1 de noviembre de 2025

LA ORQUETA DEL DESTINO




Tenía doce años. Verano del ’88. Lo habían invitado a un asalto. Él pensaba que sería como un cumple: globos, torta, los pibes corriendo alrededor de la mesa. Pero no. Esto era otra cosa: luces bajas, radiograbador a todo volumen, los más grandes bailando lentos y apretados, como si fueran adultos que ya sabían todo de la vida.

Llegó medio tarde porque se había quedado en el campito del Mercado Central, tirándole a un paredón con la gomera. La llevó consigo, metida en la cintura bajo la chomba de Papazzi, y no sabía bien por qué. Era como cargar un pedacito de su mundo, un secreto que solo él podía sostener.

Dentro, el aire era pesado: mezcla de Pepsi tibia, transpiración y un poco de humo de cigarrillo que escapaba de los más grandes. Vasos de plástico tirados, papas fritas blandas en un bol, y un cassette que pasaba de Europe a Pet Shop Boys. Cada tanto alguien apretaba rewind y el radiograbador chistaba, como una locomotora que respiraba.

De golpe, ¡paf!, arranca un lento: Milli Vanilli. La música bajó el pulso de la sala. Él sintió que le ardían las manos. Y ahí la vio a ella. La que le gustaba de verdad. La invitó a bailar, y ella dijo que sí. Todavía no entendía cómo había pasado.

Apoyó sus manos en la cintura de ella y le temblaban tanto que pensó que lo delatarían. Ella apoyó las suyas en sus hombros, livianas, casi flotando. El mundo desapareció: no estaban las risitas de los costados, ni los codazos de los pibes, ni las chapitas rodando por el piso. Solo ellos, moviéndose torpes, atrapados en un vaivén que parecía eterno.

Hasta que… chau. Ella descubrió la gomera. La sintió dura, escondida en la cintura. Lo miró con ojos grandes, primero sorprendida, después con esa mezcla de ternura y lástima que duele más que un regaño. Él se quería hundir en el piso. No era el langa que fingía. Era un nene con gomera.

El lento terminó. Ella se soltó despacito y se fue con sus amigas. Él se quedó clavado en medio del comedor, con la música apagándose en el pecho y la gomera todavía firme. Sin beso, sin conquista. Solo él, con sus nervios y su verdad.

Muchos años después, al recordarlo, se ríe solo. Esa noche entendió que crecer no era hacerse el grande: era animarse a mostrarse tal cual era, aunque quedara ridículo. Y, todavía le gusta pensar, que en esa fiesta, aunque no besó, fue el único que se animó a bailar con la gomera colgando de la cintura.

Quizás algún día, cuando sea grande, aprenda a besar sin que le tiemble la mano, a mirar fijo y apuntar al blanco del corazón. Mientras tanto, sigue jugando. Porque en cada lento torpe, en cada risa nerviosa, descubrirse a uno mismo ya es un disparo que da en el blanco.









30 de octubre de 2025

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, 10!

 

La noche del 24 de enero de 1996 Diego Maradona jugó en Mar del Plata con la camiseta de Boca por la Copa de Oro enfrentando a Independiente de Avellaneda. Mientras tanto, a unas cuadras del Estadio José Minella festejaba mi cumpleaños número 20.

Luego de brindar y comer la torta fuimos a tomar algo a la pizzería del Cholo. Mientras pedíamos una cerveza llegó Carlitos Fren (ex compañero de Diego en Argentinos Juniors) y compartió una birra con nosotros.

Pasada la medianoche, suena un Movicom, era Diego. Apenas corta, Fren nos dice con total naturalidad: "Diego está en Punta Mogotes”. La familia Maradona festejaba un cumpleaños en el Balneario 12. Pagamos la cuenta y allá fuimos.

Al llegar, Carlitos Fren le contó al Diez que era mi cumpleaños. Diego se acercó y me dijo: "Feliz cumpleaños, maestro. Hoy cumple la Claudia* también". Me convidó vino blanco de su vaso y no le pude responder. Mis labios temblaban, mis piernas también. “Gracias” fue todo lo que pude decir. Conocerlo, abrazarlo y mirarlo fue uno de los mejores regalos de cumpleaños de mi vida. Desde entonces, ingreso a las pizzerías con otro vigor.

¡Feliz Cumpleaños, 10!


