«Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego»
Leon Tolstoi
No voy a mentir, no tengo que mentir. Ya sé
la verdad. Me lo dijo mi mamá cuando estaba en segundo. Mi papá se enojó
porque mi mamá me lo dijo poquitos días antes de Navidad. "¿Qué te costaba
esperar unos días?" En la carta de segundo te pedí que ellos no peleen. Quiero
dos muñecos, dos porfa. Uno bueno y uno malo. Si me traes uno solo me aburro.
No hay lucha. Yo quiero que mis muñecos peleen. Mi mamá y mi papá no, como te pedí en segundo. Ah, ¡Estoy contento, ya no pelean!
En el boletín traje seis sobresalientes. La
seño y la directora me felicitaron. Mi mamá y mi papá también. Mi papá escribe
historias. Yo le pregunté si te escribió. Me dijo
que sí. "Mi primera carta fue a Papa Noel". Te pidió un playmobil y
el muñeco de Han Solo. ¿Se lo trajiste? ¡ja!
No sé qué más era… Ah, lo vi llorar en el
cine. ¿Eso te lo puedo contar? Ya sé que no existís
pero, bueno, serías como un amigo invisible. O no, mejor se lo cuento al padre
José. Me confesé con el padre. En cuarto tomo la comunión. Mejor te lo cuento a
vos. Sí. Mi papá lloró. Poquito, era una gotita nomás.
Él no me vio me parece, estaba con los lentes. Fuimos
a ver "El Último Jedi". Estuvo buenísima. ¡La mejor película del
mundo! Papá compró para 3D con un solo pochoclo. Comió más que yo. ¡Le
iba a decir!... Lo del pochoclo no... Me explicó. Siempre me explica lo de la
plata. No tenía para comprar dos. Le iba a decir lo de la gotita pero...
sonrió también. Fue cuando Luke lo vio a Archu. Le pregunté cuando se
secaba las manos en el coso que sale vientito... Faltaba poco para que termine
la peli y me dieron ganas de lo segundo...
— ¿Pa,
porque lloraste?
— No
lloré...
— Sí.
Vi la gotita...
— Ah, sí, eh... Cuando Luke lo miro a...
— ¿Te puso triste?
— No, hijo. Feliz, me puso feliz… Vamos que termina...
— Ah, sí, eh... Cuando Luke lo miro a...
— ¿Te puso triste?
— No, hijo. Feliz, me puso feliz… Vamos que termina...
***
Luke
volteó hacia su derecha y levantó la capucha de su túnica. Allí estaba Arturito. Firme, como
los amigos que están en línea cuando tu mundo se derrumba. Procuré que
Valentino no me viera, me tapé la cara pero no lo pude evitar. Fue como revivir un abrazo de Ortega Sánchez con Perazzo. Arturito no le regañó
nada: Los años de ausencia, las distancias forzadas por la coyuntura galáctica,
ni las contradicciones de la trama. ¡Claro!
Además de ser un androide, es un amigo.
Pude
ver el centello en la expresión del segundo robot más entrañable de mi
infancia (el primero es Mazinger Z) en la pantalla del Cinemark. Fue como un
chisporroteo imperceptible en la luz de su proyector holográfico. La última vez
que los vi juntos en una sala fue en 1983 en el ex cine Gran Lugano. Pasaron treinta
y cuatro años, los mismos años que nuestro país conquistó la democracia.
El
domingo fui consciente que no estábamos viendo una
película más. No eran los Minions, ni los Vengadores. Allí estábamos paralizados y atentos en nuestras butacas. Padre e hijo forjando nuestra historia. Una
película en estado presente. Descubrí el trapicheo de mi percepción escena por
escena. ¡Con lo que me cuesta armar un full!
***
Observaba
a Kylo Ren, el hijo de Han Solo, malmirado por su performance en el episodio
VII y repasé ¿cuántos años residí atravesado por el lado oscuro? ¿De la fuerza?
¡No!, de una pulsión hacia una melancolía que me inmovilizaba en el tiempo. Kylo Ren mató a Han Solo
atravesándole su sable laser. Yo maté al hombre que fui. Kylo es un niño herido. Creció con odio y allí
reside su aparente poderío. Quise abrazarlo. ¡Estuve tan lindante a su actitud! ¿Cómo no entenderlo?
