7 de abril de 2019

BIG FISH






El viernes a la noche era todo. Era la cercanía al sábado, la víspera. Y siempre, como en el amor, en las vísperas todo se disfruta más.
El viernes a la noche veía «Titanes en el Ring» como aperitivo y ya más grandecito «Lucha fuerte» ¿Qué vamos a andar con secretos acá, no? Cuando llegaba el sábado, era el tiempo de ir a jugar a la pelota. Cuando llegaba el sábado todo era festejo. Era fiesta porque almorzábamos empanadas y tomábamos Coca. ¡Los sábados se tomaba Coca en botella de vidrio! ¡Mamita!

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El sábado siempre fue mejor a la luz del sol porque de noche el barrio era oscuro, velado y sombrío. Se escuchaban grillos, el relinche de algún caballo y la marcha del tren bien a lo lejos. Los empleados del municipio de La Matanza eran como el Hombre Gato. Un mito más que una realidad. Las lámparas las cambiaban los vecinos.
Yo me quedaba en casa, era un gran plan. Salvo una escapada para echar una mirada hacia la esquina de Petete con la ilusión que se asume la morocha más linda del barrio. Ella, con sus ojos negros como el limbo en la previa del alba, era el resplandor del pasaje San Fernando.

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El elenco rotaba muchísimo. La banda Haurat sonaba como un relojito. Nunca faltaba alguien caído en desgracia a quien albergar. Siempre había mucha parentela; una guitarra y un guitarrista que la tocara. Siempre había una pelota y alguien con quien jugar.
Con dos hermanas mayores marchaba bien la cosa. Un día, Kary, se puso de novia. La relación venía en serio. Fue así como José se sumaría a la familia. José “Many” tenía diez años más que yo. Era un abismo para mis cortos nueve años.
Con José caí a Tahuichi sin papá y aprendí a jugar al pool con bandas. Ensayé tirar caños con una técnica infalible y hacer goles sin remolinete. Experimenté además la aventura de la pesca en el Paranacito, a colocar la carnada. ¡Un flash! Con José y Kary conocí Pumper Nic, los cines de Lavalle y la Pizzería Roma. Me hice fan de las películas de Van Damme.

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En “Sábados de Super Acción” presentaban comedias y aventuras de Hollywood. Nosotros optábamos por Canal 9 y las películas de Bruce Lee. Esas tardes me estimularon a practicar Chaiu Do Kwan, pero en mi primera pelea callejera me cagaron a piñas.
Entrada la adolescencia, José fue el compañero de copas de papá mientras mi viejo asimilaba la separación. Cuando empecé a fumar fue quien me convidaba de los suyos. Me llevó a la cancha (a papá no le gustaba mucho la idea). José es de River, pero de Chaco For Ever también, y así fue como conocí la cancha de Huracán, de Temperley, de Ferro y Deportivo Italiano cuando Chaco jugó en la A.
José trajo sus discos bajo el brazo: Aldo y los Pasteles Verdes, Salvatore Adamo, Omar Shane y Modern Talking (que conoció en Capital). José era un pibe que abordó el primer micro a Buenos Aires desde el Chaco y se mimetizó con el conurbano hasta embriagarse de los ochenta. Llegó a Retiro desde Resistencia y se deslizó por la pista de un Saturday Night Fever matancero con música de “Brother Louie”.

Yo quería ser grande, comprar ropa en Angelo Paolo y tener el corte de Rod Stewart. En la peluquería de mamá la permanente salía como pan caliente. Los sábados cenábamos enmudecidos mientras desfilaban los clientes con una toalla en la cabeza. Era una secuencia tragicómica. Salían uno a uno del baño enfundados en un paño sin poder levantar la vista. Mamá, como un comando parapolicial, sacaba a los lavados hacia un lado y los enjuagados hacia otro, directo al cono del silencio: la silla con secador de pelo. 
Nadie preguntaba nada, todos con la vista en la tele.
Mamá cenaba más tarde que nosotros. Papá le hacia la gamba mientras Kary y José se ataviaban para ir a “Juan de los Palotes” o “Fancy Live” y al tiempo que alistaba mis muñecos para jugar hasta quedarme dormido.

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Más tarde anclaron los noventa y con la década mi partida de casa. Volví en 2001 y ahí estaba José. Testigo de la segunda mitad de mi infancia. El papá de mis sobrinos. 
Me comentó que escucha el programa, por eso no voy a decir nada triste porque sé que no le va a gustar. Por muchísimo menos de lo que está viviendo yo estaría con un humor de mierda, eso creo que lo aprendió de papá. Reírse de sí mismo sobre todo en las malas.
A veces la noche me da miedo, me pregunto ¿cómo voy a salir por el barrio oscuro sin ellos en casa?
—¡Pará, Raulito! Tenes que ser fuerte, July no puede saber que tenes miedo — me diría.
Es verdad. Tengo que mostrarme fuerte pero tengo un cagazo padre. Porque salir jugando por el medio con Higuain y Biain en el fondo sale cualquiera. Ahora tendré que pegar el pelotazo para adelante y que los delanteros se arreglen arriba. Quizá sea el momento de quemar los papeles, dejar la esperanza (y los miedos) de lado. Esta noche voy a echar un vistazo al pool de Sarandí y Avenida San Juan. A escuchar el golpe eficaz de la blanca al romper, la cortina de humo sobre el paño y la tiza golpeando el filo de la mesa como una manera de reencontrarme con un sonido familiar.

Uno tampoco tiene que andar por ahí dejando grandes preceptos, tirando postas o dejando legados. ¿Por qué? José tiraba caños, no postas. Es un gran jugador de pool (no lo sacaban fácilmente de los torneos en Tahuichi) y pescador del Paraná.

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José es un pibe de los ochenta que no le encontró la vuelta al nuevo milenio. Con cinco décadas en el lomo y a mitad del viaje se le chamuscó el aceite y la junta del motor está dañada. Según mi GPS anda por Berazategui y no cree que alcance Hudson. ¿Qué saben esos aparatos? ¿Quién sabe?  Es la voluntad de creer que la vida es un milagro lo que permite que los milagros ocurran.
Busco mi doble cassettera para escuchar una canción, porque siempre los discos me sacan de estos bretes. Invariablemente voy a preferir quedarme ciego que sordo. Tantos discos, tantas canciones, pero había una melodía que José oía en silencio con un Malboro en mano. Ese muchacho de dieciocho años cuando yo tenía nueve era He-man. Pero una vez lo noté frágil. Lo vi mancarse, sólo una vez.
Una tarde viendo películas de Palito Ortega se quebró con una canción. Una cadencia tristona vecina a tipos como papá y Fatiga, dos almas que nacieron para volver a encontrarse.
El arte de la vida es el arte de evitar las penas y José le tiro caños desde que me acuerdo, siempre gambeteó a la suerte, pero la parca cerró las gambas esta vez y el hechizo quiere apagarse de a poco.

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Debo empezar con este programa. ¡Un abrazo hermano! No te olvides de tirar la basura, papá te espera con una copa, la que quedó pendiente.
Cuando llegaba el sábado, llegaba la posibilidad de ir a jugar a la pelota, cuando llegaba el sábado todo era festejo. Hoy en la radio, ayer en el campo. Siempre pienso en volver al Paranacito. Pensar que muchos se van de pesca toda su vida sin saber que no es pescado lo que buscan. Que no decaiga, José. La Luna espera sonriente. Otro GRAN PEZ, otro Big Fish de los nuestros que retorna al río.







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