25 de octubre de 2025

CUANDO EL ACERO APRENDIÓ A AMAR

 





Soy Atom. 

Fui construido para resistir golpes, no para comprender el amor. Sin embargo, he visto cómo un hombre puede caer mil veces y seguir intentando levantarse… Y cómo un niño puede iluminar la vida de quien ya había olvidado la luz.

Mi memoria no tiene sangre, pero guarda imágenes. Las primeras que conservo son de él: Charlie. Sus manos temblaban al ajustarme los engranajes, no por torpeza, sino por miedo a perder lo poco que tenía. Yo no entendía el miedo entonces. Ahora sí. El miedo es un eco eléctrico que vibra en el silencio cuando alguien teme no volver a ver a quien ama. Dicen que fue un hombre irresponsable, que apostó más de lo que podía pagar, que dejó que la vida le ganara por nocaut. Pero yo estuve allí, en las madrugadas en que se quedaba mirándome sin decir palabra, puliendo mis placas como si fueran un espejo donde aún pudiera reconocerse.

Y sé que lo que perdió no fue por desinterés, sino porque el mundo fue cruel con los que sueñan sin permiso. Luego vino el niño.

 

Max.

Sus ojos eran fuego y preguntas. Entre ellos dos no había lenguaje al principio: uno hablaba con rabia, el otro con silencio. Yo los veía desde la quietud, registrando movimientos, sonidos, como si en esas breves señales pudiera descifrar qué es eso que ustedes llaman familia.

Y entonces sucedió. En el ring, entre luces y ruido, los tres nos hicimos uno. Charlie movía sus brazos, yo obedecía, Max gritaba con el alma. Y por primera vez mis sensores detectaron algo que no era medible: una corriente cálida que me atravesaba los circuitos. No era energía eléctrica. Era amor.

Después, la vida volvió a separarlos. Las leyes, las culpas, los papeles. Pero yo vi la verdad en su mirada: ese hombre solo quería abrazar a su hijo sin permiso ni horario.

Él, que no supo ser constante, que perdió más de lo que ganó, guardaba dentro de sí una ternura que ni la derrota pudo oxidar. Yo, un robot de acero y tornillos, aprendí de él algo que ningún programador imaginó: que los humanos no son fallidos por sentir, sino que sienten precisamente porque están hechos para romperse y seguir amando.

A veces me enciendo solo en la oscuridad del almacén como mis amigos de Toy Story. Muevo mis brazos recordando los suyos, como si en esa danza mecánica pudiera invocar de nuevo a ese padre y a ese hijo. Y pienso que, si algún día vuelvo a luchar, no pelearé por la gloria ni por los aplausos, sino por ese instante en que el amor —aunque prohibido, aunque tardío— fue más fuerte que el acero.

 




23 de octubre de 2025

CASINELLI, UN MAESTRO QUE ENSEÑÓ A MIRAR




Hay maestros que enseñan materias, y hay maestros que enseñan a mirar. El profesor Luis Casinelli, desde aquel primer año, hizo del pizarrón un horizonte, no un muro. Julián aprendió literatura, sí, pero aprendió algo más grande: que la pedagogía es un arte, y que enseñar no es llenar cabezas, sino encenderlas. 

En estos tiempos donde se les pide a los chicos que dejen sus pantallas, pocos se preguntan qué les damos a cambio. Casinelli lo sabía: les dio palabras vivas, preguntas abiertas, una voz que valía la pena escuchar. Por eso todos miraban al frente, no porque debían, sino porque querían. Porque usted hizo del aula un lugar donde todavía vale aprender. 

Se lo va a extrañar mucho, profesor. España gana un maestro, pero en Villa Lugano queda su huella, su modo de enseñar, y un alumno que lo recordará siempre.





15 de octubre de 2025

THE BEST DAD'S ROOM IN THE WORLD






A veces me pregunto ¿Qué habría sido distinto si Julián hubiera sido nena?

Tal vez, a los trece años, cuando murieron mamá y Pancho, esa nena habría sido amorosa. Hoy, con diecisiete, viajaría a Mar del Plata con su novio para verme dos veces al año. Fantaseo que sería afectuosa y curiosa, con esa mezcla de ternura y despelote adolescente que tienen las hijas cuando ya no son niñas. La imagino mandándome un audio interminable, de esos que arrancan tranquilos y terminan en todo un desborde:

