26 de diciembre de 2022

MADURAR HACIA LA INFANCIA



«Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego» 
Leon Tolstoi









No voy a mentir, no tengo que mentir. Ya sé la verdad. Me lo dijo mi mamá cuando estaba en segundo. Mi papá se enojó porque mi mamá me lo dijo poquitos días antes de Navidad. "¿Qué te costaba esperar unos días?" En la carta de segundo te pedí que ellos no peleen. Quiero dos muñecos, dos porfa. Uno bueno y uno malo. Si me traes uno solo me aburro. No hay lucha. Yo quiero que mis muñecos peleen. Mi mamá y mi papá no, como te pedí en segundo. Ah, ¡Estoy contento, ya no pelean!
En el boletín traje seis sobresalientes. La seño y la directora me felicitaron. Mi mamá y mi papá también. Mi papá escribe historias. Yo le pregunté si te escribió. Me dijo que sí. "Mi primera carta fue a Papa Noel". Te pidió un playmobil y el muñeco de Han Solo. ¿Se lo trajiste? ¡ja!

No sé qué más era… Ah, lo vi llorar en el cine. ¿Eso te lo puedo contar? Ya sé que no existís pero, bueno, serías como un amigo invisible. O no, mejor se lo cuento al padre José. Me confesé con el padre. En cuarto tomo la comunión. Mejor te lo cuento a vos. Sí. Mi papá lloró. Poquito, era una gotita nomás.

Él no me vio me parece, estaba con los lentes. Fuimos a ver "El Último Jedi". Estuvo buenísima. ¡La mejor película del mundo! Papá compró para 3D con un solo pochoclo. Comió más que yo. ¡Le iba a decir!... Lo del pochoclo no... Me explicó. Siempre me explica lo de la plata. No tenía para comprar dos. Le iba a decir lo de la gotita pero... sonrió también. Fue cuando Luke lo vio a Archu. Le pregunté cuando se secaba las manos en el coso que sale vientito... Faltaba poco para que termine la peli y me dieron ganas de lo segundo...

— ¿Pa, porque lloraste?
— No lloré...
— Sí. Vi la gotita...
— Ah, sí, eh... Cuando Luke lo miro a...

— ¿Te puso triste?
— No, hijo. Feliz, me puso feliz… Vamos que termina...

                                                                                ***

Luke volteó hacia su derecha y levantó la capucha de su túnica. Allí estaba Arturito. Firme, como los amigos que están en línea cuando tu mundo se derrumba. Procuré que Valentino no me viera, me tapé la cara pero no lo pude evitar. Fue como revivir un abrazo de Ortega Sánchez con Perazzo. Arturito no le regañó nada: Los años de ausencia, las distancias forzadas por la coyuntura galáctica, ni las contradicciones de la trama. ¡Claro! Además de ser un androide, es un amigo. 
Pude ver el centello en la expresión del segundo robot más entrañable de mi infancia (el primero es Mazinger Z) en la pantalla del Cinemark. Fue como un chisporroteo imperceptible en la luz de su proyector holográfico. La última vez que los vi juntos en una sala fue en 1983 en el ex cine Gran Lugano. Pasaron treinta y cuatro años, los mismos años que nuestro país conquistó la democracia. 
El domingo fui consciente que no estábamos viendo una película más. No eran los Minions, ni los Vengadores. Allí estábamos paralizados y atentos en nuestras butacas. Padre e hijo forjando nuestra historia. Una película en estado presente. Descubrí el trapicheo de mi percepción escena por escena. ¡Con lo que me cuesta armar un full!


                                                                                ***

Observaba a Kylo Ren, el hijo de Han Solo, malmirado por su performance en el episodio VII y repasé ¿cuántos años residí atravesado por el lado oscuro? ¿De la fuerza? ¡No!, de una pulsión hacia una melancolía que me inmovilizaba en el tiempo. Kylo Ren mató a Han Solo atravesándole su sable laser. Yo maté al hombre que fui. Kylo es un niño herido. Creció con odio y allí reside su aparente poderío. Quise abrazarlo. ¡Estuve tan lindante a su actitud! ¿Cómo no entenderlo? 
Me acomodé en mi asiento y deduje que hoy estoy más cerca del tío macanudo que empuja a su sobrino a tomar vino con soda, guiña un ojo y sonríe exponiendo todas sus caries, que del niño lacerado, que perpetúa un reclamo en una repartición desprovista de mesa de entradas. Los tíos macanudos, especie en extinción, son como jedis mundanos que se esfumaron con los vecinos que pedían hielo, los piropos y las canchas de paddle. A veces pienso que somos sobrinos huérfanos de tíos retirados de largas mesas y parloteos familiares que se apagaron poco a poco y se encienden en la luz del chat del flamante iPhone modelo guachoguaresneik.  

