Salí con destino a ciudad universitaria.
Me calcé el walkman, tomé aire y me apronté a formalizar mi último viaje en el 28 semirapido. Lalo selló su programa con Ugly Kid Joe. Deshabitado en la entrada del Autódromo
canturreé la intro de “Cats in the cradle”.
El sol de General Paz se ocultaba en el horizonte que la verticalidad ignora. Escalé al 21 para empalmar el 28
en Chilavert. Saqué un boleto de $ 1.25. Minuto a minuto sellaba el tedio de
una etapa de inhibición. La decisión era un hecho. No había
vuelta atrás. Experimenté el desamparo de no saber qué hacer de mi vida.
Afuera de mi habitación como en los diarios de Ana Frank no había canto de
pájaros, y dentro de la casa de papá un silencio sofocante absorbió sobre todas
las cosas, y parecía arrastrarme hacia un barranco inexplorado.
Debía reverdecer, intentar, reparar.
***
Desertaba de la casa donde me crié para ir a
vivir a Mar del Plata. Una ciudad que me aguardaba con los brazos abiertos. Una
ciudad sin Rock and Pop, sin el 95.9 en el dial.
Cuando regresé de la facultad me ubiqué frente al equipo de audio y
esperé paciente que el tema “Cats in the cradle” rotara en la radio para
grabarlo. Mi
viejo me llamó para cenar.
—Ya
voy, pa. No me siento bien — fingí un sollozo para que me deje solo y consumar
mi cometido.
Papá se
aproximó y me dijo — Hay albóndigas ...— Al verme reposado con los hombros
hundidos me reanimó — Dale, cabezón. Te va a ir bien, y si las cosas no van bien… Te
volves. Esta es tu casa ¿Cuál es el problema?
Estaba desconsolado.
Ya no iba a ver a papá todos los días pero tampoco podía acorralar mi ilusión.
Tenía que mudar de aires. Todos los cambios, aún los más ansiados, llevan
consigo cierta melancolía. Papá me extrañó cuando me fui. Me lo escribió en
una carta tres años después.
Buenos Aires, 22 de mayo de 1997
Querido hijo:
Espero que al recibo de la presente te
encuentre bien de salud, ese es mi mejor deseo. Yo a Dios gracias de salud ando
bien pero en lo laboral ando como la mona. En el laburo nos suspendieron todos
los vales, nos cortaron todos los víveres, así que te imaginarás como estoy. Me
hubiese gustado mandarte unos pesos pero no puedo, ando buscando algo para
hacer a la noche. Vamos a ver si consigo alguna changa para hacer.
No te imaginas las ganas que tengo de
mandarme a mudar del laburo, me aguanto más, pero lamentablemente me la tengo
que tomar con soda, otra cosa no me queda. Bueno papá en pocas palabras te conté
mi situación, yo creo que si Dios quiere voy a salir a flote, no hay mal que
dure cien años, ni viejo que lo resista.
Acá te mando el carnet tuyo junto con el último
recibo de sueldo para que puedas hacerte ver, vence en diciembre, pero vos vas
con el último recibo de sueldo, que llegado el momento yo te voy a mandar y lo
renovas en Mar del Plata.
Bueno papá, voy a terminar, te mando un
beso grandote, te extraño y te quiero mucho, Besos. Papá.
Chau papi te quiero mucho.-
Aquella noche de agosto papá
me miró con devoción aferrado a la esperanza de albergarme en sus brazos. No
puedo anular de la memoria esa mirada. Fueron dos segundos, parpadeé
perturbado, flaqueé y bajé la cabeza. En esos dos segundos personifiqué toda la
infancia en sus ojos. Allí estaba inmóvil el hombre que invariablemente residió
a mi lado desde que nací. Fue la primera vez que experimenté un temor insólito
e inaugural: papá no iba a estar siempre. Fue muy potente el sobresalto. La
idea que algún día papá iba a morir. Hoy lo
abrazaría hasta el infinito y más allá. ¡Qué imbécil! Renuncié a un abrazo por
vergüenza.
***
Aquella
noche de agosto no tenía apetito. Ahora que lo evoco deduzco que fue la última
cena de mi adolescencia. Esa estación en la que no necesitas de un gran problema para la tragedia. ¿Nunca profesaron la necesidad de escuchar una melodía
para continuar, para salir del pozo? No me refiero a seguir en el sentido de hacer el sacrificio
de bancar un laburo sólo por la guita, cenar con unos suegros que aborreces o subir al
Sarmiento en hora pico. Hablo de otra cosa. De seguir viviendo.
