13 de junio de 2025

PASÓ QUE SOY PAPÁ

 

"La felicidad de mi hijo, mi club favorito"




A partir de hoy mi hijo juega para el Club Atlético Huracán, luego de superar una prueba física, técnica y táctica. Y estoy inmensamente feliz.

Un conocido me escribió con cierto sarcasmo:

"¿Qué pasó? ¿Vos no eras de San Lorenzo?"

Y yo le contesté lo único que podía decir desde el corazón:

Pasó que voy a cumplir 50 años.

Pasó que soy papá hace 16.

Pasó que mi hijo, cada vez que pasaba por La Quemita, soñaba con probarse en Huracán.

Pasó que se esforzó, que lo intentó, y que hoy está cumpliendo ese sueño.

Pasó que la paternidad —la de verdad, la que se vive con el alma y no con consignas de tribuna— te enseña a correr el ego a un costado, a entender que la felicidad de un hijo está muy por encima de cualquier berretín identitario o capricho no resuelto de adolescencia tardía.

Pasó que ser padre es dejar de mirarse el ombligo para mirar hacia adelante, hacia ellos, hacia lo que necesitan, lo que desean, lo que los hace crecer.

Así que no, ya no importa de qué club era yo. Hoy, soy del club donde juega mi hijo. Hoy soy del club de su felicidad.

Y eso, hermano, no tiene camiseta.









10 de junio de 2025

PUBLICAR A LOS 95




¡Una gran noticia para compartir!

 

Hoy quiero contarles algo que me llena de orgullo y emoción: una alumna muy especial de mi taller de escritura creativa salió hoy en el diario La Capital. 🌟

Ella es María Dolores —aunque todos le decimos con cariño *Mariquita*— y tiene nada menos que *95 años*. Con una lucidez y sensibilidad admirables, ha trabajado con dedicación en sus relatos durante el taller... ¡y ese trabajo floreció en un hermoso *libro de cuentos*! 📚💫

Verla publicada en el diario y ver sus historias cobrar vida en un libro es una alegría inmensa que quería compartir con ustedes. Mariquita es un verdadero ejemplo de que nunca es tarde para crear, soñar y compartir nuestra voz con el mundo.









7 de junio de 2025

UN “YA FUE” EN LOS LABIOS

 


Ariel tenía 18 años y vivía en Lugano 1 y 2, en el departamento de un amigo, como quien ocupaba un espacio de paso, sin saber muy bien cuánto va a durar. Su mamá lo había abandonado. Su papá, preso. Él, mientras tanto, resistía.

No era crack, no era figura, él jugaba. Y jugaba con lo que tenía, alma y carisma. Formaba parte de un equipo imbatible en los picados que se armaban con los pibes de Cafayate. Ahí, donde el talento se mezcla con la necesidad, donde cada gol puede valer un almuerzo, o al menos el orgullo de ganar. Ahí también juega mi hijo, Julián. Y ahí conoció a Ari.

A las dos y media de la mañana del jueves escribió al grupo de WhatsApp que se habría peleado con su novia, algo que solía ocurrir. Pero todos dormían. Todos menos él, que tenía el alma en vela. ¿A quién llamar? ¿A quién golpearle la puerta tan tarde?

Ari decidió ir a ver a su ex novia, a buscar algún tipo de consuelo. Nadie sabe bien qué se dijeron, pero estuvo con ella. Al amanecer, subieron a la terraza a colgar ropa. Piso catorce. Viento de invierno. Cielo opaco. Ari se sentó en la cornisa con una foto impresa de la chica que lo había dejado en la mano. La miró a los ojos. Y dijo, bajito:

"Ya fue."

Y se arrojó al vacío.

Cuando al alma torturan los recuerdos, los placeres sólo revelan desesperación.

A las 7 de la mañana, el día apenas empezaba y ya estaba roto.

Julián no se lo esperaba. Nadie se lo esperaba. Ari no era su compañero del colegio, ni del club. No hacían tareas juntos. No compartían aulas ni cumpleaños.

Compartían otra cosa más intensa, más cruda: el potrero, la ronda de botines gastados, el código sin palabras de una canchita sin área.

Es la muerte más cercana de un par que le toca vivir a mi hijo. Y duele. Porque cuando muere un pibe así, no se va solo una vida.

Se va también una parte del barrio. Se agrieta un espacio.

Se enfría la pelota.

Y nosotros, los que todavía creemos en los abrazos después del gol, sentimos que algo se nos rompe también.

Ojalá Ariel encuentre, allá donde haya ido, lo que acá nunca le dieron del todo: un lugar propio, un afecto sin condiciones, una red que no se rompa.

Y ojalá nosotros sepamos mirar mejor. Escuchar a tiempo.

Porque los pibes no pueden seguir cayendo al vacío con una foto en la mano y un “ya fue” en los labios.