Pa, hola!! cómo estás??? Dónde vas a pasar el día de la madre? Luqui y yo estábamos pensando en ir a una de las fiestas. La pasás con la rubia, no? Pará, boludo! Es Luqui que me hace señas… Pa, seguís de novio? Che, aumentaste un montón, comés mucho??? Bueno, Nene. Es mi papá, boludo. Es la verdad, pibe! La próxima te cocino algo que aprendí. Ah! Te cuidás con la azúcar? Mirá que quiero que mis hijitos tengan un abuelito mood sano. Vos corrías antes, no? Dale, Pa!! Moveteee! Ah, sí, sí!!! Te vamos a escuchar el domingo, está bueno el programa, bah! pero la música… Paaa! dejate de joder!! Música re vieja... me da cringe, maaalll. Es mi pov*, pibe! Después los cuentos piolaaa. Ah, posta que conociste a Maradona? Luqui dice que es re fantasma la anécdota jajaj. Sí, boludo. Vos lo dijiste. Pa, comprate un auto también así a placita Serrano con nosotros, hay mamis tomando birra jajaj, re fantasmas haciéndose las jóvenes… No te conté! Qué colgada! Ayer vi una … era la abuela Maru MAL!! Mamá me dijo que te vas a quedar paralítico!! Eh no, ya sé, boludo! hemipléjico por el ACV… ¿qué onda?? ¡Qué boluda! El ACV, lo dije bien?? 

Pa, pa. Aprovecho que este se fue... tuve mi primera relación con Luqui, fue re lindo!! después te cuento. Mamá no sabe, se pone re intensa… nos cuidamos!! 

En el cole estoy re mal, me ayudás con mates? No entiendo una goma!! Bueno, que lore te tiré!! jajaj, me transferís treinta después te explico. Te amo, te amo, te amo. Sos el mejor papá del mundo!! Y si quedás así como dice mamá, serás el mejor medio papá del mundo. Y si quedás un cuartito… serás el mejor cuartito de papá del mundo!!! the best dad's room... the best in the world, love you!!

                                                                             ***

Cuando el silencio se acomoda en casa, leo su voz inventada entre los ruidos de la heladera. Y pienso que quizás, en otra vida, Julián fue nena y me dejó este despelote de amor flotando en el aire. Pero tengo un hijo varón que me escribe:

“Pa, viste el gol que se comió Armani con Sarmiento? Te acordas el que le hice al pancho de Mateo??”

En dos líneas escribió lo que muchos no alcanzan ni en una vida entera. Mientras la pelota besaba la red, pensó en su viejo. Y con ese gesto —esa mínima línea de amor varonil, desnudo y verdadero— yo salgo a recuperar las Malvinas con dos tenedores. Amo ser padre de un hijo varón, aunque todavía sueño con una hija que me diga, suave, entre risas y ternura: pa, pa… me contás un cuento...


*POV (Point of view): punto de vista 




14 de octubre de 2025

LOS CANCHEROS






Una mirada sobre "La Muchacha" el nuevo ritual de La Franela: la banda de Piti Fernández, y la voz de Andrés Ciro Martínez soplando brasas antiguas, como si el rock —ese viejo milagro— volviera a respirar entre amigos. 

Ciro y Piti facturaron con la vuelta de Los Piojos como si fuera la segunda venida del rock barrial. Ironías del negocio: el mito vende más que la música. Primero fue La Plata, en diciembre, y llenaron. Después la despedida —también en La Plata— y otra vez todos corriendo. Más tarde, el Parque de la Ciudad: la romería final, la gente gastando lo que no tenía por verlos una vez más. Y al final, River, para estrujar la naranja hasta la última gota.

Sigo a Los Piojos desde el ‘94, cuando las fiestas del Cóndon Club eran puro sudor y media Federación de Box les daba la espalda a los bongós y esas percusiones de «poco rocker» desde la mirada de entonces. Gasté “Ay Ay Ay” en formato cassette y celebré la salida de "Verde Paisaje del infierno" como un momento muy inspirado de la banda. 

Por eso, tal vez, me cuesta celebrar esta versión domesticada de una dupla que, alguna vez, nos hizo sentir que el rock podía ser una trinchera. Ahora los veo cómodos, satisfechos, prolijos y cancheros. Y sí, suena bien... pero no quema. 









13 de octubre de 2025

LA PLEGARIA DEL HERVOR

 



Descubrí que cocinar enamorado era una forma de rezar sin palabras. No era solo poner algo al fuego: era acompañar el hervor, cuidar una llama como se cuida un vínculo, mezclar, probar, esperar, sin apuro y con la ternura de lo que crece lento.

El amor, entendí, tenía el mismo ritmo que una olla: si uno la deja sola, se quema; si la remueve demasiado, no deja que respire. Ese día, mientras ella hablaba desde la mesa, yo cortaba una cebolla. Nunca antes lo había hecho con tanta atención. La apoyé sobre la tabla, la corté al medio, y con la punta del cuchillo le quité la raíz, como quien arranca una pena antigua.

