FRACTURA //// 27.06.2020
Igualdad
de género y dictadura militar con mirada de niña
Fractura,
suplemento literario de APU, conversó con la escritora y Licenciada en Ciencias
de la Educación, Mercedes Pérez Sabbi. Entre otros temas se refirió a su novela
Manuela en el umbral y a su gestión como coordinadora del Plan Nacional de
Lectura.
En
diálogo con el programa radial “Manual de Perdedores” (FM Zoe 107.1) y Agencia
Paco Urondo, la escritora y Licenciada en Ciencias de la Educación Mercedes
Pérez Sabbi, nos contó sobre su infancia en Acassuso y su abuelo poeta. Su paso
por una compañía de seguros, sus vivencias como maestra en la Matanza
subterránea y el proceso creativo de Manuela en el umbral, una ficción que abreva
en una realidad trágica de una niña en la dictadura militar. Hablamos también
de Dos asesinos, un muerto y tres obleas, una novela policial donde tres
preadolescentes de clase media sobrellevan la experiencia de conocer el hondo
bajo fondo de vivir en la calle. Además de su gestión como coordinadora de
proyectos y programas del Plan Nacional de Lectura.
Algunos
de sus libros son: Florinda no tiene coronita, Sopa de estrellas, Carmela y
Valentín, Mi insecto interesante, Nos vamos, nomás, nos vamos, ¿Dónde está la
pequeña Zi zi? Manuela en el umbral es parte de un informe especial de “Leeme
un cuento" sobre la literatura infantil y juvenil y la dictadura en
Argentina. Además, Mercedes escribió De palomas y cenizas, una novela que
aborda el bombardeo del ’55.
Los
comienzos
Agencia
Paco Urondo: ¿Cómo nació tu deseo de escribir y cuánto influenció crecer en
casa de tus abuelos?
Mercedes
Pérez Sabbi: Es una pregunta compleja. Una puede decir que desde la primera
infancia me gustaba la lectura, inventar historias, pero dedicarme a escribir
yo creo que es la siembra de mi abuelo. Nací en Acassuso, en la casa de mis
abuelos paternos. Mi abuelo que se había jubilado, estaba conmigo las
veinticuatro horas del día. Él me puso el nombre Mercedes. Mi abuelo era un
poeta, ferroviario, señalero, que entre señal y señal, entre la banderita roja
y la verde, escribía poemas. Mucho tiempo fui el centro de sus poesías y sus
relatos. Ahí supe que la palabra tenía peso, tenía valor. En los encuentros
navideños, éramos como veinte reunidos a una mesa muy larga y mi abuelo leía
sus poemas. El silencio era absoluto. Las palabras de mi abuelo eran sagradas,
y la persona que nombraba en ese poema, se sentía grande. Por supuesto que
siempre me nombraba a mí, y creo que ahí nació ese deseo de escribir.
Después
pasaron algunos años, que tienen que ver con la adolescencia. En la secundaria
no tuve un buen vínculo con la profesora de lengua. Ella leía en voz alta las
redacciones de las alumnas (escuela de señoritas), así fue que leyó una mía
sobre mis vacaciones en Bariloche. Yo escribí “cuna de miles de turistas”.
Tenía trece años y me ridiculizó delante de todas. Yo había querido expresar
algo importante y ella me dijo “es un absurdo (un oxímoron sería hoy), si son
turistas no nacieron y vos estás diciendo cuna”. Eso opacó mi deseo de escribir
y sobre todo de compartir mis escritos.
APU:
Cuánta exigencia a una alumna de primer año, ¿no?
M.P.S:
Claro, pero de cualquier manera podía ser cuna porque en realidad era un lugar
que recibía por primera vez a los turistas como si los acunara. La profesora
podría haber dado un giro con la ambigüedad que tiene la palabra literaria, o
simplemente decir, “revisá este texto”. Pero ¡no! se burló, y a partir de eso
cada vez que escribía estaba buscando lo más realista, lo menos metafórico.
APU:
¿Te alejaste de la estampa poética del abuelo?