Me acomodé en mi asiento y deduje que hoy estoy más cerca del tío macanudo que empuja a su sobrino a tomar vino con soda, guiña un ojo y sonríe exponiendo todas sus caries, que del niño lacerado, que perpetúa un reclamo en una repartición desprovista de mesa de entradas. Los tíos macanudos, especie en extinción, son como jedis mundanos que se esfumaron con los vecinos que pedían hielo, los piropos y las canchas de paddle. A veces pienso que somos sobrinos huérfanos de tíos retirados de largas mesas y parloteos familiares que se apagaron poco a poco y se encienden en la luz del chat del flamante iPhone modelo guachoguaresneik.
Me acomodé en mi asiento y deduje que hoy estoy más cerca del tío macanudo que empuja a su sobrino a tomar vino con soda, guiña un ojo y sonríe exponiendo todas sus caries, que del niño lacerado, que perpetúa un reclamo en una repartición desprovista de mesa de entradas. Los tíos macanudos, especie en extinción, son como jedis mundanos que se esfumaron con los vecinos que pedían hielo, los piropos y las canchas de paddle. A veces pienso que somos sobrinos huérfanos de tíos retirados de largas mesas y parloteos familiares que se apagaron poco a poco y se encienden en la luz del chat del flamante iPhone modelo guachoguaresneik.
***
Salimos
muy felices del cine. Valentino compuso al tun tun unas alocuciones de los
más disparatadas mientras retornábamos a casa. Es muy gracioso escucharlo
fantasear. Prefiere los personajes que no hablan, le gusta montar su propio
guión y conjeturar que expresarían si el imaginara el argumento. A Valentino
los coloquios de conflictos de poder le cansan, porque no los entiende. Como
esa gente que no exige saber de buena tinta cómo está concebida la Coca Cola
pero la saborea de todos modos. Valen se llevó los lentes negros.
Simulando ser ciego, clavó una imitación de Yoda memorable. No sabía si retarlo
por el robo o reírme por el acting.
***
***
Luke,
en el episodio VIII, aprovechó el cambio de conducción y resolvió dejar de lado
los dogmas. Se retiró a un templo Jedi emplazado en una isla en medio del océano.
Una especie de puerta de hierro con vista al mar donde meditar, acertar con el
sentido de la vida y esperar la muerte. Allí fue encontrado por Rey, una
padawan con afán de redimir el tiempo perdido. Rey trató de convencerlo para
que abandone la isla y vuelva al ruedo espadachín. Luke, en un arrojo de
enajenación prendió fuego los libros sagrados. ¡Se pudrió el rancho!
Mientras
rasgueaba estas líneas recordé al Skywalker de "A
New Hope", un granjero indeciso y considerado con su maestro Obi Wan tan
disímil a este Luke, experimentado y decidido, que le reconoció a Yoda que en su
puta vida leyó los libros de la Orden Jedi. Luke, en una alegoría maravillosa, pateó
el tablero, desenvainó su espada laser para iluminar el pasado con la luz del
presente y partió sin bombos y platillos.
***
Por lo antes expuesto, en un arresto de monomanía, decidí cometer mi acto de indisciplina navideña e interferir la carta de mi hijo:
***
Por lo antes expuesto, en un arresto de monomanía, decidí cometer mi acto de indisciplina navideña e interferir la carta de mi hijo:
Estimado Papá Noel, creo que me he portado
bien el último año. Usted dirá.
Le solicito me consigne
sólo una caja de fósforos y una cuota de audacia. Resolví cauterizar mis
libros para poder asumir nuevas enseñanzas. Desaprender lo aprendido. Esquivar los agravios. Madurar hacia la infancia, como el título de las obras completas de Bruno
Schulz. Mis libros reales no se asarán en
la hoguera. Quédese tranquilo. Sólo arderán en la fogata las
hojas residuales con mis cicatrices rancias para transmutar en una rosa de cobre. Es por ello, camarada Santa, y
extendiendo el patrón del maestro Skywalker, espero que escuche mi recado y
ansío acertar ésta medianoche con la cajita de fósforos y un fajo de bravura
junto al árbol de Navidad.
