Ariel
tiene 28 años y todavía vive con su madre. En su habitación atesora cientos de
discos grabados en cassettes y videos musicales. Tocaba el bajo en una banda de
heavy metal.
Su papá
es vendedor y viaja todo el tiempo. Su mamá vive al cuidado de su hermanita
menor que padece osteogénesis imperfecta. Ariel comenzó varias carreras. Hizo
el CBC cuatro veces pero sin ninguna pasión. Sólo por mandato.
Comenzó
a tocar la guitarra a los doce años. Se inició en el folclore. Con zambas y
chacareras aprendió sus primeros acordes. Ya en la adolescencia continúo con el
típico cancionero de rock nacional hasta que Martín, su amigo guitarrista, le
acercó un disco de Black Sabbath. De ahí en más, quiso tocar el bajo.
Ariel
vive en el tercer piso de un edificio antiguo sobre Avenida Directorio, a pocos
metros de San Pedrito. Un departamento de cuatro ambientes, sin grandes lujos
pero bien amplio, con una terraza considerable.
Junto a
Martín decidieron armar su propia página de facebook y publicar un aviso
solicitando un batero de heavy metal o trash metal. Se presentaron cuatro muchachos.
El segundo de ellos, que era el de menos onda, fue el admitido. Su batería, la
más completa de los postulantes, tiene doble bombo y platillos Zildjian, sabe
leer música y vive a siete cuadras del
departamento de Ariel.
- Tenés
razón, no era el mejor - expuso Ariel. Tiene el pelo corto. No da heavy, pero…
¿De qué me sirve un chabón que vive en Luis Guillón? ¿Cómo hace para venir a
ensayar hasta acá?
- Pero
este pibe parece un oficinista - dijo Martín.
- Eso
se puede corregir. Le ponemos los pantalones chupines para los shows.
- ¿Y el
pelo corto?
- Una
peluca, de última. No va a ser la primera vez, ¿no?- expresó casi sonriendo.
- Sí,
que sé yo. Además es profe en el colegio de mi hermana.
-
¿¡Queeé!? ¿cómo sabés?- inquirió Ariel saltando de su silla.
-Ayer
le envié una solicitud de amistad. Me aceptó al toque. Y le stalkeé la página.
- ¿Qué
hace ahí?- insistió Ariel.
- Da
clases de música en tercer año. Le pregunté a Sol. Me contó que es re deforme,
pobre. Onda que todos se ríen de él. ¿Escuchaste cómo habla? Es re aparato.
El papá
de Ariel le compró a su hermana la parte del departamento que le correspondía a
ambos. Es una herencia de sus padres escribanos.
Américo,
encargado del edificio, conoce al papá de Ariel y a su tía desde que eran
chicos. Los cuidaban junto a su finada esposa cuando los escribanos trabajaban.
Como no tienen hijos, fueron como los tutores de las dos criaturas. Américo no
es ningún santo. Le conviene hacerse el sota con la familia por los vinos que
recibe del papá de Ariel cada vez que viene de Mendoza y alguna propina cuando
les cuida la casa. Américo es un bebedor empedernido y desde que quedó viudo se
baja dos botellas de vino por noche. Tiene setenta y dos años. Es amigo de un
gremialista de peso en el Sindicato de Encargados de Edificios, el mismo que
truchó unos papeles para congelar su jubilación. Retirado y jubilado perdería
la vivienda, los tongos con la administración y está prendido en la cometa con
los arreglos en el edificio, llámese plomeros, gasistas y electricistas.
Américo,
como cada mañana, salió a limpiar la vereda. Ariel lo encaró.
- Américo,
¿todo bien? ¿Qué onda, cagaron otra vez los perros del segundo?
- Sí.
Ya hablé con la señora pero parece que no entiende. ¿Qué le cuesta salir con la
bolsita, no?
- Es
verdad. Américo, una consulta. ¿Usted tiene todavía el contacto con la gente
esa de Suterh?
- No
entiendo, Ariel.
- Los
chabones del gremio. Los que alquilan el anfiteatro. ¿Se podrá arreglar con
ellos para tocar ahí?
- ¡No,
Arielito! El anfiteatro del gremio es para charlas y conferencias. No es un
sitio para que toquen los conjuntos, ¿comprendés?
Ariel
lo miró, pensó e improvisó un argumento.
-¿Sabe
qué pasa, Américo? La onda sería hacer un recital benéfico para juntar fondos
para los chicos con osteogénesis imperfecta.
- ¿Oste
qué?
- Osteogénesis
imperfecta, Américo. Es un trastorno genético. Los huesos de quienes sufren la
enfermedad pueden fracturarse de la nada, por el mínimo golpe. Lo que tiene mi
hermanita.
- Mira,
Ariel, no seas picarón. Con la enfermedad no se embroma y menos de un familiar.
Tenés que madurar alguna vez. Tu padre a tu edad ya era todo un hombre. Hecho y
derecho.
Ariel
no insistió. Américo sabe por diablo pero más sabe por viejo.
A la
semana siguiente, la mamá de Ariel recibió un llamado de la empresa donde
trabaja su marido. El papá de Ariel manejaba su auto por la ruta nacional 7.
Antes de llegar a San Andrés de Giles un camión que venía en sentido contrario
se pasó a su carril y lo chocó de frente. Aparentemente el camionero se habría
quedado dormido. El Peugeot 206 quedó aplastado. El padre de Ariel murió al
instante.
