los más grandes: Los Rolling Stones.

 

Profetizando lo que vendría, los Ratones fueron la antesala del desembarco de sus majestades satánicas y la fiebre rolinga noventosa. “Esta noche toca Juanse y el año que viene tocan los Eston” cantábamos.

Ante tanto aniversario dando vuelta por la net quería recordar el 7 de noviembre de 1992. La noche que tocó Keith Richards en la Argentina. Todavía conservo las entradas de los cuatro conciertos en aquella primavera de entusiasmo menemista, ritmo de la noche y el uno a uno.

Pasaron 30 años... Acá estamos. Demasiado jóvenes para morir y demasiado viejos para el rock. No es fácil ser joven, pero ser adulto, tampoco.

Yo, por lo pronto, hice un bollo con el plano... pero sigo buscando el tesoro.

 





11 de octubre de 2022

EL OLVIDO QUE SEREMOS

 




Mientras le sirvo a Julián unos tostados de jamón y queso escucho a Davoo Xeniexe en su canal de YouTube ¿Qué es lo que seduce a mi hijo ver un chico de 19 años discurrir sobre fútbol en una comunidad virtual? 

David “Davoo Xeniexe” logra hechizar a quien lo ve. El mutismo de Julián, ancho en una de las sillas mecedoras, contrasta con la elocuencia del streamer. Las salidas en vivo por Twitch son de hasta cinco horas. No me quejo, juzgo que es mi manera de conllevar el tiempo de ocio. Miro la grilla del festival Marea y los mensajes de Whatsapp en el fin de semana XXL. Debo confesar que disfruté mucho de compartir y aprender con las master class disparatadas del gran David.

Davoo expone lo que sabe sin solemnidad. En dos "vivos" asimilé nuevos conceptos sobre promedios y estadísticas. “Los chicos después de los veinte minutos se aburren de cualquier cosa” ¿Están seguros? 

Mientras recorto los bordes del pan lactal, escucho una voz personal que me deja en off side. Literal, cringe, bro, épico, hater, play wacho, de rúcula, gracias por la sub; franquean su monólogo que se interrumpe solo para tomar agua de una botella sin etiqueta.


GRIS ATARDECER

Más tarde, sirvo otra ronda de tostados de doble feta mientras el sol cae por la calle Sarmiento. July sonríe. ¿Acaso recibió un mensaje? ¿Estará enamorado? El comunicador 2.0 sabe al dedillo los resortes para pulsar los intereses de un adolescente y amenizar, al mismo tiempo, una tarde de lluvia y frío en Mar del Plata.

Davoo Xeneize no necesita más que un micrófono y quien lo escuche. Es uno de los streamers más reconocidos de la Argentina. Cuenta con más de 700.000 seguidores en sus perfiles. Hace unos días confesó que no tiene suerte con las mujeres y solo le interesa el fútbol. Es vehemente con quienes critican a  Juan Riquelme. Román es su Dios.

Davoo narra historias donde cuesta pellizcar donde empiezan y donde terminan. Julián me pide coca que tenga gas que acompaña con galletitas de chocolate Oreo. Acomoda la almohada que esmeradamente situé para que no se le acalambren las piernas. La adolescencia de mi hijo pateó las puertas del living sin orden de allanamiento. ¿Hay estadísticas y análisis en los streamings? Sí ¿Es entretenido? También. 

Las reacciones de Davoo Xeneixe son la evidencia cabal que los gustos de los hijos son suyos. Siempre hay un momento en la vida cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro.








22 de septiembre de 2022

THE CRYSTAL SHIP

 

Antonio Machado trazó en un línea “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” y aquel que recorrió años erráticos entre pensiones cuartos de hotel mirando Crónica TV sin volumen, apurando una cerveza tibia, podría entender al poeta oriundo de Sevilla.

Cuando trabajé como periodista parlamentario en el Congreso me decían: sultano reporta a mengano pero tiene "puerto" en perengano. Hoy, lejos de los pasillos del palacio, juzgo que un puerto es morada encantadora para un alma cansada de las luchas de la vida. 

Vuelvo al puerto de Mar del Plata, hace 100 años se encendía el motor de la ciudad. El movimiento de ascenso y descenso del nivel del mar continúa en marcha. Lo contrario al agua estancada. El agua del océano se agita, nos sacude, nos interpela en invierno, nos activa en verano. Por eso, cuándo nos quedamos solos, ante la quietud, ante un corazón que deja de latir, las olas se siguen allí, moviéndose. Por eso visito a los lobos marinos en su hábitat, un emblema que se mueve en oposición a los lobos solidificados de la Bristol. 

Mi madre me inclinó a regresar a la Feliz. Mientras acondicionaba mis enseres ella se tomó un buque sin boleto de regreso. Ella siempre volvía, ella siempre pegaba la vuelta. 