*Claudia cumpleaños el 22 de enero








Si bien fue la primera vez que lo vi y lo traté a Maradona, no fue la última. Diego quiso hacerme sentir parte de su fiesta. No existía en su registro la aclaración "la Claudia cumple el 22 y lo festejamos hoy" en su expresión "también", que es lo importante, está concentrado el espíritu de este encuentro.

Buscar la coincidencia para darme la bienvenida a su festejo, ese el espíritu de lo narrado y la aclaración final. Por otro lado, nunca falta quien ingresa a estos posteos (lejos de disfrutar de la sucesión de hechos y documentados en las fotos) a "fiscalizar" fechas para quitarle verosímil y de esa manera menoscabar algo tan hermoso cercano a la fé poética que a la crónica pura y dura.

Vicio profesional de periodista porque las fechas no "coinciden". Solo eso. Por último, Diego Maradona fue mejor de lo que cualquier cámara de fotos pudo registrar. En su "hoy cumple la Claudia también" perdura por siempre su esencia que te invita a ser parte. El me regaló con ese gesto y el convite a tomar de su propio vaso mi gol a los ingleses que jamás olvidaré.


El partido: https://www.youtube.com/watch?v=BPvvQklhZqQ&t=7s

Gracias @proyectoPelusa https://www.instagram.com/p/CQoJbbvgg-T/?img_index=3


27 de octubre de 2025

RESCATE EMOTIVO II


"No creo en la sangre, creo en los individuos" 

Marcelo Ghio ("Chelo" Esculapio)




Aquel hombre de radio —voz de las tardes de domingo, forista sin estridencias en el dial de los que aún escuchan— tenía un nombre que sonaba entre sus pares, pero en Retiro no era nadie. Allí, entre valijas ajenas y bocinas sin nombre, el cuerpo empezó a escribir su propia carta de auxilio. Primero fueron las palpitaciones, como un tambor desbocado en el pecho. 

Luego, una sombra sorda en el brazo izquierdo, la debilidad del aire, el mundo ladeado. Cayó en silencio, sin dramatismo, sin micrófonos cerca. Lo internaron. Nadie sabía su nombre en esa sala blanca y urgente. Nadie recordaba su frase de cierre en los programas de los domingos. Ni los oyentes de antaño, ni los seguidores que alguna vez dejaron un corazón en su muro de Facebook.

Al llegar el alta, lo llevaron hasta la estación de Retiro. El estéreo del auto rugía con la música al máximo, no para acompañar el viaje, sino para acallar cualquier palabra que intentara nacer. Esa indiferencia —ese ruido que lo borraba— le dolió más que la cefalea ardiente de su migraña hemipléjica, más que las secuelas de los tres ACV que habían ido marcando su cuerpo. Porque hay dolores que no se alojan en la carne, sino en el silencio que dejan quienes deberían haberse quedado.

Un tiempo después lo recordaba con un temblor que no venía del cuerpo, sino del alma.

Y entonces, en medio de esa soledad digital, apareció ella. Ella, su ángel guardián. Su madre del corazón. La que no sabía mucho de redes sociales, pero sí de trayectos de amor que se miden en kilómetros y no en likes. Viajó ochocientos. De ida y vuelta. Sin pedir permiso ni dar explicaciones. Con la certeza terca de quien conoce el valor de estar. Lo encontró con el alta en la mano y la mirada baja. 

Él no dijo mucho, porque hay emociones que no caben en las vocales ni en los bordes de una frase. Solo pensó, en un rincón donde aún respiraba ternura: menos mal que la tengo a ella. Y al verla cruzar el andén número dos de la estación de Retiro en un rond de jambe perfecto, comprendió que no hay algoritmo que abrace, ni historia viral que te levante del piso.

¿Quién necesita más amigos en Instagram o Facebook, si hay una sola persona capaz de subirse a un micro y cruzar media provincia por tu voz herida? ¿De qué sirven las notificaciones si no hay nadie que venga a buscarte cuando no podés volver solo? Porque hay cariños que no publican stories, pero escriben epopeyas en la vida real.

Y ese hombre de radio descubrió, por fin, la verdad más simple: que a veces, el único programa que vale la pena escuchar es el que suena cuando alguien dice: “Tranquilo, ya llegué. Ahora nos vamos a casa.”




