Una mañana primaveral, luego
del traslado masivo ordenado por el director del penal, el pabellón principal
estaba desierto. Esa noche me dormí temprano, me levanté a las 8:15 am. En ese
horario tenía que estar preparada para servir el desayuno a las internas. Logré
un lugar en el comedor. Me gané el puesto a fuerza de trabajo. Rita, mi niñera
de toda la vida, me enseñó algunas recetas. Chana, jefa de la cocina, me dió
una oportunidad.
Esa mañana estaba somnolienta en
mi celda. Dormir bien en la cárcel es una tarea ardua. Sólo lo conseguí
absorbida por un cóctel de pastillas. Quedé desmayada. Así, arruinada como
estaba, la uruguaya intentó violarme.
- ¿Qué haces hija de mil
puta?
- Para Tati, tranqui.
Disculpa, no pasa nada, che.
- ¿Qué no pasa nada? ¡Me ibas
a empernar, uruguaya hija de puta!
- Te pido disculpa, amiga.
Ahora te consigo un par de anfeta.
- ¡Un par de anfeta!, ¡Un par
de anfeta! ¡La concha tuya! ¿Por qué no buscas otra pendeja, uruguaya hija de
puta? ¡Te voy a pinchar, puta!
No lo podía creer. Quedé
shockeada, miraba para todos lados, nadie me daba cabida. Sabía de los abusos
en la tumba pero vivenciarlo de cerca me dejó paralizada. Sin preludio y en
silencio, la uruguaya, entongada con la celadora, estuvo a punto de ensartarme.
Esa noche, cuando bajé del
mambo y del mal trance, recordé mi primer sueño en la cárcel. El bautismo de
Sofía, la hija de mi viejo, se desenvolvía con total naturalidad. Mercedes, la
mujer de papá, estaba más hermosa que nunca. Relataba con ademanes sobre su
viaje a Roma y todo lo que le costó decidir sobre los padrinos.
- El padrino será Carlos -
dijo orgullosa.
Mi viejo me observaba con la
mirada sostenida. En sus ojos había una combinación de apatía y desazón.
Parecía como si supiera que entre Mecha y yo había algo más que el cariño y el
respeto de hijastra a madrastra. Rita sirvió torta de frutilla, nos miramos y
sin titubear le convidé un bocado. Ella se aproximó, empinó su cabeza de un
modo muy sexy y mordió sin empuñar la porción de torta. El fresón americano
tenía restos de crema, sus labios rosados se fusionaban con el blanco cremoso y
me incitaban a besarla. Toda la escena transcurrió ante la mirada de la abuela
Leonor, la mamá de mi papá. La vieja observaba del otro lado de la mesa. No vi
con claridad su talante. Había más imperturbabilidad que bronca en su
expresión. Era como si su sola presencia pretendiera amedrentarnos.
****
A la uruguaya la saqué del
calabozo a patadas en el orto. Miré el reloj. Eran la 9:02 am. El horario
en que ingresan las internas al comedor. Me calcé el delantal y salí al patio.
A las 9:12 am ya estaba en mi puesto lista para preparar el mate cocido en unas
ollas viejas de acero inoxidable.
- Acá, piba, tené que venir a
horario ¿tendiste? - me dijo Chana.
Vanesa me distinguió al
pasar. Le debo plata y ya no puedo esquivarla más.
- Tati, Tati. No te olvides
de la mía, nena, ¿eh?
- Tranqui, Vane. Esta semana
lo arreglamos.
- Más vale que sea así...
- Así va a hacer.
La Vane es el arquetipo de
rocha de la vieja escuela. Es la poronga del rancho. Me provee de pastillas,
algunos libros y privilegios. Me cobra más que al resto. Hay una animosidad
hacia mí, un resentimiento de clase más que personal. Durante dos semanas nadie
me tocó un pelo. El día dieciséis no tuve más remedio que ceder a sus brazos
para sobrevivir, mientras la uruguaya facinerosa observaba por una hendija. Un
desaire o una deuda impaga era argumento de sobra para sucumbir ahorcada en mi
celda o desangrarme por un puntazo en la ducha.
Luego del desayuno regresé a
mi calabozo, intenté retomar la lectura de "Más que amigas". Volví a
dormitar. En el penal hay poco para hacer. Jugamos al truco para matar el
tiempo, hablamos de las causas, comemos, nos bañamos y a dormir. Cuando se
duerme hay que estar alerta. Esa mañana de primavera logré soñar y recrudeció
en mi mente la sonrisa de Mecha.
La última vez que la vi fue
en Torres del Lago, una semana antes del golpe a la financiera. Raulito, mi
compañero, falló en una esquina mientras nos acorralaba la cana en pleno
microcentro. La hermanita de Raúl hizo de campana. Vivi cayó abatida. La
pendeja espantada salió corriendo y le pegaron tres corchazos, dos fueron
letales. Mi compañero le dió a un muñeco de seguridad y salimos cagando. A las
tres cuadras nos pusimos la moto de sombrero. El boludo quiso esquivar un perro
de la calle y no pudo mantener el control "No puedo matar un perrito,
loca", me explicó en la enfermería.
El hijo de mil putas había
matado a un cristiano de carne y hueso un minuto antes de un tiro en la cabeza
y me dice muy suelto de cuerpo: "No puedo matar un perrito, loca".
Cuarenta lucas gringas desparramadas en el piso y el perro de mierda que me
lambía la cara salpicada de sangre mientras un rati obeso y colérico me
esposaba en la vereda.
