17 de noviembre de 2025

GOBS

 



J apareció con los globos escondidos detrás de la espalda, como si fueran un secreto redondo y liviano. Iba a declararse novio oficial. Y mientras lo escuchaba, pensé en aquel otro día, cuando todavía no sabía decir “papi” y lo único que salía de su boca era “gobs”.

Con esos globos empezó a hablarme. Con esos globos empezó, también, a explicarme el mundo sin palabras.

Hoy los suelta para alguien más, y está bien: cada globo que deja ir parece decir lo que su voz todavía no sabe nombrar. Que crece. Que ama. Que el mundo le queda justo a su medida.

Y yo lo miro, orgulloso, entendiendo que ese idioma simple y redondo nunca se pierde: solo encuentra nuevos cielos donde flotarse.





1 de noviembre de 2025

LA ORQUETA DEL DESTINO





Tenía doce años. Verano del ’88. Lo habían invitado a un asalto. Él pensaba que sería como un cumple: globos, torta, los pibes corriendo alrededor de la mesa. Pero no. Esto era otra cosa: luces bajas, radiograbador a todo volumen, los más grandes bailando lentos y apretados, como si fueran adultos que ya sabían todo de la vida.

Llegó medio tarde porque se había quedado en el campito del Mercado Central, tirándole a un paredón con la gomera. La llevó consigo, metida en la cintura bajo la chomba de Papazzi, y no sabía bien por qué. Era como cargar un pedacito de su mundo, un secreto que solo él podía sostener.

Dentro, el aire era pesado: mezcla de Pepsi tibia, transpiración y un poco de humo de cigarrillo que escapaba de los más grandes. Vasos de plástico tirados, papas fritas blandas en un bol, y un cassette que pasaba de Europe a Pet Shop Boys. Cada tanto alguien apretaba rewind y el radiograbador chistaba, como una locomotora que respiraba.

De golpe, ¡paf!, arranca un lento: Milli Vanilli. La música bajó el pulso de la sala. Él sintió que le ardían las manos. Y ahí la vio a ella. La que le gustaba de verdad. La invitó a bailar, y ella dijo que sí. Todavía no entendía cómo había pasado.

Apoyó sus manos en la cintura de ella y le temblaban tanto que pensó que lo delatarían. Ella apoyó las suyas en sus hombros, livianas, casi flotando. El mundo desapareció: no estaban las risitas de los costados, ni los codazos de los pibes, ni las chapitas rodando por el piso. Solo ellos, moviéndose torpes, atrapados en un vaivén que parecía eterno.

Hasta que… chau. Ella descubrió la gomera. La sintió dura, escondida en la cintura. Lo miró con ojos grandes, primero sorprendida, después con esa mezcla de ternura y lástima que duele más que un regaño. Él se quería hundir en el piso. No era el langa que fingía. Era un nene con gomera.

El lento terminó. Ella se soltó despacito y se fue con sus amigas. Él se quedó clavado en medio del comedor, con la música apagándose en el pecho y la gomera todavía firme. Sin beso, sin conquista. Solo él, con sus nervios y su verdad.

Muchos años después, al recordarlo, se ríe solo. Esa noche entendió que crecer no era hacerse el grande: era animarse a mostrarse tal cual era, aunque quedara ridículo. Y, todavía le gusta pensar, que en esa fiesta, aunque no besó, fue el único que se animó a bailar con la gomera colgando de la cintura.

Quizás algún día, cuando sea grande, aprenda a besar sin que le tiemble la mano, a mirar fijo y apuntar al blanco del corazón. Mientras tanto, sigue jugando. Porque en cada lento torpe, en cada risa nerviosa, descubrirse a uno mismo ya es un disparo que da en el blanco.









30 de octubre de 2025

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, 10!

 

La noche del 24 de enero de 1996 Diego Maradona jugó en Mar del Plata con la camiseta de Boca por la Copa de Oro enfrentando a Independiente de Avellaneda. Mientras tanto, a unas cuadras del Estadio José Minella festejaba mi cumpleaños número 20.

