30 de septiembre de 2025

UN PLANETA LEJOS DE CELINA

 




Me escribió desde Oslo, tan lejos de Villa Celina que parece otro planeta.

Gusti, me escribió sobre la muerte de Miguel Russo…

Llegó a San Lorenzo cuando nadie quería venir,

sembró donde otros veían sequía,

y la tierra —agradecida— le devolvió más de lo soñado.

Perdonó cuentas, cerró heridas,

y partió sin pleitos ni deudas.

Descanse en paz, Don Miguel,

hombre de cosechas limpias y final en calma.

 

Gusti, el amigo de madera, el que en los ochenta fue jefe de la barra de San Lorenzo, me habla con la misma voz de tablón gastado.

Me dice que allá todo le va bien, mejor dicho, muy bien: el bolsillo lleno, la vida ordenada, los días largos de Noruega.

Pero que aun así está al tanto de todo: los quilombos de siempre en la Argentina, la inflación que muerde, la inseguridad que se pasea sin dueño, la falta de laburo que arrasa como viento frío.

Y sobre todo, el mal momento de San Lorenzo, porque el corazón no entiende de geografías.

Yo le respondí que acá las cosas están bravas, que ni con dos laburos alcanza para enderezar la semana.

Y le pregunté: “Che Gusti, decime vos que vivís allá, siempre quise preguntarte eso: ¿qué es el exilio, mi hermano?”

Entonces me escribió la definición más triste y más hermosa que escuché:

“El exilio es no poder explicar a un noruego que tu club no tiene presidente, que está acéfalo, que al presidente lo filmaron choreándose veinte mil dólares y nadie sabe cuánto más robó.

El exilio es que los pibes de la primera igual salgan a la cancha y a veces ganen, como si fueran huérfanos con la camiseta por apellido.

El exilio es no poder ir al estadio, no abrazar la popular, no gritar los goles en el gasómetro.

Eso, hermano, es el exilio.”

Y me quedé en silencio, querido Pepe, porque entendí que su distancia era otra manera de estar preso:

no por barrotes, sino por kilómetros;

no por cadenas, sino por la nostalgia.

Lo último que me pidió el Gusti es que le pase este audio a su hijo, que siempre va a la cancha a ver a San Lorenzo:

—Hace rato que no me responde los mensajes, Raly. Haceme la gaucha, hermano: pasale esto que lo escribí y lo canté para mi viejo.




23 de septiembre de 2025

¿ADONDE VAS MILONGA?

 




Desde Perros, perros y perros del ’96 que vengo esperando un golpe así en el pecho. Brindé con rabia alegre por La paciencia de la araña en el ’98, y sonreí al ver a los muchachos empezar a ganarse el pan con acordes.

Pero mis oídos —animales ariscos, que sólo se entregan a las canciones con filo de cicatriz— aguantaron veintinueve años de espera, hasta que un día estalló «Milonga rota».

Y entonces la nostalgia se sentó a mi mesa, encendió un pucho sin pedirme permiso y me sopló al oído que todavía existen melodías con la fuerza de revivir lo que parecía enterrado.

Los Caballeros regresaron, y conmigo volvió mi sombra de veinte: el pibe que incendiaba madrugadas en el Purgatorio o en el Condon Clú, que se dejaba arrastrar en Arpegios desde el bajo, con el resuello agrio de una birra caliente y la inocencia temeraria de creer que la noche, como la música, podía ser infinita.







15 de septiembre de 2025

EL LENTO Y LA GOMERA

 




Tenía doce años. Verano del ’88. Lo habían invitado a un asalto. Él pensaba que sería como un cumple: globos, torta, los pibes corriendo alrededor de la mesa. Pero no. Esto era otra cosa: luces bajas, radiograbador a todo volumen, los más grandes bailando lentos y apretados, como si fueran adultos que ya sabían todo de la vida.

Llegó medio tarde porque se había quedado en el campito del Mercado Central, tirándole a un paredón con la gomera. La llevó consigo, metida en la cintura bajo la chomba de Papazzi, y no sabía bien por qué. Era como cargar un pedacito de su mundo, un secreto que solo él podía sostener.

Dentro, el aire era pesado: mezcla de Pepsi tibia, transpiración y un poco de humo de cigarrillo que escapaba de los más grandes. Vasos de plástico tirados, papas fritas blandas en un bol, y un cassette que pasaba de Europe a Pet Shop Boys. Cada tanto alguien apretaba rewind y el radiograbador chistaba, como una locomotora que respiraba.

De golpe, ¡paf!, arranca un lento: Milli Vanilli. La música bajó el pulso de la sala. Él sintió que le ardían las manos. Y ahí la vio a ella. La que le gustaba de verdad. La invitó a bailar, y ella dijo que sí. Todavía no entendía cómo había pasado.

Apoyó sus manos en la cintura de ella y le temblaban tanto que pensó que lo delatarían. Ella apoyó las suyas en sus hombros, livianas, casi flotando. El mundo desapareció: no estaban las risitas de los costados, ni los codazos de los pibes, ni las chapitas rodando por el piso. Solo ellos, moviéndose torpes, atrapados en un vaivén que parecía eterno.

Hasta que… chau. Ella descubrió la gomera. La sintió dura, escondida en la cintura. Lo miró con ojos grandes, primero sorprendida, después con esa mezcla de ternura y lástima que duele más que un regaño. Él se quería hundir en el piso. No era el langa que fingía. Era un nene con gomera.

El lento terminó. Ella se soltó despacito y se fue con sus amigas. Él se quedó clavado en medio del comedor, con la música apagándose en el pecho y la gomera todavía firme. Sin beso, sin conquista. Solo él, con sus nervios y su verdad.

Muchos años después, al recordarlo, se ríe solo. Esa noche entendió que crecer no era hacerse el grande: era animarse a mostrarse tal cual era, aunque quedara ridículo. Y, todavía le gusta pensar, que en esa fiesta, aunque no besó, fue el único que se animó a bailar con la gomera colgando de la cintura.

Quizás algún día, cuando sea grande, aprenda a besar sin que le tiemble la mano, a mirar fijo y apuntar al blanco del corazón. Mientras tanto, sigue jugando. Porque en cada lento torpe, en cada risa nerviosa, descubrirse a uno mismo ya es un disparo que da en el blanco.









1 de septiembre de 2025

LO LEI EN X

 


Perdí a mi mamá. Se siente como cuando ella me dejaba en la fila del supermercado y me decía: “ya vengo” esa angustia enorme en el pecho de no tener nada en las manos para responderle a los adultos alrededor. Pasaré el resto de mi vida en esa fila, sabiendo que mi mamá no volverá.

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