23 de junio de 2022

ESTAMOS UN RATITO



Cuando alcanzas un título pensas que al día siguiente de la colación te van a llamar para contratarte. «Bueno, ahora sí. Voy a comenzar a ejercer mi profesión, ganar buena guita...» hasta que la realidad te pega un bife y te manda a la cucha sin postre.

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Llegué de Mar del Plata en el fatídico 2001. En mi primer trabajo como diseñador nos despidieron sin cobrar. Me llevé un disco rígido y un mother como parte de pago del engendro “Cyber Baires”. Un cyberantro de la calle Florida donde diseñábamos páginas web.

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Desalentado ante la mala experiencia y cansado de dejar CV´s, decidí gestionar mi pasaporte con la idea de irme a la mierda. En esos días, mientras esperaba el "librito" de la calle Azopardo, arribé de carambola a Promoción Social para cargar datos de un censo. Un trabajo por dos meses, donde cobraría $200 por mes. La crisis era apremiante ¿Qué carajo iba a hacer después de esos dos meses? Estudié la movida y resolví comprar un libro usado: Microsoft access 2000.
Durante semanas leí tutoriales sobre lenguaje de programación y javascript. Asimilé algunos conceptos básicos sobre el armado de una base de datos. Después de algunos meses, se creó un nuevo programa por Decreto ¡Bingo!
Decreto 895/2002. “SE MODIFICAN LOS PROGRAMAS DEL GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES, DESTINADOS A LA ATENCIÓN DE FAMILIAS EN SITUACIÓN DE CALLE - SE OTORGA, POR ÚNICA VEZ, UN SUBSIDIO CON FINES HABITACIONALES”

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Junto a dos compañeros nos encomendaron la tarea de administrar la nueva base. Acepté. ¿Por qué no? Bajamos tres pero había una sola silla. Otra vez me garcaron — pensé. Era contratado, no tenía margen. Debía sacar el bastón de mariscal de la mochila y comenzar a trabajar sólo.
Verónica Candarle, a quien ya conocía, fue la encargada de programar la flamante base del “895”. Base que se sigue utilizando hasta nuestros días. Ella me instruyó para operarla. Mi aporte fue más estético que práctico.

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Verónica era generosa con su saber. Fumaba Camel. Me dejaba dos puchos debajo del teclado, conociendo mi situación. Ella era una mamá enamorada de su bebé. Siempre me hablaba de Matías, su hijo. Yo con mis cortos 24 años estaba acorralado entre el escollo de un nuevo desafío, el remordimiento de haberme quedado en Argentina y la falta de huevos para buscar otro horizonte.
Gracias a su ayuda aprendí poco a poco un oficio: Analista / Programador. Una tarea que realicé con dedicación desde el 22 de agosto de 2002 hasta que un compañero asumió como Director, me nombró y me fuí sin pensarlo dos veces. Pero esa es otra historia.

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A Vero la llamaba seguido. Primero desde el playón, más tarde desde la oficina 3, en la planta baja. Ella bajaba dos pisos sin evasivas ante cada contrariedad con los cruces de tablas, algún error en las consultas o la repetición de un número de comprobante para que Irene de contable no se me enoje.
Todavía atesoro un dibujito de Maty, el más grande de sus tres hijos, cuando visitó la oficina. Guarde todo. En especial el recuerdo de quienes me tendieron una mano cuando hacía gluc gluc.
Vero sabía de verdad. Se tomaba el trabajo con seriedad. Siempre con su sonrisa como primoroso realce de su semblante.
El país ardía y renovar el contrato era una proeza sobre todo para quienes teníamos la capacidad de laburo como único know how. En 2001 nuestra subsistencia laboral se abrazaba a un disquette de 3 ½.
“Raly, estamos un ratito” me dijo Camilo Sánchez hace unos meses en la radio y hoy lo entiendo más que nunca.


QEPD




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