Tengo la esperanza que de tanto comerme con la vista el mar ella aflorará en el horizonte. “Estas en el borde del continente” me dice Camilo. Es cierto, el poeta siempre acuna una verdad.

Mi primer juguete fue un barco de papel. Un galeón que abordaba el cordón del pasaje Púan hasta disipar su travesía en el sumidero de la calle asfaltada. Me gustaría regresar embutido en la pluma de Melville al barco ballenero comandado por el capitán Ahab, atrapar a Moby Dick, sin importar la suerte que pueda correr mi pierna.



BARCOS INALCANZABLES

El barco pirata de los Playmobil fue el viaje a Disney de la primavera alfonsinista. Puerto se llamaba el boliche Chiclana y Pirovano dónde ella me miraba, yo la miraba y hasta que un día nos miramos al mismo tiempo.

A poco menos de un mes de la celebración de “Marea Puerto”, a 100 años del primer desembarcó en el Puerto de Mar del Plata, tiramos nuestras anclas para detenernos a pensar ¿Quién desembarcó primero? ¿Qué hecho fundó lo que somos?, ¿los linajes o los caídos?

Un barco encallado es un buque que no navega. Hoy, si me quitaran el aire no solo no podría respirar, si me quitan el micrófono permanecería zozobrando un nuevo feriado marcado en el almanaque. 

Vivimos en una era inalámbrica, los responsables de que tengamos Internet en casa siguen siendo más de 1.000 millones de metros de cable submarino. Sí, estamos hipercomunicados. Sin embargo, al pensar en tantos cables bajo el mar, cavilaba sobre la conversación entre tres tripulantes de la embarcación a mar abierto en la película Tiburón. Uno de los momentos más extraordinarios de la historia del cine. El peligro acechaba debajo de la barca y ellos discutían de chucherías.

La embarcación no era lo convenientemente fuerte. El personaje interpretado por Robert Shaw finalmente fue devorado por el tiburón. Esa escena custodió mis noches desde el año 1984 hasta estos días. El implacable cazador de tiburones Sam Quint acabó con el escualo que amenazaba las costas que terminó con su vida también. Sus compañeros de aventura, Martin Brody y Matt Hooper tenían una familia que los esperaba. Al navegante experimentado lo aguardaba la confusión, una cerveza tibia, el fulgor de un televisor sin volumen y un colchón sin frazadas. De esto se trata, que alguien nos espere. 

Anoche, mientras el sueño oponía resistencia repasaba pensamientos aleatorios y llegué a la conclusión que desembarcar y hundir los pies en la arena para perderme en la belleza del océano; eso es ser libre. Hace 100 años y ahora también.












11 de septiembre de 2022

PALABRAS HABITUALES


"Toda mi vida aspiré a inventar un género que tuviera algo de ensayo y algo de cuento, algo de poema y algo de confesión, más o menos breve y muy libre, en tono aparentemente melancólico pero envuelto en ligero humor, recurriendo a citas de conocidos y desconocidos que existieron en la realidad o no, con un estilo perfecto pero que no se note o que incluso parezca descuidado, como redactado por alguien que lo hiciera para cumplir un requisito que no puede eludir. Borges lo definió a su manera: "Preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas, intercalar en un relato rasgos circunstanciales, simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es, narrar los hechos como si no se los entendiera del todo, recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encargará de abolirlas"

 


     Una suerte de manifiesto de Augusto Monterroso citado por Juan Forn


22 de agosto de 2022

FELIZ CUMPLEAÑOS, SALMON

 

“Calamaro es como Bukowski. Uno lo lee y dice: así escribe cualquiera. Un poco de sexo, un poco de alcohol, trabajos mal pagos, frases cortas. Y lo intentás, obvio. Y te sale una mierda sin nombre”











17 de agosto de 2022

HITOS

 1

Cuándo eras más chico, mamá te venía a buscar. Debo reconocer que en términos de logística era cómodo y simplificaba nuestro traslado. Bajábamos dos pisos por escalera (¿Acaso allí aprendiste a contar hasta 24?), con tus muñecos, la mochila y tus hoyuelos.

Te ibas despaciosamente. Al regresar y subir los dos pisos me encontraba con otro lote de juguetes que habías dejado. Si digo que era mucho por ordenar, estaría exagerando. Con vos allí, una noche me ganó la ansiedad. Fue el 25 de mayo de 2010. Tenías dos años y medio. Cenamos fideos tirabuzón con manteca, un poco de aceite y jugo Tang. Tenía un pañal en la recamara. Suplicaba que esa noche no lo necesitaras.


2

En la televisión de catorce pulgadas transmitían el festejo del Bicentenario. Lo miraba con cierto recelo. Hacia dos meses había formado parte de una agrupación que me convocó como tutor de una Escuela de gobierno. 

