14 de julio de 2019

VACÍOS DE LA LENGUA






Se aproximan las vacaciones de invierno y un parate necesario para ir a boxes. El encuentro con la familia y una copa de vino como tranquilizante sin receta. La medida precisa para detener la pelota en el medio campo y tocar con el cinco.
Me gusta la idea de viajar y sumarme a la barra de un bar marplatense en invierno. Es como descubrir una cabaña en la espesura de una campiña agreste del sur donde acobijarse, apurar algunas copas y concebir que los problemas quedan a un lado y las ideas naufragan por un lago patagónico imaginario que converge en la frondosidad de Peralta Ramos.
Ahí dos paisajes antagónicos, los bares marplatenses y los bosques rionegrinos, se funden y se aprietan hermanados por un mismo deseo: un instante de copas y felicidad.
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La primera vez que probé vino fue al lado de papá. A los diez años era el mejor lugar que se podía estar. Ahora que lo pienso no hubo una silla más preciada.
- Tomá, tomá un poquito.
- Pa, ¿Qué va a decir mami?
- Nada, hoy no va a decir nada. Es un secreto entre vos y yo. Un chorrito nomás. Métele más soda. Es por hoy nomás.

El Termidor rebajado con soda no estaba nada mal. Ese miércoles “Grandes valores del Tango” salió grabado. Soldán leyó un discurso apenado. Cenamos en silencio. Nadie habló. Yo no quería hablar. ¡A ver si todavía se daban cuenta que había tomado vino! Mamá no lo sabía, papá sí. Era nuestro secreto.
Mi viejo me convido a participar en su dolor de alguna manera. Era como velar a un familiar que jamás vimos mientras comíamos albóndigas con fideos de moño. Más de tres décadas para deducir ese gesto.  
Nada, eso. Lo que daría por un vasito de vino más. ¡Lo que daría!
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Una tarde de febrero, fuimos con papá a autorizar unas órdenes para sus remedios: el Lotrial, (“el Gran Lotrial”, parece un teatro de alguna localidad bonaerense) el Enarapril, cada vez que lo nombro canturreo… enarapril el ritmo tibio... de mi chiquito... y otros medicamentos más que ahora no recuerdo. A mi viejo le habían amputado una pierna, estaba embromado.

— Vamos caminando — me dijo papá parado sobre sus muletas.
— ¿Te parece, pa?
— Sí. Vamos caminando.

La temperatura era asfixiante. Nos metimos en la pizzería “La Continental” de Belgrano y Entrerrios. Papá transpiraba como testigo falso. No podía tomar más, era una orden de su médico. Si lo dejabas se clavaba tres botellas de cerveza por día. 
Pedimos la carta, se acomodó en su silla. Recuerdo que tenía los lentes de aumento empañados.
— Pa, tenes los lentes sucios. Los voy a lavar con jabón líquido. 
—  ¿Dónde?
— Ahí en el baño. Quedan bárbaros como con el detergente…

Mi viejo atinó a sacarse los lentes. Lo hizo en cámara lenta.
— Ya vuelvo. Pedime tres empanadas de carne y algo para tomar – le dije.

Sus ojos cansados detrás de los vidrios velados buscaban una aprobación. Me sentí poderoso en esa situación. Tenía que definir que íbamos a tomar mientras una pantalla transmitía un partido de la Bundesliga y afuera hacia 35 grados de sensación térmica.
Lo llamé al mozo y le dije: — Un vino tinto, agua con gas y mucho hielo. — Papá se quedó callado y recuperó el semblante. Fue la última vez que tomamos juntos. Dos meses, 23 días y un par de horas después, se murió.
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Don Dante decía que “El vino siembra poesía en los corazones.” Yo no encontré menciones ni rimas con el Lotrial o el Enalapril en ninguna poesía. ¡Esas pastillas! Había un horario para tomarlas. ¿Cómo voy a poner una alarma para tomar un Malbec?
Todavía no termino de tragar el caramelo de la ausencia, pero como dice el amigo Nieva "... a veces la muerte libera, sobretodo del sufrimiento" Tomando una copa justamente, me decía "... cuando uno sufre tanto le pide a Dios si cree y a Dios también si no cree que la parca llegue. Como algo que llega para cortar las amarras del dolor... vaya uno a saber que se nos pasará por la cabeza cuando nos llegué a nosotros, si seremos conscientes el día de la entrega final."

Mientras cavilaba sobre literatura y vinos para el programa de radio, recordé las noches de tertulias en casa, siempre es "el tema". En cada emisión intentamos reproducir el clima de una reunión familiar.

El vino para mí, es mi papá. Mi viejo tenía olor a vino tinto Termidor. Si él no hubiese encontrado el canal para encauzar todo su dolor no sé dónde hubiese terminado.
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Mientras descorchamos la primera botella, en la discoteca de Zoe encontramos una canción para ilustrar este comienzo: Red Blood Wine, uno de mis demos favoritos de los Stones.
Una canción que los chicos malos de Dartford nunca grabaron oficialmente. Una zapada de fogón desarropada, despojada de arreglos y así, sin peinarse, brilla aún más. Como esas chicas desfachatadas que te cautivan con una copa en la mano, envueltas en jeans, una remera suelta y el pelo recogido. Si esta balada fuera una mujer desearía que sea la madre de mis hijos. Sus majestades satánicas y una oda al vino tino. - Tomá, tomá un poquito.
- Pa, ¿Qué va a decir mami?
- Nada, hoy no va a decir nada. Es un secreto entre vos y yo. Un chorrito nomás. Métele más soda. Es por hoy nomás.

“Anochece en la madera y mi padre sucede, marca distancias en los vacíos de la lengua.”




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