                                                                                ***

Salimos muy felices del cine. Valentino compuso al tun tun unas alocuciones de los más disparatadas mientras retornábamos a casa. Es muy gracioso escucharlo fantasear. Prefiere los personajes que no hablan, le gusta montar su propio guión y conjeturar que expresarían si el imaginara el argumento. A Valentino los coloquios de conflictos de poder le cansan, porque no los entiende. Como esa gente que no exige saber de buena tinta cómo está concebida la Coca Cola pero la saborea de todos modos. Valen se llevó los lentes negros. Simulando ser ciego, clavó una imitación de Yoda memorable. No sabía si retarlo por el robo o reírme por el acting.

                                                                               ***

Con la saga de Star Wars descubrí que el cine es genial para transportarse hasta otros universos. Lo mismo que lograron Jack London o Stevenson en el campo de la literatura. George Lucas, el hacedor de las guerras de las galaxias, trazó sus "veinte verdades" starwarianas. 
Luke, en el episodio VIII, aprovechó el cambio de conducción  y resolvió dejar de lado los dogmas. Se retiró a un templo Jedi emplazado en una isla en medio del océano. Una especie de puerta de hierro con vista al mar donde meditar, acertar con el sentido de la vida y esperar la muerte. Allí fue encontrado por Rey, una padawan con afán de redimir el tiempo perdido. Rey trató de convencerlo para que abandone la isla y vuelva al ruedo espadachín. Luke, en un arrojo de enajenación prendió fuego los libros sagrados. ¡Se pudrió el rancho! 

Mientras rasgueaba estas líneas recordé al Skywalker de "A New Hope", un granjero indeciso y considerado con su maestro Obi Wan tan disímil a este Luke, experimentado y decidido, que le reconoció a Yoda que en su puta vida leyó los libros de la Orden Jedi. Luke, en una alegoría maravillosa, pateó el tablero, desenvainó su espada laser para iluminar el pasado con la luz del presente y partió sin bombos y platillos. 

                                                                               ***

Por lo antes expuesto, en un arresto de monomanía, decidí cometer mi acto de indisciplina navideña e interferir la carta de mi hijo:

Estimado Papá Noel, creo que me he portado bien el último año. Usted dirá. 
Le solicito me consigne sólo una caja de fósforos y una cuota de audacia. Resolví cauterizar mis libros para poder asumir nuevas enseñanzas. Desaprender lo aprendido. Esquivar los agravios. Madurar hacia la infancia, como el título de las obras completas de Bruno Schulz. Mis libros reales no se asarán en la hoguera. Quédese tranquilo. Sólo arderán en la fogata las hojas residuales con mis cicatrices rancias para transmutar en una rosa de cobre. Es por ello, camarada Santa, y extendiendo el patrón del maestro Skywalker, espero que escuche mi recado y ansío acertar ésta medianoche con la cajita de fósforos y un fajo de bravura junto al árbol de Navidad. 
No sé qué más era… Ya sé que no existe, me lo dijo mi madre cuando estaba en tercer grado pero bueno... ver es creer, pero sentir es estar seguro.

                                                                            ***


— ¿Pa, me puedo poner los lentes?
— No, Valen. Te va a hacer mal a los ojos.
— ¿No se puede ver la calle 3D? — me dijo riéndose.
— No, no… Si, se puede – pensé.
— ¿Con los lentes?
— Con otros lentes. Son unos que se forman en el ojo.
— ¿Cómo?
— Claro, se desarrollan con los años. Cuando cumplas cuarenta vas a ver la vida en 3D.
— ¡Dale, Pa! Decime la verdad.
— La verdad es esa. A ver ¿Qué es ver en 3D?
— No sé, como en el cine, eso.
— Es cuando ves alto, ancho y profundidad — dije gesticulando con los brazos — Yo solo veía alto y ancho…
— ¿Y qué es la profundidad?
— La profundidad es… es ir como Luke hasta una isla, lejos de todo y descubrir cuál es tu misión en la vida.
— ¡Dale! ¿Eso es la profundidad?
— Sí, algo así. Esa experiencia te ayuda a ver en 3D sin los lentes.
— ¿Y vos, fuiste a una isla, pa?
—  Sí…
— ¡Ufa! Porque no me llevaste? ¡Qué malo!
— Estuve en un lugar, pero no como el de la peli. Cerré los ojos, así, concentrado y fui a una montaña… Me la imaginé…
— Cuidad… — alcanzó a decir Valen y me tropecé con una baldosa floja.
—  … y te vi a vos, me vi a mí y pensé: ¿cuánto hace que no miro una película…? Quiero decir que miro y pienso sólo en la película y... nada más.
— …
— La respuesta fue... Fue hace treinta y cuatro años.
— Pero pa, es un montón. ¡Con los minions te reíste!
— Sí, es verdad.
—  Yo cuando miro una peli... miro, como pochoclos, tomo coca...
— Por eso fui a esas montañas, para volver a mirar como a los nueve años.
—  No entiendo.

