Graciela
no pudo estar en la mesa de los lunes a las 18 hs, pero no quiso perderse la
clase de taller. Así que, mientras viajaba en tren desde Constitución rumbo a
Santiago del Estero, hicimos el taller a través de audios, ida y vuelta,
palabra y silencio compartido.
Una
prueba más de que la poesía viaja con nosotros, sin fronteras ni distancias.
El viaje de Graciela
Este
lunes de taller tuvo un milagro viajero.
Graciela, con su bolso de lecturas y su cuaderno apretado contra el pecho, no quiso perderse la cita. Tomó el tren en Constitución y, mientras las vías se desplegaban como un verso interminable, decidió encender con su pluma el fuego de la palabra.
En abril yo había propuesto una consigna sencilla: dos velas sobre la mesa, gemelas en apariencia, distintas en destino. La sala se recogió en silencio, como cada lunes. Allí estaban Gloria, Nene, Mariquita, Cynthia, Fabiana, Negrita, Marita —“la nueva”— y yo, rodeando la mesa que se vuelve altar cuando la poesía nos convoca.
Graciela rescató aquel momento a través de un texto. El tren fue su taller, el vagón su cuaderno, la ventanilla un espejo en movimiento.
Su voz
poética, clara y alta, no se detuvo en las velas solas: reparó en lo que
ocurrió con cada una de sus compañeras, en los gestos mínimos que vuelven al
taller un corazón latiendo en conjunto. Y en su poema, Luces gemelas, nos dejó
esta imagen inolvidable:
“Vi el sufrimiento de una vela y la altivez de la otra, imponente y arrogante.”
Hoy, la tecnología fue puente: desde Ceres, Santa Fe —donde me enviaba su primer texto— hasta el frío polar marplatense, los audios viajaron como botellas en el mar, y el taller se volvió ida y vuelta entre rieles y palabras. Si suena frío decirlo, basta con leer lo que escribió para entender que no hay distancia capaz de apagar una llama cuando la poesía la alimenta.
Yo, como coordinador y compañero de ruta, me siento orgulloso. Orgulloso de Graciela, que desde un tren nos recordó que la poesía cabe en un vagón en movimiento. Orgulloso de cada una de ustedes, que hacen del lunes un ritual de palabras y compañía.
Y hoy
descubrimos que, mientras ardan las velas, aunque sean gemelas y diferentes,
siempre habrá alguien dispuesto a nombrarlas.
El viaje de Graciela continúa: su destino final es Santiago del Estero, pero su palabra ya encontró casa en nuestro taller.
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