1 de diciembre de 2019

MÁGICA LUJURIA








Al sentarme a leer me transporté a una aldea japonesa en un incierto tiempo pero que, con seguridad, es un antes.

Mientras el semáforo en rojo zanjaba el paso hacia el bajo, Kotaro perdía a la mujer que amaba ¿Kotaro estaba enamorado de Oriko?, ¿Cómo se puede pensar en conmemorar una mujer persistentemente? ¿Acaso no hago otra cosa que evocar a una mujer que vive en otra aldea y soy yo quien está muerto para ella?

 

Pedí, a pesar del calor agobiante, un mate cocido con leche y tostadas con mermelada. Fue como merendar con mi niñez. La formalidad del mate cocido rebasa en una jarra miniatura con leche caliente, saquito y un tazón. No he presenciado aún la experiencia de la ceremonia del té. Un ritual que aspira a la simplificación de los modales, del lenguaje, y del movimiento. Asistí al rito de sentarme a leer «Shunga»

 

Llegaron las tostadas y conquista las páginas Taru, el López Rega de Kotaro. El lacayo con información ineludible para operar al resto de los personajes. El narrador no toma partido, pero advierto una de las voces más importantes de la literatura actual. Taru, mayordomo y lugarteniente es bruto y retorcido. “No hay peor cosa que un bruto con inquietudes” señalaba Perón.

Kotaro lanza una frase que descarga sobre el tazón “desde que deje de ser niño llorar se me hace imposible”. El crepúsculo demora en asaltar las calles. Sobre la fachada del Banco Nación, se divisa un destello que rebota y crea una estrella de seis puntas.

 

Debo leer sin pispiar el teléfono. Ella miró mi estado y eso me dio un gusto a complacencia que se mixtura con el primer bocado de tostadas.

La descripción de Kazuma no tarda en llegar “es muy alto y fuerte como un buey. Se dedica a la usura” La luz del semáforo se afirmó en verde y pensé en un Hulk subido a la copa de un álamo. Un Hulk semi convertido, enclenque y sagaz como en la última de los Vengadores.

 

Como si Kazuma desertara de su aldea para anclar hasta el Flores del Ángel gris dice “no se puede conocer el verdadero placer si antes no se sufre con la sinceridad que el sufrimiento necesita.” Kazuma se baña en la tonalidad de Onetti en consonancia de la Joplin rota de Pearl.

¿Qué de malo pudiera pasarles a Kohana, Mako y Ukemi? Kazuma es un fino artista del pincel y de la palabra.

Una nueva muerte avecina en Shunga “de adentro de su boca que ha quedado abierta, sale una hormiga, y Kazuma se pregunta ¿Será su alma?”

¿Acaso el alma resiste mucho mejor los dolores agudos que la tristeza prolongada?

 

Diviso a Ukemi con el semblante de Joni Mitchel. — ¿Puede ser un vaso de agua, mozo? “Sí, claro. El llanto también es agua, agua que sufre”. Responde. No responde, yo lo leo en vos alta.

Alcanzo el capítulo sobre Daisuke. Todo en el autor es onírico, incluso al describir a un ser inhumano y bestial “Un pene así solo podría hacer daño”

Los versos de Martin Sancia Kawamichi destilan elegancia y sutil belleza. Un pibe de unos seis años sin remera y con maña, apoya un almanaque del año próximo. Tengo poco efectivo y pido dos medialunas. El pibe mi mira con los ojos desconfiados. “Toma, para vos” Su mamá espera, con un bebé en brazos, afirmada en el buzón de San Juan.

Me pregunto si Kotaro estaba enamorado de Oriko. ¿Cómo se puede pensar en conmemorar una mujer persistentemente? “Al verlas llorar Kotaro sintió que contemplaba tres obras de arte”

 

El sol se esconde detrás de la autopista 25 de mayo. Pido la cuenta y con el ticket descienden las cosas que deberían tener olor.