Luego de brindar y comer la torta fuimos a tomar algo a la pizzería del Cholo. Mientras pedíamos una cerveza llegó Carlitos Fren (ex compañero de Diego en Argentinos Juniors) y compartió una birra con nosotros.

Pasada la medianoche, suena un Movicom, era Diego. Apenas corta, Fren nos dice con total naturalidad: "Diego está en Punta Mogotes”. La familia Maradona festejaba un cumpleaños en el Balneario 12. Pagamos la cuenta y allá fuimos.

Al llegar, Carlitos Fren le contó al Diez que era mi cumpleaños. Diego se acercó y me dijo: "Feliz cumpleaños, maestro. Hoy cumple la Claudia* también". Me convidó vino blanco de su vaso y no le pude responder. Mis labios temblaban, mis piernas también. “Gracias” fue todo lo que pude decir. Conocerlo, abrazarlo y mirarlo fue uno de los mejores regalos de cumpleaños de mi vida. Desde entonces, ingreso a las pizzerías con otro vigor.

¡Feliz Cumpleaños, 10!


*Claudia cumpleaños el 22 de enero








Si bien fue la primera vez que lo vi y lo traté a Maradona, no fue la última. Diego quiso hacerme sentir parte de su fiesta. No existía en su registro la aclaración "la Claudia cumple el 22 y lo festejamos hoy" en su expresión "también", que es lo importante, está concentrado el espíritu de este encuentro.

Buscar la coincidencia para darme la bienvenida a su festejo, ese el espíritu de lo narrado y la aclaración final. Por otro lado, nunca falta quien ingresa a estos posteos (lejos de disfrutar de la sucesión de hechos y documentados en las fotos) a "fiscalizar" fechas para quitarle verosímil y de esa manera menoscabar algo tan hermoso cercano a la fé poética que a la crónica pura y dura.

Vicio profesional de periodista porque las fechas no "coinciden". Solo eso. Por último, Diego Maradona fue mejor de lo que cualquier cámara de fotos pudo registrar. En su "hoy cumple la Claudia también" perdura por siempre su esencia que te invita a ser parte. El me regaló con ese gesto y el convite a tomar de su propio vaso mi gol a los ingleses que jamás olvidaré.


El partido: https://www.youtube.com/watch?v=BPvvQklhZqQ&t=7s

Gracias @proyectoPelusa https://www.instagram.com/p/CQoJbbvgg-T/?img_index=3


27 de octubre de 2025

RESCATE EMOTIVO II


"No creo en la sangre, creo en los individuos" 

Marcelo Ghio ("Chelo" Esculapio)




Aquel hombre de radio —voz de las tardes de domingo, forista sin estridencias en el dial de los que aún escuchan— tenía un nombre que sonaba entre sus pares, pero en Retiro no era nadie. Allí, entre valijas ajenas y bocinas sin nombre, el cuerpo empezó a escribir su propia carta de auxilio. Primero fueron las palpitaciones, como un tambor desbocado en el pecho. 

Luego, una sombra sorda en el brazo izquierdo, la debilidad del aire, el mundo ladeado. Cayó en silencio, sin dramatismo, sin micrófonos cerca. Lo internaron. Nadie sabía su nombre en esa sala blanca y urgente. Nadie recordaba su frase de cierre en los programas de los domingos. Ni los oyentes de antaño, ni los seguidores que alguna vez dejaron un corazón en su muro de Facebook.

Y entonces, en medio de esa soledad digital, apareció ella. Ella, su ángel guardián. Su madre del corazón. La que no sabía mucho de redes sociales, pero sí de trayectos de amor que se miden en kilómetros y no en likes. Viajó ochocientos. De ida y vuelta. Sin pedir permiso ni dar explicaciones. Con la certeza terca de quien conoce el valor de estar. Lo encontró con el alta en la mano y la mirada baja. 

