Dedicado a Amespil, el mejor jugador de bolita que vi
Espero volver a jugar pronto- declara un deportista ante un lesión. Ahí está en
su casa impotente -rehabilitación mediante- a la espera del alta para reanudar
su actividad. Es evidente que no está en sus manos el regreso.
Hoy volví a jugar… No se cómo sucedió, quizás cuando
entendí que en mi caso las lesiones no son físicas y de mí depende volver al
ruedo.
Asimilé que al jugar vuelvo a ser un chico otra vez. Aprendí que volver a jugar te invita a probar, a intentar, a ser vos mismo
despojado de todo filtro autoimpuesto. "Self imposed" dirían
los norteamericanos, hasta llegar a una síntesis como en éstas imágenes. Una
síntesis que concentra un lapso de alegría, de diversión... Como esos instantes
que quedaron impregnados en mis recuerdos más remotos de la niñez.
Con
facilidad podría enunciar como formaba el San Lorenzo de la liguilla 1987 o
hacer una remembranza de los horarios de mis dibujos animados favoritos. Recordar el apellido de mi compañero de banco o repasar los títulos de los lentos
que bailé en mi primer asalto. Evocar la primera mirada inocente de la chica
que me gustaba, con su pestañeo en cámara lenta.
Sin embargo, no puedo retener lo que hice la semana
pasada. Necesito de una agenda para saber que impuestos pagué o cuando será el
próximo turno con mi dentista.
Y es acá donde me detengo y pienso en la genialidad
de Rainer Rilke cuando decía “La verdadera patria del hombre está en la
infancia” y la verdad que coincido con el poeta austríaco. Creo que
no está nada mal volver a las raíces de vez en cuando, a través del diseño en
éste caso, en la búsqueda de un isologo para encabezar éste blog. Del juego
como método, del juego no sólo como algo lúdico sino también como búsqueda. Del
juego como algo que nos hacer perder la noción del tiempo, como en aquellos
inviernos cuando el sol se ocultaba temprano y ya nadie podía ver ni siquiera
su bolita lechera. Tirábamos al opi al tun tun y que sea lo que Dios quiera.