Aguardé
sentado. Papá volvió a la mesa. Desfilaron las promos, las artísticas, dos canciones enganchadas y a
última hora, antes de la apertura de la heavy rock and pop, repitieron “Cats in
the cradle”. ¡Gracias a Ricky Durán! Fue una bocanada de aire fresco. Hacer tiempo para grabar una canción… ¡Qué loco! bretes que un milenians
nunca entendería.
***
Al día
siguiente me embarqué en un micro desde Liniers a la costa. Emprendía una nueva
vida. Esa noche no dormí. Repasé cada esquina recóndita de casa, cada mancha de humedad, cada
agujero, cada hoyo en las baldosas que supieron oficiar de opi, de campo de
batalla con mis soldaditos, del escenario que montaba frente al espejo de la peluquería de mamá como si estuviera en el Devil Stadium, Tempe, Arizona. Capturé en la retina las losetas prodigiosas donde transité mi verdadera patria.
Entré y
salí del baño varias veces. El baño donde hacia caras, el baño donde lloré en silencio cuando murió la abuela Gregoria, el baño donde era He-man.
Prendí la radio y escuché a Jorge Moya en “Cuchillos de palo”, un programón de las madrugadas de R&P. Lo último que embalé fue el equipo
Aiwa. Lo dejé para el final con dos cassettes puestos: “Goats heap soup”, mi
disco favorito de los Stones y uno virgen. Grabé “Cats in the cradle” varias
veces en el TDK de 90 minutos. Sonó más de diez veces hasta
alcanzar la rotonda de Varela.
En la ruta cabeceé, giré para un lado y para
el otro sin conciliar el sueño. De a ratos percibía el estribillo una y otra
vez con la voz de Alejandro Nagy machacando “Donde el rock vive”
***
En la entrada
a Mar Chiquita el tema se oía en cámara lenta. Era como una versión de Nicolino
Roche y los pasteros verdes. Se habían consumido las pilas. Tampoco podía
escuchar la radio. No había buena señal. A la altura de Camet sintonicé FM
Arena.
Por fin llegamos
a la terminal, ya no encontraba posición. Retiré dos bolsos, varias cajas y una valija. Luego de una
cháchara breve, dejé todos mis bártulos al cuidado de un taxista que estaba
escuchando FM Arena. Fui a un kiosko y compré dos pilas nuevas. Tenía
margen, el micro había arribado veinte minutos antes y mi mamá no tardaría en
llegar. Le
agradecí al tachero que presagiando mi preocupación me dijo antes de hacer su
primer viaje:
—¡En el
verano podes escuchar a Dolina, pibe! Acá la AM se escucha de prima. Es más,
podes ir a verlo como hace el programa.
—¿Posta?
—Sí,
sí. Acá derechito por Alberti… en el torres de manantial… ¿manantiales es,
Oscar?
—¿Qué
cosa?
—De
Dolina, que está allá arriba.
—No sé,
que se yo.
—¡Dolina!
El que jugaba al fulbo en el once, ¿te acordas?
—Ah,
sí. En la tele... La barra de Dolina…
—Sí,
Oscarcito. Te estoy diciendo Dolina y me decís que se yo...
—Bueno, bueno ¡mira la hora que e´, Chiche!
—Sí, pibe. ¡Está en el verano! No le des bola. Después lo tenes a este también
¿Cómo e´?, Raúl Calviño, ese muchacho sabe un vagón. Este otro, Oscar... Luisito... Luisito Stanzione, un
bocho ese hombre. ¡Hay de todo! Tenes la Brisa, Residencia que es más para nosotros, hay
varias. Suba señora. ¿Hasta dónde va? Ya la llevo. Y Arena, esta, que me la deja mi
pibe cuando me pasa el taxi — dijo Chiche y elevó el volumen de su stereo mientras sonaba
“What's Up” de 4 Non Blondes — ¡suerte pibe!
***
En una Mar
del Plata sin el glamour de los ochenta, con un frío helado, sin vestidos de gala, ni turistas
que descontaban las horas para ganar el descanso, peleando por unos metros
frente al océano, sin Rock and Pop; con FM Arena, la comida de mamá, bares como la Mula Plateada y Baldassarini, shows de los Redondos en GO!, Dolina en vivo,
chicas preciosas y tipos como Chiche. Allí, con un corte de pelo simil Rod Stewart de los Faces, acerté con
mi nueva morada.