Paramos un taxi en Puerto Madero.

—  Buenas noches. Hasta San Juan y Entre Ríos, por favor.
—  Pa, no entendí – insistió Valen.
—  Cuando fui a esas montañas, sentí paz y entendí que para ver en 3D, primero tenía que vivir mucho, vivir cosas quiero decir. Llegar a los cuarenta, tranqui, y volver a mirar con los ojos del niño de nueve... que fui.

El taxista abrió los ojos y me miró por el espejo — ¿Tiene cambio, muchacho? — me preguntó con inquietud.

—  Sí, tengo — respondí
—  No entendí nada, pa. Te quedabas en los nueve y listo — comentó mi hijo y el taxista largó una carcajada — ¿tenés plata?, ¿me compras una coca? — pidió Valen mientras descendíamos del taxi y se calzaba sus lentes 3D.
— ¡Muchacho, muchacho!
— Si…
— ¿Ésta caja de fósforos es suya?


Tomé la caja, la observé dos segundos y le retribuí el gesto de gratitud con una guiñada de ojo al tiempo que le acomodaba la capucha a Valen. En ese instante, mientras el auto se retiraba, pensé que posiblemente los tíos macanudos no se extinguieron del todo. Ellos vagan por una galaxia cosmopolita montados en trineos albinegros con una proclama en su delantera que reza: Libre. Libre con letras blancas sobre un fondo rojo purpúreo.







20 de diciembre de 2022

OYENTES, EL CORAZON DE LA RADIO





 “Qué pequeña es la luz de los faros de quien sueña con la libertad”

Joaquín Sabina



Esta semana me preguntaban ¿Qué es hacer un programa de radio? ¿Qué es lo que se siente? ¿Cuál es la sensación?

En principio hacer un programa de radio es redimir el regocijo de la mesa larga con familiares que ya no están. Hacer un programa de radio trae el aroma a queso rallado que excedía un cubilete, el agua burbujeando y los ravioles que se sumergían y emergían con idéntico hervor. 

En la radio vivimos en tiempo presente porque mañana es sólo un adverbio de tiempo. Me siento privilegiado de haber encontrado en la radio a mis amigos, a Nene, a Dieguito Lizarazu, a Evangelina, a Gloria Alderete, al Chelo Hagen. Dicen los que saben que la amistad no se agradece, se corresponde. Espero estar a la altura.

Más allá de lo que suceda al aire los siento verdaderos amigos. — El aire es sagrado— me dijo Jorge Puccinelli, y ¡cuánta sabiduría en sus palabras! Al encenderse el cartel purpúreo de aire, se ilumina el estudio con la luz que alumbra ésta sangre de hoy. El aire del vivo es adrenalina, encantamiento, vértigo y magia.

 


Somos muy feliz al recibir los mensajes de Norma de San Carlos, Marisa y Fernando de Lobería, Paula y Cristian de Lugano y Maite de Balcarce. Mario, Lidia, Gloria, Gabriela, Vito, Vicente de la Feliz y Seba de España, entre otros. Muchísimos oyentes que encienden la radio y sintonizan el programa desde Capital Federal a Barcelona, desde Tres Arroyos a Benito Juárez, pasando por Pinamar y San Cayetano. Maite nos escribe desde la pampa serrana — queda corto el programa, quisiéramos escucharlos más tiempo — y nos encanta saberlo. Por privado me han preguntado acerca de la actualidad, los temas que colman los portales, los canales de televisión y los diarios. No puedo esquivar el bulto.

Durante muchos años cubrí como periodista parlamentario el Congreso de la Nación. Recorrí horas y horas por los pasadizos y recovecos del Palacio en el barrio de Balvanera. Calles donde pululan los cafés y la rosca como partículas en el viento. Me apasionaba mi trabajo de periodista, lo hacía con profesionalismo. Escribí cientos de crónicas sobre proyectos de ley, de resolución y pedidos de informes. Siempre a la búsqueda de los textos de dictámenes en mayoría y minoría reñidos en comisiones y sesiones maratónicas de hasta veinte horas de debate. De manera autómata me asomaba por el palco de prensa y advertía las fisonomías de los diputados y senadores de la Nación para conjeturar si habría o no quorum. A veces las maravillas de la vida se nos escapan por la cómoda trampa de la rutina. En esas locuciones incrustas no he topado jamás con soplos que emparden al espíritu de los oyentes de “Faltaba Más” en particular y de la radio en general.

 


Un síntoma de que te acercas a una crisis nerviosa es creer que tu trabajo es tremendamente importante. Cuando uno vive situaciones enmarañadas empieza a valorar las cosas simples y vitales. Una mañana entendí que la ansiedad no está acá, está en el futuro. En esas horas revelé que lo significativo no era mi trabajo, no eran el tratamiento de leyes ni el análisis de la letra chica. Lo cardinal era ver sonreír a Julián y comprendí que la paz comienza con una sonrisa.

