7 de abril de 2022

SOLTAR LA BRUJULA

 

 

Corría el verano de 1986. Por un lado Jesús Rodríguez, diputado nacional y por otro, Tito Pandolfi, un referente de la circunscripción 22, tramitaban a través de la Secretaria de Deportes la posibilidad de viajar a Mar del Plata la a muchos pibes de los clubes de la zona más pobre de Capital Federal.

La Ciudad Feliz era la meca: el escenario de las copas de verano, los partidos heroicos de Boca-River, la chilena del Enzo a Polonia, los Abuelos en Latex, Sumo y Virus en el Rock in Bali. Sobre todo el mar. Llegar al mar.

Debo confesarles que con la comitiva de clubes no alcanzamos el estadio mundialista ni los lobos marinos de la Bristol. Llegamos a una especie de Sunny Side. ¿Recuerdan esa guardería de Toy Story 3 donde todo un paraíso de juguetes? Eso sí, mucha amabilidad en el recepción y después, la realidad.

El asilo Saturnino Unzue fue nuestro Sunny Side, sin Loxon ni Bebote, con la promesa de bañarnos en el mar. Como Ricardo en el Docke preguntando por el Pollo: cuando venció la noche todo fue diferente.

 

Habíamos llegado al antiguo hogar para niños y niñas pobres. Tenía nueve años, ese verano cumpliría los diez.

Recuerdo que por las noches una celadora recorría los pabellones y con un palo aporreaba las varillas de los caños de las camas cuchetas. El mensaje era categórico: había que hacer silencio y dormir. Recuerdo que la comida era escasa. Al mar no lo veíamos ni en figuritas.

 

Junto a Pochelo de José Soldati e Ismael de Lomas de Lugano, solicitamos llamar a nuestras casas. Nos llevaron hasta un teléfono semi público. ¿Se acuerdan que el comisionado de Ciudad Gótica tenía un teléfono rojo que era atendido directamente por Batman?

Disqué 11 6225790, cuando escuché la voz de papá sentí que recuperaba la infancia perdida.

Aquella experiencia en el asilo Unzue estampó el verano del 86. A partir de allí, comencé a valorar las milanesas con puré, las sábanas estiradas y el esfuerzo de los Camboyanos por no irnos a la B.

Después de cuatro días de tormento retornamos a Buenos Aires en tren. En Constitución salieron a nuestro encuentro los familiares de los que pudimos volver. Los otros chicos tuvieron que esperan hasta el final.

Luego llego el fatídico verano del 88, que tan bien retrata el escritor Camilo Sánchez en su libro “La Feliz”. y así con ese sabor amargo terminaban los ochenta.

La paciencia y la oportunidad. Todo llega cuando tiene que llegar.

 

 

LOS NOVENTA

Cuando promediaba la década del noventa retorné a la ciudad después de los Juegos Panamericanos del 95. Mientras canal 8 emitía “Botones y moños” y el canal 10 repetía la programación del 13 de Buenos Aires.

Mar del Plata me sumergió de lleno en la lectura. Escribía cartas, quizás mis cuentos nacieron cuando de modo usual concurría a la agencia de correo de Rawson y Sarmiento y allí despachaba cartas donde narraba mi pitanza marplatense: Los Redondos en Go!, Dolina en el Torres de Manantiales, las clases en la Escuela de Artes Visuales Martin Malharro, donde conocí Majo, un amor en esos inviernos crudos a fuerza de pedal.

Escribir sin formación académica me proveyó la impunidad de los autodidactas, que dibujan sin saber hacia dónde ir en el papel. Me formé para dibujar reconociendo técnicas, conjeturando donde ubicar una figura, donde componer la tensión, el contraste y sin embargo mis ilustraciones eran deslucidas, sin vida, sin tono.

 

LOS 2000

En la primavera de 2002 Seba Mulero, me propuso abrir una cuenta de Hotmail para chatear por el extinto Messenger y allí parloteábamos horas.

Seba ya residía en Barcelona, ciudad que sería mi próxima estadía si no fuera por una posibilidad de laburo y la enfermedad de papá. Permanecí impasible con el pasaporte en la mano y opté con la cabeza de burgués mesurado y temeroso, la posibilidad de un trabajo seguro ¿seguro?

Seba, desde Cataluña, fue el faro para cifrar mis días post 2001 donde se me quemaron los papeles y con título de ilustrador profesional en mano no conseguía hacer pie. Recuerdo que archivaba en un diskette de 3 ½ “para Seba” y le reseñaba en no menos de tres o cuatro carillas algunas anécdotas.

— Seba, la chica del bondi me pateo, 6 carillas.

— Me separé de la mama de July. ¡15 carillas!

Fui desarrollando un músculo que no se detuvo hasta nuestros días.

 

Si bien se mira, volví a Mar del Plata después de 20 años y en pocas semanas gracias a la confianza de Roberto Cabrera comenzamos con este ciclo “La hora sin sombra” en Vinilo. Sin embargo, debo revelar que en verdad fue una coartada para encontrarme con tanta gente que quiero, y nuevos amigos que se suman a este viaje.

Arribé a Mar del Plata y ya no demando un cospel de Entel para llamar al 6225790 y reclamar que me vengan a buscar, a solicitar un abrazo. porque lo acierto en cada encuentro a través del dial.

 

Hallé en la escritura y las devoluciones, el mejor abrazo al que puede aspirar un artista. Hace más de una década archivé mis lápices, acuarelas y pinceles. Esta tarde, en la previa a este programa tan especial, me invadió el recuerdo de las clases de preparatorio E, como la formación de un equipo que nos hizo felices la recuerdo de memoria:

 

Lunes: Sistemas de representación / grabado

Martes: Psicología del arte/ Escultura

Miércoles: Historia del arte/ comunicación/ grafica

Jueves: Pintura / educación visual

Viernes: Medios audiovisuales / dibujo

 

 

El preparatorio fue el año más intenso y formador de los cinco años de la carrera, a mi entender. Mientas esbozaba estas líneas, me reconocí jugando todavía, jugando como en aquel verano de 1986, a pesar del blooper de Jesús Rodríguez, de Tito, del Unzué. Debo decir que en las aulas de la calle Pampa nos encontramos con un juego hermoso, potentísimo y serio de crear la mejor imagen posible.

Acá estamos junto a una verdadera héroe de nuestra formación, quien a través de su mirada sobre el análisis de una grilla o una pincelada nos ilustró como equilibrar una imagen para lograr la belleza en una pieza gráfica y ser el mejor diseñador posible.

Debo confesar que las tensiones, yuxtaposiciones y la armonía las he tomado para la vida. Espero acertar fuera del bastidor con un amor pregnante marchando por las veredas de Falucho.

Estoy en deuda con mis viejos por vivir, pero con mis maestras y maestros por vivir bien.

Dicen que nunca olvidamos lo que aprendemos con placer. Durante cinco años fui muy feliz en las aulas de la escuela de Artes Visuales Martin Malharro. Carolina Bagnato fue una verdadera maestra y hoy viendo su muestra sobre soltar la brújula, pensaba en Benedetti quien sostenía que las estrellas errantes no tienen brújula.






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