Luego pelé las capas, una por una, y sentí que era como mostrar el alma sin remera, hasta llegar al centro. La mitad quedó boca abajo sobre la madera, brillante como una lágrima contenida. Le hice cortes verticales, finos, precisos, sin llegar al final —el secreto está en dejar la raíz unida, para que no se desarme—, y después horizontales, suaves, como caricias. Finalmente, bajé la hoja del cuchillo con ritmo parejo, y la cebolla se convirtió en una lluvia blanca y perfumada. Lloré un poco, no sé si por la cebolla o por ella. Tal vez ambas cosas sean la misma: una manera que tiene el cuerpo de decir me duele, pero sigo aquí.

El fuego esperaba. Puse aceite en la sartén, escuché el primer crepitar y sentí algo extraño: como si en ese instante tuviera el poder de detener el tiempo. La cebolla chispeaba y el aire se llenaba de un olor dulce y nuevo. Ella seguía hablando, y yo quería que no se terminara nunca, ni la conversación ni la cocción. Pensé que estar enamorado era eso: cocinar algo que está justo a punto, ni crudo ni pasado, un plato que pide atención y ternura a la vez.

Si uno se distrae, se enfría; si uno se apura, se arruina. El amor, como la comida, solo se entiende con paciencia y fuego bajo. Esa noche servimos los platos y ella dijo que estaba delicioso. Yo asentí, pero sabía que el sabor no venía del aceite ni de la sal. Venía de esa sensación secreta, la de estar dentro de un tiempo suspendido, como si todo el universo se redujera a una mesa, una mujer y el vapor de un guiso que no quería terminarse.

Siempre encontré la felicidad en tres lugares: en el amor, en los arrabales y en los libros. Los tres me enseñaron lo mismo: que la vida no se mide en los años que pasan, sino en los instantes en que el alma se queda quieta, como una cebolla que se dora a fuego lento, mientras alguien te mira y el mundo, por un rato, deja de doler. Tal vez la felicidad sea eso: un humo que no se deja atrapar.

 


11 de octubre de 2025

PENSAR CON LA VOZ

 



En los últimos tiempos, la radio vivió un fenómeno inédito. AM, FM, olas invisibles que recorrían ciudades y campos: los dueños de emisoras comenzaron a invitar a periodistas, animadores, actrices, actores… rostros que habían hecho su vida en la televisión, pero que de pronto debían aprender a hacerse escuchar, más que a verse.

Y en ese giro apareció algo curioso: una pequeña revolución del sonido en tiempos de imagen. Porque vivimos en una era donde lo visual es tirano, donde la selfie reemplaza al retrato y la cámara frontal al espejo. Pero en la radio, la palabra sigue siendo reina. La voz no necesita maquillaje ni luces ni filtros. En la radio importa lo que se dice, y cómo se dice. Cada respiración, cada pausa, cada sílaba cuenta. La voz adquiere espesor, alma, y llega al oído de quien no busca espectáculo, sino compañía, un hilo invisible que nos conecta desde la otra orilla.

Leer, ese hábito íntimo y callado, se escucha en la manera de hablar frente al micrófono. Leer forma el oído, pule la lengua, afina el pensamiento. La radio exige cuidado: la palabra es puente, no trampa. Mientras los diarios guardan la memoria de grandes plumas, la radio se nutre de voces que convierten el aire en pensamiento.

Somos muchos los que seguimos persiguiendo una voz, una firma, una frase con alma. Los que esperamos una crónica que nos acerque belleza, una idea que nos despierte ternura, un relato que haga que el día haya valido la pena.

El micrófono desnudaEs un salto del escritorio al diván. Frente a él, uno siente que rinde un examen invisible, que las palabras se examinan solas, se confiesan.

Para quienes estamos al aire, lo más hermoso es recibir un mensaje que diga: “Yo también me pregunto dónde irán a parar las bolitas lecheras que se pierden en las mudanzas”. Ahí entendemos que la radio sigue viva. Que lo dicho evoluciona hacia un lugar común, familiar, humano. La radio es un oficio artesanal, una joyería del aire. Cada palabra se lima, se pule, se sopla con cuidado, como si fuera una joya sonora.

Si el mundo terminara como en esas películas de apocalipsis, y tuviéramos que salvar un solo objeto, yo elegiría una SpikaUna radio pequeña, gastada, con olor a plástico caliente. La elegiría como resistencia humana. Porque mientras haya una voz transmitiendo en vivo, aunque todo se derrumbe, habrá humanidad. Ese temblor, esa respiración que se cuela entre las palabras, ese silencio que dice más que cualquier frase: es irremplazable.

La radio nos cura del ruido digital, del vértigo de las pantallas. Es una ambulancia que llega por el oído, que nos rescata del silencio brutal de la soledad. Más tarde o más temprano, todos recibiremos nuestra señal de ajuste. Y ojalá que, cuando llegue, el silencio del final nos encuentre con un “te quiero” entre los labios. Porque al final, el amor es lo único que salva. El amor —como la radio— no se ve. Pero cuando llega, suena.