La radio me dio mucho más de lo que puedo brindar y sobre todo los oyentes, el corazón de la radio, que nos escuchan con tanta atención. Pienso en Nene, productora de Faltaba más, curadora de canciones, madre del alma, compañera, quien me sostuvo cuando el vacío y la orfandad envolvieron mis días con un manto sombrío. Ella me sirvió un té de durazno, corrió las cortinas y como ritual de iniciación frotó la lámpara de su erudición y me dijo —Tenes que volver a la radio, es lo que te gusta. Tu vieja lo hubiese querido así —

Seleccionamos juntos canciones y moldeamos cada emisión, sección por sección. ¿Cómo venís con el programa? ¿Ya tenés las canciones? ¿Cómo venís con los textos? me pregunta Nene. Juntos creamos una redacción móvil en algún café de la ciudad para producir el mejor programa posible.

Durante dos horas con Nene (hoy cumple 83 años) y Dieguito Lizarazu no nos perdernos de las pequeñas alegrías de la vida mientras otros esperan la gran felicidad. Hacemos el programa por oyentes como Mariquita que con sus 93 abriles aprendió a tocar el piano y tiene mucho más para contarnos que todas las crónicas que podamos compartir cada domingo. 

La épica de una novela belicosa o un cuento enternecedor puede que tengan una ascendencia calificada pero cuando la historia es narrada con la humanidad conmovedora de la oralidad, cuando la historia está franqueada por la piel del intérprete siento que desmantela todo juicio, se queman todos los papeles de la académica pacata y guardiana de la “buena escritura”.

A veces me pregunto si ¿en la filiación de cada oyente con las historias, las reflexiones y la musicalización están reflejados sus anhelos? Aunque quede ridículo que lo diga, con simplicidad, uno siempre anda buscando los orígenes, su identidad. Les agradezco el infinito e incondicional acompañamiento de cada domingo. Más allá de la religión que cada uno pueda profesar quiero desearles felices fiestas. 

Hasta el año que viene. Recuerden que la poesía, se encarne donde se encarne, tiene que trabajar recuperando la alegría. Gracias!

 


8 de diciembre de 2022

PALABRAS QUE QUEMAN

 

1

Era muy difícil tropezar con un milagro en un lugar con tantas necesidades. A veces, el destino se ríe de las probabilidades. 

Después de varios años, dejé atrás los pasillos del Congreso, carpetas con dictámenes, borradores de proyectos de ley, pedidos de informe. Una mañana de febrero salí eyectado de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Cuando deserté del periodismo parlamentario sentí un gran alivio. Al salir por Riobamba, un revoltijo de discursos y tonadillas botaban en mi cabeza. Había concluido otra etapa.

 2

El volantazo me llevó a trabajar como asesor en los barrios de emergencia porteños. Luego me sumé al equipo de Arte en barrios donde se generában festivales, eventos, salidas, visitas guiadas y cine móvil como caballito de batalla.

Meses después, el gobierno nacional desembarcó con otro programa: El Estado en tu barrio. Con un compañero fuimos designados cómo el enlace de los referentes con el funcionarato. Un rol interesante que tenía como objetivo garantizar la paz social.

A ella la conocí en esos díasUna mujer guapa e inteligente. Disfrutaba de verla, conversar con ella y trabajar coordinados. En síntesis, todo salió muy bien. No hubo rebotes y eso era lo importante. Ambos programas tuvieron un cierre de año vitoreando el éxito de la gestión.

3

En pandemia dejé de verla. Solo sabía de ella por las redes sociales. Una tarde, en una de sus stories de Instagram, publicó una foto de un libro quemándose en un vertedero de Fraga, Chacarita. Reconocí la esquina y la portada. Era un ejemplar de «Adiós a las armas» de Ernest Hemingway. Reaccioné a su historia y ella me respondió — no lo leí —, y yo le escribí — te lo voy a regalar.

4

Luego de un año de aislamiento, se definió mi pase y cumplí con mi palabra. Conseguí un ejemplar de la novela del escritor y periodista estadounidense y le pregunté dónde podía ubicarla. Nos encontramos una tarde soleada en el comienzo de marzo. Me reencontré con mi primer trabajo en Capital. Como en los cuentos circulares regresé al lugar donde comenzó mi periplo. El mismo organismo donde me desempeñé como data entry de un censo de hoteles dónde se alojaban familias en situación de calle.

5

Al llegar me sorprendí por la ausencia de organizaciones sociales en la puerta principal ¿Dónde estaba el MOI, el movimiento de ocupante e inquilinos? ¿Dónde estaba el MTL, el movimiento territorial de liberación? 

