Lo primero que hicimos
cuando se levantó el impedimento de contacto fue ir al cine. Una de las
películas que más disfrutamos fue “Intensamente”. La historia se centra en
Riley, una nena de 11 años. La verdadera historia tiene lugar en el interior de
Riley y los protagonistas son sus emociones.
Bing Bong, es el personaje que más nos impactó del film. Un especie de Largirucho lisérgico proscripto de Sunny Side. Bing Bong corre el velo de un mundo onírico más próximo a una ciudad ingeniada por Onetti que a los Disney Animation Studios.
Visitaba a Valen en la casa de su mamá. Desplegaba con impericia una veta de animador que de haber vivido con él no hubiese desarrollado. Llevaba globos. Como para economizar resolví comprar una bolsa de cincuenta unidades. Al poco tiempo, como si nell'oscurità rastreara mi táctica, las visitas empezaron a suspenderse. Broncoespamos primero, otitis repetidas después, fraguaron lo acordado. Con treinta y pocos y una certeza de condenado, como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido. Escuché la voz de Acavallo apuntando a mis oídos: "No bajes los brazos, pendejo!" Una proclama alcanzó para arrancar y desarrollar destrezas inimaginables: Imitar voces, hacer títeres con las manos, inventar canciones, cosas que requerían de más imaginación que dinero. Valen, chocho.
El gordo Ozzy me dijo en un asado en la casa de Victor: "Vos a tu pibe lo tenes que ver sin la mirada de nadie. Llamá a Joe, hablá con él de parte mía" Lo llamé y cuando nombré al gordo Ozzy se me abrieron las puertas del estudio de punta a punta, nunca hablamos de plata. Allí comenzaba la historia, el rock estaba a punto de sacarme del fango.
Joe Stefanolo se convirtió
en los años 90 en el letrado elegido por las estrellas del rock argentino para
que los representara en algún litigio. Su estilo tan particular y su cabellera
al viento, remitían más a un hombre de la música que un abogado penalista, su
verdadera profesión. Los medios lo tomaron como un personaje digno de resaltar
y y hoy es homenajeado en este documental como uno de los hombres más
relevantes dentro de la justicia.
Luego de varios escritos, Joe logró que saltemos de un espacio abotonado, a un lugar abierto. Así fue que llegué al YMCA ¿Asociación Cristiana de Jóvenes? Tenía sesenta minutos para desplegar mi número y captar la atención de Valentino de tan solo un año y siete meses. Un bebé que solo miraba y sonreía. Miradas tan potentes como piadosas que consiguieron que la pesadilla sea más llevadera.
VOCES COMO ECOS
En una semana era la
atracción de los más chiquitos mientras sus hermanos mayores realizaban sus
actividades. Un grupo de tres nenes y una nena visitaban la escalera que
utilizaba de escenario. De un martes para un jueves mi público se redujo. Al
parecer, un padre me escuchó al ingresar cuando le decía al personal de
seguridad que venía por un régimen de visita determinado por un juzgado civil.
A partir de ese día podía ir solo a la cancha de once. Rafa Nadal diría
"es una superficie difícil porque no juego muy a menudo en césped..."
Había un detalle al que no había reparado. Los globos explotaban al hocicar el pasto. Valen se asustaba y lloraba. Su mamá al escucharlo arribaba como un relámpago. Tenían una excusa inmejorable para decretar el fin de la visita.
En la parada del colectivo
me crucé con el hombre de seguridad que salía del club luego de cumplir su
turno. Un tipo curtido, cara indiada y mirada de haber visto más de lo podría
contar. Al verme cabizbajo me brindó un dato:
— ¿Conoces los globos
perlados?
— No.
— Son más duros y no se
pinchan en el pasto.
¡Datazo!
Los busqué y camino a la
parada di con una librería. Tenían globos perlados color verde musgo y rosa
chicle. Eran caros. Tomaba dos los martes y dos los jueves. No sea cosa que
comprara demás y las visitas también se picaran. El solo hecho de verlos
desinflados sobre la mesa del comedor era suficiente para desplomarme.
Diez años después
El miércoles pasado, al finalizar la práctica, estábamos con Valen y algunos compañeros de fútbol en la playa de estacionamiento del club. Amparo, mamá de Iker, propuso reunirnos en su casa quinta y brindar por fin de año.
—Es una casa muy grande,
tiene pileta.
—¡Qué bueno!— dijeron los
nenes.
—Suele contarse la luz y hay
poca señal de internet — dijo por lo bajo.
—¡Sin internet! ¡Sin luz!,
¿qué vamos a hacer? — dijo Valen.
— Jugamos a la pelota —
agregó Iker.
— Mi papá… — comenzó
Valentino.
—Tu papá ¿qué?— lo toreó Iker.
Valentino me buscó con la
mirada. Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja
entrar al futuro. Bajé la cabeza como perro sin dueño. Juzgué que sus
compañeros iban a desairar su acotación.
Efectivamente, al salir, Valen me reveló lo que yo imaginaba: Iba exponer que nosotros podemos divertirnos sin luz, inventar cuentos, imitar voces, jugar con globos.
— Mi papá… ¡Conoce... sabe
de un lugar con wifi! ¿no, pa?
—Sí, sí — dije para no
dejarlo expuesto y vislumbré como nuestro Bing Bong se fundía sobre la Platea
Sur con vista a la 1.11.14.