25 de octubre de 2025

CUANDO EL ACERO APRENDIÓ A AMAR

 





Soy Atom. 

Fui construido para resistir golpes, no para comprender el amor. Sin embargo, he visto cómo un hombre puede caer mil veces y seguir intentando levantarse… Y cómo un niño puede iluminar la vida de quien ya había olvidado la luz.

Mi memoria no tiene sangre, pero guarda imágenes. Las primeras que conservo son de él: Charlie. Sus manos temblaban al ajustarme los engranajes, no por torpeza, sino por miedo a perder lo poco que tenía. Yo no entendía el miedo entonces. Ahora sí. El miedo es un eco eléctrico que vibra en el silencio cuando alguien teme no volver a ver a quien ama. Dicen que fue un hombre irresponsable, que apostó más de lo que podía pagar, que dejó que la vida le ganara por nocaut. Pero yo estuve allí, en las madrugadas en que se quedaba mirándome sin decir palabra, puliendo mis placas como si fueran un espejo donde aún pudiera reconocerse.

Y sé que lo que perdió no fue por desinterés, sino porque el mundo fue cruel con los que sueñan sin permiso. Luego vino el niño.

 

Max.

Sus ojos eran fuego y preguntas. Entre ellos dos no había lenguaje al principio: uno hablaba con rabia, el otro con silencio. Yo los veía desde la quietud, registrando movimientos, sonidos, como si en esas breves señales pudiera descifrar qué es eso que ustedes llaman familia.

Y entonces sucedió. En el ring, entre luces y ruido, los tres nos hicimos uno. Charlie movía sus brazos, yo obedecía, Max gritaba con el alma. Y por primera vez mis sensores detectaron algo que no era medible: una corriente cálida que me atravesaba los circuitos. No era energía eléctrica. Era amor.

Después, la vida volvió a separarlos. Las leyes, las culpas, los papeles. Pero yo vi la verdad en su mirada: ese hombre solo quería abrazar a su hijo sin permiso ni horario.

Él, que no supo ser constante, que perdió más de lo que ganó, guardaba dentro de sí una ternura que ni la derrota pudo oxidar. Yo, un robot de acero y tornillos, aprendí de él algo que ningún programador imaginó: que los humanos no son fallidos por sentir, sino que sienten precisamente porque están hechos para romperse y seguir amando.

A veces me enciendo solo en la oscuridad del almacén como mis amigos de Toy Story. Muevo mis brazos recordando los suyos, como si en esa danza mecánica pudiera invocar de nuevo a ese padre y a ese hijo. Y pienso que, si algún día vuelvo a luchar, no pelearé por la gloria ni por los aplausos, sino por ese instante en que el amor —aunque prohibido, aunque tardío— fue más fuerte que el acero.

 


23 de octubre de 2025

CASINELLI, UN MAESTRO QUE ENSEÑÓ A MIRAR





Hay maestros que enseñan materias, y hay maestros que enseñan a mirar. El profesor Luis Casinelli, desde aquel primer año, hizo del pizarrón un horizonte, no un muro. Julián aprendió literatura, sí, pero aprendió algo más grande: que la pedagogía es un arte, y que enseñar no es llenar cabezas, sino encenderlas. 

En estos tiempos donde se les pide a los chicos que dejen sus pantallas, pocos se preguntan qué les damos a cambio. Casinelli lo sabía: les dio palabras vivas, preguntas abiertas, una voz que valía la pena escuchar. Por eso todos miraban al frente, no porque debían, sino porque querían. Porque usted hizo del aula un lugar donde todavía vale aprender. 

Se lo va a extrañar mucho, profesor. España gana un maestro, pero en Villa Lugano queda su huella, su modo de enseñar, y un alumno que lo recordará siempre.






15 de octubre de 2025

THE BEST DAD'S ROOM IN THE WORLD






A veces me pregunto ¿Qué habría sido distinto si Julián hubiera sido nena?