M.P.S:
Por un tiempo, porque, como dice Liliana Bodoc, no olvidemos que somos telares
y que nos tejemos con las hebras, con las palabras que nos permiten ir narrando
nuestra propia historia. Por eso pude desanudar ese amargo momento escolar,
aunque no lo olvido, por cierto, y seguir un camino con presencia literaria,
poética. Recuerdo que no me dormía sin leer un poema. Me recibí de maestra y
comenzaron mis lecturas sobre temas históricos, políticos, sociales, no
olvidemos que eran los politizados años setenta. Y mientras cursaba en la
facultad, trabajaba en una compañía de seguros. Ahí descubrí el micromundo de
la oficina, fue un fuerte impacto. Yo pensaba, “si tengo que hacer esta vida rutinaria
toda mi vida, me muero”. Ese mundo me asfixiaba, era vivido como una amenaza
angustiante, tanto que hice un cuento de terror, “Los jueves de Mariela”
publicado en el libro El miedo trepa a tu ventana (Editorial Del Naranjo). Son
ocho cuentos de terror. En ese cuento pude de alguna manera simbolizar lo que
yo había pasado en un solo año en la compañía de seguros, suficiente para decir
“nunca más esta vivencia”.
APU: Se
enfrentan dos mundos: el hábito de realizar un trabajo agobiante y la libertad
de escribir. ¿De qué te alejó esa rutina de oficinista?
M.P.S:
De lo que te aleja esa rutina es del arte. En cualquiera de sus expresiones.
Justamente el arte es la ambigüedad pero desde la búsqueda del propio ser y el
trabajo rutinario te anula el ser mismo, te aleja de tu deseo. Tenía dieciocho
años y descubro que en ese lugar había personas que reflejaban un todo. Desde
las más grandes miserias humanas hasta las más grandes bondades. Lo percibí
rápidamente y empecé a trabajar de maestra, de psicopedagoga. Allí nace mi
vínculo con la infancia, fueron mis alumnos mis primeros lectores. Mi relación
con los chicos siempre fue una relación muy amorosa.
APU:
Después de la experiencia en una empresa de seguros y el universo de los
adultos tan hostil, ¿tuviste que retornar a la niña de Acassuso para comenzar a
escribir literatura infantil?
M.P.S:
Yo creo que sí. Uno no deja nunca la infancia, hay un poema de Loise Glück que
termina diciendo “observamos el mundo una vez sola en la infancia/ lo demás es
memoria”. Llevamos siempre la infancia en nosotros y todas las representaciones
que hacemos de ella.
APU: En
Manuela en el umbral (Editorial Edelvives, 2011) presentás una realidad trágica
que hizo blanco en una niña. Sus padres fueron secuestrados y desaparecidos durante
la dictadura militar. ¿Cómo nació esta ficción y cómo fue trabajar desde la
literatura temas de inmensa carga emocional?
M.P.S:
Lo más difícil para un escritor, para una escritora, es encontrar la voz
narrativa, ¿quién relata el hecho? ¿Quién cuenta la historia? Imaginate que el
hecho, la figura extraliteraria es una niña que a los cuatro años tiene una
pesadilla, se despierta y no ve más a su mamá ni a su papá. Este es el relato
real de Anahí, una joven cineasta compañera en la ENERC de mi hija Eloísa que
una tarde, en el Parque Lezama, de preparativos para un film, me dice:
“Mercedes, quiero contarte mi historia…” y ahí me habla de la pesadilla y de
sus padres desaparecidos, de su abuela... Yo quedé muy conmovida, ¿por qué me
contaba su historia a mí, en ese momento?
APU:
¿Sentís que Anahí intuía que harías algo como escritora con su relato?
M.P.S:
Sí, de alguna manera pienso que sí. Yo lo sentí así. Durante un año y medio,
todos los días daban vueltas en mi cabeza distintas voces que literalizaran la
historia. ¿Lo cuento en tercera persona, con un narrador omnisciente? ¿Le doy
mi voz a esa niña? En esa situación los únicos datos que tenía era que es hija
de desaparecidos, que la crió la abuela, a quien adoraba y otro dato que no es
menor, Anahí me dijo: “Yo recibía las cartas de mi mamá, y un día descubro,
(esperó a los padres siete años) que la letra de las cartas de mi mamá era
igual a la letra de mi tía, entonces le pregunté a mi abuela, ¿quién me
escribe?, ¿las cartas de mamá las escribe la tía?, y mi abuela, que estaba
cocinando, siguió dando vueltas el cucharón y le salieron unas lágrimas, y esa
fue la respuesta”.
