22 de marzo de 2016

CONTRASTES



Me gusta la idea de sumarme a la barra de un bar porteño en otoño. Es como descubrir una cabaña en la espesura de una campiña agreste del sur donde acobijarse, apurar algunos tragos y concebir que los problemas quedan a un lado y las ideas naufragan por un lago patagónico imaginario que converge en la frondosidad de Palermo. 
Allí dos paisajes antagónicos, los bares de San Telmo y los bosques rionegrinos, se funden y se ciñen hermanados por un mismo deseo: un instante de copas y felicidad.







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