No sé qué más era… Ya sé que no existe, me lo dijo mi madre cuando estaba en tercer grado pero bueno... ver es creer, pero sentir es estar seguro.
No sé qué más era… Ya sé que no existe, me lo dijo mi madre cuando estaba en tercer grado pero bueno... ver es creer, pero sentir es estar seguro.
***
— ¿Pa, me puedo poner los
lentes?
— No, Valen. Te va a hacer mal
a los ojos.
— ¿No se puede ver la calle 3D?
— me dijo riéndose.
— No, no… Si, se puede – pensé.
— ¿Con los lentes?
— Con otros lentes. Son unos
que se forman en el ojo.
— ¿Cómo?
— Claro, se desarrollan con los
años. Cuando cumplas cuarenta vas a ver la vida en 3D.
— ¡Dale, Pa! Decime la verdad.
— La verdad es esa. A ver ¿Qué
es ver en 3D?
— No sé, como en el cine, eso.
— Es cuando ves alto, ancho y
profundidad — dije gesticulando con los brazos — Yo solo veía alto y ancho…
— ¿Y qué es la profundidad?
— La profundidad es… es ir como
Luke hasta una isla, lejos de todo y descubrir cuál es tu misión en la vida.
— ¡Dale! ¿Eso es la
profundidad?
— Sí, algo así. Esa experiencia
te ayuda a ver en 3D sin los lentes.
— ¿Y vos, fuiste a una isla,
pa?
— Sí…
— ¡Ufa! Porque no me llevaste? ¡Qué malo!
— Estuve en un lugar, pero no
como el de la peli. Cerré los ojos, así, concentrado y fui a una montaña… Me la
imaginé…
— Cuidad… — alcanzó a decir
Valen y me tropecé con una baldosa floja.
— … y te vi a vos, me vi a mí y pensé: ¿cuánto hace que no miro una película…? Quiero decir que miro y pienso sólo en
la película y... nada más.
— …
— La respuesta fue... Fue hace
treinta y cuatro años.
— Pero pa, es un montón. ¡Con
los minions te reíste!
— Sí, es verdad.
— Yo cuando miro una peli... miro, como
pochoclos, tomo coca...
— Por eso fui a esas montañas,
para volver a mirar como a los nueve años.
— No entiendo.
Paramos un taxi en Puerto
Madero.
— Buenas noches. Hasta San Juan y Entre Ríos,
por favor.
— Pa, no entendí – insistió Valen.
— Cuando fui a esas montañas, sentí paz y
entendí que para ver en 3D, primero tenía que vivir mucho, vivir cosas quiero
decir. Llegar a los cuarenta, tranqui, y volver a mirar con los ojos del
niño de nueve... que fui.
El taxista abrió los ojos y me
miró por el espejo — ¿Tiene cambio, muchacho? — me preguntó con inquietud.
— Sí, tengo — respondí
— No entendí nada, pa. Te quedabas en los nueve y listo — comentó mi hijo y el taxista largó una carcajada — ¿tenés plata?, ¿me compras una coca? — pidió Valen mientras descendíamos del taxi y se calzaba sus lentes 3D.
— No entendí nada, pa. Te quedabas en los nueve y listo — comentó mi hijo y el taxista largó una carcajada — ¿tenés plata?, ¿me compras una coca? — pidió Valen mientras descendíamos del taxi y se calzaba sus lentes 3D.
— ¡Muchacho,
muchacho!
— Si…
— ¿Ésta caja de fósforos es suya?
— ¿Ésta caja de fósforos es suya?
Tomé la
caja, la observé dos segundos y le retribuí el gesto de gratitud con una
guiñada de ojo al tiempo que le acomodaba la capucha a Valen. En ese instante,
mientras el auto se retiraba, pensé que posiblemente los tíos macanudos no se
extinguieron del todo. Ellos vagan por una galaxia cosmopolita montados en
trineos albinegros con una proclama en su delantera que reza: Libre. Libre con letras blancas sobre un fondo rojo purpúreo.
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