Columna leída en PARANORMALES en homenaje a Pappo. Programa emitido por Radio Grafica FM 89.3
En este
nuevo aniversario de la desaparición física del Carpo, me permito algunas
reflexiones sobre mi pasión por el blues. Los sueños sin cumplir y aquellos
cumplidos. En una palabra, quiero compartir con vos este viejo berretín.
Yo no
trabajé en los campos algodoneros del Delta de Mississippi. No caminé por las
calles de Chicago. No escuché el sonido de un piano desafinado en un club de
New Orleáns, ni siquiera toco la armónica. Uno no llega al blues por felicidad. Llega porque tiene más problemas de lo uno cree y el blues no los cura pero los
calma. La música actúa como anestesia ante el dolor. La vida está lejos de ser
un carnaval carioca. Siento que el blues a diferencia de otras géneros se canta
desde el vientre. En otros, como el pop por ejemplo, se puede fingir, pero con
el blues es casi imposible. Tan auténtico fue, es y será que muchos
adolescentes británicos blancos, de clase media, se sintieron fascinados por
este género tocado por negros.
El
blues no sabe de modas, no sabe de samplers, de remix, porque las emociones no
se pueden remixar, ni samplear. El grito de un blues es desgarrador, porque es
eso, es el desarraigo, la esperanza de volver a África, a la tierra natal.
Ellos no pidieron subir a los barcos, llegaron a América como esclavos, a
trabajar duro en los campos de algodón.
Ellos
no escapaban de una guerra en búsqueda de refugio (como muchos europeos que
ahora nos tratan de sudacas). Ellos traían el latir de la música afro en sus
corazones. Cuando lograron electrificar su canto, derivó en el gospel, el rock
and roll, el country, el soul y porque no el hip hop (último género nacido en
las calles, lejos de las mesas de storm brain de una compañía
discográfica).
A ocho
años de la muerte de Pappo, aún un halo de incertidumbre rodea esa noche
trágica. El Carpo, murió el 25 de febrero de 2005 en Luján, al caerse de su
moto y ser atropellado por un auto que transitaba a toda velocidad. Poco
antes de su muerte, realizaba dos o tres presentaciones al año porque nadie lo
contrataba. Corcho Rodríguez- el ex de Susana Gimenez- decidió producir lo que
fue su último disco. Desde el arte de tapa uno podía percibir un indicio de
despedida. La portada ilustra la antesala de un cielo habitado por bluseros que
ya no están. Lo tituló “Buscando un amor”. Sin
cuero, tachas, ni posturas. El material regala un Pappo auténtico, sensible,
que renacía de las cenizas.
Su
coherencia lo llevó a lo máximo que puede aspirar un músico de blues: tocar en
el Madison Square Garden invitado por B.B. King. Pappo tenía algo pendiente.
Norberto Napolitano, el hombre, buscaba un amor.
Como un
guión de película, la vida le dio una nueva oportunidad. Reencontrarse con su
hijo después de muchos años. Si bien sufrió un grave accidente a mediados de
los noventa, zafó de milagro y la pudo contar para poder conocer y disfrutar de
Luciano (además toca la guitarra y siente la misma pasión de su padre por el
blues y el rock & roll). Podemos
decir que el Carpo encontró un amor. El más grande que se puede tener.
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