16 de abril de 2025

EL ENOJO ES UN IDIOMA QUE NO NECESITA GRAMÁTICA

 

Pancho, Chito y Marina ( Montevideo, Uruguay)

Estaba en terapia intensiva. Entre cables, pitidos, y ojos ajenos que velaban por mi voz dormida. En ese silencio espeso... irrumpieron. No con gritos, sino con un locksmith. Lo hicieron porque pudieron, porque el enojo es un idioma que no necesita gramática. Pero yo ya no hablo ese idioma. No quiero traducirlo.

Cuando venís grande, y tenés hijos, la rabia de otros ya no te provoca lucha: te provoca compasión. Porque ya no ves un enemigo. Ves una historia. Ves una falta. Ves a una chica que eligió ser madre a los diecinueve, así como quien prende una vela para disimular el apagón.

Y entonces, no querés venganza. Querés otra cosa. Querés que algún día se detengan frente a una puerta, no para abrirla a la fuerza, sino para preguntarse, quizá por primera vez, si alguna vez fueron bienvenidos en alguna parte.

Yo, mientras tanto, reconstruyo.

No la cerradura.

El sentido.

Mi paz.


“Vos estuviste con tus padres en el momento crucial, nadie más estaba. Pagaste un precio, que fue tu quebranto de salud, y siempre, siempre, al firme y de pie. ¡Que fuerza, loco! Superado ésto, una etapa nueva. Vos vas por lo que te nutre, ahora es para crear, escribir, y sobre todo, vivir. Vivir para vos y los afectos reales, auténticos, los que vos te merecés. Fuera de tu vida la gente que siente con el bolsillo, que vive para lastimar, que no recuerda, o no sabe, de AMOR.”

Marina, marzo de 2025. Montevideo - Uruguay






2 de abril de 2025

TARTAMUDEANDO EN LA MEMORIA

 

Llegué a la guardia de la Clínica sujetándome la cabeza con ambas manos, como si pudiera contener el dolor dentro de mi mollera. Sentía que un relámpago se había quedado atrapado entre mis sienes, fulgurando con cada latido de mi corazón. Nunca había sentido nada igual.

Las luces blancas del hospital lastimaban mis ojos. Apenas podía sostenerme en pie cuando una enfermera me tomó del brazo y me guió a una camilla. "Quédese tranquilo", me dijo, aunque la palabra "tranquilo" parecía inalcanzable. Me acosté y cerré los ojos. No sé cuánto tiempo pasó, pero de pronto, todo se volvió una sombra densa y húmeda.

Cuando desperté, el mundo era otro. Los rostros a mi alrededor eran desconocidos y borrosos. Un médico hablaba con tono pausado, como si cada palabra estuviera calibrada para no quebrarme: "Tuviste un ACV. Logramos disolver el coágulo a tiempo. Ahora estás en terapia intensiva."

El peso de sus palabras cayó sobre mí con la lentitud de una piedra en el agua. No podía mover el brazo izquierdo, ni la pierna. Las neuronas que murieron por falta de oxígeno no fueron tantas, pero las suficientes para recordarme que ya no era el mismo. El tiempo en la terapia fue un largo túnel sin relojes. Me acostumbré a contar los días por la cantidad de veces que venían a cambiarme la vía o a tomarme la presión. Pasé de la desesperación al miedo, del miedo a la resignación y de la resignación a un leve atisbo de esperanza cuando los dedos de mi mano izquierda respondieron, aunque torpes, a mi voluntad. El sábado me dieron el alta, pero la ciudad no era la misma. Todo seguía en su lugar, pero yo era otro. Un hombre con un cuerpo que debía reaprender, con un cerebro que tartamudeaba en la memoria, con una sombra de dolor que venía y se iba sin previo aviso.

Volver al taller será el mayor desafío. ¿Cómo enseñar sobre palabras cuando las palabras a veces se me escapan? Pero los alumnos me esperan, y la radio también. Hoy volví a encender el micrófono, mi voz tembló. Sentí el peso de lo perdido, pero también el alivio de lo recuperado. Había vuelto a nacer, aunque esta vez con una cicatriz invisible que me recordaba la fragilidad de la existencia. Pero también su milagro.