La mano
venía dura, pero resolví viajar a Mar del Plata. Llamé a mi amigo Pocho y nos
encontramos en la peatonal San Martín. Me dijo de ir a escabiar algo, esperé
que él decidiera y fuimos a "Marcelito", el barsucho en el que
supimos parar alguna vez.
-¿Te
acordás de la camarera?- le pregunté a Pocho.
-¡Lorena,
un bombón!
-¿Está
todavía?
-No, se
casó y no labura más - me dijo.
El
lugar estaba semivacío, no había un mango en la calle. La costa atlántica en
enero no era la de otros años, el corralito y el estallido social trajeron
rebotes en la temporada de la Ciudad Feliz.
Después
de hacer un resumen de nuestro presente llegó el momento de pagar. La carta
decía: Traful cinco pesos. Un vinito medio pelo de Bodega López. Tomamos dos tubos
y nos cobraron doce pesos. Me acerqué hasta la caja -¡Acá la carta dice cinco
pesos, tomamos dos botellas y nos cobran doce pesos! – Se equivocó el mozo, le
pido perdón- resistió el encargado.
Lo más
atractivo de la noche llegó cuando ganamos las calles, esas veredas sombrías y
desoladas del verano marplatense; ambiente sórdido de puteríos, bingos y esos
ramalazos de viento del mar que generan una atmósfera única, casi fantasmal.
Abrimos
el recorrido desde Rioja y Alvarado, caminamos por Rioja hasta Rivadavia,
doblamos hasta avenida Independencia, pasamos por un cabarulo de Rivadavia
entre Jujuy y Salta y enfilamos a Papa
Montero para tomar algo. Mientras nos acercábamos advertimos que estaba
cerrado.
Entre
calle y calle se mechaban las anécdotas. Contabilicé dos perros en treinta
cuadras. No acertamos un sólo lugar abierto, caminamos hasta Alberti y Mitre. Aruba también estaba cerrado. Recordé
una canción, una frase que siempre quise decir - Conozco un bar en la estación -
Bajamos por Alberti e ingresamos a la vieja terminal de micros por Las Heras. De
los más de quince bares, sólo uno estaba con luz prendida. Pedimos una birra.
- No
muchacho´... a esta hora no podemo´ vender alcohol- nos dijo el mozo.
- Bueno,
tráigame un cortado en jarrito para mí.
-Yo no
quiero nada - dijo Pocho con voz cansada.
-¿Te
acordás de la mina que te conté, la que viaja conmigo todos los días al laburo?
– comenté para romper el silencio. Pochito se dormía, caminamos mucho y venía
de hacer dos guardias seguidas, pero debo reconocer que le puso garra.
-No. Ah
sí, sí, algo me acuerdo.
-¿Vos
sabés que después de tantos viajes, charlas y miradas, la mina me abrió la
puerta de su casa?- dije mientras revolvía el azúcar en mi cortado antes de que
me amigo se durmiese - Me invitó a pasar, cenamos juntos, vimos videos de sus
quince. Me nombró a uno y cada uno de los miembros de su familia y a uno y cada
uno de sus compañeros en su fiesta de egresados. Tomamos un té. Se hizo tarde,
afuera llovía. El novio no tardaría en llegar y cuando todo hacía saber que
terminaría la noche con la frutilla en el postre, me puse la campera… Me
acompañó hasta la puerta. Le dí un beso en la mejilla. Nos miramos fijo a los
ojos, dos o tres segundos y me fui sin hacer nada. Pudo más mi miedo…
- …Y la
historia de un hombre, Hugo… es la historia de sus miedos - dijo Pochito como
si nada. En ese instante me alegré de que en el fondo, seguía siendo el pibe
perspicaz que conocí en la primaria.
-Y sí,
pero ahí no termina la historia, loco. Los martes voy al gimnasio cerca de su
casa. Caminábamos juntos hacia su departamento. Ella compró un ramo de flores y
lo traía en su mano. A dos cuadras de llegar, el momento en que yo hago el
desvío al gym, aparecío el novio. Nos vió juntos. Ella con un ramo de flores,
que por decirlo de algún modo se autoregaló y, bueno, ¡imaginate! Habrá pensado
que yo se lo compré. El vago nos miró con bronca... ¿Yo que hice unos días
antes? ¡Me puse la campera y me fui! No sólo que no hice nada sino que me gané
gratuitamente el odio del chabón, que hasta ahí no me registraba como oponente
de la mina.
Pocho
se dormía, pedí la cuenta y seguí con la historia.
-Esto
pasó hace más o menos un mes, pero la cosa no termina acá, el capítulo con la
mina del bondi continuó.
-¿Cómo?
– murmuró Pocho.
-Me
abrió las puertas de su casa, un día que el novio no estaba. Vimos videos.
-Sí, ya
me lo dijiste.
- ¿Hasta
ahí estamos? El novio nos vió un día que ella se compró un ramo de flores y
pasé un momento incómodo. ¿Se entiende?
-Sí,
boludo, se entiende.
-Lo
nuevo es que la cité para hablar y aclararle que si yo hubiese sido el flaco,
me calentaría al vernos en esa situación. Ella me dijo - no me importa lo que
diga - Te confieso que al escucharla me dió coraje para seguir en mi avanzada.
Mi
amigo apoyó la palma de su mano derecha en la cara y parpadeaba cada vez más lento
hasta que se quedó dormido. Yo me quedé sin escucha.
El
mozo, que seguía la conversación desde el mostrador, se arrimó a nuestra mesa.
