Hace 123 años nacía un niño que al crecer se amparó en los
libros de la biblioteca de su padre como su verdadero hogar, su efectivo
refugio. Un chico que se destacó en la escritura ante la admiración de Guillermo, su papá y Leonor, su mamá.
A partir de lo que leo en el timeline de facebook hay muchísima más gente que
escribe que la que lee. En palabras de Alejandro Dolina, vivimos una era con más
críticos de tango que bandoneonistas.
La
vidriera virtual, a priori generosa, nos permite mostrar nuestros dones sin
pagar peaje. Donde quebrantan los profesores con
su voz firme “¡no, mira, esto no está bien”
Traigo
en este pensamiento una mala noticia, no todos podemos pintar como Picasso o
escribir como Borges. Aceptarlo
también es una virtud. Lo vemos cada fin de semana: un estadio repleto con
60.000 personas mirando un deporte que juegan 22. No alcanza con el
talento, hay que acompañarlo con trabajo y no alcanza con solo el trabajo,
falta ese no sé qué, que es lo más importante.
Hoy
quería poner el foco en el niño Jorge Luis Borges, en la relación con Leonor
Acevedo, esa mujer que de alguna manera tuvo una vinculo simbiótico con Georgie
(como ella le decía) que falleció cuando Borges tenía 76 años. La mujer que lo
ayudó a escribir el final del cuento La intrusa.
Hablando de finales, quizás no
haya sido la ceguera lo que dejó aturdido a Borges sino la perdida de la mujer
más importante de su vida. Basta leer el "Libro de Arena" de ese mismo año, 1975,
para vislumbrar una prosa más accesible en cuentos como El otro o Ulrica.
Cuando
Borges perdió a su madre sobrellevó una gran perdida y nosotros, como lectores,
ganamos en la lectura de poesías que Borges escribió hasta su muerte. Poemas
a corazón abierto como "El amenazado", "1964", "El
enamorado", "Las causas", "Lo perdido" y
"Ausencia". Georgie se mostró menos y se expuso más.
Si bien
en la década del 40 Borges desplegó toda su potencia narrativa en cuentos como
“El Jardín de los senderos que se bifurcan”, “El Aleph” o “Tlon, Uqbar, Orbis
Tertius” hoy prefiero detenerme el Borges de la pérdida, el
que se quedó en penumbras. Un oscurecer imperecedero y sin Leonor.
En
definitiva, en su puesto de director en la Biblioteca Nacional por un lado o la
humillación de haber sido Inspector de aves, conejos y huevos; el escritor que
no ganó el premio Nobel. El que compartió un premio con
Beckett y el Cervantes con un ignoto Gerardo Diego que se nutrió de las librerías
de Avenida Corrientes y como un niño que se entretiene con la plastilina.
Al
final del camino nos confirió una frase como una flecha: He cometido el peor de
los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.
Lejos
de analizar su retórica, así como nosotros queríamos ser vaqueros, Borges quería ser un cuchillero de los arrabales porteños de fines
del siglo XIX. No para lapidar a otros sino para sentirse fuerte y vigoroso. El
cuchillo fue su pluma y en esa pluma encontró su estilo y su forma de ver el mundo.
CEGUERA
En el
año 53 perdió la vista y devino en un conferencista de pequeños teatros, no cómo podría ser Darío Z o Gabriel Rolón. Un
conferencista que recorría Pehuajó o Chivilcoy y hablaba para 10 o 15 personas
sobre Chesterton, Byron o Schopenhauer.
Jorge
Luis Borges nació hace 123 años y se adelantó un siglo. Adjetivó como nadie y
nos engatusó como pocos. Borges nos inspiró a leer autores desconocidos y nos hizo sentir que no estábamos solos en esto de refugiarse en los libros ante la amenaza del mundo.
Borges afincado en Buenos
Aires, en la calle Maipú 994 6° B atendía el mismo el teléfono e invitaba a su
casa a periodista prestigiosos y estudiantes de periodismo a quienes le daba
una nota con el mismo trato, el mismo respeto.
Borges fue políticamente un conservador, un intelectual reaccionario
pero poéticamente fue un revolucionario. Un niño de Buenos Aires que encontró
en los libros su juguete que timó con maestría a los lectores desplegando
historias apócrifas, como si tuviera accedo a google en 1940.
Borges
vivió los últimos 40 años de su vida en la penumbra, en horas
sin sombra y sin embargo iluminó a quienes lo leían, lo querían y lo
envolvieron de ternura a través de la lectura de sus relatos.