Toqué el timbre y un empleado de seguridad me mostró el camino. La dependencia persistía inalterable. En una oficina del primer piso floreció ella con su pelo recogido por encima del rostro. Su belleza fue aparición, no apariencia. Recuerdo su vestido negro estampado con un cincelado de flores que bordeaba su figura. Ella se acercó. Yo, floté.

6

Ella me saludó con un abrazo cordial y sentí su aroma. Su perfume sigue siendo la forma más intensa de su recuerdo.

— Mucha suerte, Raly — me dijo mirándome a los ojos. 

— Gracias, tengo algo para vos —  le respondí.

Apoyé sobre la mesa una bolsa de regalos con un ejemplar del libro de Hemingway. 

7

A diferencia de los operativos, donde el trato era más formal, pude abordar la charla sabiendo que ya no nos vinculaba una relación laboral. 

Ella resultó ser muy leída. Allí estábamos sentados, uno al lado del otro, sin horarios y con los teléfonos muteados. Lo que a priori sería un encuentro de unos minutos prosperó en una tertulia de una hora y media. Paseamos por diferentes temas: escritores, poemas, canciones y la vocación de jugar en la trinchera.

8

Mientras el sol descendía por los techos del edifico de AySA se consumó nuestro encuentro. Ella tenía cosas que hacer y yo le agradecí por su tiempo. Me retribuyó — gracias por el libro — mientras yo había desplegado todo lo que tenía. Permanecer un rato más podría ser resbaladizo. Estaba a cinco minutos de enamorarme y mí espíritu ya se perfilaba con vista al mar. 

Al salir, llamé al teléfono rojo. 

— Estuve en Desarrollo. Fui a verla, le llevé el libro. Ya sabe de mí cambio de destino. Me felicitó. Estaba hermosa, divina, ¿yo? Nervioso pero muy feliz. 

Esa sería una de las últimas charlas con mí madre.

9

¿Cómo llegué hasta ahí?  Porque ella inmortalizó en una foto un libro que mutaba de la encuardenación a las cenizas. En esa hora y media me invitó a discurrir sobre Albert Camus, Cristina Peri Rossi e Idea Vilariño. Me envolvió en su candidez como esencia de poesía. ¿Lo hubiese vivido de no haber dejado atrás el saco y la corbata? Es contrafáctico. Solo sé que acerté en la gestión con una mujer encantadora que me cercó la manzana envuelta en pelos rizados.

10

Ella me estimuló a la lectura del autor de «El viejo y el mar» y me aproximó a su obra a través de una historia de Instagram. Pasaron dos años (según me notifica la aplicación) Ayer terminé de releer un capítulo de «Adiós a las armas» y me dormí pensando en ella. Entre sueños representé su sonrisa a caballo de la resolana del atardecer otoñal que asomó por la Callao del Sur. 

Al despertar, decidí escribir sobre nuestro encuentro. No quise perder su imagen que personificó la previa de un nuevo ciclo en mi vida. Necesitaba ponerle palabras para que la evocación no se desvaneciera como las cenizas de un libro, el mismo que se disipó en la combustión de un basural de Fraga, Chacarita. El mismo barrio donde muchos imprescindibles duermen el sueño de los justos.

 




- ¿Le da usted valor a la vida? -Sí. -Yo también. Porque es todo lo que poseo y mi mayor deseo es poder ir celebrando mis aniversarios.

Adiós a las Armas



7 de noviembre de 2022

NO LO SOÑE

 

NO LO SOÑE

7 de noviembre de 1992

 

Había una vez una ciudad donde pocos se animaban a tocar rocanrol. Había una vez un país que bailaba al ritmo de Alcides, Pocho La Pantera y Technotronic. También había recitales, como los de Obras Sanitarias, que albergaba a los que transitábamos en el ostracismo de los sin jopo. Mucho antes de que los shows de rock fueran parte de una kermesse con cuatro escenarios con venta de pochoclos; hubo una noche de 1991 donde unos pibes de Villa Devoto homenajearon a los más grandes: Los Rolling Stones.

 

Profetizando lo que vendría, los Ratones fueron la antesala del desembarco de sus majestades satánicas y la fiebre rolinga noventosa. “Esta noche toca Juanse y el año que viene tocan los Eston” cantábamos.

Ante tanto aniversario dando vuelta por la net quería recordar el 7 de noviembre de 1992. La noche que tocó Keith Richards en la Argentina. Todavía conservo las entradas de los cuatro conciertos en aquella primavera de entusiasmo menemista, ritmo de la noche y el uno a uno.

Pasaron 30 años... Acá estamos. Demasiado jóvenes para morir y demasiado viejos para el rock. No es fácil ser joven, pero ser adulto, tampoco.

Yo, por lo pronto, hice un bollo con el plano... pero sigo buscando el tesoro.

 





1 de noviembre de 2022

¿DE QUÉ LADO TENEMOS PUESTO EL CORAZÓN?

