El
estadio de fútbol será el tablado para intentar concebir una idea que me
apremia desde hace un tiempo.
Cuando
cantamos en la cancha incitamos a nuestro equipo desde lo simbólico. Es algo
pasional y único de experimentar. Sin embargo, desde lo racional sabemos, así
sea de manera involuntaria, que el equipo ha entrenado en la semana y el DT
junto a todo el cuerpo técnico ensayó un dibujo táctico según el rival a
enfrentar. Alentamos, puteamos, reprendemos, pero el equipo ganará, empatará o
perderá en tanto y en cuanto sepa plantear el partido y prevalezca sobre rival
dentro del campo de juego ( siempre y cuando el arbitro no te cobre dos penales
en contra y te sancione un gol en posición adelantada con dos jugadores menos).
A veces siento que el aliento que irrumpe de una popular en un estadio procura ser replicado en las redes sociales.
A veces siento que el aliento que irrumpe de una popular en un estadio procura ser replicado en las redes sociales.
Ejemplo:
Un diseñador gráfico representa una idea en imagen con algo alegórico al tema
de la semana, ya sea deporte, espectáculo o política y se golpea el pecho
hinchado recostado en su silla reclinable al ver el resultado de su pieza
publicada en facebook. Cuando el retoque fotográfico es en relación a laudos
tomados por el gobierno, encontramos posturas claras a favor o en contra. En
cada imagen posteada en el muro o en cada tweet podemos ver el feedback que se
genera a través de un “me gusta” o un RT dando consentimiento a la idea.
La militancia 2.0 y el photoshop parecen hermanarse y la abstracción supera lo simbólico del grito en la cancha. En cada bramido de pongan huevo que tenemo´ que gana´ no fraguamos que los jugadores se cristianicen en ovíparos, más bien es un modismo, una forma de decir. Pero al menos la tribuna es un sitio real. Allí nos vemos las caras con el de al lado. Vivimos alegrías y tristezas. Gritamos un gol o salimos desalentados en caso de un empate ilícito sobre la hora o una derrota.
Las
redes sociales llegaron para quedarse, no se pueden desinventar. Tengo el
anhelo que un futuro inmediato por cada imagen diseñada y divulgada, por cada
montaje con una tipografía cool a modo de epígrafe, por cada representación
detrás de una PC, Notebook o Mac, se sume un militante real en un plenario, en
una mesa de debate. Nos encontremos con un vecino más en la reunión de consorcio, un ciudadano en
un petitorio, un compañero en una campaña de afiliación, un alumno de CBC en un
debate en la universidad. Ya sea por cuestiones mínimas como el valor de las
fotocopias o transcendentales como el plan de estudio o el presupuesto
destinado a educación.
Las
reuniones de consorcio son una buena forma de comenzar a participar. A veces
las asambleas son convocadas por la administración en el horario del prime time
televisivo. Decidimos no bajar al hall del edificio y teorizamos que el temario
será el mismo que la asamblea anterior para justificar la decisión del faltazo.
De esta manera es muy difícil.
En fin, soy ambicioso, pretendo que no perdamos la permanente e incómoda sensación de ansiedad. La convicción de que las cosas pueden cambiar, la mirada cara a cara con vos, con él, con ella. Podemos ser muy creativos a través de la pantalla; sin embargo ningún programa de diseño logró (al menos por ahora) emular o superar la imagen de un grupo de personas reunidas, de su olor, de esa textura onírica de hablar todos juntos.
Asambleas caóticas con un moderador que mira dislocado hasta que alguien con voz tenue en el fondo pide la palabra con timidez. Se hace escuchar en el silencio sordo del salón y su alegato sale del montón y esgrime una reflexión que quizás muchos de nosotros cavilábamos en la soledad de la vigilia.