Capítulo 148
ESPECIAL «RINGO BONAVENA»
✅Relato “Caravana”
✅ Libro: Díganme Ringo 📚
✅ Invitado: el escritor Claudio Ramos
🔉Recomendaciones
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Montes de oca 1656, esquina
California. Barrio: Barracas. Año 1970
— Maru, puede venir Jorge a
hablar. —Sí, claro Ofelia.
Jorge Porcel ingresó a casa de mis viejos para hacer un llamado. El gordo ya era toda una celebridad. Cada vez que Ofelia anunciaba que Porcel iba a visitarlos, mis viejos abrían las dos puertas del postigo. A las 5 de la tarde era “la pelea”, casi 80 puntos de rating. En la calle no anidaba un alma. Mamá estaba embarazada. El 20 de diciembre llegaría Kary, faltaban 13 días. Tito Porcel, marido de Ofelia y hermano de Jorge, cedía las pilchas que el gordo dejaba de usar a mamá y ella la giraba a Paraguay “la abuela la llevaba para la gente de Ita, era una hermosa tela, allá la desarmaban: un pantalón de Jorge eran como 3 metros de tela, las camisas eran enormes, los zapatos estaban torcidos pero eran hermosos”
Se disipa la tarde, falta
menos para hacer el programa. Un parate necesario en la semana para ir a boxes
del espíritu. Separamos el postigo del vivo de par a par para un nuevo encuentro
con los oyentes, con una cámara, un micro y una copa de vino como
tranquilizante sin receta. La medida precisa para detener la pelota en el medio
de esta hecatombe.
Me gusta la idea de viajar a
través del streaming y sumarme a la barra del Globito. Es como descubrir una
cabaña en la espesura de una campiña agreste del sur donde acobijarse, apurar
algunas copas y concebir que los problemas quedan a un lado y las ideas
naufragan por un lago patagónico imaginario que converge en la frondosidad de Avenida
Caseros.
Ahí dos paisajes
antagónicos, los bares porteños y los bosques rionegrinos, se funden y se
aprietan hermanados por un mismo deseo: un instante de copas y felicidad.
La primera vez que probé
vino fue al lado de papá. A los diez años era el mejor lugar que se podía
estar. Ahora que lo pienso no hubo una silla más preciada.
- Tomá, tomá un poquito.
- Pa, ¿Qué va a decir mami?
- Nada, hoy no va a decir nada. Es un secreto entre vos y yo. Un chorrito nomás. Métele más soda. Es por hoy nomás.
El Termidor rebajado con
soda no estaba nada mal. Fue el 30 de
marzo de 1984: maravilla Hagler vs. MARTILLO ROLDAN, una pelea por el título de
los medianos realizada en Las Vegas. La transmisión llegó a través de Canal 11,
con los relatos de Ulises Barrera desde Las Vegas y el debut de Osvaldo
Principi desde los estudios. Cenamos en silencio. Nadie habló. Yo no quería
hablar. ¡A ver si todavía se daban cuenta que había tomado vino! Mamá no lo
sabía, papá sí. Era nuestro secreto.
Mi viejo me convidó de su ritual mientras comíamos albóndigas con fideos de moño. Era nuestros Ravioles de Dominga. Más de tres décadas para deducir ese gesto. Lo que daría por un vasito de vino más. ¡Lo que daría!
Una tarde de febrero, fuimos con papá a autorizar unas órdenes para sus remedios. A mi viejo le habían amputado una pierna, estaba embromado.
— Vamos caminando — me dijo
papá parado sobre sus muletas.
— ¿Te parece, pa?
— Sí. Vamos caminando.
La temperatura era
asfixiante. Nos metimos en la pizzería “Kentucky” de San Juan y Entrerrios.
Papá transpiraba como chancho abajo de una chapa. No podía tomar más, era una
orden de su médico. Pedimos la carta, mi viejo se acomodó en una silla con
vista a la entrada de subte Rodolfo Walsh. Recuerdo que tenía sus lentes de leer
empañados.
— Pa, tenes los lentes
sucios. Los voy a lavar con jabón líquido.
— ¿Dónde?
— Ahí en el baño…
Mi viejo se sacó los lentes en
cámara lenta.
— Ya vuelvo. Pedime tres empanadas de carne y algo para tomar – le dije.
Sus ojos cansados detrás de
los vidrios velados buscaron una aprobación. Me sentí poderoso en esa
situación. Era Marvelous Marvin Hagler sin bata parado en el medio del salón. Tenía
que definir que íbamos a tomar mientras una pantalla transmitía un partido de
la Bundesliga. Afuera hacia 35 grados de sensación térmica.
Lo llamé al mozo y le ordene:
— Un vino tinto de la casa, agua con gas y mucho hielo, por favor. — Papá se
quedó callado y recuperó el semblante – Acá estaba la pizzería “San Cristóbal”
—dijo como un pibe enamorado de aquella piba de quince— La primera vez que vine
fue con Don Riccio y su hijo chiquito. Vos tenías 4 meses, te quedaste con mamá.
— ¿A qué viniste, pa?
— Ya estaban los milicos. Vinimos
a ver el cortejo fúnebre de Ringo.
— ¿Bonavena?
— Sí, Ringo Bonavena.
Mi viejo aborrecía los velatorios. Habrá sido por el único ser en este mundo que enfundó su carterita de cuero marrón debajo del brazo y enfiló para la Capital en su Fiat 125. Ese mediodía acalorado, con la complicidad de un buzón, fue la última vez que tomamos juntos. Dos meses, 23 días y un par de horas después un nocaut mortal nos sacudió el alma para toda la cosecha.
Don Riccio decía que “El
vino siembra poesía en los corazones.” Yo no encontré menciones ni rimas con el
Lotrial o el Enalapril en ningún poema. ¡Esas pastillas! Había un horario para
tomarlas. ¿Cómo voy a poner una alarma para tomar un Malbec?
Todavía no termino de tragar
el caramelo de la ausencia, a veces la muerte libera, sobretodo del
sufrimiento. Cuando uno sufre tanto le pide a Dios si cree que la parca llegue para
cortar las amarras del dolor, como el campanazo del consuelo... vaya uno a
saber que se nos pasará por la cabeza cuando nos llegué a nosotros, si seremos
conscientes el día de round final.
Mientras cavilaba sobre Ringo para el programa de hoy, me serví dos copas. El vino para mí es mi papá. Es el box, es el futbol, un globo que viaja al cielo a buscar a Bonavena. Esta noche Ringo regresa a su barrio, lo esperamos en La Quema.
—Tomá, tomá un poquito.
- Pa, ¿Qué va a decir mami?
- Nada, hoy no va a decir
nada. Es un secreto entre vos y yo. Un chorrito nomás. Métele más soda. Es por
hoy nomás.
“Anochece en la madera y mi
padre sucede, marca distancias en los vacíos de la lengua.”
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