Pienso en la alborada marplatense transitando hacia Playa Chica. Muchas veces he soñado con el mar. ¡No entiendo como hay gente que puede soñar con el mar sin despertarse!

Kohana cifra que hay cosas que deberían oler a otra cosa. La luna a pan, las despedidas a carne cruda, el silencio a carbón, y agrego: el mate cocido a canciones de Camilo Sesto en la calesita de Tomate.

Aprecio el goce de ultimar la novela y siento que voy a extrañar la copa de un álamo que le sirve de inspiración al usurero-poeta para escribir su libro. ¿Qué será de los Nijonzaru? Unos monos 1,2,3 ultraviolentos.

Pasa una chica muy agraciada, me sonríe como Kohana a Kotaro, le retribuyo el gesto y leo “deberías cobrar más cara tu risa que tu llanto”

 

Acabo de merendar, una pareja se ubica enfrente y pide una cerveza. Se hizo de noche. Los candiles encendidos del Banco Nación me confieren una postal de edifico europeo en pleno San Cristóbal. Culmino de leer «Shunga», me ha dado tanta felicidad como los dedos de Madoka relatados por Kohana, dedos que han abierto callejuelas dentro de sí. La han llenado de luciérnagas y de lenguas. La han arrojado a pozos de miel, a pozos de sangre.

Discurrí sobre la ternura de Kazuma y al mismo tiempo su desapego sin clemencia.

En Auschwitz había una banda de música compuesta por una orquesta sinfónica. Su repertorio incluía fragmentos de ópera y música clásica como la Sinfonía nº 5 de Beethoven. Tocaban mientras los nazis lapidaban a miles de personas. Tocar servía como una estrategia de supervivencia.

Una frase de Kotaro detona el lugar antes de irme “desde que deje de ser niño llorar se me hace imposible”. ¿Cuál es mi primer recuerdo de una música alegre? No, no quiero dejar este comienzo en manos de la tristeza.

Reformulo la pregunta ¿Cuál es el primer recuerdo de una música triste mientras todo era un juego?

 

Lo primero que recuerdo es una armonía mohína que manaba de la calesita del mercado. Allí residía Tomate, el sucesor natural de Don Arturo.

Tomate partía los boletos, empuñaba la sortija, pinchaba discos y matizaba las tardes en la antesala de la primera vuelta. La pista anular iniciaba a las cuatro de la tarde.

San Lorenzo militaba en el ascenso y las melodías que disparaba Tomate desde su cassetera sentaban con la mala cosecha del Ciclón. El sol se escondía detrás de la azotea de la 504, Tahuichi remontaba sus telones metálicos, la Unidad Básica "Facundo Quiroga" encauzaba micros hacia el Interama, al tiempo que un humo espeso de Las Achiras se advertía a lo lejos y tintineaban las canciones de Camilo Sesto al ritmo del paso de Carlitos, el rengo.

 

Tengo varias listas de temas en el teléfono. Una se llama Tomate. Porque el futuro por un instante parece un calco del pasado.

Hoy regresé a la lectura de «Shunga» a través de un playlist. Mi propio Aleph, donde concluyen todas las canciones del mundo. En el epilogo acerté con una sortija carcomida. Esta vez perduró en mis manos.

En las últimas anotaciones, Tomate rasguea: Kazuma conserva el mismo atisbo sostenido del verano del ´83. Kotaro encontró el llanto que buscó desde la muerte de Oriko en un caballo gris despintado con un ojo mocho, que aún conserva el porte de los años mozos y se esfumó como una nube de humo entre un tanque de guerra y una lancha naranja.

Llegan los bises mientras descendemos de las gradas y esta historia amaga clamar las hurras. Entre despedidas y adioses los invito a leer «Shunga», una novela con el equilibrio preciso entre lo delicado y lo sórdido, con los ojos nublados, apenas un sabor amargo, el de la poesía final.






PODES LEER LA ENTREVISTA 
A MARTIN PARA LA APU ( AGENCIA PACO URONDO)
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