Él no dijo mucho, porque hay emociones que no caben en las vocales ni en los bordes de una frase. Solo pensó, en un rincón donde aún respiraba ternura: menos mal que la tengo a ella. Y al verla cruzar el andén número dos de la estación de Retiro en un rond de jambe perfecto, comprendió que no hay algoritmo que abrace, ni historia viral que te levante del piso.

¿Quién necesita más amigos en Instagram o Facebook, si hay una sola persona capaz de subirse a un micro y cruzar media provincia por tu voz herida? ¿De qué sirven las notificaciones si no hay nadie que venga a buscarte cuando no podés volver solo? Porque hay cariños que no publican stories, pero escriben epopeyas en la vida real.

Y ese hombre de radio descubrió, por fin, la verdad más simple: que a veces, el único programa que vale la pena escuchar es el que suena cuando alguien dice: “Tranquilo, ya llegué. Ahora nos vamos a casa.”




23 de octubre de 2025

CASINELLI, UN MAESTRO QUE ENSEÑÓ A MIRAR





Hay maestros que enseñan materias, y hay maestros que enseñan a mirar. El profesor Luis Casinelli, desde aquel primer año, hizo del pizarrón un horizonte, no un muro. Julián aprendió literatura, sí, pero aprendió algo más grande: que la pedagogía es un arte, y que enseñar no es llenar cabezas, sino encenderlas. 

En estos tiempos donde se les pide a los chicos que dejen sus pantallas, pocos se preguntan qué les damos a cambio. Casinelli lo sabía: les dio palabras vivas, preguntas abiertas, una voz que valía la pena escuchar. Por eso todos miraban al frente, no porque debían, sino porque querían. Porque usted hizo del aula un lugar donde todavía vale aprender. 

Se lo va a extrañar mucho, profesor. España gana un maestro, pero en Villa Lugano queda su huella, su modo de enseñar, y un alumno que lo recordará siempre.






15 de octubre de 2025

THE BEST DAD'S ROOM IN THE WORLD






A veces me pregunto ¿Qué habría sido distinto si Julián hubiera sido nena?

Tal vez, a los trece años, cuando murieron mamá y Pancho, esa nena habría sido amorosa. Hoy, con diecisiete, viajaría a Mar del Plata con su novio para verme dos veces al año. Fantaseo que sería afectuosa y curiosa, con esa mezcla de ternura y despelote adolescente que tienen las hijas cuando ya no son niñas. La imagino mandándome un audio interminable, de esos que arrancan tranquilos y terminan en todo un desborde:

Pa, hola!! cómo estás??? Dónde vas a pasar el día de la madre? Luqui y yo estábamos pensando en ir a una de las fiestas. La pasás con la rubia, no? Pará, boludo! Es Luqui que me hace señas… Pa, seguís de novio? Che, aumentaste un montón, comés mucho??? Bueno, Nene. Es mi papá, boludo. Es la verdad, pibe! La próxima te cocino algo que aprendí. Ah! Te cuidás con la azúcar? Mirá que quiero que mis hijitos tengan un abuelito mood sano. Vos corrías antes, no? Dale, Pa!! Moveteee! Ah, sí, sí!!! Te vamos a escuchar, está bueno el programa, bah! pero la música… Paaa! dejate de joder!! Música re vieja... me da cringe, maaalll. Es mi pov*, pibe! Después los cuentos piolaaa. Ah, posta que conociste a Maradona? Luqui dice que es re fantasma la anécdota jajaj. Sí, boludo. Vos lo dijiste. Pa, te venís a placita Serrano con nosotros? Hay mamis tomando birra jajaj, re fantasmas haciéndose las jóvenes… No te conté! Qué colgada! Ayer vi una … era la abuela Maru MAL!! Mamá me dijo que te vas a quedar paralítico!! Eh no, ya sé, boludo! hemipléjico por el AVC… ¿qué onda?? ¡Qué boluda! El ACV, lo dije bien?? 

Pa, pa. Escúchame!! Aprovecho que éste se fue... Tuve mi primera relación con Luqui, fue re lindo!! después te cuento. Mamá no sabe, se pone re intensa… Nos cuidamos!! 

