23 de junio de 2022

ESCUCHAR NO ES OÍR

 

Pensaba en los cinco sentidos, los mismos que durante una enfermedad como el covid afectó a millones de personas: la nariz, por donde se perciben los olores; la lengua, con la que se distinguen sabores. La piel, que permite el tacto; los ojos, que proporcionan la vista y los oídos, que además de captar los sonidos controlan el equilibrio.

Y me voy a detener en este último. ¿Por qué? Porque en la cerrazón de mi habitación sobrellevé la desolación de las pérdidas. La luz tenue del velador afirmado en el piso fue la única irradiación que mis ojos soportaron. En mi reclusión no necesité percibir los olores ni los sabores pero si precisé de los oídos para escuchar canciones que mitiguen el dolor.


Recordaba, cuando aún iba a correr, que precisaba de los auriculares para avanzar con más impulso. Necesito musicalizar los momentos. Podría hacer una curaduría de canciones para trotar, para elongar, para diferentes momentos del día. Lo que hoy se hace en un minuto a través de los playlist en Spotify lo hacía desde chico en cassettes TDK.

 

No soportaría quedarme sordo. Porque es mucho más importante lo que me queda por escuchar que lo que me queda por decir. Somos cada vez más lo que necesitamos hablar, pero me pregunto. ¿Cuánta gente está dispuesta a escuchar? Se me dirá que para ello están los psicólogos, los psiquiatras, los pastores, los taxistas. Hablo de una escucha con las cartas boca arriba, con todos los sentidos.

La virtud central de quien sabe conversar es la memoria, poder ir profundizando y adaptando las preguntas y comentarios que le hace al interlocutor. Las personas que no retienen siempre te conversan genérico y no hay ocurrencia que compense eso.

Se escribe más de lo que se lee, se habla más de lo que se escucha y creo que podría quedarme mudo pero ¡por favor no me quiten la posibilidad de captar los sonidos!

Recuerdo la respiración de July cuando se quedaba dormido con su boca apuntalada en mi cuello. Mi hijo soltaba un aire tibio con esencia a mamadera. Un eco que perdí, un retumbo combinado con el tacto. Cómo las olas que rompen en la escollera es una resonancia que además rocía la piel.


La canción es la misma

Extraño las voces de mamá y Pancho. Extraño mucho el hit de nuestros encuentros: las sobremesas. Allí se conversaba y disfrutaba muchísimo de la escucha.

Ir a un shopping o andar de compras nunca fue nuestro yeite ¿Qué hago con las cosas compradas si la gente que quiero no estará más para conversar?

Esas pilchas que nos hicieron felices hasta la puerta del shopping o el día del estreno tienen decenas de lavados en el lomo. Han perdido la tonalidad y el hechizo de ser la primera vez en ser usadas.

 

Vuelvo a los sentidos

Los síntomas más habituales del covid son la pérdida del gusto o del olfato. Los síntomas más habituales para mi desde hace un año es la pérdida de dos voces. A medida que pasa el tiempo las extraño más y más. Y no hay tratamiento, por milagroso que sea, que las restituya. Si bien oigo perfectamente, no escuchar esa lexía fascinante es una sordera parcial y crónica que jamás recobrará la musicalidad.

Es cierto que algunos oyen con las orejas, algunos con el estómago, algunos con el bolsillo y algunos no oyen en absoluto. Por eso se extrañan tanto a quienes oían con el corazón. En unos años podremos hacer un análisis más fiel de que fue lo que perdimos en medio de ésta plaga.

Me empeño en decir que no soportaría quedarme sordo. Porque es mucho más importante lo que me queda por escuchar que lo que me queda por decir. 

Cuando era niño, a mamá le preocupada que yo no hablara, porque me pasaba horas dibujando. ¡Que egoísta es pensar que mientras mamá agonizaba se iba la última persona que se preocuparía por mí! Cuándo murió supe que nadie sobre la tierra se preocuparía por mí cómo ella. 

Por todo lo expuesto quiero vivir muchos años, como Margarita (98) y Rubén (96), para que desde una reposera y un bastón auxiliándome pueda escuchar a Julián con atención:

-     No sabes lo que es esta chica, es distinta a las demás, la quiero. La quiero en serio.

-     Pa, ¿vos crees que San Lorenzo volverá a la A alguna vez?

-     ¿Por qué no me hablaste de Lou Reed?

Yo quiero escucharlo. Creo que no tengo más nada que decirle. Ahora será la vida, el destino y el devenir los que dialoguen con la época. Solo quiero estar, que él sepa que estoy. 

No me priven de escuchar, no me dejen sin la última canción, ya lo mencionaba Nietzsche cuando dijo que «la vida sin melodía podría ser un error»

Cada martes voy a la radio porque me ayuda a pensar si soportaría quedarme sordo. Porque en la oscuridad de mi habitación de persianas obstruidas resistí la desolación de las pérdidas repentinas, y una luz tenue del velador afirmado en el piso fue todo mi albor. 

Hoy un fulgor purpúreo alumbra el estudio de Vinilo, porque Ale Avancini hace la seña que estamos al aire, porque en definitiva lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa.





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