****
Un viernes antes de navidad desperté
con el oficio del tribunal oral federal 1 de La Plata que resolvió mi
excarcelación. Siempre aluciné con robar a lo grande, era un desafio para mí.
Quería impresionar al forro de mi ex. Era una forma absurda de demostrarle que
lo seguía queriendo. No me dió el piné.
Mercedes, versada en el
circuito de las financieras, nos pasó el dato. Ella esperaba buenas noticias.
Cuando supo que habíamos fracasado me bloqueó del whatsapp. Raulito estaba
hasta las manos. "Homicidio en ocasión de robo". Papá, junto a sus
colegas más experimentados, prepararon una coartada: yo no conocía a Raúl y
había sido secuestrada mientras hacía un trámite para el estudio de mi papá. Mi
viejo se aseguró de presentar mi recibo de sueldo y los comprobantes del
supuesto trámite.
Yo trabajaba en blanco hacía
cuatro años como cadete del estudio. Papá costeó la fianza y en dos meses, tres
semanas, cuatro días y ocho horas recuperé la libertad. Mi viejo envió a su
chofer. Quería que pase las fiestas con él y que conociera a su nueva novia.
- Dale Tati, sabés que estás
en falta ¿no? Venite a pasar las fiestas con nosotros. Maite te va a encantar -
me dijo papá por teléfono mientras salía del penal hacia el hotel.
- ¿Maite? ¿Quién carajo es
Maite, papá?
- Mi novia, Tati. ¿Quién
carajo va a ser?
- Decime que tiene más de
treinta, papá - le reclamé a mi viejo y deduje que ya no estaba con Mecha.
- Es una buena chica, te va a
gustar.
- Ah, es una pendeja.
- No es una pendeja, che.
Pronto va a cumplir treinta. Lo único que te pido es que no le tires los
galgos.
- ¿Cómo le voy a tirar los
galgos a una mujer que está con vos, papá? ¿Sos loco?
- ¡Tatiii!
- Papá…
- … Dale, vení. ¿Qué vas a
hacer en ese hotel? Ahí, sola, como un perro.
- ¡No me hablés de perros,
por favor! Bueno, dale, voy – dije con desgano.
- Tratá de venir bien, ¿me
explico?
- Ey, ¡si ya no me drogo más!
¿Qué decís?
- Escuchame - dijo papá
ignorando mi respuesta -. Tengo un vinito para vos… Catena Zapata 2007.
- Bien ahí, viejo. ¡Por fin
rompiste el chanchito!
- Dale, chiquita. No me hagas
hablar que estoy empeñadísimo con la que le tuve que desembolsar. Ah, comprá un
juguetito para un nene de cinco años, después te explico.
****
Antes de hospedarme en el
Plaza Hotel Buenos Aires pasé a comprar regalos por el Shopping. Papá me envió
cash en un sobre. Yo estaba inhibida. Llamé a Mecha pero nunca me respondió. Al
llegar a casa me recibió Maite, una morocha preciosa, melena corta por debajo
de los hombros, un estilo muy Peleritti. Me saludó cordial.
Mientras me restablecía ante
tanta hermosura, de la cocina se precipitó un pibito poseído con un revolver de
juguete en la mano y averiguó suspicaz:
– Ma, ma. ¿Ella es mi
hermana Natalia?
“¿Mi hermana Natalia?”. ¡Esto
es una joda! ¡Si yo no tengo hermano! ¿La pepa me pegó mal? Pendejo corta mambo
me bajó del trip en dos segundos.
El pibito se sentó a mi lado.
Apoyó la pistola en la mesa y me dijo:
- ¿Después de abrir los
regalos, jugamos?
Me quedé en silencio. Yo
tenía otros planes. Vanesa me pasó el dato de un laburo: una buena papota, en
poco tiempo y sin riesgos.
- ¿Qué le pediste a Papá
Noel?- interrumpió “mi hermano”.
- Le pedí estar con mi papá.
- ¿Qué le pediste de chiches?
- insistió el pendejo que a juzgar por los rasgos norteños salió al padre.
- No le pedí chiches. Ya
estoy grande para eso. Además, no me porté bien este año. ¿Cómo te llamás? -
pregunté para cortar con el tono inquisitivo de la criatura del demonio.
- Jano.
- ¿Jano? - consulté
sorprendida.
- Sí.
- ¿A qué querés jugar después
de la doce, Janito?- ironicé.
- No me digas Janito...
- ¿A qué queres jugar después
de la doce, Jano? - le repregunté mientras se acercaba Maite, que se acomodaba
el pelo y caminaba hacia nosotros como en puntas de pie.
- Al policía y el ladrón - me
respondió el mocoso inoportuno -. Tengo más pistolas ¿sabés jugar?
- Sí, sé jugar.
- Sos la mujer policía,
entonces.
- ¡No!, vos sos el policía -
le respondí, mientras papá buscaba el Catena Zapata de su vinoteca, Maite me
servía el postre que ella misma había preparado y yo observaba con diplomacia
los turgentes pechos de mi nueva madrastra.
Terminé el postre, Jano se
durmió. Maite y papá subieron al cuarto. Aproveché y salí con el auto del
chofer. El contacto de Vane me esperaba en Dock Sud. Descartamos el auto y me
tomé un saque. Repetí como un mantra: Ocho
minutos y chau, ocho minutos y chau. Tengo la esperanza de que el Pacífico
sea tan azul como en mis sueños.
Solamente en
los sueños somos libres. El resto del tiempo necesitamos el sueldo.