 


Hay canciones que traspasan a sus creadores. Las tomamos los desangelados, las transformamos en himnos y las pasamos de generación en generación. Se resignifican, dialogan con la realidad del momento, despiertan nuevas sensaciones e ideas.

Así fue como la Kermesse Redonda ocupó de manera natural y con derecho propio un espacio vacío que no lograban llenar ni siquiera los propios Indio Solari y Skay Beilinson, quienes en sus respectivos conciertos solistas lógicamente apenas abordan un puñado de canciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

El sábado 15 de octubre me lancé hacia Constitución, la ex avenida de los boliches, hoy transformada en un itinerario de cafeterías y mueblerías high class. Llegué temprano.

El ex GO! tiene una carga emotiva muy fuerte, fue el reducto donde disfruté la música en vivo de los Redondos en los años 1994, 1995 y 1996.




Luego, en noviembre de 1996 fui a dos shows maravillosos en el Polideportivo Islas Malvinas, construido para los Juegos Panamericanos.

Más tarde, un impedimento por parte de las autoridades de Olavarría fue la antesala de mi último show de Patricio Rey en el Patinódromo Municipal Adalberto Lugea con la presentación de "Último bondi a Finisterre". En los albores del fin de siglo concluiría un romance que tuvo su bautismo en 1992 en Autopista Center — ¡Tenes que escuchar Oktubre, chabón! — me dijo Selva, una novia de San Telmo.



En GAP me encontré con un público heterogéneo. Chicos de 22, 23 años y muchachos de cuarenta largos.

En la previa la gente entonó canciones disparadas por un DJ como si el reducto fuera la continuación de sus propios cuartos exponiendo las cicatrices del almaMientras escribo reproduzco el setlist del show. Obtuve la lista de temas que me auxilia a escribir sobre mi arrojo.





El show

La asonancia del saxo tenor de Sergio Dawi fue la introducción en lo que prometía sería una gran fiesta. Dawi fue quien llevó adelante la batuta y sus vientos gozaron de la travesía. Fue el anfitrión de la Kermesse que se dirigió al público sólo para anunciar a los cantantes.

El show trajo en cada canción una evocación. A diferencia de los fundamentalistas con la Kermesse sentí que era parte de la banda. Nos invitaron a su celebración. Los fantasmas se hicieron presentes en la calle Ortega y Gasset que transmutó y dejó atrás los extintos Sobremonte, Coyote, El Divino, Chocolate, Cabo Suelto y Aquelarre. Constitución, la ex avenida donde desfilaba nuestra euforia adolescente, ahora se aviva de negocios de iluminarias, cafés pitucos y colchones con vista al mar. 


Tito Fargo y Sergio Dawi




Leticia Lee y Semilla


Visualicé entre la concurrencia caras entusiastas mirando a la marquesina con las retinas extasiadas. ¡Cuánta agua corrió bajo el puente después de 26 años! Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo. 

La Kermesse tiene la potencia del poder de las canciones. Verlo a Dawi solazar sus cadencias es una sensación intransferible. El ex Dossaxos es el tío experimentado en la cabecera de la mesaSemilla Bucciarelli sostiene el groove en su bajo, con una mueca alcanza para vislumbrar su felicidad. El sortilegio de Tito Fargo en las seis cuerdas factura los mejores riffs ricoteros con una maestría que sacude. 

Por último, el público que siempre enriqueció la torta de los Redondos, entregó el corazón en cada pogo. Allí estaban los mismos de siempre con la vida marcada en la piel aunados con caras nuevas. 

Como una procesión de más de tres décadas, hombres y mujeres llegaron hasta el show con lo que el cuerpo permita.

La Kermesse Redonda es una puesta que trae consigo una ofrenda entre banderines de colores y alegría sin bardo. Un ritual con una pizca de nostalgia. La vigencia de unos músicos ecuánimes que sostienen la leyenda con la pujanza de negras y blancas. Recuerdos que nos conectan con el que fuimos.


La Kermess Redonda 

es una puesta que trae una ofrenda 

entre banderines de colores 

y alegría sin bardo. 



El sábado 15 de octubre vi una banda que funciona sin vedettes, plumas ni egos mal ubicados. Un dispositivo melodioso que trajo buenos aires a la costa atlántica en pleno Oktubre. Canciones que son nuestras, versiones de los primeros discos apropiados en la voz de Leticia Lee, el Chino Laborde y Nahuel Briones con un soplo renovado, sin berretines ni tiranteces. 

El sábado me sentí de 20 años por dos horas. Sinceramente, no precisé al Indio Solari al frente de los micrófonos. Si necesité las canciones como un antídoto, al tiempo que las chicas trepaban al hombro de sus compañeros consignando un grito de esperanza hacia el cielo marplatense.

