Había una vez una ciudad donde pocos
se animaban a tocar rocanrol. Había una vez un país que bailaba al ritmo de
Alcides, Pocho La Pantera y Technotronic. También había recitales, como los de
Obras Sanitarias, que albergaba a los que transitábamos en el ostracismo de los
sin jopo. Mucho antes de que los shows de rock fueran parte de una kermesse con
cuatro escenarios con venta de pochoclos; hubo una noche de 1991 donde unos
pibes de Villa Devoto homenajearon a los más grandes: Los Rolling Stones.
Profetizando lo que vendría, los
Ratones fueron la antesala del desembarco de sus majestades satánicas y la
fiebre rolinga noventosa. “Esta noche toca Juanse y el año que viene tocan los
Eston” cantábamos.
Ante tanto aniversario dando vuelta
por la net quería recordar el 7 de noviembre de 1992. La noche que tocó Keith
Richards en la Argentina. Todavía conservo las entradas de los cuatro
conciertos en aquella primavera de entusiasmo menemista, ritmo de la noche y el
uno a uno.
Pasaron 30 años... Acá estamos.
Demasiado jóvenes para morir y demasiado viejos para el rock. No es fácil ser
joven, pero ser adulto, tampoco.
Yo, por lo pronto, hice un bollo con
el plano... pero sigo buscando el tesoro.
Hay canciones que traspasan a sus
creadores. Las tomamos los desangelados, las transformamos en himnos y las
pasamos de generación en generación. Se resignifican, dialogan con la realidad
del momento, despiertan nuevas sensaciones e ideas.
Así fue como la Kermesse
Redonda ocupó de manera natural y con derecho propio un espacio vacío que
no lograban llenar ni siquiera los propios Indio Solari y Skay Beilinson,
quienes en sus respectivos conciertos solistas lógicamente apenas abordan un
puñado de canciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
El sábado 15 de octubre me lancé hacia
Constitución,
la ex avenida de los boliches, hoy transformada en un itinerario de cafeterías y mueblerías high class. Llegué temprano.
El ex GO! tiene una carga emotiva muy fuerte, fue el reducto donde disfruté la
música en vivo de los Redondos en los años 1994, 1995 y 1996.
Luego, en noviembre de 1996 fui a dos shows maravillosos en el Polideportivo Islas Malvinas, construido para los Juegos Panamericanos.
Más tarde, un impedimento por parte de las autoridades de Olavarría fue la antesala de mi último show de Patricio Rey en el Patinódromo Municipal Adalberto Lugea con la presentación de "Último bondi a Finisterre". En los albores del fin de siglo concluiría un romance que tuvo su bautismo en 1992 en Autopista Center — ¡Tenes que escuchar Oktubre, chabón! — me dijo Selva, una novia de San Telmo.
En GAP me encontré con un público
heterogéneo. Chicos de 22, 23 años y muchachos de cuarenta largos.
En la previa la gente entonó canciones disparadas por un DJ como si el reducto fuera la continuación de sus propios cuartos exponiendo las cicatrices del alma. Mientras escribo reproduzco el setlist del show. Obtuve la lista de temas que me auxilia a escribir sobre mi arrojo.
El show
La asonancia del saxo tenor de Sergio Dawi fue la introducción en lo que prometía sería una gran fiesta. Dawi fue quien llevó adelante la batuta y sus vientos gozaron de la travesía. Fue el anfitrión de la Kermesse que se dirigió al público sólo para anunciar a los cantantes.
El show trajo en cada canción una evocación. A diferencia de los fundamentalistas con la Kermesse sentí que era parte de la banda. Nos invitaron a su celebración. Los fantasmas se hicieron presentes en
la calle Ortega y Gasset que transmutó y
dejó atrás los extintos Sobremonte, Coyote, El Divino, Chocolate, Cabo Suelto y Aquelarre. Constitución, la ex avenida donde desfilaba nuestra euforia adolescente, ahora se aviva de negocios de iluminarias, cafés pitucos y colchones con vista al mar.
Tito Fargo y Sergio Dawi
Leticia Lee y Semilla
Visualicé entre la concurrencia caras entusiastas mirando a la marquesina con las retinas extasiadas. ¡Cuánta agua corrió bajo el puente después de 26 años! Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.
La Kermesse tiene la potencia del poder de las canciones. Verlo a Dawi solazar sus cadencias es una sensación intransferible. El ex Dossaxos es el tío experimentado en la cabecera de la
mesa. Semilla Bucciarelli sostiene el groove en su bajo, con una mueca alcanza para vislumbrar su felicidad. El sortilegio de Tito Fargo en las
seis cuerdas factura los mejores riffs ricoteros con una maestría que sacude.
Por último, el público que siempre enriqueció
la torta de los Redondos, entregó el corazón en cada pogo. Allí estaban los mismos de siempre con la vida marcada en la piel aunados con caras nuevas.
Como una procesión de más de tres décadas,
hombres y mujeres llegaron hasta el show con lo que el cuerpo permita.
La Kermesse Redonda es una puesta que trae consigo una ofrenda
entre banderines de colores y alegría sin bardo. Un ritual con una pizca de
nostalgia. La vigencia de unos músicos ecuánimes que sostienen
la leyenda con la pujanza de negras y blancas. Recuerdos que nos conectan con el que fuimos.
La Kermess Redonda
es una puesta que trae una ofrenda
entre banderines de colores
y alegría sin bardo.
El sábado 15 de octubre vi una banda que
funciona sin vedettes, plumas ni egos mal ubicados. Un dispositivo
melodioso que trajo buenos aires a la costa atlántica en pleno Oktubre. Canciones que son nuestras, versiones de
los primeros discos apropiados en la voz de Leticia Lee, el Chino Laborde y Nahuel
Briones con un soplo renovado, sin berretines ni tiranteces.
El sábado me sentí de
20 años por dos horas. Sinceramente, no precisé al Indio Solari al frente de los micrófonos.
Si necesité las canciones como un antídoto, al tiempo que las chicas trepaban al hombro de sus compañeros consignando un grito de esperanza hacia el cielo marplatense.
En mitad del show me senté en las
tribunas. Vi gente
lagrimear. La riqueza de la kermesse es que es
diferente a todo, y uno se entrega a eso. Es dionisiaco, algo pagano que no
tiene explicación, que no tiene dogma, pero que sucede, y cuando sucede no se sabe
bien porque y uno necesita estar ahí.
Una kermesse no es lo
mismo que un parque de diversiones, no encontrarán palos enjabonados ni tías tirando latas. Hay algo sublime que tiene vuelo y magia. Ellos se hacen llamar los decoradores. Solari decía: Los Redondos estamos para saltar por
sobre los decorados del rock y nosotros sorteamos el paso del tiempo por un instante a caballo de melodías que son parte de nuestra piel, esa misma que no nos deja huir.