15 de septiembre de 2018

UN LATIR



El martes me llamó Orly. Un compañero que hace mucho que no veo. En el mismo momento que ingresé a la casa de Pachu, un amigo que me invitó a cenar.
Pachu estaba contento. Me dio una gran noticia, el año próximo hay casorio.
Pachu es abogado, buen tipo y marplatense. Hablar con él es como estar en la Feliz por un rato.
Cenamos, compartimos sentires sobre la actualidad, berretines del laburo y mujeres. Nuestro tema favorito. Intercambiábamos anécdotas muy graciosas y nos reímos con ganas. En un momento me incliné entendiendo que había hecho un mal movimiento. Negativo. Fue la advertencia de un puntazo impensado, agudo y certero al corazón que me depuso de rodillas.
Yo minimicé el asunto. Pachu insistió en llamar a emergencias médicas. No podía reaccionar. Tenía un dolor muy fuerte en el brazo izquierdo. Les pasé la dirección de mi casa. Preferí que si algo malo sobrevenía sea entre mis cosas. Un error.
Me fui en taxi. En el viaje, con el último aliento, discutí con un call center de esa estafa fenomenal llamada Uber.
—Pongan algo: patente del auto, apellido del conductor, algo. Ustedes tienen todos mis datos. ¿Cómo carajo quieren trabajar? Ni en pedo me subo a un auto a la una de la mañana infartado sin saber quién carajo maneja — respondí furioso a una voz inalterable que solo alegó que tenía que abonar 30 pesos por no cancelar el viaje.

—¡Hijos de puta! Me cago en los treinta pesos. Pero ¿Dónde mierda está el botón de cancelar viaje? —mientras el tachero saboreaba la agarrada.
¿Que hizo el pibe? Me cortó. Cobarde.


La ambulancia llegó al toque. Me atendieron dos personas. Un enfermero que oficiaba de chofer y Andrade, médico ecuatoriano, especialista en Cardiología.
Me tomaron la presión, me hicieron un electro y con los resultados el enfermero moduló a las oficinas de emergencias y resolvieron pedir el ingreso de la solicitud de mi traslado al sistema.

—No me quedo tranquilo, vamos hasta el sanatorio —dijo Andrade disimilando un bostezo.

No había camas disponibles en Capital. Tuvimos que esperar un buen rato. Me preguntaron a qué me dedicaba mientras echaban un vistazo a mi biblioteca. Les mostré mis libros para matar el tiempo. Andrade leyó unas hojas. Cuando tuvieron respuesta, me trasladaron al Sanatorio Anchorena de San Martin.

Andrade, en un viaje extenso, me conversó sobre su vida, un postgrado en La Plata y una chica que conoció por happn. Me confesó que sueña con volver a Ecuador y que justo esa noche deliberaba tomarse el día porque no se sentía bien. —Tuviste suerte que te toco un cardiólogo de guardia.

***

Andrade solventó los estudios secundarios y universitarios en su país vendiendo naranjas. Se lo veía afligido. Cuando pude mirarlo bien, distinguí a un hombre de unos treinta y tres años, con la piel cobriza, pelo lacio y oscuro, nariz recta y alargada. Me abstuve del sonido de su voz reposada, relegué su terminología precisa sobre el estado de mi corazón y pude ver el estado del suyo a través de sus ojos oblicuos. Me advirtió con sus palabras que tenía que bajar un cambio, yo acepté su recomendación y le indiqué con señas que no busque novia en las aplicaciones.

—Infarto no fue, pero cuídate—me dijo cuándo bajamos de la ambulancia. Presumo que para tranquilizarme.

No tuve miedo, sentí que estaba en buenas manos. Andrade le facilitó el parte al médico de guardia. Me acomodé con la ayuda de Lili, una enfermera versada, en un sector terso y silencioso. Afloró detrás del cortinado albo una enfermera morocha, encantadora, con una belleza real. Me miró con cordialidad y me solicitó algunos datos personales. Cautivado e impedido de responder, levanté dos dedos proporcionando el visto bueno y ella tomó mi billetera. Esperé en silencio que no dedujera mi edad.
Luego, tanteó una vía y expresó riendo—¡que buenos caños!— Vi con claridad sus hoyuelos.
Me enamoré al instante, Florencia es de esas mujeres hermosas que deslumbra no sólo por su crema con brillo o su pelo bien cuidado, sino porque hay algo dentro de ellas que hace que quieras acercarte. Después de verla ya no me inquietó conocer la prescripción clínica.

***
FLORENCIA

Florencia transformó la guardia en una zona amigable.
Pude saber que reside en San Miguel. Con una voz imperfecta le revelé a Lili que su colega me parecía muy guapa. Lili me apuntó —Si, ¿viste? Tiene novio pero no se la ve feliz.
Lili me recordó a María Rosa Yorio con la dicción de María América González. Tiró un centro al área pero no me animé a cabecear.

Pasaron unas horas y llegó el cambio de guardia. En el alboroto, Florencia se despidió aligerada sin perder la elegancia. Me quedé con más ganas de invitarla a tomar algo que de conocer el resultado de mi epicrisis.
La enfermera entrante me quitó los sueros, los electrodos y sin cablerio pude avisar a mi familia.
El médico a cargo, escueto y con voz castrense me dio el diagnóstico sin muchas explicaciones: ANGINA DE PECHO. Uno que se quedó con las ganas de vestirse de verde.

Por lo que le entendí tuve como una especie de Manaos de preinfarto. ¡Tanto quilombo por una angina! — pensé.
No había más nada que hacer. Podía irme. Antes de salir solicité una lapicera, un papel y rasgueé unas palabras a Florencia con una letra cimbreante.

Me cambié lánguidamente y fui hasta la mesa de entradas para dejar la carta. Al salir del Anchorena del lejano oeste me tomé un colectivo sin pasajeros hasta el tren más próximo que me arrime a Capital. La localidad: Santos Lugares. Los pagos de Don Ernesto. Mientras aguardaba en la estación "Lourdes" hice algunas llamadas y me quité las vendas de las vías. En ese momento se acercó una señora mayor que al ver mis gasas sueltas me expuso que iba rezar por mí. — La virgencita te va a ayudar. Recordé que la Virgen fue vista por primera vez en una gruta en las afueras de Francia, en las colinas de los Pirineos. Un pueblo donde vivían mis antepasados. Casualmente Lourdes es el nombre que optamos para Julián en caso de nacer mujer. Coincidencias. La señora no subió al tren. Cuando volteé ya no estaba ahí.

Mientras viajaba repasé la noche. Pensé en Florencia, en su forma de caminar, de hablar y en la manera en que resplandecía desde adentro hacia afuera. En su chispa y esa cosa que simplemente no podes nombrar. Florencia me cautivó en un momento delicado. ¿Qué aplicación podría garantizarme semejante aventura? Ahora creo que no hubiese llegado a ella si no fuese por el puntazo al pecho, el llamado al médico por indicación de Pachu, el profesionalismo de Andrade y la afición de celestina de Lili. Solo aspiro que Florencia haya entendido la letra. Quizás me sorprenda un día de estos. A veces hay que escuchar a la cabeza, pero dejar escribir al corazón.






No hay comentarios:

Publicar un comentario