(El sonido de la ausencia)
El hombre vivía con la música en la piel. No como un simple pasatiempo, sino como si cada acorde fuera un latido, como si cada silencio contuviera una revelación. Su madre lo sabía: lo había visto crecer abrazado a vinilos, cassettes y guitarras, y lo acompañaba con esa paciencia silenciosa de quienes aman sin medida.
Esa noche de jueves se había conectado, como siempre, a la clase on line de Dany Jiménez. El tema prometía: el primer disco de The Velvet Underground & Nico, aquel artefacto extraño, con su banana de Warhol y las canciones que parecían abrir una puerta hacia el futuro.
Mientras
Dany desplegaba su análisis, el hombre se inclinó hacia su madre:
—Ma, ¿me alcanzás un auricular? Este ya no suena bien.
Ella
sonrió, buscó entre los cajones, y se lo entregó como si le pasara una
reliquia. Después, con un gesto inusual, se despidió temprano.
—Me voy
a acostar.
Eran las diez de la noche. Extraño, pensó él, porque siempre lo hacía cerca de la una. La vio retirarse con una calma inesperada, y sin saberlo, recibió en ese instante la última despedida. Madre e hijo, hijo y madre. Dos almas enlazadas en un mismo aire.
La clase virtual y el análisis llegó a su fin con «European Son». Lou Reed escupía sus palabras y la distorsión crecía como un vendaval. El hombre se dejó arrastrar por esa furia eléctrica mientras la casa se hundía en el silencio que algo esconde.
Al día
siguiente, la música se quebró. Su madre dejó de respirar, vencida por una
enfermedad que llevaba en el cuerpo y por el golpe final del virus diseñado para llevarse puestos a millones. Desde
entonces, el disco entero quedó unido a ella como una cicatriz luminosa.
Hoy suenan los acordes de «Sunday Morning” y la voz suave de Lou Reed parece caminar en puntas de pie, como quien no quiere despertar a la tristeza que duerme al lado y mientras suena él vuelve a verla, buscándole un auricular, despidiéndose temprano, regalándole un último gesto de amor.
Reed y
su madre, tan distantes en apariencia, se hermanaron para siempre en sus oídos.
Y cada vez que el disco gira, él sabe que no está solo: ella sigue allí, en la
penumbra, entre la música y un sucio Boulevard.
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