20 de marzo de 2025
11 de marzo de 2025
LA TENTACIÓN ES PARA EL QUE TIENE DUDAS
Nos
encontramos en una cervecería de Chacarita que no tiene nombre, o lo borraron
con el último grafiti de los hinchas de Atlanta. Micky llega puntual, con una
gorra baja que no alcanza a disimularle los años ni la historia. Pide una IPA
suave, le pone sal a las papas sin probarlas, y me dice:
—Pero esto es en off, ¿no?
Asiento. Anoto mentalmente que no grabaré. Que esta historia, si se cuenta, será a través de lo que deja una charla verdadera: gestos, pausas, silencios.
—¿Querés saber por qué me bajé, no? —dice mientras juega con la espuma del vaso—. La vuelta de La banda del Palomar era una fiesta con invitación cerrada. A mí me dejaron en la vereda.
Hace una pausa. Mira hacia la puerta como si esperara a alguien que no va a venir.
—Te soy sincero… no me sorprendió. Ya lo veía venir. Cuando Andrés empezó con esa cosa solista, grandilocuente, con luces y pantallas, yo supe que la banda, los de verdad, los que ensayaban en El Palomar comiendo sanguchitos de mortadela, ya no iban a volver.
Le pregunto si lo invitaron igual.
—Sí —dice, encogiéndose de hombros—. Pero viste esas invitaciones que son para que digas que no. Me ofrecieron ser parte como si fuera un sesionista más. Un adorno para que la nostalgia cotice alto.
Saca el
celular y me muestra una foto. Es una chica joven, Muy linda. Pelo violeta,
sonrisa filosa, manos de música.
—Ella
es Loli —dice—. Una bestia. Toca mejor que yo, eh. Y es una bomba. Pero no es
lo mismo.
Silencio.
—Igual
me alegro por ella. Se merece la vidriera. Pero a mí no me daba subirme a ese
tren que ya no va a ninguna estación.
Entonces suelta la frase. Como quien escupe un carozo que lleva tiempo masticando:
—Parece
que a Andrés le gusta más la plata que el dulce de leche.
Nos
reímos. No tanto por el chiste, sino porque entendemos lo que no dice.
—¿Y
vos, Micky? ¿No te tentó la guita? — le pregunté apoyado en la barra.
El bajista sonrió y levantó su vaso.
—La tentación es para el que tiene dudas —dijo, y le dio un trago largo a la cerveza.
—¿Dolió?
—le pregunto.
—Claro. Pero también fue un alivio. No soy una estatua para que me suban al escenario cuando les conviene. ¡Soy Micky, loco! ¿entendés? Fui el bajo de la banda. Fui parte del sonido que hizo que un pibe de Jujuy y otro de Avellaneda se sintieran hermanos por una canción. Eso no me lo quita nadie. Ni Andrés, ni la guita, ni los fuegos artificiales.
Pagamos la cuenta a medias. No acepta que lo invite. Al salir, nos despedimos sin promesas. Antes de cruzar la calle, me grita desde la vereda:
—Pero no pongas mi nombre. Decí que lo soñaste. Que te lo dijo un bajista fantasma en una cervecería que no existe.
En
marzo nos volvimos a ver en Mar del Plata. Micky se sentó en el borde del
escenario. Un bar chico, con mesas de madera gastada y el techo bajo que
acumula humo de cigarrillo. Un par de parroquianos charlan en una esquina, sin
apuro. Afuera, la lluvia finita humedece la vereda del colegio Fasta San
Vicente de Paul. Todo le recuerda (me confesó después) a aquellos primeros
tiempos en Arpegios, cuando la música nacía del corazón y no de los contratos.
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Quince
años pasaron desde la separación de la banda del Palomar, al tiempo que sus ex
compañeros de ruta retornaban a tocar en estadios, con luces cegadoras y
pantallas gigantes. Era un espectáculo perfecto, calculado hasta en sus mínimos
detalles. Pero Micky no quería perfección. Quedarse era su manera de recordar
por qué había empezado.
Esa
noche de domingo en Mar del Plata, el bajo retumbó en el pequeño escenario con
la misma fuerza de siempre. No había miles de personas coreando, ni contratos
millonarios, ni entrevistas en la tele. Pero en la primera fila, un pibe de
gorra y remera roja gastada de “Ay ay ay” lo miraba con los ojos encendidos,
como si estuviera descubriendo algo nuevo, algo real. Y Micky supo que su
decisión había valido la pena.
Concluí
mi cronista para el diario: “Los regresos suelen tener brillo, pero no siempre
esencia. A veces lo que vuelve no es el grupo, ni la música, ni la magia, sino
apenas el envase. Los que estuvieron en el corazón del fuego saben cuándo el
fuego ya no calienta, y tienen el coraje de quedarse afuera. No por orgullo,
sino por memoria. Porque hay decisiones que no se toman con la cabeza ni con la
billetera, sino con el oído. Y hay músicos que prefieren desafinar por cuenta
propia antes que armonizar con una mentira. Tal vez por eso, mientras las luces
del estadio encandilan, algunos prefieren seguir tocando en penumbras. Donde la
música sigue siendo de verdad.”
1 de marzo de 2025
CUANDO LA LUNA SE OCULTA
El paso
del tiempo, contemplado como un río inalterable que arrastra consigo todo lo
que toca, es para algunas personas un rumor, una invitación a reflexionar sobre
lo vivido. Y es en este susurro donde encontramos a Mariquita, la autora de
estas páginas, una mujer cuya voz se ha forjado en el brasero de la
experiencia, la sabiduría y la inspiración.
A lo largo de su vida, ha sido testigo de un mundo que ha cambiado con una premura vertiginosa, lo que realmente ha permanecido es su capacidad para observar, aprender y, por encima de todo, contar historias.
Este
libro es un testimonio de su incansable curiosidad y su amor por las palabras.
Quien lee estas líneas se adentra en la casona de los abuelos, en las
remembranzas, en la mente de una mujer que ha transitado una larga distancia, que
deshoja margaritas en tardes de otoño, que ha visto generaciones surgir y
desvanecerse, pero que ha sabido encontrar la belleza en cada etapa de su vida.
Su historia no solo es la suya; es un reflejo de todas las historias que a lo
largo de los años hemos compartido como humanidad.
A sus 94 años, Mariquita demuestra que la edad no limita, sino que puede enriquecer la mirada hacia la vida. Este libro es un legado, un destello de prosa poética y un recordatorio de que el paso del tiempo no solo corroe, sino que también pule, ilumina y nos permite ver más allá de lo inmediato. Mariquita concibe que toda edad tiene sus propios frutos; solo hace falta saber recoger una rosa color té.
Bienvenidos a este viaje.
Raly Haurat