22 de agosto de 2018

¿QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO?



Cada mañana asistimos a un nuevo groundhog day en los diarios. Sin embargo, de tanto en tanto, brota un relato solapado, simuladamente llano donde un periodista nos revela con maestría a través de su pluma como deshoja la matrix. Allí, donde sólo advertimos un destacado habita una promesa de la literatura argentina. Algo semejante sentí cuando vi cantar a Natalia Cardillo en el escenario del teatro Lucille.

Naty con un marco inmejorable entonó con finura una canción de Fito en un anfiteatro con una acústica impecable y con la Orquesta Triunfal de soporte musical.
No vivimos los 40´s ni los 50´s. No fuimos contemporáneos de poetas como Homero Manzi o Virgilio Esposito, pero si vivimos los 90´s, disfrutamos de la poesía de Páez y nos regocijamos en nuestro Album Blanco rosarino: El amor después de amor.

Natalia desplegó todo su talento en escena y vocalizó una versión de «Un vestido y un amor» deluxe. Una adaptación notable vecina a “Carabelas de la nada». Un jazz verseado como tango, que habla de la inspiración, de cuando la mirada de Paéz se nubló y cayeron unos lentes sobre poemas de Buarque.

Brindo por esta patriada, por la valentía de llevar adelante conciertos donde la trova rosarina se hermana con la porteñidad a través de un fuelle con asonancia arrabalera. Sobre el empedrado de Palermo palpitó el tango en la voz de Cardillo con fibra y pasión.

¿Quién dijo que todo está perdido? El groove reina a través de la voz más tanguera del rock de la Paternal. Natalia Cardillo, como un frenético pétalo de sal, desafió la matrix y el amor por el rock después del embrujo del tango sigue vivito y coleando.





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