La búsqueda del tono, por Camilo Sánchez
Entrevista a
Camilo Sánchez, escritor, periodista y autor de las novelas “La viuda de los
Van Gogh” y “La Feliz”. "El único ritual que hay que tener para escribir
es empezar. Cuando empezás los melones se acomodan. El único ritual sería ese.
Largarse y confiar", describió. Por Raúl Haurat.
Por Raúl Haurat
Camilo
Sánchez es escritor, periodista y autor de las novelas “La viuda de los Van
Gogh” y “La Feliz” (Edhasa). En diálogo con AGENCIA PACO URONDO y
el blog “De
Rastrón” desmitificó los rituales al momento de escribir.
Además, reflexionó sobre el proceso creativo y la construcción de su obra
literaria. Recorrió su trayectoria desde la revista Billiken hasta su paso por
el diario Página/12.
“Cuando un tipo de ochenta
años se va acercando a la brecha, la muerte deja de ser una metáfora para
más adelante”
APU: ¿Tenés algún
ritual al momento de escribir?
CS:
No, cómo yo vengo del periodismo, el ritual es cerrar. No me parece que puedas
tener muchos rituales en la escritura si no los tenes afuera. Se idealiza mucho
la escritura. No me parece un sitio sagrado. Me parece un sitio sagrado la
vida. Habitualmente estoy escribiendo, editando o leyendo con un cuaderno al
lado. No es que tengo que predisponerme con cierta ritualidad para ninguna de
las tres cosas. Simplemente apago el mundo y marcha. Para poder apagar el mundo
tenes que tenerlo bastante encendido el resto del tiempo que no escribís, ni
editas ni lees.
APU: Hay una idea
al momento de escribir de poner música, prender velas…
CS:
Hay que prender velas para cenar con tus amores.
APU: Eso también
responde con qué frecuencia escribís.
CS:
Si, en realidad, yo vivo de la escritura. Desde los dieciocho años que comencé
como cadete de redacción de la Revista Billiken, que ya empezaba a escribir,
hasta ahora. Es lo mismo.
APU: ¿Hay una
diferencia al momento de escribir periodismo o un relato?
CS:
No hago diferencia entre escribir periodismo, un relato, una novela o un poema.
Tuve maestros como (Miguel) Briante, Tomas Eloy Martínez y Diana Bellesi. No es
que (ellos) se ponían: “ahora voy a escribir un poema. Ahora escribo una nota
para cerrar.”
APU: No
diferenciaban entre géneros al momento de escribir.
CS:
No. Es ponerse. Lo que no puedo es escribir a medias, ni leer a media. ¿No sé
cómo hay gente que lee para dormirse? A mí me despabila. Leer para mí es como
laburar. Es intervenir el texto.
APU: Al momento
de leer poesía, ¿volvés a los clásicos o hay algún poeta contemporáneo que te
haya vislumbrado últimamente?
CS:
Hoy escribí algo sobre Enrique Molina, que fue una contratapa de Página/12 del
´89 que la rearmé. Ese fue un poeta, de los que conocí, que marcó pautas.
Después está lleno de buenas mujeres que escriben: Diana Bellessi, Irene Gruss,
Susana Villalba, Silvina Sazunic. En la poesía lees tres poemas y ya está. Hay
que encontrarlos. Vos tenes un libro de poemas y por ahí hay tres o cuatro
poemas que te hacen estallar. Un libro puede darte la clave para algo que te
está inquietando de este momento, o una llave para la felicidad eterna.
APU: Publicaste
dos novelas. ¿En qué te inspiraste para escribir “La viuda de los Van Gogh” y
“La Feliz”?
CS:
En realidad la línea de acción de las novelas, en el caso de “La viuda de los
Van Gogh” fue lo que sucedió con los cuadros de Van Gogh después de su muerte.
Vincent vende dos cuadros en su vida, y a los dos años y medio ya está en el
panorama de Amsterdam. Teo, su hermano se muere a los seis meses. Entonces la
pregunta es ¿cómo alguien que no había vendido cuadros, llego al lugar ese?
Después es tirar de una cuerda y tener la suerte que tuve de encontrar un
personaje que no se me hubiese ocurrido jamás de hacerlo ficción: feminista,
Siglo lXX, poeta, especialista Percy Shelley, que se queda viuda, con un hijo
de un año y tres meses. Ella es la recopiladora y editora de las cartas a Teo.