-Acá no
se puede dormir, dígale a su amigo que vaya a apolillar a su casa.
-Termino
el cortado y nos vamos, mozo.
-Está
bien. Disculpe el atrevimiento ¿no? Pero… ¿Cómo sigue la historia?- comentó el
mozo con un tono de voz de mayor a menor.
-¿Le
interesa en serio saber cómo sigue?
-Sí. En
realidad no. Pero no tengo nada que hace´.
-Bueno,
está bien, le cuento.
Lo
observe bien al mozo, me hizo acordar al Jimmy con sus rasgos duros, la mirada
triste y hostil, tierna por momentos y filosa por otros. Esos párpados caídos y
la cicatriz límpida que le franqueaba un ojo.
- Ahora,
ahora empieza lo mejor, mozo, o lo peor. Como le decía a mi amigo, quedó todo
bien con la mina. Como que enfrenté la situación y no tengo nada que esconder.
El día de la primavera cayó sábado. Día junto al domingo que el novio está en su
casa. Entonces decidí mandarle flores. Le pedí guita prestada a mi hermana. Yo
venía envalentonado. Las pagué el sábado para que las entregaran el lunes.
Antes de las trece horas, a sabiendas de que ella está sola. No puse mi nombre
en la tarjeta que acompaña al racimo, como para darle una sorpresa. A la tarde
de ese mismo día le pregunté si había recibido flores. Me dijo que no estuvo en
su casa. Yo dejé indicado en la florería que hasta cierto horario podían
mandarlas: trece horas, no más. ¿Qué hizo el paparulo de la florería?
-No sé.
-Las
entregó cerca de las veinte horas. ¿Quién las recibió?
-Qué sé
yo.
-El
novio, mozo, el novio. Al otro día la llamé a su oficina y de muy mala manera
me dijo que quería hablar conmigo- ¿Estás loco vos? Me metiste en flor de
quilombo - me dijo la mina.
-La
expresión flor, poca´ vece´ mejor usada ¿no?- acotó el mozo
-No
estoy para bromas…
-Es una
joda, muchacho´.
-Bueno,
la mina continúo embalada con su enojo, nos vimos a cara a cara y me apuntó con
el índice - Me dijiste que no querías traerme problemas con Paulo. ¿Y me hacés
esto? No te entiendo Hugo -¿Le dijiste a Paulo que te las envié yo?- le dije
casi tartamudeando.
-Por
supuesto.
-Pero
si las envié como anónimas.
-Me
imaginé que eras vos, Hugo, y se lo dije a Paulo, que es mi ¡novio!- me increpó.
-La
mina tenía muchas maneras de desmarcarse mozo y me mandó en naca.
-Podés
decirme Juanca.
-La
mina estuvo mal, Juanca. Le aclaré que hubo culpas compartidas. Yo reconocí mi
atrevimiento, ¡bah! no tanto, ¡Hace tiempo que nos vemos y hay onda entre
nosotros! En fin, a pesar del esfuerzo, no fue suficiente mi explicación.
Pasaron unos días y el asunto se dilató. Me devolvió un libro que le había
prestado; que hasta donde yo sé, le había gustado - Tomá… Ya lo leí… Me aburrió
- me dijo.
Mi
viejo perdió el laburo, Juanca. Le amputaron una pierna. Estaba mal de salud y
ella lo sabía. Yo tendí a minimizar el asunto con esta mina. Pero no deja de
ser un bajón. Me llamó para saber cómo estaba papá, fue un llamado sincero de
su parte, pude lograr una charla sin volver a tocar el tema. Pero reconozco,
que no hice nada por mantener el trabajo fino que tanto tiempo llevó.
-Y tu
viejo, ¿cómo está?
-Mi
viejo sigue desocupado, pero está mejor. Lo usaba al pobre para tener un tema
de conversación con ella.
- Ah,
le mentiste.
-
Bueno, Juanca, no quiero escuchar eso ahora. Yo soy el que está mal ahora.
¡Ella podría haber jugado de otra manera! Quizás si no era eso, era
arrinconarla el día que me invitó a pasar a su departamento ¿Y qué? ¿Le iba a
contar al chabón? Qué sé yo. Al menos ocupó mi cabeza por unos meses. No sé
para qué le cuento todo esto. Mi amigo se durmió. Discúlpeme, pero lo tenía
atragantado y necesitaba contárselo a alguien. La verdad, no es algo relevante
en mi vida. Además no me parece conveniente a esta altura de la madrugada, acá
con alguien que no conozco…
-Tranquilo,
pibe. Sos joven todavía.
- Usted
no me conoce y me escucha. Una mujer me histerisquea y después me manda al
frente. Sin embargo ¿Sabe qué es lo que más me jode, Juanca?
-No.
-¡Que
el Pocho se haya quedado dormido!
-Bueno
pibe, lamento todo lo que te pasó. Anda a descansa, ya e´de día. Tenemo´ que
limpia. Ahí te dejé el tique.
-Gracias,
Juanca, ahora le pago. ¡Pocho, despertate! Dale, que nos vamos.
Pocho
se despertó sin pronunciar una palabra. Cuando nos despedimos me hizo una
invitación inesperada -Hoy a la noche te espero en casa, Huguito. Viene Daniela
con una amiga - y me guiñó un ojo. En ese instante me alegré por segunda vez en
la noche. Pocho entendió qué es lo que yo necesitaba. En definitiva, sigue
siendo el mismo pibe lúcido que conocí en la primaria.