4 de septiembre de 2022

EL LLANERO SOLITARIO




Hace 123 años nacía un niño que al crecer se amparó en los libros de la biblioteca de su padre como su verdadero hogar, su efectivo refugio. Un chico que se destacó en la escritura ante la admiración de Guillermo, su papá y Leonor, su mamá. 

A partir de lo que leo en el timeline de facebook hay muchísima más gente que escribe que la que lee. En palabras de Alejandro Dolina, vivimos una era con más críticos de tango que bandoneonistas.

La vidriera virtual, a priori generosa, nos permite mostrar nuestros dones sin pagar peaje. Donde quebrantan los profesores con su voz firme “¡no, mira, esto no está bien”

Traigo en este pensamiento una mala noticia, no todos podemos pintar como Picasso o escribir como Borges. Aceptarlo también es una virtud. Lo vemos cada fin de semana: un estadio repleto con 60.000 personas mirando un deporte que juegan 22. No alcanza con el talento, hay que acompañarlo con trabajo y no alcanza con solo el trabajo, falta ese no sé qué, que es lo más importante.

Hoy quería poner el foco en el niño Jorge Luis Borges, en la relación con Leonor Acevedo, esa mujer que de alguna manera tuvo una vinculo simbiótico con Georgie (como ella le decía) que falleció cuando Borges tenía 76 años. La mujer que lo ayudó a escribir el final del cuento La intrusa. 

Hablando de finales, quizás no haya sido la ceguera lo que dejó aturdido a Borges sino la perdida de la mujer más importante de su vida. Basta leer el "Libro de Arena" de ese mismo año, 1975, para vislumbrar una prosa más accesible en cuentos como El otro o Ulrica.

Cuando Borges perdió a su madre sobrellevó una gran perdida y nosotros, como lectores, ganamos en la lectura de poesías que Borges escribió hasta su muerte. Poemas a corazón abierto como "El amenazado", "1964", "El enamorado", "Las causas", "Lo perdido" y "Ausencia". Georgie se mostró menos y se expuso más.

Si bien en la década del 40 Borges desplegó toda su potencia narrativa en cuentos como “El Jardín de los senderos que se bifurcan”, “El Aleph” o “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius” hoy prefiero detenerme el Borges de la pérdida, el que se quedó en penumbras. Un oscurecer imperecedero y sin Leonor.

En definitiva, en su puesto de director en la Biblioteca Nacional por un lado o la humillación de haber sido Inspector de aves, conejos y huevos; el escritor que no ganó el premio Nobel. El que compartió un premio con Beckett y el Cervantes con un ignoto Gerardo Diego que se nutrió de las librerías de Avenida Corrientes y como un niño que se entretiene con la plastilina. 

Al final del camino nos confirió una frase como una flecha: He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.

Lejos de analizar su retórica, así como nosotros queríamos ser vaqueros, Borges quería ser un cuchillero de los arrabales porteños de fines del siglo XIX. No para lapidar a otros sino para sentirse fuerte y vigoroso. El cuchillo fue su pluma y en esa pluma encontró su estilo y su forma de ver el mundo.


CEGUERA

En el año 53 perdió la vista y devino en un conferencista de pequeños teatros, no cómo podría ser Darío Z o Gabriel Rolón. Un conferencista que recorría Pehuajó o Chivilcoy y hablaba para 10 o 15 personas sobre Chesterton, Byron o Schopenhauer.

Jorge Luis Borges nació hace 123 años y se adelantó un siglo. Adjetivó como nadie y nos engatusó como pocos. Borges nos inspiró a leer autores desconocidos y nos hizo sentir que no estábamos solos en esto de refugiarse en los libros ante la amenaza del mundo. 

Borges afincado en Buenos Aires, en la calle Maipú 994 6° B atendía el mismo el teléfono e invitaba a su casa a periodista prestigiosos y estudiantes de periodismo a quienes le daba una nota con el mismo trato, el mismo respeto.

Borges fue políticamente un conservador, un intelectual reaccionario pero poéticamente fue un revolucionario. Un niño de Buenos Aires que encontró en los libros su juguete que timó con maestría a los lectores desplegando historias apócrifas, como si tuviera accedo a google en 1940.

Borges vivió los últimos 40 años de su vida en la penumbra, en horas sin sombra y sin embargo iluminó a quienes lo leían, lo querían y lo envolvieron de ternura a través de la lectura de sus relatos.




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