A
partir de este relato y muchas reflexiones ubico a Manuela, un nombre que
siempre me gustó. Mi hija se llama Eloísa pero si hubiera tenido otra hija le
hubiese puesto Manuela, así que también Manuela es hija mía. Trabajé muchísimo
con el armado y el desarmado haciendo infinidad de borradores.
APU:
Revelaste la elección del nombre Manuela ¿Por qué en el umbral?
M.P.S:
La novela no se llamaba Manuela en el umbral. Tenía otro nombre unido a la
representación de la langosta que pierde su caparazón en el mar y por un
tiempo, hasta la formación de uno nuevo, quedan indefensas, este proceso se lo
compara con las niñas y los niños que en la pubertad tienen muchos cambios
corporales. En la etapa de los diez, once y doce años se les desacomoda el
cuerpo, crecen, desarrollan y se sienten como desprotegidos. Es tierra de
nadie. No son chicos, ni son grandes. Así estaba Manuela en su vida, desprotegida
comparándola con la langosta. La langosta desnuda, la había titulado. Pero no
me convencía y comienzo a releer algunas novelas de literatura infantil y
juvenil que abordan el tema de la dictadura. El año de la vaca de Márgara
Averbach, El mar y la serpiente de Paula Bombara, La casa de los conejos de
Laura Alcoba, Los sapos de la memoria de Graciela Bialet, todas llevan algún
animal en sus títulos. ¡Y yo iba con una langosta! Al releer la novela trato de
descubrir dónde estaba ubicada Manuela.
APU: El
umbral reemplazó a la langosta.
M.P.S:
Así es. Cada capítulo ubica a Manuela en un lugar y un tiempo: “En el club”,
“En la radio”, “En la vereda”, “En domingo”, etc. Un contraste claro con el no
saber de Manuela sobre el paradero de sus padres. El espacio temporal no
existe. ¿Dónde están? ¿Cuándo van a volver? No sabe, todo es una nebulosa, y
entonces pensé ¿Cuál es el lugar más incómodo para la espera? Y así nació el
título: Manuela en el umbral. El umbral donde espacio y tiempo están detenidos.
Los chicos en general no saben que es el umbral. Cuando voy a las escuelas y
hablo de la novela, les pregunto si saben qué es un umbral. La respuesta es no.
No lo saben. En cada encuentro sucede esto, entonces explico. A veces realizan
una representación y la maestra o alguno de los chicos se para en el umbral del
aula y todos se dan cuenta de la incomodidad de no estar ni adentro ni afuera.
El umbral como frontera.
Dos
asesinos, un muerto y tres obleas
APU:
Dos asesinos, un muerto y tres obleas (editorial QUIPU, 2016) es una novela
policial donde un chico sospecha que los tíos que cuidan de él son dos
asesinos. ¿Cómo surgió la historia? ¿Cómo te inspiraste en Marucha y en Joly?
M.P.S:
Bueno allí hubo una búsqueda de la voz del narrador y elegí que la contara
Joly, un niño de once años. La historia surge porque yo trabajaba como
psicopedagoga en una salita en González Catán. Iba los días lunes a atender a
los chicos que tenían problemas de aprendizaje. Viajaba dos horas, y trabajaba
cuatro, lo hacía ad honorem, con mucho amor porque La Matanza y Catán en
particular tiene una cercanía muy especial para mí; allí ejercí como maestra
por primera vez. Salimos con mi compañera Alicia, psicopedagoga también, era
enero, ¡hacía un calor! Entonces aparecen tres chicos, que nos dicen: “Doña,
¿nos da plata para comprar pan?” Entonces les digo: “Las panaderías están
cerradas los lunes. Hoy hace calor, ¿nos vamos a tomar un helado?”. Y fuimos.
En la heladería había un mostrador un poquito alto, y los chicos quedaban medio
colgaditos. Uno de los nenes tenía las uñas con esmalte rojo, despintadas.
Entonces Alicia les dice: “¿Cómo un varoncito con las uñas pintadas?”. El chico
nos mira, revolea los ojos y nos dice: “Soy nena”. Miramos al otro, y dice con
timidez: “Yo también soy nena”, y buscamos al más chiquitito que tenía seis
años y dice: “Yo soy varón”. O sea, que eran dos nenas y un varón.
APU:
¿Allí nacen los personajes de Gabriela, Marucha y Joly?