Saludé a
Chiche con la mano levantada y me afirmé a lo alto en una de mis cajas. El sol en
su magnificencia afloraba en el horizonte de un nuevo amanecer en el mar. ¡El mar! El espejo de mis pensamientos, de los más profundos.
Suplanté las
pilas. Prendí un Malboro y apreté play. Observaba a mi alrededor con perplejidad. A pesar de la sensación térmica de dos grados, la voz
de Whitfield Crane entonando “And the cat's in the cradle and the silver spoon”
me proporcionó calor, me arropó y conseguí aligerar el peso. Lloré como un
chico.
Mi mamá
no demoraría en caer y debía atajarme. Con
papá primero y con mamá después, coarté las ganas de llorar. Despaché todos
esos llantos al registro de lágrimas en disponibilidad. Hoy brotan al oír la balada que Lalo eligió para cerrar su programa "Animal de radio" del 9 de agosto de 1994.
***
—¡Hola
hijo! ¡¿Cómo estás?¡ ¿Cómo viajaste?
—Bien,
todo bien.
—No
fumes tan temprano. Ahora llegamos a casa. Es cerquita, a dos cuadras y te acostas
tranquilo. Te levantas cuando quieras. Hoy no hay horario.
Anoche cociné albóndigas con fideo moño...
—Bueno,
buen…
—Tenes
los ojos colorados. ¿No tendrás conjuntivitis?
—No,
ma. Dormí re mal, eso. No pasa nada.
—¿No
era coche semicama? Ahora cuando llegamos te pongo unas gotitas.
— Hola señora, ¿usted pidió una carretilla?
— Sí, corazón.
Encaramos
por Sarmiento a mi nuevo hogar. El peregrinaje marplatense comenzaba a marchar.
A
Chiche no lo vi nunca más. Fue vital en esos minutos preliminares de estadía.
Ese taxista macanudo, el genio de Lalo, la confianza de papá, volver a vivir con mamá me marcaron a fuego. They marked me with fire.
***
Es
sábado, faltan dos minutos para salir al aire. Ahora comprendo porqué disfruto de estar en un estudio de radio. Al sentarme frente al micrófono, se pone a rodar la magia y siento que no
estoy solo en la locución. Hablan por mi: Chiche, Lalo, la mirada de papá, el amor de
mamá, las decenas de canciones que he escuchado y las multitudes
que me habitan. Polaroids de un éxodo signado por la radio, la música y una adolescencia
que declinaba poco a poco.
¡Qué
boludo! Puteaba porque me quedaba sin pilas o no tenía fuego. ¡Esa era una
contrariedad a los 19 años! Hoy no vivo, ardo. Siempre llevo fuego, tanto en la
cocina como en las pasiones que motorizan mi andar.
Gozo de la riqueza de apretar play en un dispositivo y dar oídos a Ugly Kid Joe
cuando quiera, donde sea, pero no tengo a mi papá. Esa es la diferencia entre
ser un paparulo indolente y un hombre perspicaz. Saber que es lo substancial.
Si de
algo me siento dueño hoy no es de la vida que viví, es de mi sueño: hacer un
programa de radio con vista al mar. Formaría una programación como en la película Big Fish, con todos
los héroes de este recorrido y un orfeón que coree "Para ganar o
empatar / prefiero sonreír / mirar adentro de mi / fumar o dibujar / para que
complicar»
***
— ¿Estás listo, Mauro?
— Sí Maxi, dame aire...
Buenos Aires 16 de noviembre de 1998
Querido hijo:
Espero que al recibo de la presente te
encuentres bien de salud, en compañía de tu madre ese es mi mejor deseo. Te
diré que tu carta me llegó muy hondo, pero no creo que sea para tanto los
atributos que me das, lo único que estoy seguro que fui y seguiré siendo un
buen padre y te puedo asegurar que a los tres los quiero con toda mi alma,
especialmente a vos que sos el hijo varón que no estás conmigo y extraño muchísimo.
Respecto a tu madre te diré, que la cuides
mucho. Es tu madre y eso hay que cuidarlo como el mejor oro del mundo, mientras
la tengas con vida. Te diré que todas las noches al acostarme, miro tu foto que
tengo en la mesita de luz y pido al todopoderoso para que te ilumine y te ayude
en todo lo que te propongas.
Bueno papa, voy a terminar mi pequeña
carta, te mando un fuerte abrazo y un beso grandote, cuídate mucho hijo.
Besos papá
Espero contestación a vuelta de correo.