22 de mayo de 2016

CINEMA SAN LORENZO




Fui al cine Gaumont a ver Hijos Nuestros. La película es como Héroes pero al revés. Directores como Campanella o Juan José Jusid hubiesen sentido el impulso de invocar a desmedidos golpes bajos en el guión para garantizarse un éxito de taquilla. Fernández Gebauer y Suárez, por el contrario, apelan a jugar bien por encima del resultado y consiguen como corolario un manifiesto involuntario: en el fútbol, como en la vida, nadie gana, nadie pierde; hay que pugnar por cada pelota y en cada jugada.

En Hijos nuestros prevalece la expresividad en el rostro y los gestos del protagonista como columna vertebral del film. Escenarios identificables, diálogos verosímiles, personajes que tienen más para decir que lo que cuentan hacen al todo y convergen en una obra costumbrista y emotiva con un registro propio. En tiempos de meritocracia, reivindicar a los que tienen "la cancha inclinada hace rato" es para ponderar. 
Hijos Nuestros es una película áspera y atormentada con una actuación destacadísima de Carlos Portaluppi, que interpreta y desentraña a un taxista cuervo hasta las muelas. Hugo, el protagonista, es un tachero abatido, adicto a los palitos de la selva que no puede atender ni siquiera un potus que le dispensó su mamá y se pierde de su única cita en meses por San Lorenzo. 
Victor Hugo decía que el infierno está todo en una palabra: soledad y el cuervo de Hijos nuestros lo sabe mejor que nadie.









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