Señores con sus morrales curtidos, progresismo sobreactuado y plazos fijos voluminosos. "Los pibes por la liberación" de manera unilateral decidieron no pagarme, luego de un trabajo a destajo por toda la provincia de Buenos Aires. —Es por incompatibilidad con tu trabajo en ciudad — me dijo alguien que aspiraba ser Ministro de Gobierno y administrar "la viva" de 135 municipios. Hoy reposa en el ostracismo. 

Terminamos de cenar y decidí lavar un plato verde de plástico de Ben 10. Quedaban unos pocos fideos, yo quería dejarlo limpio para cuando te fueras. No era porque me diera flojera hacerlo, sino porque no quería dejar nada tuyo por limpiar. Ver tus cosas me partía el alma.

Las Pelotas tocaba su hit "Será" en el escenario de la 9 de Julio. La multitud coreaba el estribillo. En ese momento, escuché: “ma itos” y te pregunté “¿caballitos?” No, no. “itos” Querías decir "más fideítos".

Saqué los fideos del tacho de basura. Enjuagué lo que había tirado. Lo calenté en una olla mientras los juegos artificiales iluminaban el obelisco, al tiempo que comías con cierta desconfianza. Me sentí digno. 

Se termino el horario de visita y te vinieron a buscar. Al subir, vi a Woody y Goofy desparramados en el piso de parquet. Me desplomé en la única silla firme y me quedé con los hombros hundidos sobrellevando el vacío de tu ausencia.

Un día el auto de mamá dejó de venir. Al tener que llevarte las visitas sufrieron un ajuste. El régimen seguía siendo el mismo y el viaje nos consumía una hora para ir y otra para volver. Nos pasábamos dos horas arriba del colectivo. Sin saberlo, amortiguaba el dolor ¿Y por qué digo amortiguaba? Porque te contaba cuentos, aprendí a disfrutar del viaje como parte de una visita pautada en un escritorio.

Con la llegada de mi primer o Km nuestra situación cambió. Tenía que manejar atento al tránsito, a los camiones en la ruta 2 cuando viajábamos a ver a la abuela a Mar del Plata. Se acabaron los cuentos. ¿Acaso realmente progresamos?

 

3

Anoche viajaste sólo a Buenos Aires por primera vez. Pasamos un fin de semana largo increíble. Vimos y vivimos juntos: Liverpool vs. Crystal Palace; Almirante Brown vs. Ferro; Chelsea vs. Nottingham Forest; Chicago vs. Morón; Racing vs. Boca. ¿El mar? Bien, gracias. Anoche, con tu bolso de mano y un folio con tu certificado de nacimiento viajaste solito con destino Dellepiane.

La gestión de anoche también simplifica pasos. Con dos boletos; uno de ida y otro de vuelta, estuvimos juntos otra vez. Al salir por Luro súbitamente, sentí frío. Me froté los tobillos y las rodillas. Golpeé las manos, (ninguna mano aplaude sola) Frente a la pared principal de la terminal, sacudí los brazos como un espantapájaros. Luché con la rapidez de mi sombra y después recité de un tirón: “Para entrar en el reino de lo cálido tenemos que aprender a salir de la frialdad”.

Sentí una estocada en medio del pecho. Quizás, viajar juntos hasta Buenos Aires amortigüe el dolor, ¿Acaso viajar es amortiguar el dolor? Antes de tu partida, subí al micro con la impunidad de los padres empalagosos que seguimos tratando a nuestros hijos como si fueran niños por siempre.

 

4

Te di un abrazo. No me importó que tuvieras vergüenza. Te di un beso y no me importó que te diera calor. Se me cayeron dos lágrimas y no me importó que me vieras emocionado. Bajé, el micro salió a horario. Le dije al chofer — es la primera vez que viaja solo — Al matrimonio que estaba al lado tuyo le dije — lo miran, viaja solo por primera vez.

Una chica muy bonita no me perdía de vista mientras despedía a su novio indiferente más pendiente de sus auriculares que de su novia. Le habré causado ternura porque cuando el micro se alejó, lloré como no lo hacía hace mucho tiempo.


5

 Cuando el micro arrancó. Te vi en el reflejo de la ventanilla y sentí un hueco en el pecho indescriptible. Sonaron Las Pelotas por el altoparlante y recordé a cientos de miles de personas en el obelisco cantando y saltando en el festejo del Bicentenario. 

Me vi con 16 años pogueando con “Shine” en las Fiestas del Condón Clu. Éramos pocos, lo sé. Ahora somos menos, sin Biain e Higuain en el fondo, me toca agarrar la cinta de capitán. Espero poner una pelota en profundidad, que salga una diagonal para que todos los goles ahora sean tuyos y ya no tengamos que levantar fideos del tacho por la incompatibilidad de distritos.







