7 de febrero de 2018

PECES DE RIO




Una oleada de gaviotas nos recibió al llegar a la banda ribereña. El cielo se cerró de nubarrones. La vía peatonal nos albergó con sus peces grabados en el pavimento que labran signos de piscis (Si tuviera diez años los hubiese contado) Descendimos por las escalinatas entre la enramada agreste. Estábamos solos. Un vendedor nos procuró anteojos de sol. Compré a pocos reales una réplica de unos Ray Ban estilo Dylan. Fingí una fotografía con la hechura del viejo Bob en la portada del disco «Infidels». Belu festejó la ocurrencia y en un click encarceló el momento. En las costas cariocas me permití las payasadas que no haría en La Bristol.
Las nubes ociosas asediaban el limbo. El mar residía alborotado y las olas sacudían vehementes. Decidí permanecer en la arena mientras Belén se rehundía entre las olas y se perdía en la efervescencia de la espuma. Se zambulló libre, como instrumento de poesía. El agua se tornó verde esmeralda al acariciar la orilla y se deshizo en un azul verdoso sobre un trazo blanco discontinuo. Me calcé mis lentes Dylan para sortear la solana y me entregué al colchón de arena charolada.


Enderecé mis oídos al retumbo de las olas, cerré mis ojos y logré percibir a Barra da Tijuca en toda su extensión. Visualicé el Pan de Azúcar con un velo de bruma. Una consonancia sonora me amparó en el planeo. En la cima del Cerro Corcovado, envolví al Cristo Redentor. En mi clarividencia figuré uno por uno los peces grabados en el asfalto inquebrantable de la distinguida Rio. Los conté, como lo haría de chico. Tengo más de cuarenta, pero el niño de diez aún persiste. Nunca seré demasiado viejo para ser más joven.







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