En mitad del show me senté en las tribunas. Vi gente lagrimear. La riqueza de la kermesse es que es diferente a todo, y uno se entrega a eso. Es dionisiaco, algo pagano que no tiene explicación, que no tiene dogma, pero que sucede, y cuando sucede no se sabe bien porque y uno necesita estar ahí. 

Una kermesse no es lo mismo que un parque de diversiones, no encontrarán palos enjabonados ni tías tirando latas. Hay algo sublime que tiene vuelo y magia. Ellos se hacen llamar los decoradores. Solari decía: Los Redondos estamos para saltar por sobre los decorados del rock y nosotros sorteamos el paso del tiempo por un instante a caballo de melodías que son parte de nuestra piel, esa misma que no nos deja huir.







22 de octubre de 2022

ADIÓS AL NEGRO JUAN


Como si fuera la información para una crónica del diario o la radio, esta vez me llegó un rumor desde Tierra del Fuego. Tuve que chequear la verosimilitud de un tema tan delicado. 

Me puse en contacto con la familia de Juan Ramón Guardia Lezcano, un compañero de la secundaria que habría fallecido.

Pepe, el hermano de Juan, me puso al corriente sobre la situación. Hace más de una década que no sabía nada del Negro Juan. Luego de leer la narración apesadumbrada de su hermano, supe que el Negro tenía todo el cuerpo desgastado y una insuficiencia renal crónica desde el 2012. En los últimos años estuvo internado en varias oportunidades, resultado de una sucesión de infecciones. Su diagnóstico psicológico y psiquiátrico fue cada vez más complejo: Psicosis paranoica y certeza delirante. En palabras de Pepe, Juan no quiso hacer ningún tratamiento y fue muy difícil ayudarlo. “Esto le impidió llegar una vida mejor”

Juan tuvo una convulsión en 2021 y desde allí lo acometió una dificultad para caminar. Empezó a moverse menos y en el mes de diciembre se fracturó la cadera. Lo operaron el 29 de diciembre y desde allí comenzó a tener problemas en dializar. Finalmente, lo intubaron el 14 de enero de este año.

Desde entonces Juan permaneció en terapia intensiva. Su hermano Pepe, solo lo pudo ver una vez que salió de la intubación pero Juan había quedado muy mal. El fin de semana su estado de salud se complicó y el martes 8 de febrero a las 14 horas falleció de un infarto. 



El Negro Juan se murió y con él, la certeza irrefutable que una etapa de mi vida también se apagaba. Con la muerte de Juan sucumbió el mono de Lugano 1 y 2. El pibe que tomaba el colectivo 91 ramal Sarmiento para hacerme el aguanteel mismo que resumía libros de Herman Hesse y leía a Borges a los catorce años. 

Cuando se trata del tiempo que roe un lazo, es un dolor que se suspende en el aire de los momentos felices. Uno no baja el retrato ni borra las fotos, quedan ahí, mostrando lo que ya no es. El Negro Juan fue un adolescente con muchas inquietudes. Tuve el privilegio de compartir una amistad cuando aún brillaba. Partió el compañero de la secundaria más cercano a mi corazón. Juan se moldeó a la eternidad, sólo espero que haya encontrado la paz …














11 de octubre de 2022

EL OLVIDO QUE SEREMOS

 




Mientras le sirvo a Julián unos tostados de jamón y queso escucho a Davoo Xeniexe en su canal de YouTube ¿Qué es lo que seduce a mi hijo ver un chico de 19 años discurrir sobre fútbol en una comunidad virtual? 

David “Davoo Xeniexe” logra hechizar a quien lo ve. El mutismo de Julián, ancho en una de las sillas mecedoras, contrasta con la elocuencia del streamer. Las salidas en vivo por Twitch son de hasta cinco horas. No me quejo, juzgo que es mi manera de conllevar el tiempo de ocio. Miro la grilla del festival Marea y los mensajes de Whatsapp en el fin de semana XXL. Debo confesar que disfruté mucho de compartir y aprender con las master class disparatadas del gran David.

Davoo expone lo que sabe sin solemnidad. En dos "vivos" asimilé nuevos conceptos sobre promedios y estadísticas. “Los chicos después de los veinte minutos se aburren de cualquier cosa” ¿Están seguros? 

Mientras recorto los bordes del pan lactal, escucho una voz personal que me deja en off side. Literal, cringe, bro, épico, hater, play wacho, de rúcula, gracias por la sub; franquean su monólogo que se interrumpe solo para tomar agua de una botella sin etiqueta.


GRIS ATARDECER

Más tarde, sirvo otra ronda de tostados de doble feta mientras el sol cae por la calle Sarmiento. July sonríe. ¿Acaso recibió un mensaje? ¿Estará enamorado? El comunicador 2.0 sabe al dedillo los resortes para pulsar los intereses de un adolescente y amenizar, al mismo tiempo, una tarde de lluvia y frío en Mar del Plata.

