2 de agosto de 2024

SIGUEN GIRANDO


En primeros años de la década del noventa escuchar una banda de rock era mucho más que ser un seguidor de un grupo. Escuchar una banda era pertenecer a algo, era tu bandera, tu poster, tu emblema, te definía. Éramos pibes de quince, dieciséis, diecisiete años huérfanos de referentes políticos, desprovistos de palabras decidoras en la pesquisa de un patriarca musical que hable por nosotros.


— Señor, ¿Tiene remera de entrenamiento?

 Sí, tengo.

— Al entrenamiento se viene con remera del club.

— Sí, profe.

— ¿Le dieron dos juegos?

— Sí.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué viene a entrenar con una remera que no es de la institución?

— Mi mamá las lavó y no se secaron.

— Dígale a su mamá que dije yo, que no lave las dos juntas.

— Sí, profe.

— ¿Usted sabe que esta gente toma droga? — dijo el preparador físico del club señalando mi remera.

— No.

— Son toxicómanos. Vaya, cinco vueltas y vuelva.



Todavía busco en las canciones épocas, escruto en cada estribillo algo que ya no sucederá, que sucedió, me hizo feliz y ahora lo sé.

Celebro que desanden las bandas y tornen a los escenarios. Encuentro en una canción la travesía que perdimos. El sendero de bracear contra las olas. Trepo a mi tabla embebida en la efervescencia obstinada de la cultura rock porque aún somos muchos los que no olvidamos que sólo los peces muertos nadan con la corriente.







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