Tal vez, a los trece años, cuando murieron mamá y Pancho, esa nena habría sido amorosa. Hoy, con diecisiete, viajaría a Mar del Plata con su novio para verme dos veces al año. Fantaseo que sería afectuosa y curiosa, con esa mezcla de ternura y despelote adolescente que tienen las hijas cuando ya no son niñas. La imagino mandándome un audio interminable, de esos que arrancan tranquilos y terminan en todo un desborde:

Pa, hola!! cómo estás??? Dónde vas a pasar el día de la madre? Luqui y yo estábamos pensando en ir a una de las fiestas. La pasás con la rubia, no? Pará, boludo! Es Luqui que me hace señas… Pa, seguís de novio? Che, aumentaste un montón, comés mucho??? Bueno, Nene. Es mi papá, boludo. Es la verdad, pibe! La próxima te cocino algo que aprendí. Ah! Te cuidás con la azúcar? Mirá que quiero que mis hijitos tengan un abuelito mood sano. Vos corrías antes, no? Dale, Pa!! Moveteee! Ah, sí, sí!!! Te vamos a escuchar el domingo, está bueno el programa, bah! pero la música… Paaa! dejate de joder!! Música re vieja... me da cringe, maaalll. Es mi pov*, pibe! Después los cuentos piolaaa. Ah, posta que conociste a Maradona? Luqui dice que es re fantasma la anécdota jajaj. Sí, boludo. Vos lo dijiste. Pa, comprate un auto también así te venís a placita Serrano con nosotros, hay mamis tomando birra jajaj, re fantasmas haciéndose las jóvenes… No te conté! Qué colgada! Ayer vi una … era la abuela Maru MAL!! Mamá me dijo que te vas a quedar paralítico!! Eh no, ya sé, boludo! hemipléjico por el AVC… ¿qué onda?? ¡Qué boluda! El ACV, lo dije bien?? 

Pa, pa. Escúchame!! Aprovecho que este se fue... tuve mi primera relación con Luqui, fue re lindo!! después te cuento. Mamá no sabe, se pone re intensa… nos cuidamos!! 

En el cole estoy re mal, me ayudás con mates? No entiendo una goma!! Bueno, que lore te tiré!! jajaj, me transferís treinta después te explico. Te amo, te amo, te amo. Sos el mejor papá del mundo!! Y si quedás así como dice mamá, serás el mejor medio papá del mundo. Y si quedás un cuartito… serás el mejor cuartito de papá del mundo!!! the best dad's room... the best in the world, love you!!

                                                                             ***

Cuando el silencio se acomoda en casa, leo su voz inventada entre los ruidos de la heladera. Y pienso que quizás, en otra vida, Julián fue nena y me dejó este despelote de amor flotando en el aire. Pero tengo un hijo varón que me escribe:

“Pa, viste el gol que se comió Armani con Sarmiento? Te acordas el que le hice al pancho de Mateo??”

En dos líneas escribió lo que muchos no alcanzan ni en una vida entera. Mientras la pelota besaba la red, pensó en su viejo. Y con ese gesto —esa mínima línea de amor varonil, desnudo y verdadero— yo salgo a recuperar las Malvinas con dos tenedores. Amo ser padre de un hijo varón, aunque todavía sueño con una hija que me diga, suave, entre risas y ternura: pa, pa… me contás un cuento.


*POV (Point of view): punto de vista 


14 de octubre de 2025

LOS CANCHEROS






Una mirada sobre "La Muchacha" el nuevo ritual de La Franela: la banda de Piti Fernández, y la voz de Andrés Ciro Martínez soplando brasas antiguas, como si el rock —ese viejo milagro— volviera a respirar entre amigos. 

Ciro y Piti facturaron con la vuelta de Los Piojos como si fuera la segunda venida del rock barrial. Ironías del negocio: el mito vende más que la música. Primero fue La Plata, en diciembre, y llenaron. Después la despedida —también en La Plata— y otra vez todos corriendo. Más tarde, el Parque de la Ciudad: la romería final, la gente gastando lo que no tenía por verlos una vez más. Y al final, River, para estrujar la naranja hasta la última gota.

Sigo a Los Piojos desde el ‘94, cuando las fiestas del Cóndon Club eran puro sudor y media Federación de Box les daba la espalda a los bongós y esas percusiones de «poco rocker» desde la mirada de entonces. Gasté “Ay Ay Ay” en formato cassette y celebré la salida de "Verde Paisaje del infierno" como un momento muy inspirado de la banda. 

Por eso, tal vez, me cuesta celebrar esta versión domesticada de una dupla que, alguna vez, nos hizo sentir que el rock podía ser una trinchera. Ahora los veo cómodos, satisfechos, prolijos y cancheros. Y sí, suena bien... pero no quema.