Davoo Xeneize no necesita más que un micrófono y quien lo escuche. Es uno de los streamers más reconocidos de la Argentina. Cuenta con más de 700.000 seguidores en sus perfiles. Hace unos días confesó que no tiene suerte con las mujeres y solo le interesa el fútbol. Es vehemente con quienes critican a  Juan Riquelme. Román es su Dios.

Davoo narra historias donde cuesta pellizcar donde empiezan y donde terminan. Julián me pide coca que tenga gas que acompaña con galletitas de chocolate Oreo. Acomoda la almohada que esmeradamente situé para que no se le acalambren las piernas. La adolescencia de mi hijo pateó las puertas del living sin orden de allanamiento. ¿Hay estadísticas y análisis en los streamings? Sí ¿Es entretenido? También. 

Las reacciones de Davoo Xeneixe son la evidencia cabal que los gustos de los hijos son suyos. Siempre hay un momento en la vida cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro.








22 de septiembre de 2022

THE CRYSTAL SHIP

 

Antonio Machado trazó en un línea “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” y aquel que recorrió años erráticos entre pensiones cuartos de hotel mirando Crónica TV sin volumen, apurando una cerveza tibia, podría entender al poeta oriundo de Sevilla.

Cuando trabajé como periodista parlamentario en el Congreso me decían: sultano reporta a mengano pero tiene "puerto" en perengano. Hoy, lejos de los pasillos del palacio, juzgo que un puerto es morada encantadora para un alma cansada de las luchas de la vida. 

Vuelvo al puerto de Mar del Plata, hace 100 años se encendía el motor de la ciudad. El movimiento de ascenso y descenso del nivel del mar continúa en marcha. Lo contrario al agua estancada. El agua del océano se agita, nos sacude, nos interpela en invierno, nos activa en verano. Por eso, cuándo nos quedamos solos, ante la quietud, ante un corazón que deja de latir, las olas se siguen allí, moviéndose. Por eso visito a los lobos marinos en su hábitat, un emblema que se mueve en oposición a los lobos solidificados de la Bristol. 

Mi madre me inclinó a regresar a la Feliz. Mientras acondicionaba mis enseres ella se tomó un buque sin boleto de regreso. Ella siempre volvía, ella siempre pegaba la vuelta. 

Tengo la esperanza que de tanto comerme con la vista el mar ella aflorará en el horizonte. “Estas en el borde del continente” me dice Camilo. Es cierto, el poeta siempre acuna una verdad.

Mi primer juguete fue un barco de papel. Un galeón que abordaba el cordón del pasaje Púan hasta disipar su travesía en el sumidero de la calle asfaltada. Me gustaría regresar embutido en la pluma de Melville al barco ballenero comandado por el capitán Ahab, atrapar a Moby Dick, sin importar la suerte que pueda correr mi pierna.



BARCOS INALCANZABLES

El barco pirata de los Playmobil fue el viaje a Disney de la primavera alfonsinista. Puerto se llamaba el boliche Chiclana y Pirovano dónde ella me miraba, yo la miraba y hasta que un día nos miramos al mismo tiempo.

A poco menos de un mes de la celebración de “Marea Puerto”, a 100 años del primer desembarcó en el Puerto de Mar del Plata, tiramos nuestras anclas para detenernos a pensar ¿Quién desembarcó primero? ¿Qué hecho fundó lo que somos?, ¿los linajes o los caídos?

Un barco encallado es un buque que no navega. Hoy, si me quitaran el aire no solo no podría respirar, si me quitan el micrófono permanecería zozobrando un nuevo feriado marcado en el almanaque. 

Vivimos en una era inalámbrica, los responsables de que tengamos Internet en casa siguen siendo más de 1.000 millones de metros de cable submarino. Sí, estamos hipercomunicados. Sin embargo, al pensar en tantos cables bajo el mar, cavilaba sobre la conversación entre tres tripulantes de la embarcación a mar abierto en la película Tiburón. Uno de los momentos más extraordinarios de la historia del cine. El peligro acechaba debajo de la barca y ellos discutían de chucherías.

La embarcación no era lo convenientemente fuerte. El personaje interpretado por Robert Shaw finalmente fue devorado por el tiburón. Esa escena custodió mis noches desde el año 1984 hasta estos días. El implacable cazador de tiburones Sam Quint acabó con el escualo que amenazaba las costas que terminó con su vida también. Sus compañeros de aventura, Martin Brody y Matt Hooper tenían una familia que los esperaba. Al navegante experimentado lo aguardaba la confusión, una cerveza tibia, el fulgor de un televisor sin volumen y un colchón sin frazadas. De esto se trata, que alguien nos espere. 

Anoche, mientras el sueño oponía resistencia repasaba pensamientos aleatorios y llegué a la conclusión que desembarcar y hundir los pies en la arena para perderme en la belleza del océano; eso es ser libre. Hace 100 años y ahora también.