Ariel
pensó en encerrarse a tocar el bajo y escuchar música al mango para olvidar lo
sucedido. Pero fue inútil. Recordó la última charla con su papá. Más que
palabras fueron como fotos, como polaroids de sensaciones. Imágenes que emergen
ante lo fatal. Un flash back ineludible.
De
ahora en más su vida ya no sería la misma. Descartó la posibilidad de continuar
con el proyecto de su banda de rock. Su mamá junto a su hermanita, desamparadas
y sin recursos, necesitaban de su ayuda más que nunca. Él debía cambiar su
forma ver las cosas, ponerse al hombro la familia. Buscar un trabajo para pagar
los gastos que su madre no podría solventar sola.
Un mes
después de la tragedia pudieron vender el departamento de cuatro ambientes por
un contacto de Américo en una inmobiliaria y se mudaron a pocas cuadras, sobre
un pasaje, a un PH de dos ambientes. Ariel, antes de mudarse, tomó la decisión
de tirar muchas cosas valiosas para él. En la nueva casa ya no habría tanto
lugar. Se deshizo de más de quinientos cd´s de audio grabados y cientos de
videos. Se quedó con unos pocos a modo de souvenir. Fue doloroso para él. En cada compact disc se
iba una anécdota, una historia, una vivencia además de una melodía. Sin mucho
esfuerzo podía recordar quién fue la persona que le grabó cada uno de ellos, la
imagen de un viaje en tren de una punta a la otra de la ciudad en busca de un
nuevo disco. En la mayoría de cd´s reconoció su letra manuscrita. Es ahí donde
pudo visualizar cómo modificó su forma de escribir con el paso de los años. En
el grafismo pudo ver la dedicación y la importancia que tenían esos discos para
él. No fue nada fácil ver todos esos años de material dentro de una bolsa de
consorcio.
Luego
de la música le llegó el turno a los apuntes de todas las carreras que comenzó
y no terminó. Durante años pensó “los
guardo porque alguna vez voy a volver a leerlos”. Ese día nunca llegó, pasó más
de una década y ahí estaban, amarillentos, con polvo y algunos casos hasta
ilegibles.
Concluyó
la tarea con una pila de papel seleccionada a un costado del living. Le llevó
toda una tarde de domingo. Afuera lloviznaba, lo que le daba un clima más
conmovedor y épico al asunto. Mientras tanto, su madre inventaba un nuevo juego
con su hermanita y la pava apoyada por enésima vez en la hornalla calentaba el
agua para unos mates.
Separó
y seleccionó entre diez y quince hojas de decenas de apuntes. Kilos de papel
que en cada mudanza son lo que más pesa junto a los libros. Abrió de a una las
bolsas de consorcio y quedó todo listo para tirar.
- A veces,
desprenderse de las cosas del pasado es un signo de madurez – decía su papá.
Todo
tiene su etapa y alguna vez tuvo que llegar esa tarde. Todo ese material se
fundió dentro de unas bolsas de residuos y formó parte de la carga de un
cartonero que pasó por la puerta del edificio de Directorio y ese domingo logró
una cantidad de papel que en el pesaje final sumó unos mangos más para llevar a
su casa.
Cuando
paró de llover, Américo salió a la vereda a colgar las jaulitas de los canarios
y encontró a Ariel en el hall con lágrimas en sus ojos.
- Y
pibe, ¿cómo te sentís?- indagó sin poder disimular su emoción.
- Bien
Américo. Creo que bien – contestó Ariel cabizbajo.
El
encargado histórico del edificio de Directorio, donde se crió el papá de Ariel,
lo miró mientras se alejaba hacia las escaleras y pensó en lo orgulloso que
estaría su padre de ver a su hijo tomando los rieles de la familia.
Américo,
en realidad, es medio hermano del abuelo de Ariel. Pero como no había estudiado
una carrera, no había terminado ni siquiera la primaria fue marginado a la
portería. En el barrio dicen que mastica la verdad desde hace más de cincuenta
años. Su hermano, el abuelo de Ariel, le pidió que nunca hablara sobre el
asunto y a cambio lo acomodó en el sindicato. Sentía vergüenza de Américo y su
mujer. Los esquivaba y evitaba que los vieran juntos. Quienes conocen bien la
historia comentan que su mujer, primero, y el vino, después, fueron los únicos
testigos de su dolor.
El
profesor de música de la hermana de Martín volvió a sus menesteres. Si bien lo
siguen cargando por su forma de hablar, él parece no darle importancia al
asunto. Es un músico de conservatorio que adora enseñar en los colegios. La
adolescencia es un momento de la vida, donde la crueldad de nuestros actos y
nuestras palabras no mide las consecuencias a corto, mediano o largo plazo. Al
menos ahora tiene una alumna de tercer año que estará de su lado, la hermana de
Martín. Sol lo vió tocar en la sala de ensayo y cambió su forma de pensar a
partir de ese día.
Mientras
tanto, la promesa del rock pesado, Ariel, el bajista de Flores, le daba la
bienvenida a una nueva etapa. Antes de salir de su viejo cuarto miró hacia un
rincón y descubrió una frase de una canción escrita en liquid paper sobre una
pared pintada de negro que decía: Todo lo
que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.
Ariel encaró hacia la
puerta, se colgó el bajo y cerró su habitación para siempre.