16 de agosto de 2022

¿ESTÁS EN COMPAÑÍA?

 

Anoche soñé con vos,

la ruta 88 recorrías

envuelta a tu sonrisa

y tu melena enrulada, ambarina.


Paraste en Quequén,

el narrador lo sabía, 

En el ensueño

me pregunté:


¿Por qué el guión me ignora?

¿El titiritero del inconsciente me esquiva?

¿Volviste de Neco? ¿Estás en compañía?


Ring









29 de julio de 2022

MIRALA QUE LINDA VIENE

 




Mirala que linda viene

Mirala que linda va

Es la banda de Boedo

Que al Ciclón viene a alentar.

No me importa donde juegues

Siempre te voy a seguir

Yo lo quiero a San Lorenzo

Y por él voy a morir.




10 de julio de 2022

RETORNAR


1 Al salir a dar una ojeada por la ventana puede florecer el amor. Es un reencuentro entre los ojos y la supremacía de la naturaleza. ¿Pero acaso los árboles, las nubes y las almohadas nos abrazarán un domingo a las 7 pm?

Lo que diferenciamos con la mirada es solo un recorte. Cuando los sentidos se conectan con el corazón, un sentimiento repentino e inusitado decide por nosotros y la razón queda a un lado. Y allí, nos acomete un soplo divino y volvemos a sentirnos vivos. A abrigar una sensación: podemos volver a empezar.

2 ¿Por qué escribimos? A veces las letras a pisar el papel son como una marca de fuego que cauterizan una dolencia. Impactan sobre la hoja en blanco y reproducen lo que las palabras reprimen. 

Vuelvo al domingo, el día esperado para descansar, de aquellas mesas largas y familias numerosas.

Hoy, la misma mesa se redujo y muto en una habitación en penumbra con el televisor encendido y una película de I sat que se repite en un scroll iluminando el rostro. La agitación de volver a empezar nos devuelve matices y nuevas pinceladas sobre un lienzo que fue gris. 


3 ¿Cuál es la manera más sincera de hacer saber lo que sentimos? Alguien me dirá, con los hechos. Pero no es tiempo de teorías ni de credos, es tiempo de amar con el corazón en la mano.

Las ideas que buscan acomodarse para darle formato a un programa de radio, conspiran con el hecho lúdico de exponer sin filtro. Y allí, donde las creencias y los prejuicios se desmantelan, reaparece un decir que poco sabe de discursos. Que se manifiesta en una mirada, en un roce, en un jugueteo, en un aire familiar que nos reubica en la mesa donde fuimos felices. Cuando no se pueden decir las cosas, las miradas se cargan de palabras.


4 Es difícil escribir sin bocetos, que el texto sea tal cual salió a la luz. Pero más difícil es bajar la guardia y entregarse al deseo más profundo de dejarse llevar por el primer impulso.

¡No seas impulsivo! nos grita el capitalismo al mismo tiempo salimos a comprar sin pensar en intereses ni usuras.

¡No seas impulsivo! nos dicen nuestros padres cuando llegamos a casa con un moretón en el ojo después de una paliza.

¡No seas impulsivo! nos expone nuestro analista ante cada desamor. Pero el corazón, que siempre renueva sus pujanzas, nos invita a salir al ruedo porque allí es donde habita su razón de ser.


5 Un corazón con curitas sabe de desencuentros, pero no es rencoroso. El rencor es primo hermano del desamor. Y en cuestiones de amor, la relación filial siempre flaquea.

Miguel Unamuno decía que un libro debería despertar en el lector el deseo. ¿Será que una novela nos eleva aún más a la llamada realidad? Sin una dosis de ficción, la vida se vuelve muy hostil.

6 ¿Cuál es el momento conveniente para el amor, para el deseo, para la pasión? Creo que en la pregunta está la respuesta. Es ahora. En el amor no existe el libre albedrío, nadie puede decidir de quién va a enamorarse. El campo fértil se vigoriza con las lluvias, ¿el momento de entregarse al amor llega después de las lágrimas? Ya no es tiempo de lamentos. Es tiempo de acción. De actuar para poner en movimiento las emociones y dejarnos llevar.

7  ¿Qué significa dejarse llevar? Es soltar los miedos, es pensarse de a dos. Es entender que la habitación en penumbras se enciende con un aroma renovado, una música con acordes de esperanza.

Y el roce de las sábanas en soledad trasmuta en caricias que entibian la piel con el calor de una presencia real. Volver a asomarse a una ventana sin rejas, sin telenovelas de la tarde y los ojos que al salir al mundo insisten que todo susurro es un mimo, que todo encuentro es un reencuentro.