Yo conocí
al negro Miguel. Vivía cerca de casa, en el mismo pasaje. Manejaba los camiones
del padre desde muy chico. A la salida del colegio se lo veía por el corralón
de los Greco a la espera de que algún distraído dejara las llaves puestas y así
poder pilotear los Scania un par de cuadras. A los dieciocho años ya era colectivero
de la línea 80. Ingresó a la empresa por un servicio
del Patón, un puntero del barrio, a cambio de que fuera el chofer oficial en
cada acto del partido. ¡Ser bondiero en aquella época garpaba! Corte de pelo
cubano (corto adelante y largo atrás) camisa celeste impecable, pantalón de
jeans Fiorucci; la máquina de cortar boletos en una mano y un cigarrillo 43/70
en la otra.
El
negro Maiquel era una celebridad. Su pico de popularidad le llegó un verano de
1983. Luego de varios casting fue citado para participar en el programa de
televisión “El Club de Michael Jackson y sus Amigos” conducido por Domingo Di
Núbila emitido por Canal 9. Uno de los más visto de aquella época. Recuerdo esa
noche. Cenamos temprano, sacamos la Grundig a la vereda, pusimos la mesa afuera
y junto a unas familias vecinas estábamos todos prendidos al televisor.
Finalmente llegó el momento esperado. Miguel -como no podía ser de otra manera-
nos hizo creer esa noche que Michael Jackson había nacido en Villa Celina.
Apabulló, ganó en la terna y pasó a la siguiente ronda del concurso de break
dance.
A
finales de enero de 1984 viajó a Brasil, fue la época del auge del Rock in Rio.
La llegada de Iron Maiden era el gran suceso. En esos años viajar a las costas
brasileras era muy costoso pero los amigos del negro tenían filo suficiente
para bancarse un par de semanas afuera. El sólo estuvo quince días porque tenía
que volver a trabajar. Seis meses después el plan austral lograba dejar patas
para arriba a medio país. Mi viejo nunca entendió de que laburaban - Salgo de
noche, vuelvo de noche y viajo en colectivo... Estos están todo el día en el mercado
y tienen cero kilómetro ¿Cómo puede ser? - señalaba colérico. Si bien se sabía
en que andaban a nadie se le ocurriría hablar del tema. En las calles del
barrio. El silencio era salud.
Luego
del viaje a la ciudad carioca supimos poco y nada de él. Resultó que un día
dejó de trabajar. Ya no se lo veía en el interno 214 de la línea 80. Algunos
vecinos dejaban pasar los bondis y lo esperaban para zafar el boleto. La última
vez que lo vi había bajado mucho de peso y en los negocios del mercado se departía
de su enfermedad -¡Tiene la peste rosa!- decían las viejas hijas de puta. Yo
era muy chico y me imaginaba a Miguel con el traje de la Pantera. Todo el
barrio lo juzgaba. Decían que era drogadicto, que era puto. Así, con tanta socarronería,
todos tildaban al negro.
Cuando
en la empresa supieron de su enfermedad lo hicieron a un lado sus mismos
compañeros. Incluso los chanchos de segunda línea, que hasta hacía poco lo ensalzaban,
tampoco le daban cabida.
El
telegrama de despido llegó a su casa una mañana. El negro no estaba en su casa.
Llevaba internado dos días en el Hospital Muñiz. Pasaron los años y fue
olvidado. Era un loco carismático. Fue el colectivero más querido que dio la 80
y el mejor imitador de Michael Jackson de La Matanza. Era la atracción en los
carnavales que se hacían en el club del barrio. Maiquel, como le decían sus
amigos, dejó su legado. Muchos pibes del barrio cambiaron de parecer después de
verlo desplazarse por el centro de la pista de Saint Thomas o de City Hall como
pez en el agua. Concibieron, en un barrio tan cegado y racista, que bailar
también es cosa de machos.