El
abuelo vive solo, tiene una casa grande en Mataderos, con un patio bien amplio.
Cuando entrás, se huele el olor a humedad. El abuelo colecciona sifones de
todas las épocas y tiene muchos discos de tango, los pone en un mueble grande
para escucharlos (mi papá me dijo el nombre pero no lo recuerdo).
Todos
los domingos vamos a visitarlo con papá y su novia. El fin de semana pasado,
hubo una fiesta en la feria de Mataderos y antes de ir a lo del abuelo, pasamos
por ahí. Llegamos muy temprano. Había tres puestos armados, nada más. Fui sin
desayunar, con sueño y de mal humor. Papá tiene una nueva novia, se llama
Mónica, es repiola y muy linda. Siempre me saluda con un beso y un abrazo.
Siento el aroma de su perfume (que es muy fuerte) y me da arcadas. Todavía no
me acostumbro a ella. Mamá dice que papá no se bancaría una mujer de su edad.
Yo no le hago caso. Le digo todo que sí.
Al
bajar del auto sentí mucho frío. La gente llegaba de a poco. ¿Se sentirán más
patriotas por llegar tan temprano? El olor era insoportable, mezcla de caca de
caballos y vaca muerta. Me quería ir. Prefería mil veces estar en mi pieza con
la play. Joaco me dijo que Neymar es más veloz que Messi en el nuevo Fifa 2013.
No sé, Joaco siempre exagera.
Mamá me
manda a casa de papá con la ropa que me queda chica y que casi ni uso. “Es para
que tu padre vea que necesitás ropa nueva, Lauti” ¡Ah! Claro, la señora se
enoja con papá y yo con esa campera re chota. Yo podría ponerme lo que quiero
pero se pone loca, empieza a los gritos y me esconde la play.
Papá se
acercó con un vaso de plástico.
- ¿ Querés
tomar chocolate caliente, Lauti ?
- No
papá, es re feo.
- Dale,
así se te pasa el frío.
- No
quiero.
- Mirá,
que hasta el almuerzo no hay nada, ¿eh?
- ¿Qué
vamos a almorzar?
- Ravioles,
Lautaro, como todos los domingos.
- Uh,
otra vez.
En la
feria no se puede correr. Mamá me puso una campera que odio, me apreta. El
pantalón de jogging también me molesta. Tiene como un algodón que abriga, pero
si corro, empiezo a transpirar y quedo todo pegoteado.
En un
momento, papá desapareció, no lo vi más. Un vendedor pasó y le miró el culo a
Mónica. De golpe, comenzó a sonar música en un parlante. La gente se movió y
formó un círculo alrededor de unos bailarines. Salió un tipo con una muñeca.
Tenía ojos claros como Brindisi y parecía cansado.
La
muñeca tenía la boca muy grande. Si no fuera por los ojos tan saltones, yo le daría,
como dice tío Juanqui. Suena re cool decirlo. El hermano de Santi también lo
dice: yo le doy. Tiene catorce y dice que se transó a la prima. Yo la conozco.
Se llama Agostina, tiene trece y está re fuerte.
Hasta
que llegó papá me quedé junto a Mónica. El show de los bailarines me pareció
divertido. Se notaba que la muñeca era re trucha. Los dedos de la mano eran del
mismo largo. La peluca estaba re sucia. El bailarín se apoyó sobre una columna
que le llegaba hasta la espalda, por ahí le serviría para descansar. Pobre,
debería estar sin dormir.
Al fin
llego papá y fuimos a lo del abuelo. Nos esperaba en la puerta junto a Torito.
El
abuelo, desde que murió la abuela, todos los domingos encarga ravioles en una
fábrica de pastas. El tuco lo prepara el sábado, para que tome más sabor. Le
sale rico. A mí no me gustan los ravioles, como sólo la carne del estofado en
sanguchito. Papá me reta y el abuelo le dice: - Dejalo, Enrique. Mientras coma,
dejalo.
El
abuelo y papá siempre hablan de lo mismo. De Chicago, de las cosas que hacía la
abuela y de un tal Dolanata o gordo no sé qué. Mónica no opina. Cuando
terminamos de almorzar (con la excusa de jugar con Torito en el patio) le pedí
permiso a papá para levantarme de la mesa. La señora que ayuda al abuelo sirvió
café. El abuelo puso un disco. Se escuchaba re mal, pero a él le gusta. Yo
entré para ir al baño.
- Abuelo,
¿ no tenés otra música?
- Lautaro,
el tango es la música.
- Ufa
- Ufa
¿qué?
- Algo
más divertido. Es triste abue.
Me
apuré y dejé al abuelo solo con su sermón. Me hacía encima. Mónica justo salía
del baño. Se había sacado la campera de gimnasia y tenía una remera con cuello
en ve blanca. Se le marcaban las tetas.
-
¡Lauti!, a la vuelta de los treinta, te espera el tango - dijo el abuelo
mientras yo cerraba la puerta. No entendí bien qué me quiso decir y tampoco
quería preguntarle nada, porque empieza y no termina más. Además falta un
montón para los treinta. Pero en tres años voy a tener
catorce, como el hermano de Santi. El que se transó a su prima.
Antes
de salir del baño pensé lo bueno que sería escondernos con Agostina detrás del
mueble donde el abuelo pone los discos. Ese mueble tan grande, que nunca me
acuerdo el nombre.