En el cole estoy re mal, me ayudás con mates? No entiendo una goma!! Bueno, que lore te tiré!! jajaj, me transferís treinta después te explico. Te amo, te amo, te amo. Sos el mejor papá del mundo!! Y si quedás así como dice mamá, serás el mejor medio papá del mundo. Y si quedás un cuartito… serás el mejor cuartito de papá del mundo!!! the best dad's room... the best in the world, love you!!

                                                                             ***

Cuando el silencio se acomoda en casa, leo su voz inventada entre los ruidos de la heladera. Y pienso que quizás, en otra vida, Julián fue nena y me dejó este despelote de amor flotando en el aire. Pero tengo un hijo varón que me escribe:

“Pa, viste el gol que se comió Armani con Sarmiento? Te acordas el que le hice al pancho de Mateo??”

En dos líneas escribió lo que muchos no alcanzan ni en una vida entera. Mientras la pelota besaba la red, pensó en su viejo. Y con ese gesto —esa mínima línea de amor varonil, desnudo y verdadero— yo salgo a recuperar las Malvinas con dos tenedores. Amo ser padre de un hijo varón, aunque todavía sueño con una hija que me diga, suave, entre risas y ternura: pa, pa… me contás un cuento.


*POV (Point of view): punto de vista 


13 de octubre de 2025

LA PLEGARIA DEL HERVOR

 



Descubrí que cocinar enamorado era una forma de rezar sin palabras. No era solo poner algo al fuego: era acompañar el hervor, cuidar una llama como se cuida un vínculo, mezclar, probar, esperar, sin apuro y con la ternura de lo que crece lento.

El amor, entendí, tenía el mismo ritmo que una olla: si uno la deja sola, se quema; si la remueve demasiado, no deja que respire. Ese día, mientras ella hablaba desde la mesa, yo cortaba una cebolla. Nunca antes lo había hecho con tanta atención. La apoyé sobre la tabla, la corté al medio, y con la punta del cuchillo le quité la raíz.

Luego pelé las capas, una por una, hasta llegar al centro. La mitad quedó boca abajo sobre la madera, brillante como una lágrima contenida. Le hice cortes verticales, finos, precisos, sin llegar al final —el secreto está en dejar la raíz unida, para que no se desarme—, y después horizontales, suaves. Finalmente, bajé la hoja del cuchillo con ritmo parejo, y la cebolla se convirtió en una lluvia blanca y perfumada. Lloré un poco, no sé si por la cebolla o por ella. Tal vez ambas cosas sean la misma: una manera que tiene el cuerpo de decir me duele, pero sigo acá.

El fuego esperaba. Puse aceite en la sartén, escuché el primer crepitar y sentí algo extraño: como si en ese instante tuviera el poder de detener el tiempo. La cebolla chispeaba y el aire se llenaba de un olor dulce y nuevo. Ella seguía hablando, y yo quería que no se terminara nunca, ni la conversación ni la cocción. Pensé que estar enamorado era eso: cocinar algo que está justo a punto, ni crudo ni pasado, un plato que pide atención y ternura a la vez.

Si uno se distrae, se enfría; si uno se apura, se arruina. El amor, como la comida, solo se entiende con paciencia y fuego bajo. Esa noche servimos los platos y ella dijo que estaba delicioso. Yo asentí, pero sabía que el sabor no venía del aceite ni de la sal. Venía de esa sensación secreta, la de estar dentro de un tiempo suspendido, como si todo el universo se redujera a una mesa, una mujer y el vapor de un guiso que no quería terminarse.

Siempre encontré la felicidad en tres lugares: en el amor, en los arrabales y en los libros. Los tres me enseñaron lo mismo: que la vida no se mide en los años que pasan, sino en los instantes en que el alma se queda quieta, al igual que una cebolla que se dora a fuego lento, mientras alguien te mira y el mundo, por un rato, deja de doler. Tal vez la felicidad sea eso: un humo que no se deja atrapar.