M.P.S:
¡Claro! Llegué a mi casa y pensé, más allá de la anécdota de la heladería,
¿cómo puede ser que dos nenas tengan que ser varones, cambiar su identidad de género para sobrevivir en el mundo hostil
de la calle? Joly le dice al personaje de Gabriela en un pasaje de la novela
algo así como “¿vos sos un pibe…?”, y ella le responde: “No, yo soy una piba,
pero igual vestido así de varón aprovecho para jugar al fútbol, es más
divertido”. Estas nenas de Catán jugaban a la pelota.
APU: ¿Las siguieron viendo?
M.P.S:
Sí, fuimos varias veces a la casilla donde vivían. Y cuando llegaba a mi casa y
veía a mis hijos chiquititos en ese momento, cuidados, pensé: ¿qué podría pasar
si a un chico o una chica de clase media le tocara transitar un día, una noche
en las calles de Constitución? ¿Qué pasaría con ellos?
APU: En
un momento de la novela Joly se despierta y dice “nos están persiguiendo los
demonios”. En realidad eran artistas callejeros. ¿Cómo surge esa comparación?
M.P.S:
Porque fui artista callejera. Estuve en el Grupo de teatro Catalinas Sur, muy
reconocido. Recorrimos la Argentina, estuvimos en Chile, en la plaza Mapocho…,
en Barcelona. Hoy el Grupo Catalinas tiene más de treinta años y una película,
Venimos de muy lejos. Fue muy divertido hacer teatro murga. Recuerdo que hice
de Amira Yoma y corría detrás de una valija gigante – Mercedes proyecta una
risa al acordarse –. A la murga de Catalinas la llevo tan en mi corazón que
escribí: “Nos vamos, nomás, nos vamos”, relato murguero, en la editorial Abran
Cancha, ahí abordo el tema del exilio con el humor murguero.
De
Ushuaia a La Quiaca
APU:
Además de artista callejera fuiste coordinadora de proyectos y programas del
Plan Nacional de Lectura. ¿Cómo fue esa experiencia?
M.P.S:
Fue una experiencia maravillosa porque coordiné los proyectos y programas de
lecturas en todo el país durante varios años y de intercambio con países
limítrofes. Ser parte del PNL me permitió articular estrategias para que la
lectura forme parte de la experiencia cotidiana de la escuela. Trabajamos con
una dimensión política de la infancia, en el sentido de contar con una mirada
emancipada de la niñez. Escritores/as, ilustradores/as, talleristas,
narradores/as, artistas, especialistas llegaban a las escuelas de todo el país.
Millones de libros y publicaciones fueron parte de un trabajo del que siempre
estaré orgullosa.
Personalmente
he ido a lugares increíbles de la Patagonia. Recuerdo que en el medio de los
valles del sur había escuelitas. Fueron encuentros inolvidables. Llegaban
libros, escritores, narradores… Tengo presente cuando llegamos a una escuela
rural en “Rinconada Nahuel Pan”, en El Bolsón. Era una mañana de mucha niebla y
los chicos estaban alrededor de la bandera. Garuaba. Veo al maestro que tocaba
una guitarra y los chicos saludaban a la bandera con una canción, “La
Petaquita”, que Violeta Parra la hizo popular. “Tengo una petaquita para ir
guardando — tararea Mercedes — las penas y penitas que voy juntando…”. Ellos
siempre saludan a la bandera con una canción que los identifica con su lugar de
pertenencia. Fue muy emotivo. El PNL trataba de estar presente en los lugares
más remotos del país, como una manera de garantizar el derecho a la lectura.
APU: ¿Cómo era el recibimiento?
M.P.S:
Nos recibían con mucho amor. Imaginate que llegue un escritor o escritora a
lugares muchas veces olvidados. Hay una profunda desigualdad de derechos en
nuestro país. Estuve en escuelas de Misiones, donde sólo se hablaba guaraní y
un maestro era el traductor. Lo recuerdo de una manera maravillosa por las
demostraciones de cariño de los chicos. El referente del Plan provincial
coordinaba con anterioridad para que llegara a la escuela algún cuento del
autor o autora que la iba a visitar. Se coordinaba de manera tal que cuando el
autor/a llegara los chicos hubieran leído el cuento. Encuentros con mucha
magia, y mucho amor.
