En Barrio Sarmiento, los
carnavales eran como en cualquier barrio del conurbano. En la siesta los pasajes eran potestad de
los perros en busca de alguna sombra bajo un árbol. Sombras que escaseaban
sobre todo en un verano donde una cuadrilla de vecinos podó los árboles de la
cuadra en pleno auge del Hombre Gato. Recuerdo que las escondidas dejaron de
ser nocturnas, porque muchos vecinos creían verlo en la copa del Ceibo del
Pasaje Púan donde nosotros parábamos y la puta poda nos dejó sin cobijo en esos
días de tanto calor.
En una palabra, el famoso Hombre Gato tuvo a todo el
barrio en vilo durante ese verano de 1987.
En la
siesta, sólo se escuchaba el lamento de alguna vecina que salía a
trabajar y se comía un bombazo de uno de los nuestros escondido en un baldío.
Había gente que iba a laburar entre la una y las dos de la tarde, era extraño
ver a una mujer empilchada en ese horario, ¡Era una tentación! No se respetaba
a nadie, salvo familiar directo de la banda ( con el tiempo supe que no todos
entran a trabajar a la mañana)
El
protagonista en el carnaval matancero no era la espuma, ni el Rey Momo ni el
Bombero Loco. Eran las bombitas. Con los
pibes teníamos un berretín; no comprábamos las Bombucha (se
estiraban más, entraba más agua y mojaba mucho más cuando impactaba) sin embargo nosotros elegiamos las "Mejicano", con jota, las vendía sólo la Rita. Un
kiosko ubicado donde terminaba el barrio, a unas cuatro cuadras de casa. Para
la perspectiva de un pibe de diez años eso era muchísimo.
Éstas
Mejicano no se estiraban tanto, la goma era más dura, le poníamos mitad agua y
mitad aire para que duela o lavandina para que destiña la ropa. Esta era una de
las especialidades de Orly, además de ser el abastecedor del balde para ubicar
las municiones.
Etapa
de las primeras novias. Muchos cambios. Eramos demasiado grandes para andar con
los padres y demasiado chicos para los asaltos. Época de sentir el primer
cosquilleo cuando una chica te gustaba. Era difícil admitirlo frente a los
pibes, era muestra de debilidad, había que enamorarse de queruza.
Cada
uno tenía su técnica, en mi caso no la encaraba, le tiraba bombitas a errar o
me quedaba inmóvil cuando me tiraban de modo que al mojarme creyeran que tenían
puntería. Buscar pelea (los que se pelean, se aman) todo el tiempo
para demostrar de un modo poco ortodoxo mi interés. Esa
semana de carnaval la esperaba todo el año. Las bombitas eran mi flecha de
cupido. Tenía sólo siete días al año para lanzarlas a la chica indicada. No
tenía muchas chances, había que ser eficaz. Confieso que no he tenido suerte.
Hoy,
feriado de carnaval, salí temprano con un balde lleno de agua a baldear el
patio y regar las plantas con la convicción de que la última
bombita todavía seguía allí.
"Pasa la murga con sus alardes entre la siesta del arrabal. Y un son
de lata puebla la tarde y su rumor es la canción del carnaval"