Subí al
colectivo. La línea 101 a las once de la noche circula con pocos pasajeros.
Sobre todo el lunes. Busqué en mi bolsillo la tarjeta Sube pero no la encontré.
El colectivero creyó que lo iba a manguear.
Mientras
buscaba en mi mochila escucho la voz del chofer: -¡Ey flaco! ¿Hasta dónde vas?
-Hasta
San Cristóbal- contesté.
- Son $
2,35- me dijo con mala onda y arrancó de golpe.
-
¡Aguantá que no encuentro la tarjeta campeón!
Hicimos
un par de cuadras y llegamos a avenida Cruz. Un grupo de pibas y pibes pararon
el colectivo. Salían de laburar en Jumbo. Encontré mi billetera y pude sacar el
boleto. Fui hasta el fondo y me encontré con un amigo de la infancia.
-¡Qué
hacés, Jujuanchiii!, ¿taannnto tiempo loco noo?- balbuceó.
El
Flaco Orly estaba en pedo. Le di la mano y le respondí: ¡Flaco!, ¿Qué hacés,
locura? ¿Y eso?
-¿Qué
cosssa? ¿Esto? No diga´nada, hace mucho, hace mucho que no nos vemosss. Mi vida
no fue, mi vida no fue fácil. Ando choreaaannndo.
Lo
miré, vi su estado y con algo de lástima que no pude disimular le pregunté: -
¿Te parece, Flaco? ¿Para qué? ¿Y tus viejos que dicen?
El
Flaco me miró con tristeza y me confesó:- No me haaablann loco, no diga´ nada,
me encamé con mi cuñada y se pudrió el rancho ¿tendesss?
Comprendí
en ese instante que era un tema recurrente cada vez que se escabiaba.
-¡Dale,
Orly! -le dije. ¿Por qué no te bajás, vas a tu casa, te das un baño y te dejás
de joder, loco?
-¿Qué,
me vasss a dar con… Consejos vos tambiénn?- expresó Orly alzando la voz.
- No,
amigo, pero estás en pedo y podés hacer cagada con eso- y eché un vistazo hacia
la cintura donde tenía el fierro.
- ¡Salí
de acá, barrilete!, ¿qué que te paaasa ortiva?- apuntó el Flaco con voz firme y
me tiró una mano.
El
colectivero miraba por el espejo. Al escuchar que la discusión era cada vez más
enérgica decidió intervenir.
-Ey,
muchachos, ¿qué pasa ahí?
-¡Qué
salta´ botón! - le respondió el Flaco. Yo trataba de tranquilizarlo, pero no
había forma. El colectivero detuvo el bondi, sacó un palo que estaba debajo de
su asiento y se nos vino al humo.
Traté
de persuadirlo pero estaba encarnizado con mi amigo de la infancia. Uno de los
chicos que subió en Jumbo sacó su blackberry y llamó a la policía. Asimismo yo
busqué mi celular para llamar y en ese instante recordé que el Flaco estaba
enfierrado. Las manos me temblaban. De los nervios se me cayó el móvil por la
escalera donde descienden los pasajeros. En ese momento se escuchó un disparo y
todos bajaron. Lo último que me acuerdo es que vi el palo del bondiero que iba
de un lado para otro y me calzó en el medio de la frente.
En
síntesis: El Flaco venía de una salidera, tenía dos causas abiertas. Antes de
tomarme las declaraciones me llevaron a la enfermería. Con la venda en la
cabeza y todavía ofuscado por los hechos me sometieron a un interrogatorio.
- ¿De
dónde venían, muchacho´? ¿Dónde dejaron el auto robado?
Yo no
entendía nada. Hice un silencio y volvieron las preguntas.
-¿Cuál
es su vínculo con el Señor Orlando Ruiz Díaz?- insistió el policía.
¡El
Flaco Orly!, pensé mientras trataba de abrir los ojos encandilados por el tubo
fluorescente. ¡Pobre chabón! Estaba hasta las manos. Pero si decía la verdad me
dejarían ir a casa.
El
Flaco es mi amigo de la infancia, se crió conmigo, hace veinte años que no lo
veía. Compartimos muchas cosas. Antes de responder al oficial recordé todo lo
vivido con él: el fútbol, los carnavales, Interama… Jugamos juntos en el mismo
equipo en los campeonatos Evita, atajaba el Flaco, ¡cómo olvidarse de esos
partidos!
-Muchacho´
¡no tenemo´ todo el día! ¿Cuál es su vínculo con Ruiz Díaz?
- No lo
conozco, oficial - respondí. Tartamudeaba y tenía la boca seca. - Quiso robarme
-continúe- traté de defenderme, oficial, y me pegó con un palo en la cabeza-
así finiquité mi relato.
Salí
minutos después de las doce de la noche de la taquería, habían pasado menos de
una hora y cuarto desde que subí al 101, sin embargo me pareció un siglo. Al
Flaco lo trasladaron a la Unidad Carcelaria 43 de González Catán. El
colectivero al conocer mi declaración, ratificó mis dichos y se fue a su casa.
Llegué
al hotel a la una de la mañana, no tenía hambre. Tomé dos vasos de agua y me
acosté sin sacarme la ropa. Al día siguiente me levanté y limpié mi herida.
Dejé la pieza a las ocho y cinco de la mañana. No podía quedarme un minuto más
ahí. Era muy factible que “la banda” del Flaco Orly supiera mi paradero.
La decepción, y la traición causan el mismo dolor
ESTA ESCENA QUIZÁS PASA SEGUIDO ÚLTIMAMENTE , sabes relatar , nos llevas al lugar , como un buen escritor. VAMOS POR MÁS !!!!
ResponderEliminarte juro que leer esto me hace mal... señal que esta bien contado
ResponderEliminar