El PNL
finalizó en 2015. Durante su desmantelamiento en el gobierno macrista, seguimos
trabajando junto a compañeras y compañeros del Colectivo LIJ en la defensa del
libro, la lectura y los derechos de autores/as y mediadores.
Este
año, con la nueva gestión, tuvimos la alegría de contar con el relanzamiento
del Plan Nacional de Lecturas, pero, lamentablemente los proyectos que se
habían comenzado a diseñar se ven postergados por la pandemia que transitamos y
el acercamiento a las lecturas se realiza de manera digital, pero sabemos que
no llega a todos los hogares. Ya retomaremos pospandemia.
Igualdad
de género
APU: En
2004 publicaste Florinda no tiene coronita (Ediciones SM). ¿Qué sentís al saber
que una alumna en Misiones o en la Patagonia lee una novela que habla sobre las
diferencias que se hacen entre niñas y niños, sobre igualdad de género?
M.P.S.:
Me alegra saber que Florinda –novela que escribí hace mucho tiempo– sea tan
querida por todos los peques. Está dedicada a “las niñas y los niños que no
tienen coronita porque las coronitas aprietan la cabeza y las ideas salen
finitas y chatas, aburridas”. La reina y el rey tienen mellizos: Florinda y
Olegario. Los cabellos del niño forman una dorada corona sobre su cabeza:
¡Claro, su destino era reinar! En cambio Florinda nació con flores en la
cabeza, rosetas, violetas, entonces, entre candelabro y candelabro, Florinda
¡de adorno! Pero Florinda tiene un espíritu libertario y se rebelará contra el
reino de los “O”. Es una novela que rompe con los parámetros patriarcales y los
chicos enseguida se dan cuenta de las injusticias de género.
APU:
¿En qué libro estás trabajando en este momento o que esté por publicarse?
M.P.S.:
Escribí De palomas y cenizas, novela que aborda el bombardeo del ’55. No hay
literatura infantil y juvenil que considere el peronismo. Y si algo ha definido
nuestra identidad política y social (para bien o para mal depende de donde se
pare cada uno) es el peronismo. ¿Cómo la masacre del ’55 entró en el olvido? No
hay nombres y las historias quedaron en los relatos entre familias, puertas
adentro. Pienso que el huevo de la serpiente de las violencias institucionales
posteriores al ‘55 está ahí. El odio. Nuestro Guernica silenciado.
Pienso
que los hechos que no se pueden olvidar, están ahí y se presentan dos veces. En
esos años estaban: peronismo/conservadores, radicales… (hoy
populismo/opositores). Divorcio/iglesia (hoy aborto/iglesia) y hasta se
transitó una pandemia, la poliomielitis. Y hubo un punto -nunca final- que fue
el bombardeo del 55, siempre invisibilizado por nuestra historia. Caminé por
los terrenos movedizos de la literatura para ponerle palabras a tanto dolor. El
arte como lugar de reencuentro.
Pocos
saben que muchos, entre ellos niños, fueron a la plaza ese mediodía a ver una
lluvia de flores que iba a caer de los aviones. Bombas en vez de flores. ¿Hay
algo más perverso? ¿Dónde pararme para contar una historia asible al universo
de los pibes, de las pibas, tan nuestra, tan dolorosa, tan cercana y hacer
literatura? Me apoyé en lo cotidiano, en las pequeñas cosas, y le puse voz a
Clarita, una niña de los años 50. Hoy la novela está en una querida editorial
demorada por la pandemia. Espero que desde junio De palomas y cenizas esté en
las librerías y pueda ser compartida con los lectores.
El 18 de agosto de 2018 en el Club Gon se
llevó cabo la segunda edición del Festival de Poesía de Boedo. Fui invitado por
el escritor y poeta Gito Minore. Leí un texto breve. Más tarde subió al
escenario una mujer sorprendente. Quedé encantado con su exposición acerca de
las niñas y los niños y su relación con la lectura.
Al finalizar, junto a Donato Lázaro
Mamaní nos acercamos a su stand. Charlamos y me recomendó sus libros “Dos
asesinos, un muerto y tres obleas” y “¿Dónde está la pequeña Zi zi?” para Julián.
Fueron, entre otros, los regalos para su cumple número 10 con una dedicatoria
estupenda que estimulaba a imbuirse en la aventura. Dos novelas que mi hijo
leyó con entusiasmo.