APU: Está la
mirada del escritor, también la mirada de periodista. ¿Tuviste que hacer un
trabajo de investigación buscando diarios de la época?
CS: Sí. Cuando uno está lanzado va buscando
esqueletos donde apoyarse. En cambio en el otro no, “La Feliz” es el verano del
88 en Mar del Plata donde el mejor boxeador de la historia argentina se convierte
en un femicida, y el mayor humorista de la historia argentina se cae de un piso
11, el mismo verano, siendo amigos. Estando en contacto. Dije “acá también hay
una novela”. Lo había cubierto para Pagina/12. Me habían mandado a cubrir el
asesinato de Monzón. Ahí lo que hice fue esperar el tiempo correcto para que
fluyera. Cuando apareció el tono lo seguí.
APU: Nombraste el
tono. En tu descripción de “La Feliz” uno encuentra imágenes poéticas que
aparecen en el final de algunos capítulos. Pintás una Mar del Plata propia, muy
particular. ¿Cuánto influenció haber nacido en la Ciudad?
CS:
Estaba el Campeón, el Claun, el Langa (el nexo entre los dos) y Mar del Plata
es el cuarto personaje de la historia que apareció mientras escribía. Fue
tomando corporalidad. Era mi ciudad también. La verdad que ser al mismo tiempo
un nacido y criado ahí hasta los dieciocho años y enviado especial a tu ciudad
es algo que no a todo el mundo le pasa. Eso me dio una doble mirada
interesante.
APU: Encontraste
dos historias sobre personajes tan fuertes como Van Gogh, Olmedo y Monzón con
la mirada puesta en una viuda y en una ciudad. ¿Fue pensado así?
CS:
Vuelvo a la primera pregunta. El único ritual que hay que tener para escribir
es empezar. Cuando empezás los melones se acomodan. (Ricardo) Piglia decía “vos
narrá, narrá que después aparece una línea de pensamiento propio”. El
único ritual sería ese. Largarse y confiar que por ahí en el tercer párrafo
encontraste algo del tono, de la música.
APU: ¿Qué es el
tono?
CS:
Cuando vos sentís que vas, que vas, que vas… No es mucho más. Entraste en una
música. El movimiento se muestra andando.
APU: ¿En qué
estás trabajando ahora?
CS:
Armé un sello operativo donde cada uno es dueño de sus libros que se llama “El
Bien del Sauce”. Ya sacamos catorce libros. Lo que tengo terminado es una
especie de monólogo teatral con un narrador en escena que se llama “Un camino
de brasas”. La línea de acción es una mujer esperando a su hija a la que va a
dejar su departamento en vida. Es una reflexión sobre la vejez apasionada.
APU: ¿Por qué
titulaste el monólogo “Un camino de brasas”?
Hay un poema de Saint-John Perse que habla a
la vejez: “Vejez, me mentías. Eres un camino de brasas y no un reguero de
cenizas” Perse a los ochenta estaba vivo.
APU: Enrique
Molina en el final encontró el tono que el poeta busca toda su vida. ¿Perse lo
encontró?
CS: Sabiendo que cada instante cuenta, hay
que subirse y no bajarse. Cuando llegas a un momento que se apaga el diálogo
interno, el momento donde estás haciendo las cosas y decís: no me muevo más de
acá. Ahí hay que tratar de quedarse el mayor tiempo posible.
APU: Para
terminar me vino la imagen de la pincelada de Van Gogh y La Feliz. El momento
donde el surfer logra subir a la cresta de una ola. ¿Ese es el momento donde
uno debería estar el mayor tiempo posible?
Sí. Hay un texto de (Guillermo) Saccomanno
que habla del ser en el momento que se estabiliza la tabla. Ese viaje es como
el haiku que dice “es lo que está pasando frente a mis ojos ahora” y no es otra
cosa. Tal vez sea el único tema que tengamos. Por eso cuando un tipo de ochenta
años como Molina, o la mujer de mi obra “Un camino de brasas” se va acercando a
la brecha. La muerte deja de ser una metáfora para más adelante. Es la letra
chica del contrato más cerca y ahí hay que seguir jugando con altura y con
gracia.