1 Lo vió cruzar con un carro colmado de ropas y sintió ternura por él. Fue cómo ver un pajarito que no levanta vuelo en un día de tormenta. La soledad se había sentado sobre los tejados con alas desplegadas.
Ella advirtió a un joven indefenso. Claro. Es difícil hablarle a la gente en invierno. Es una ciudad que varía cuando los turistas no asedian sus calles. Ella lo encaró y no decidió expresarle su más sentido pésame.
2 Si algo traen los años, además de los achaques, es un tercer ojo. Al que actúa con malicia lo ves venir. Ella se acercó y el muchacho quedó crudo esperando unas palabras de consuelo. Quizás porque él sabía que ella conocía su dolencia. Sin embargo, la mujer lo indagó con un “¿estás enamorado?” y el joven desconcertado le dijo “no”
A partir de ahí, se cruzaban por la
calle Sarmiento. Y muy pronto, charla va, charla viene, se hicieron amigos.
Ella lo invitó a tomar un té. Él la invitó a cenar a su casa junto con otra amiga
de su mamá. Y así fueron forjando una amistad que devino en una relación de
madre-hijo.
3 El pibe se topó con una madre del
alma cruzando la calle. Ella a un hijo putativo. Alguien con quien conversar
y preguntarle si comió, si salió, si se abrigo, si se enamoró.
El dejó su ciudad para estar junto a sus
padres. Llegó, y mientras se amoldaba a las nuevos trapos en doce días todo cambió. Él estuvo ahí cuando su vieja emprendió el vuelo. Estar junto a ella en ese momento empardo cualquier sacrificio. No se hubiese perdonado estar lejos.
¿Si sabía que él y ella iban a
congeniar?
Si, lo sabía.
El creía que uno solo puede elegir a
los amigos como hermanos. Ella le instruyó que el cariño y el amor
exceden a la relación de sangre. Es algo más fuerte que lo filial porque se
siente. Es sublime, casi milagroso.
4 Ella lo sostuvo cuando la sensación
de vacío y orfandad envolvió su días con
un manto sombrío. Ella le sirvió un té de durazno, casi como ritual de
iniciación y frotó la lámpara de su erudición.
El pibe se preguntaba si Dios podía existir y obtuvo la respuesta. Porque el amor que lo rodea, en cada ¿Cómo estás? ¿Comiste? ¿Cómo viajaste? Allí habita el amor.
5 El pibe decidió aprender a amar, a escuchar. Estar a la altura de lo que la vida le ofreció a partir de la muerte. Este muchacho, es lo más semejante a la resurrección. Vacío, desconsolado y de golpe y porrazo el amor maternal lo asaltó.
En sus ojos claros el vislumbró una madre, motor y pilar de su vida, aún cuando ésta se pone cruel.
7 Él no es de esos chicos chupacirio.
Debe estar arrepentido de repudiar a Dios. Este muchacho vive un milagro. Su mamá
le mandó un ángel guardián para que no se sienta solo, para que no toque la
banquina.
En los años que la conocí nunca lloró
con alguien más. Ella es fuerte, pero con él se permite ser vulnerable. Creo
que llorar le libera su parte animal sin perder su humanidad.
¿Si la visito? Claro, en cada recuerdo, baile matutino, en un plié y relevé, en cada bocado de chocolate, en cada paseo por la Bristol.
¿Si creo en el destino? Hasta los poderes del tiempo pueden ser alterados por un propósito. Fui el hombre con más suerte en ese mundo. ¿Por qué? Porque encontré el amor verdadero. Del vientre del tiempo nacieron tantas púas como flores. Y yo viví envuelto en una mujer que es lo más afín a una cala.
Aquel es un mundo extraño, un mundo triste, un mundo lleno de miserias, desgracias y problemas. Aun así, nosotros nos encontramos, para bailar en la tonada que toque.
¿Si la conozco? Claro que sí.
Imagínate, estuvimos juntos 65 años.
Ahora que no puedo sujetar pañuelos
en los picaportes, encontré a este muchacho en el lote. Lo intuí. En definitiva, las
intuiciones son el susurro del alma.